De outsider a dirigente del sistema

Ante la ausencia de líderes, Juan Grabois se recorta como figura de la oposición

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Dice que no quiere ser un político profesional pero todos los días trabaja un poco para serlo, como un guionista de su propio relato, que sabe escenificar las batallas de este tiempo aunque eso implique caer en el lodo. Si Javier Milei es Terminator, a él le cabe definirse con el personaje de John Connor, el líder de la resistencia humana. 

Juan Grabois ganó terreno en los últimos días como un actor central del universo opositor, cuyos referentes más claros están corridos de la discusión nacional, ajenos a los códigos de la pelea que propone el libertario. 

Cristina Fernández de Kirchner hace esporádicas apariciones en redes, con poca penetración, coqueteando con presidir el PJ para recuperar centralidad. Axel Kicillof sigue sin poder anclar un proyecto de poder que lo ubique al frente del liderazgo del espacio. Y Sergio Massa directamente está ajeno en público del debate nacional, más ocupado en mostrarse distinto del universo kirchnerista que de ser la contracara al oficialismo. En ese escenario, Juan Grabois trabaja para dejar de ser el piquetero outsider y transicionar hacia un dirigente del sistema político. 

Esta semana coronó ese camino con el triunfo judicial que consiguió después de que la Cámara Federal porteña le diera la razón en la causa por la distribución de los alimentos. Ni él ni nadie de su equipo confiaban en tener la más mínima posibilidad de que los camaristas apoyaran sus reclamos.

“Ahora soy un dirigente político, salvo este paréntesis de la lucha por los alimentos”, dirá como explicación sobre el rol central que tuvo estos días, del que no reniega, sino todo lo contrario. Buscado o no como parte de su instalación política, lo cierto es que su batalla judicial terminó generando un verdadero problema al Gobierno, del que todavía no encuentra salida.

El ascenso de Grabois se ve en los sondeos de opinión, que ya lo ubican desde hace un mes al mismo nivel del resto de los dirigentes más tradicionales del peronismo. El último estudio de la consultora Opina Argentina, de mayo, le da una imagen positiva de 38%, un punto arriba de Cristina Kirchner, y con menos negativa que la expresidenta. A pesar de sus modos explosivos y de las denuncias en su contra del propio Gobierno, tiene 60% de rechazo. Cristina, 63%. Ese crecimiento se dio a partir de este año, con el triunfo de Milei y sus claros posicionamientos en contra. 

El millón y medio de votos que consiguió en las elecciones internas del año pasado, cuando se enfrentó a Massa, lo volvió un dirigente del dispositivo político. “Ahora lo toman en serio”, dice un referente de su espacio. Está apenas dos puntos por debajo de Kicillof, el que muestra la imagen más alta del universo kirchnerista, donde se ve un pelotón. Nadie destaca. Esta semana Grabois recibió llamados de felicitaciones de varios de ellos, desde Cristina, Axel o Máximo Kirchner. “Todos para bancar y felicitar por la lucha, también varios empresarios, curas y gente de la oposición dialoguista. No voy a nombrarlos a estos últimos”, se ataja. No lo llamó Massa, claro, con quien no tiene ningún tipo de vinculación y al que cada tanto le dedica sus más duras críticas. El rechazo es recíproco.  

Grabois está construyendo una red de contactos más allá de Unión por la Patria, espacio al que se integró desde su propio partido, Patria Grande. Lejos del sectarismo, se amigó con Martín Guzmán, a quien le pidió perdón por los ataques del pasado, y se reencontró con ex dirigentes del macrismo como Nicolás Massot o Emilio Monzó. Con ellos trató temas puntuales, de su interés, como el rol que tuvo el Fondo de Integración Socio Urbana (FISU), que el Gobierno eliminó, pero que se había creado a partir de una ley sancionada durante la gestión de Mauricio Macri. También dialoga con Martín Lousteau o Maximiliano Abad, dos referentes del radicalismo en el Senado, a quienes pide por el mantenimiento del monotributo social, que la ley bases pretende disolver. Y tiene lazos con ex larretistas como María Migliore.

Aunque no dirá nombres, asegura que lo llaman referentes empresariales, del campo y de la industria, y en los últimos meses se le acercaron algunos jefes sindicales. Además de Pablo Moyano, tuvo reuniones con el líder de la UOCRA, Gerardo Martínez, y de Smata, Ricardo Pignanelli. No le reconocen un liderazgo, eso está claro, pero sí empiezan a mostrar interés en saber qué piensa y qué quiere hacer. Las encuestas las miran todos.

“Adonde va lo reciben”, refuerzan a su lado para dar cuenta de sus contactos políticos, que se ampliaron a gobernadores del PJ, como Sergio Ziliotto, de La Pampa, o Ricardo Quintela, de La Rioja. El sábado pasado estuvo en Pilar, junto al intendente Federico Achával. Cuentan sus allegados que antes iba a un municipio y los intendentes pasaban de largo.

Aunque bajó el ruido, la interna peronista en la provincia de Buenos Aires está lejos de ordenarse. Grabois se corre. “Me importa dos pepinos”, avisa. Lo dejó demostrado cuando se ausentó del acto de Cristina en Quilmes, donde la expresidenta intentó escenificar su mando interno. Tampoco fue al de Kicillof en Florencio Varela. “Nosotros estamos construyendo otro camino y después vamos a confluir”, explica sobre su armado de cara al 2025, que lo define sólo como un paso más hacia su verdadera construcción, que es la presidencial de 2027. La hipótesis política con la que trabajan en su fuerza es que Unión por la Patria va a seguir unido a pesar de las tensiones, porque Milei termina cohesionando al peronismo.

Su estructura política todavía es escasa. El partido, que preside Grabois, se creó en 2018 con personería en seis provincias. Cuenta con dos diputados nacionales, Itai Hagman y Natalia Zaracho; un senador provincial, Federico Fagioli; una diputada bonaerense, Lucía Klug, y una legisladora porteña, Victoria Freire. Milei llegó a presidente con un sello con dos diputados.  

Otra dificultad son sus modos. Viene de dos episodios lamentables. El primero, cuando lo apuró en vivo a Ramiro Marra para pedirle que le diera “la mano como un hombre”. Todos en su espacio lo cuestionaron. El otro lo protagonizó esta semana, en la que se trenzó en una discusión de pasillo con Leila Gianni, la abogada de Capital Humano. “Preferiría otro formato, pero tampoco creo que hay que dejarse insultar, además no soy ni quiero ser un político profesional”, se ataja sobre la manera en la que se expresa. Sobre Marra, en la intimidad reconoce que estuvo mal. En su equipo se agarran la cabeza cada vez que es noticia por los exabruptos, pero también prestan atención a la reacción callejera. “Esas cosas restan entre quienes nunca lo votarían pero cuando sale a la calle, muchos se lo reconocen, lo de la manito pegó”, explican a su lado.

“No me gusta verme, pero como todos, hago lo que puedo”, se justifica Grabois. “Tengo sangre, me hierve con estas injusticias extremas y la soberbia de los verdugos”, insiste, y cuenta que trabaja “muchísimo” para cambiarlo. “He mejorado sustancialmente aunque no se note”, dice. Es raro. Aunque no quiera ser un político profesional, eso parece importarle.

MV/DTC