“¡A mí nadie me va a decir lo que tengo que decir! ¡No me rompas las pelotas!”, le dijo Agustín Rossi a Alberto Fernández. Kirchnerista irreductible, Rossi quería hablar sobre la situación de los ex funcionarios que estaban presos sin condena durante el gobierno de Mauricio Macri y Fernández insistía en que no había que generar tensiones con el resto de los espacios que se predisponían a formar un espacio común después de años de distanciamiento. Corría febrero de 2018, los dos integraban el Grupo UMET que pretendía alumbrar la unidad del peronismo y la escena, según narra el periodista Diego Schurman en su libro “Alberto”, no terminó a las piñas de milagro. No había jerarquías. Fernández y Rossi eran pares con historias distintas: uno había abandonado el barco del kirchnerismo, otro había permanecido fiel hasta el final. Según cuenta Schurman, un año después, cuando Rossi era precandidato a presidente y el dedo de Cristina Fernández eligió al profesor de Derecho Penal de la UBA y se viralizó el video de la fórmula, al rosarino le costó unas cuantas horas salir de su estado de incredulidad. Sin embargo, se puso a disposición y, cuando Alberto le pidió que le armara la campaña en Santa Fe, respondió: “Mejor que te la organice Perotti. Tenés que hablar con él”.
Tres años después de aquel cruce en el auditorio de la universidad del sindicalista y empresario Víctor Santa María, Fernández y Rossi volvieron a tener una discusión de alto voltaje. Esta vez, fue el Presidente el que le pidió a su ministro que compitiera en la interna en Santa Fe para después reclamarle que diera marcha atrás sin éxito y echarlo finalmente por televisión. El viraje de Fernández tuvo, en este caso, una explicación.
Enterado de la movida, Omar Perotti había llegado al despacho de la vicepresidenta a través del ministro Eduardo De Pedro para sellar un acuerdo que sorprendió, dentro y fuera de las filas del Frente de Todos. El mismo Perotti que el 14 de agosto de 2018 había actuado a pedir de Claudio Bonadio y había votado el allanamiento a la casa de Cristina era ahora el privilegiado para el armado del Frente de Todos. Separados al nacer, durante el conflicto por la resolución 125, el rafaelino se había pronunciado a favor del activismo rural y el rosarino había sido atacado a huevazos en Laguna Paiva.
Pese a que Rossi siempre tuvo un techo muy bajo en su provincia, en esta oportunidad las encuestas que miraban en Casa Rosada le daban chances de pelear en el marco de la unidad y fue por eso que Fernández le pidió a su ministro de Defensa que compitiera en las legislativas. El peronismo aparecía tercero en las encuestas y cerca de AF creían que Rossi ampliaba a la coalición que lidera el ex intendente de Rafaela.
La relación entre el Presidente y el gobernador hace tiempo no es la mejor: primero la expropiación a Vicentin, después la política sanitaria y finalmente el cierre de exportaciones de carne provocaron cortocircuitos públicos y generaron malhumor en Olivos. Pero lo que más enojo generó fue la respuesta ante la pandemia: al lado de Fernández, están convencidos de que Perotti actuó en sintonía con Juan Schiaretti y Horacio Rodríguez Larreta guiado por Guillermo Seita, el empresario que asesora a los tres mandatarios. En Olivos dicen que Seita es el responsable del desafió al Presidente y ven a Perotti como parte de un triángulo de poder que enlaza los intereses de la zona núcleo con los de la Ciudad. Nada de eso, se ve, preocupa en el Senado.
El desacuerdo en torno a las listas en Santa Fe encadena las diferencias nunca saldadas en la familia ensamblada del Frente de Todos con la falta de comunicación interna, una serie de desacuerdos que termina con Fernández sin uno de sus ministros fundamentales y para el que, según admite el gobierno, hoy no tiene reemplazante. Sin plan B y después de que CFK cerrara con Perotti, Fernández despidió a Rossi por televisión como ya lo había hecho con su socia Marcela Losardo. Esta vez, según aseguran desde el albertismo, lo que quiso fue disuadir al ministro de Defensa y la situación se le fue de las manos. Muertos Hermes Binner, Miguel Lifschitz y Carlos Reutemann, con Perotti sin reelección, Rossi cree que tiene posibilidades de pelear para gobernar la provincia y lleva como segunda en su lista a la vicegobernadora Alejandra Rodenas, que acaba de pedir licencia para enfrentar al gobernador. Pero además, el todavía ministro no parece dispuesto a convalidar una vez más el antojadizo criterio con el que se asignan los premios y castigos en la alianza gobernante. Leal primero con Cristina, lo fue también con Fernández: en julio de 2020, ante las críticas de parte del FDT, salió a pedir “bancar a Alberto. Con corazón y con cabeza. Por historia y por futuro”.
Lo que algunos cristinistas disciplinados defienden ahora como una nueva genialidad de la vicepresidenta, acordar con uno de sus detractores históricos, generó un cimbronazo en Olivos y provocó la pérdida de uno de los ministros con más experiencia en el gabinete. Con múltiples expresiones no siempre coincidentes, el pragmatismo hasta que duela no se reduce a la novela de Santa Fe. Puede observarse en la alianza de hierro con Sergio Massa, otro de los que movía sus influencias en Comodoro Py para arrinconar a CFK entre 2015 y 2019. También en el decreto -criticado por Máximo Kirchner- que firmó Fernández a pedir de Pfizer, después de larguísimos meses de discusión pública y el contrato que el gobierno acaba de firmar con la farmacéutica norteamericana para que lleguen 20 millones de vacunas antes de fin de año. Pero sobre todo, por el anuncio de Cristina la semana pasada, en medio de la presentación de las listas, sobre el destino de los Derechos Especiales de Giro que llegarán al país a fines de agosto.
Una vez más, la ex presidenta salda una discusión interna contra las pretensiones de su propio espacio y le devuelve el aire a Martín Guzmán tras una larga temporada de desacuerdos. El gobierno hará lo que los senadores de Cristina consideraban una herejía: utilizará la plata del Fondo para pagarle al Fondo. El regalo del cielo que cae gracias a que Joe Biden ensaya una estrategia distinta a la que puso en práctica Donald Trump no irá destinado a mejorar la vida de las mayorías que vienen padeciendo tres años y medio de caída en los ingresos.
Las cartas, la presión y los pronunciamientos promovidos desde el Instituto Patria no lograron el efecto deseado y el 22 de septiembre Guzmán pagará el primero de los dos vencimientos por 1800 millones de dólares con el organismo que conduce Kristalina Georgieva. Al final, la pirotecnia de meses sonó como un chasquibum y Cristina volverá a honrar la tradición de “pagadores seriales” que, según su propia definición, caracterizó siempre al kirchnerismo.
La coalición panperonista no quiere afrontar mayores turbulencias en plena campaña electoral y hará todo lo que esté a su alcance para evitar una nueva devaluación camino a las generales de noviembre. En el gobierno, tienen claro que hoy la mayoría se saca los pesos de encima lo más rápido que puede y ven cómo las empresas aumentan sus márgenes de ganancia vía traslado a precios. De ahí, la decisión de actualizar paritarias y ofrecer paliativos para recomponer lo que pierden los pesificados, en una carrera interminable donde los asalariados siempre corren desde atrás y el conflicto distributivo se resuelve peor, como marcan los índices de desigualdad.
Lo que agradecen los mercados, el establishment y el propio Fondo es lo que, según la opinión mayoritaria en el poder, era la jugada de manual que debía ejecutar el gobierno. Más difícil de entender es el derroche de energía y el incesante ida y vuelta para terminar, finalmente, en busca de un acuerdo con el organismo que Macri trajo de regreso de manera irresponsable: con un endeudamiento fenomenal en tiempo récord y una cifra inédita incluso para el propio Fondo, que violó sus propios estatutos por decisión del norteamericano David Lipton para sostener la quimera de la reelección. Otro desgaste innecesario, en ese caso de Estados Unidos y la oposición, haber invertido tanto en promover a un candidato que sus socios de ayer iban a jubilar en un abrir y cerrar de ojos.
Sobreviviente de la tensión interna, Guzmán fue uno de los pocos que no se sorprendió el sábado pasado cuando Cristina pronunció las palabras mágicas: “No vamos a poder destinar los USD4.300 millones que recibiremos del FMI a recuperar la economía”. El ministro de Economía viajó a Venecia, el 7 de julio pasado, con la certeza de que la vicepresidenta acompañaba su postura, después de un proceso de discusión interna que lo ungió como vencedor sin estridencias. Los movimientos de Guzmán durante la cumbre del G20 ya anticipaban lo que confirmó la vice en Escobar. También sus reuniones con Georgieva y Janet Yellen, en las que quedó claro que Argentina iba a cumplir con sus compromisos en el segundo semestre.
Sin embargo, la palabra de CFK cambió por completo el panorama doméstico. “Cristina es una persona muy importante. Tiene ese poder, esa capacidad”, dice un importante funcionario de Fernández que participó de las tratativas. Apagar la histeria en los mercados, dopar a las fieras del establishment y demostrar, una vez más, cómo los circuitos hiperinformados pierden energía y tiempo en discusiones estériles. Salvo que el Fondo exija un ajuste más profundo que el que ya hizo el gobierno durante el primer semestre vía licuación de ingresos y erradicación del gasto Covid, no habrá ningún default con el organismo. Por eso, nada se sabe de la querella criminal por el endeudamiento bajo Macri que el Presidente anunció en la apertura del año legislativo.
Lo que está pendiente ahora es cuándo llegará el nuevo acuerdo y qué pasará con la segunda cuota que Argentina tiene que pagar dos días antes de Nochebuena. Guzmán viajará a Washington entre el 14 y el 20 de octubre para participar de la Asamblea del Fondo y la cumbre del G20. ¿Los Fernández piensan abonar U$S 1800 millones más y perder la mayor parte de los DEG, cuando se está negociando un entendimiento con el FMI? ¿Y si Guzmán logra el acuerdo con Georgieva antes del 22 de diciembre, pero falta la firma del directorio del Fondo y la aprobación del Congreso? ¿Pagarán de todas formas o el ministro está pensando en que es posible recuperar ese monto con el nuevo programa y saldarlo después a 10 años? Son las preguntas que no tienen respuesta, en el marco de un proceso en el que el FMI se lavó la cara en muy poco tiempo y ahora aparece, casi magnánimo, con el objetivo declarado de sacar al peronismo de la trampa en la que cayó, producto de la alianza del propio Fondo con Macri.
DG