El día después de las elecciones empezó bien para Cristina Kirchner. Quedó satisfecha por el repunte electoral en el conurbano bonaerense, la zona núcleo de su fuerza, y, a diferencia de lo que había ocurrido en septiembre después de las PASO, no debió desesperar al lado del teléfono. El Presidente, con el que habían intercambiado mensajes el día anterior, la llamó, le preguntó por su salud, le transmitió su análisis sobre los resultados electorales y coordinó con ella algunos de los próximos pasos del Gobierno. Cansada de que la señalen como la única culpable de las fricciones internas en el oficialismo, Cristina decidió darle un poco de aire a un matrimonio político que, ya lo sabe, no será para toda la vida.
Mientras monitorea las variables económicas de la gestión por medio de funcionarios y asesores de confianza, y fantasea con concretar en 2023 la sucesión política que postergó en 2019, una abdicación en favor de sus herederos naturales, la vicepresidenta delinea el papel que tendrá en los próximos dos años. Consciente de que la fortaleza de la oposición no deja margen para una ruptura de la coalición que ella construyó, planea fortalecer su papel de guardiana del contrato electoral de 2019 y erigirse en una suerte de contrapeso del FMI. Dicho de otro modo: el Presidente no se quedará sin su vice y tendrá el apoyo de Cristina para avanzar en una renegociación de la deuda, pero deberá gobernar en el camino de cornisa que quede entre los condicionamientos del Fondo y las exigencias de Cristina. “Si el FMI no permite mayor déficit, ella no va a permitir que se devalúen los salarios”, explica una dirigente que conversa seguido con la vice.
Atento a esa auditoría interna, el Presidente envió a su ministro de Economía, Martín Guzmán, a exponer ante la vicepresidenta el “programa económico plurianual” que presentará en el Congreso el mes que viene. El encuentro se produjo el viernes 12, 48 horas antes de las elecciones, en la casa de Cristina, en Recoleta. Alberto Fernández se ocupó de remarcar, en el mensaje grabado que emitió el domingo de las PASO, que la propuesta contaba con el visto bueno de su vicepresidenta y del presidente de la Cámara de Diputados, Sergio Massa. “Fue una forma de unificar la personería del Frente de Todos para que el Fondo sepa que hay una sola posición”, resumieron en el Ministerio de Economía. El Presidente también había acordado con Cristina el formato del anuncio. Incluida en todo el proceso decisorio, ella devolvió gentilezas: el domingo le escribió al Presidente, siempre por Telegram, para felicitarlo por el tono y el contenido del discurso. “Fue un mensaje afectuoso”, se alegró Alberto ante sus colaboradores.
Fue parte de una serie de gestos de recomposición, interpreta el ala vasomediollenista del oficialismo. El 27 de octubre, a once años de la muerte de Néstor Kirchner, el kirchnerismo, con Máximo Kirchner a la cabeza, participó del acto que tuvo a Alberto como único orador, en la cancha de Morón. Fue la escenificación de la tregua entre La Cámpora y el Movimiento Evita. El 11 de noviembre, en pleno postoperatorio de su histerectomía, Cristina participó del cierre de campaña y le cedió la centralidad al Presidente. Ese día, le preguntó a Teresa García, senadora electa por la provincia, cómo marchaba el operativo de fiscalización en la provincia, que ella misma le había encargado. La vice cuidó los detalles, jugó a ganar. El lunes posterior a las elecciones, La Cámpora anunció que se sumaba a la concentración que 48 horas después encabezó el Presidente en la Plaza de Mayo, en un principio convocada por los sindicatos y las organizaciones sociales que trabajan para que Alberto gane autonomía frente a Cristina, para que exista el “albertismo”.
En ese acto, Alberto agregó una cuota inesperada de incertidumbre: anunció que en 2023 el oficialismo elegirá a su candidato presidencial en una PASO, un esquema que también promueve Massa. ¿Cristina convalida la jugada? En el círculo más estrecho de la vice hicieron silencio. En un segundo cordón del cristinismo, interpretaron que el Presidente solo procura neutralizar una discusión electoral anticipada y evitar eventuales fugas en el oficialismo. Pero cuestionaron la estrategia: “No hay que hablar de 2023. Este resultado nos dio unos meses de aire. Pero sin 2022, no hay 2023, y el 2022 no depende directamente de ella, porque la lapicera la tiene Alberto. Hay que hacerse cargo de la agenda de la gente, precios, salarios, trabajo, educación, seguridad”. En un tercer cordón respondieron a lo que adivinaron como un desafío de Alberto: “¿Y si Cristina va de nuevo de vice, pero con otro candidato a presidente?”. Alberto responde que ella es la autora de las PASO y que “no hay espacio para designar un candidato más a dedo”.
La vicepresidenta no conversa sobre su estrategia electoral ni con la almohada. Pero algunos se atreven a interpretarla. “El plan original de Cristina para 2023 era un segundo y último gran renunciamiento histórico, en favor de Máximo, Axel o Wado, y ser senadora vitalicia por la provincia de Buenos Aires [terminaría ese mandato con 76 años]. Pero ahora nadie sabe qué puede pasar”, dice un poderoso dirigente de la tercera sección de la provincia de Buenos Aires. Un referente de La Cámpora aporta contexto. “En 2019, Cristina buscó dos cosas: volver a unificar al peronismo y un trasvasamiento generacional ordenado, para que no pasara lo de 2015, cuando surgieron tensiones por el protagonismo que habíamos tomado nosotros. En 2019 no quería ser vice y hoy no quiere volver a ser presidenta. Preferiría estar en El Calafate. Su idea para 2023 es decir: ‘Ya hice mi aporte’. Pero hay que ver si alcanza el tiempo para pasarle la posta a Máximo o Axel, o si la realidad la vuelve a meter en el barro”. ¿Y podría volver a acompañar a Alberto como vice? “Antes que nada, ella es responsable. Pero no la está pasando bien. Está muy incómoda”.
El vínculo entre Cristina y Alberto sigue averiado. “Se agotaron mutuamente, se picaron el boleto”, describe un ministro bonaerense. Los dos decidieron, sin embargo, volver a intentarlo, como un matrimonio muy desgastado y cargado de recriminaciones que, después de varios portazos y una separación momentánea, decide retomar la convivencia, “por los chicos”. Desde la perspectiva del Presidente, “ahora los roles están más claros”. Desde la vereda de la vice, la cuentan distinto: “Ahora Alberto ve las cosas de otra manera, se dio cuenta de lo que estaba pasando”. Como en los matrimonios, los diagnósticos son una invitación a la pelea.
El mecanismo de consulta, mucho más frecuente, y, sobre todo, el resultado electoral, que dejó al oficialismo con vida de cara al 2023, evitaron que volviera a aflorar una disputa interna que sigue vigente: la discusión sobre el rumbo económico del Gobierno y la falta de un mecanismo de resolución de las disputas. Es una pelea que Cristina apaciguará en el corto plazo, para permitir que Alberto avance en las negociaciones con el Fondo y relance su gobierno, a partir de un acuerdo político con un sector de la oposición. La vicepresidenta entiende, según transmiten dirigentes que la frecuentan, que el cimbronazo de septiembre permitió que se alcanzara un acuerdo en el oficialismo sobre las características que deben tener las tratativas con el FMI. “Hoy, hasta Guzmán dice que el peor escenario es un mal acuerdo”, señala un dirigente de La Cámpora.
Las tensiones se contuvieron con esfuerzo después de la crisis que siguió a las PASO. Guzmán visita a Cristina, le anticipa sus movimientos, intenta convencerla. La vicepresidenta hizo un balance positivo de los cambios en el Gobierno, está conforme con el desempeño del nuevo gabinete. “La carta sirvió”, titulan dirigentes de su entorno. La frase enfurece al Presidente. “La carta hizo mucho daño y, aunque no vaya a pedir disculpas, ella lo sabe -retrucan en el sector presidencial de la Casa Rosada-. Empezamos la campaña para las generales mucho más abajo que para las PASO.” La paternidad de la remontada parcial es otro motivo de discusión. “Con solo dos meses sin ajustar y designando gente normal en el gabinete, recuperamos. Eso lo impuso Cristina, sobre todo en el gobierno provincial”, dice una dirigente que tiene línea directa con Cristina, en una ráfaga que también alcanza a Axel Kicillof. Después del 14 de noviembre, la vicepresidenta no analizó solo los datos de la provincia de Buenos Aires. Oscar Parrilli, el dirigente con el que más interactúa en el día a día, le acercó un análisis numérico de todas las provincias, que indica que el Frente de Todos creció en todos los distritos respecto de las PASO, con excepción de Tucumán, que había tenido una competencia muy fuerte el 12 de septiembre.
En el mediano plazo, las diferencias parecen destinadas a reaparecer. “El quilombo no está resuelto. Hay una situación estructural. Los dos deben poder calibrar el vínculo”, dice un dirigente que habla con los dos pero que tiene como jefa a Cristina. “Está claro que el que gobierna es Alberto. Pero si no la consultan, que después no se quejen”, dice un senador cristinista. En el entorno del Presidente replican: “Ella tiene que entender que es la referente de una parte del frente político, no de todos. Deberá volver a ser la de 2019. Acompañaba a Alberto, no le imponía”. En una y otra vereda hay una coincidencia: no hay margen para una ruptura del Frente de Todos. “Cristina no va a romper lo que ella armó. No es ni Cobos ni Chacho. Romper la alianza electoral es una estupidez política”, dice una dirigente con peso en el Congreso. “Para ganar en 2023 hay que cumplir con el compromiso electoral de 2019. Se va a dar una discusión sobre qué significa eso y qué políticas hay que aplicar. Es una discusión sobre la conducción del frente”, dice un funcionario nacional que gobernó en el conurbano.
Cristina da la discusión interna sobre el rumbo económico del Gobierno a partir de la información que recoge de funcionarios de confianza: entre otros, el ministro del Interior, Eduardo “Wado” De Pedro; la directora ejecutiva de la Anses, Fernanda Raverta; la directora de PAMI, Luana Volnovich; el interventor del Enargas, Federico Bernal, y el secretario de Comercio Interior, Roberto Feletti, al que convocó en persona para que se pusiera al frente del control de precios de alimentos y medicamentos, dos de las preocupaciones que había señalado en su última carta. Le transmitió estar convencida de que para contener la inflación la fiereza política no es suficiente pero sí necesaria. Cristina mira con preocupación el fenómeno internacional de inflación de los alimentos y sigue con atención los pronósticos sobre una próxima crisis del sistema financiero internacional. Suele conversarlo con Sabino Vaca Narvaja, embajador en China, experto en política internacional.
Su dispositivo político incluye también a Kicillof, con el que habla mucho de economía; a senadoras como Anabel Fernández Sagasti y Juliana Di Tullio; a diputados como Leopoldo Moreau; al procurador del Tesoro, Carlos Zannini, y al viceministro de Justicia, Juan Martín Mena. De manera más pronunciada, la vicepresidenta delegó la conducción política diaria en Máximo. A contramano de los pronósticos de radicalización, Cristina alimenta en persona el vínculo con los sectores más tradicionales del peronismo territorial, los gobernadores y los intendentes del conurbano.
Otro economista al que consultó en los últimos meses es el expresidente del Banco Central Martín Redrado. No es casual. Después de los cambios que aceleró en el gabinete, las críticas de Cristina hoy no apuntan contra Guzmán, sino contra Miguel Ángel Pesce, titular del BCRA. Uno de los dirigentes que la frecuenta le acercó un dato: pese a que en los últimos dos años la Argentina tuvo un superávit comercial cercano a los US$ 25.000 millones, solo incrementó sus reservas en US$ 5.000 millones. La liberación de los dólares financieros dispuesta después de las elecciones no basta para enmendar la pérdida de divisas que se produjo el año pasado y que, según ese diagnóstico, complica la posición de la Argentina en las tratativas con el FMI. Las características del acuerdo con el Fondo moldearán la letra chica del papel que jugará la vicepresidenta hasta 2023. Las voces más extremas del “albertismo” advierten que, frente al esquema que impone Cristina, al Presidente solo le cabe ser “esclavo o traidor”. En el kirchnerismo responden con pragmatismo: “Un mal acuerdo con el FMI, te obliga a un ajuste. Si ajustamos, perdemos en 2023 y Cristina no quiere nada de eso”.
GS