Lula Da Silva ganó y volverá, en enero próximo, a ser presidente de Brasil. Su victoria produjo un fenómeno que debería ser -pero no es- habitual: el grueso del sistema político argentino celebró, unos con más intensidad que otros, que Jair Messias Bolsonaro no logre su reelección. El scrum fue de Alberto Fernández a Horacio Rodríguez Larreta, de Facundo Manes a Cristina Kirchner. Pasadas las 23, Mauricio Macri se plegó al pelotón. A la medianoche, en un dato que no desentona -y que parece combinar táctica y convicción- Patricia Bullrich no había dicho nada sobre la elección de Brasil.
La definición del futuro presidente de la principal potencia del continente, a la que está atada en gran medida la suerte de Argentina, no es un asunto menor. Detrás del juego de espejos al que se lanzó la política criolla, el impacto de la victoria de Lula debe proyectarse, antes que nada, por lo que evita: un segundo mandato de Bolsonaro podría ser fatal para el vínculo bilateral y para cualquier construcción regional.
El protagonismo que Fernández construyó desde la CELAC, más allá de sus vínculos, se nutrió de la expectativa por el regreso de Lula. “Los países de Europa apostaron a la CELAC a la espera de que se convierta en una CELAC con Brasil adentro y eso solo era posible con Lula”, explicó a elDiarioAR un funcionario involucrado con esas negociaciones. En un renglón de segundo orden, puede influir también en lo que ocurra con la próxima conducción del BID.
Las bondades del triunfo de Lula, que deberá convivir con un Bolsonaro que se perfila como jefe de una oposición con mayoría en el Congreso, poder de movilización callejera y expansión territorial, se deben medir en el plano conceptual porque ayuda a un frenar el giro extremo, hacia la derecha, que anticipaba un segundo Bolsonaro. Si se lo mira en crudo, es más que la consolidación de un bloque de perfil progresista.
La elección de Brasil demostró eso: Lula no es, porque no pudo ser, lo que fue en sus anteriores mandatos. Tuvo que migrar hacia el centro, moderar su discurso y, en un gesto que define su sacrificio, sellar un acuerdo con sectores que validaron la caída de Dilma Rousseff y su propia persecución y encarcelamiento. Así y todo -¿alguien puede decir que por eso?- Lula ganó con lo justo y que Bolsonaro, según los datos finales, lo duplicó en crecimiento de votos: el líder del PT creció de 58 a 60 millones de votos, y el actual presidente pasó de 51 a 58 millones.
Espejos
Hay un dato que debe leerse en clave local: Bolsonaro estuvo muy cerca de surfear la tendencia mundial de los oficialismos en pandemia derrotados. Post pandemia en América del Sur hubo cinco elecciones presidenciales: en todas perdieron los oficialismos. Cuatro fueron espacios de izquierda; uno de derecha.
Cuando al sur del río Iguazú, la política criolla -sobre todo el peronismo y su marca de fantasía, el Frente de Todos (FdT)- se zambulle a espejar escenarios, se topa con que Lula -podría decirse “herbívoro” para remitir al tercer Juan Domingo Perón- le ganó con lo justo frente a un Bolsonaro, que no paró ni un minuto de radicalizarse, y carga con los estragos de la pandemia que minimizó y una crisis económica que recién sobre en los últimos dos meses se aplacó.
Cualquiera sea el postulante del FdT, deberá cargar con el peso de un gobierno en crisis. Hay una tentación en sectores cristinistas de traducir el desarraigo que Cristina Kirchner hace de la gestión de Fernández, como un movimiento para no tener que cargar con ese peso. La vice aparece, claro, en el espejo criollo del regreso de Lula y hay una música que plantea que el mismo momento que el PT ganó el balotaje, empezó a definirse la candidatura de la vice para el 2023.
Al margen del factor -nada menor- de que Lula era opositor, el argumento del cristinismo es que el brasileño confirmó que el líder del espacio debe ser el candidato, porque no hay traslación posible de votos. Le pasó a Lula con Fernando Haddad en 2018. Cristina lo entendió en el 2019 y ensayó un formato intermedio: integró la fórmula como vice, una especie de garante. Ese experimento, electoralmente magistral, fracasó en la gestión y la convivencia. Lula, según esa lectura, le marca el camino a Cristina. Por las dudas, en el búnker del PT en São Paulo, el domingo estuvo Eduardo “Wado” De Pedro, ministro del Interior, figura que no casualmente empezó a mencionarse como candidato para el 2023 desde el dispositivo K.
Pero, aunque es la jefa del clan con más peso y épica, la vice no está sola. Fernández, que habló por teléfono con Lula, viajará este lunes a Brasil para un encuentro bilateral y para nutrirse, como los demás, de esa victoria que se lee como la consolidación de un espacio “progresista” en la región, aunque el perfil de los últimos gobiernos, como el de Gabriel Boric, sea muy centrista.
En el massismo, a pesar de que Sergio Massa dice y manda a decir que no está en carrera para el 2023, hacen una diagonal sobre el fenómeno Lula: apuntan que el giro que el líder del PT hizo hacia el centro perfila que el tiempo que viene es de figuras más moderadas, la ancha avenida del medio que le gusta transitar a Massa. La suerte del ministro, de todos modos, depende de la economía criolla que, eso sí, puede beneficiarse o dañarse en función de lo que ocurra en Brasil.
Al margen del fervor de domingo, aparece otro componente más realista: Lula asumirá en enero y deberá enfrentar un Brasil difícil, en un tiempo difícil. quizá con medidas antipáticas y posiblemente sin tiempo suficiente para mostrar resultados cuando Argentina vaya a las urnas para elegir al próximo presidente.
PI