Análisis

El desafío de reconstruir un sistema para que el odio deje de ser negocio

4 de septiembre de 2022 00:02 h

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Horas, días, semanas y años antes de intentar asesinar a Cristina Fernández de Kirchner, Fernando André Sabag Montiel, un “loquito suelto”, se cruzó con mensajes que describían a la vicepresidenta como una mujer perversa, mera delincuente cuyo objetivo era saquear al país. El cristinismo fue descripto en el prime time como una organización criminal compuesta por “totalitarios”, “nostálgicos del terrorismo”, “farsantes de izquierda”, “zurdos”, etcétera. Personas comunes, como el propio neonazi tatuado, ganaron minutos de aire gracias a que fomentaron el racismo y la violencia: dieron bien en cámara. Por arriba y por abajo, varios jugaron con la idea de vivir sin Cristina. Las frases quedaron flotando en el aire para ser interpretadas, whatsappeadas y retuiteadas.

Por supuesto que la endogamia y el relativo anonimato que ofrecen las redes sociales son el hábitat por excelencia de ese tipo de manifestaciones. Sin embargo, en la Argentina hay un dato sobresaliente que dialoga con la difusión viral. Esas “ideas fuerza” contra Cristina, sus mundos, los “planeros”, la “invasión” inmigrante, los mapuches, los montoneros y la izquierda campean en varios segmentos diarios de los principales grupos mediáticos. Ellos proponen en programas matutinos, bloques de humor, tuits y monólogos nocturnos; la audiencia responde con rating y clicks.

Hay políticos ambiciosos que sacan cuentas, como Patricia Bullrich y Elisa Carrió, por citar a dirigentes estelares que no atinaron siquiera a condenar un intento de magnicidio tan flagrante como el visto el jueves por la noche. El descarado llamado a la violencia por parte de los libertarios Javier Milei y José Luis Espert desorientó en los últimos tiempos a ciertos dirigentes de Juntos por el Cambio; no saben si tratarlos como aliados o lanzarse a una competencia alocada por la temeridad. El dilema atrapa a los Martín Tetaz de la política.

El recorrido entre dos hechos existentes (la amenaza y la deshumanización proferidas en el discurso público y el dedo en el gatillo en una esquina de Recoleta) merece ser abordado, aunque sin eslóganes que faciliten la tarea. Hay procesos históricos, sociológicos y psíquicos a tener en cuenta. Mientras tanto, la tentación en sectores oficialistas de asignar toda crítica o investigación judicial al dispositivo de odio no hará más que profundizarlo.

El recorrido entre dos hechos existentes (la amenaza y la deshumanización proferidas en el discurso público y el dedo en el gatillo en una esquina de Recoleta) merece ser abordado, aunque sin eslóganes que faciliten la tarea

Era de impugnaciones

No hay dudas de que la democracia argentina transita hace años por carriles separados por muros. Prevalece la impugnación política, intelectual y moral del adversario, y para mantener en pie esa división, la exacerbación de la violencia simbólica es un pasaporte efectivo. Tal escenario interpela a todo el sistema; también a actores centrales como el kirchnerismo, la izquierda y el movimiento de derechos humanos.

No es cuestión de hacer equilibrismo porque “todos son responsables de la violencia, bajemos un cambio”, y así reposar en la comodidad del engañoso lugar del medio. El equilibrista siempre tendrá a mano la cita de un disparate de un panelista K para compensar el de una estrella televisiva M o L, pero resulta que la diferencia de poderío mediático a favor de la opción M o L es abrumadora. Este texto no propone semejante treta.

Para la mirada progresista, de izquierda, nacional y popular o como se la quiera llamar, se trata de asumir el desafío de lidiar con un adversario de derecha que, incluso con sus falencias y tentaciones autoritarias, participa de la vida democrática y no es equiparable ni asociable a las dictaduras del pasado. Probablemente lo sean algunos de sus miembros, lejos están de serlo la mayoría. La generalización de la acusación suele facilitarle al bloque conservador la tarea de camuflar sus presencias vergonzantes.

El cántico callejero “Macri, basura, vos sos la dictadura” traduce alusiones, por ejemplo, de la propia Cristina, a “los generales multimediáticos y judiciales” que vinieron —en su mirada— a reemplazar a los tanques militares que perpetraban golpes de Estado y desaparecían personas.

Invalidar a los dirigentes de centroderecha y derecha o cualquier adversario como actores legítimos de la democracia implica una holgazanería intelectual que exime de explicar derrotas y mala praxis del propio cuño y, sobre todo, habilita la cancelación del otro como sujeto con el cual discutir o negociar. En ese juego, al enemigo no se le habla; se lo condena.

Antecedentes, atajos y túneles entre relatos

La desaparición seguida de muerte de Santiago Maldonado en Chubut, el asesinato de Rafael Nahuel en Río Negro, el encarcelamiento político de Milagro Sala en Jujuy y la feroz represión de las protestas por la reforma previsional en 2017 están allí, merecen denuncia y búsqueda de justicia. El alerta por la violencia policial durante el Gobierno de Macri y el actual de la Ciudad de Buenos Aires tiene aristas más complicadas, habida cuenta de la similitud de políticas con diferentes administraciones peronistas, por empezar, en la provincia de Buenos Aires. Ya vemos. Los carriles separados por muros mantienen túneles subterráneos.

A Macri seguramente le importa poco y nada la gesta por Memoria, Verdad y Justicia, Ricardo López Murphy firmaría a dos manos una amnistía y Arietto no dudaría en sacarse una selfie abrazada a un falcon verde. Con todo lo rechazable y provocativo que sean esas posturas, no tienen punto de comparación con secuestrar a miles de personas de noche y arrojarlas al río, prohibir la disidencia e instalarse en la Casa Rosada sin ganar elecciones. Sugerir tal equivalencia ofende la memoria del Nunca Más.

A Macri seguramente le importa poco y nada la gesta por Memoria, Verdad y Justicia, Ricardo López Murphy firmaría a dos manos una amnistía y Arietto no dudaría en sacarse una selfie abrazada a un falcon verde

Otro atajo es atribuir la condición de “dictadura”, “fascismo” o “ladrones” a los adversarios actuales porque buscan los mismos fines económicos que la dictadura que comenzó en 1976. Habría que hilar mucho más fino, pero si fuera el caso, una falacia por el estilo le cabría a cualquier partido neoliberal o conservador de Europa con respecto a los totalitarismos precedentes, o al actual oficialismo uruguayo con el régimen 1973-1985. El intento de sentar en el banquillo a políticas económicas lacerantes camufladas en los cantos de sirena del libre mercado —muchas veces votadas por sectores humildes— parece demasiado tentador como para ser mínimamente factible.

Un hombre no mató de milagro a la principal líder política del siglo XXI. Que discursos públicos se dediquen a satisfacer broncas de almas exasperadas como la de Sabag supone un problema grave para la democracia y hay indicios de que podría empeorar.

Si la sociología política de like sirve de algo, habrá que decir que fueron mucho más exitosas las invectivas de Bullrich o las regurgitaciones conspiranoicas de Amalia Granata que las correctas expresiones de condena al intento de magnicidio de la gran mayoría de los integrantes del Pro, la UCR y la Coalición Cívica. No por nada el partido fundado por Macri se desgastó durante horas de debate en torno a su participación en la sesión especial en Diputados, para terminar retirándose la palabra en el recinto con argumentos pueriles. Bullrich estaba al acecho. Al momento de escribirse esta nota, el odioso tuit de la presidenta del Pro cuestionando a Alberto Fernández sin condenar el atentado cosechaba 96.000 “me gusta”, contra los 4.500 likeos a la solidaridad y el repudio al atentado expresados por Horacio Rodríguez Larreta.

El tiempo dirá cuánto campo tiene por recorrer Bullrich en las calles, los barrios y las urnas, y si el campo liberal-conservador habría sido capaz de reconducir el punto límite en que se colocaron sus dirigentes.

Del lado del oficialismo, todavía sujeto a una lógica conmoción por el intento de magnicidio, resta saber si la rebeldía del cristinismo demostrada en lo que va del mandato del Frente de Todos se siente contenida en las expresiones medidas del presidente del bloque de Diputados, Germán Martínez, y dirigentes de peso como Agustín Rossi y Jorge Capitanich quienes, además de la crítica al adversario, ensayaron una mirada introspectiva sobre la responsabilidad colectiva en el resquebrajamiento de la coexistencia democrática.

Al fin al cabo, la cuesta mayor para el frente peronista será demostrar cohesión y capacidad para dar respuestas a demandas sociales y económicas de sectores de la población que se ven seducidos por los fuegos artificiales del extremismo. Con hechos, más que con promesas e impugnaciones, si es que está a tiempo.

SL