“Basta de fair play”. Hermanados en métodos y formas, el fútbol y la política abundan en analogías. En boca de un operador del PJ, el planteo de terminar con el juego limpio electoral demanda una traducción elegante: se refiere a dejar archivar normas que Alberto Fernández puso sobre la mesa, en particular, aquella de no validar candidatos que luego no asuman en sus bancas. Ese artificio no es nuevo y gestó, hace más de una década, un adjetivo distintivo: testimoniales.
Es una trompada de realismo. En Olivos, Fernández se muestra optimista. Proyecta un buen resultado nacional, un punto intermedio entre la PASO y la general 2019 mientras escucha, todavía sin definir, dos enfoques: jugar con candidatos de baja rotación, algo así como el “candidato es el modelo”, o apostar a un scrum de figuras fuertes, ministros y legisladores, con visibilidad y rodaje político.
“Ellos van a poner todo en la cancha: Bullrich, Vidal, Santilli, Manes... ¿Nosotros con qué vamos a ir a esa pelea?”, pregunta, en voz alta, un ministro que entiende la elección como un “todo o nada”, un hito determinante para el gobierno y para el frente electoral. Con el ring central en la provincia de Buenos Aires, desde esa trinchera se preguntan por qué no poder de candidatos a Santiago Cafiero y/o Eduardo “Wado” De Pedro. A esa ruleta, se agregan el nombre de Sergio Massa y el del ministro de Obras Públicas Gabriel Katopodis. En los entornos de todos, claro, se desentienden de esas versiones.
Según una lógica oficial, sin fracturas ni puntos de fuga en el peronismo, la victoria es irrevocable. En modo Duhalde: condenados al éxito. El modo Alfonsín: con la unidad se cura, se educa y se ganan elecciones.
En el ajedrez aparece Agustín Rossi como candidato a senador en Santa Fe. Hace diez días, Omar Perotti visitó a Fernández en Olivos, para un primer sondeo sobre candidaturas y le trasmitió que el lanzamiento del espacio perottista “Hacemos” es un movimiento local que no debe leerse como una disidencia con Nación. Negó, según cuentan en Rosada, que anticipe un alineamiento con el PJ díscolo de Juan Schairetti, tesis que circuló en el FdT por un detalle casi burdo: Perotti lanzó “Hacemos”, un template que el consultor Guillermo Seita usa como genérico en Córdoba y semanas atrás incorporó al correntino Carlos “Camau” Espínola.
La semana pasada, el senador visitó a Eduardo “Wado” De Pedro en Casa Rosada. Fue una coreografía amigable orientada a tratar de unir todo el peronismo de Corrientes que tendrá un primer round este martes cuando cierre la inscripción de alianzas para la elección provincial de fines de agosto. Allí el radical Gustavo Valdés apuesta -en apariencia sin sombras- a reelegir como gobernador.
En Santa Fe hay una historia nutrida de primarias peronistas. La unidad en torno a Rossi supondría una oferta taquillera en un menú donde aparecen además, con pulgares arriba y abajo, la exministra María Eugenia Bielsa, la vicegobernadora Alejandra Rodenas, el peronista Roberto Mirabella y la criistinista “Marilín” Sacnun. Rossi, al margen, se volvió una habitante recurrente en la mesa política de Fernández, lo que aporta un dato catastral que no es menor: es el único dirigente no ambeño. “A Alberto le gusta como opera, como comunica, lo escucha”, dice un colaborador presidencial. Quizá haya que leerlo en otra clave: que, post elecciones, Rossi cambie de rol luego del anunciado refresh del gabinete.
La cláusula no escrita, y a priori hipotética, es que los ministros-candidatos no necesariamente deberían luego tener que dejar sus cargos. Con Cafiero eso parece más difícil porque diez días atrás, Fernández lo designó como jefe de campaña, un mensaje destinado entre otras cosas a apagar el clamor envenenado sobre una candidatura del jefe de Gabinete. “Lo proponen para sacarlo de la chancha pero Alberto no lo va a correr”, lee un entornista del presidente. “Es jefe de Gabinete y jefe de campaña, no puede ser también candidato”, suma otro funcionario.
Kicillof explora la interlocución con los intendentes, oficio que parecía exclusivo de Máximo Kirchner, y recibió a un puñado de alcaldes de la Primera Sección que le elevaron el reproche de que en la Mesa de los Lunes no había delegados de ese grupo
El fin del fair play sería, a su vez, una autopista por la que puedan moverse otros funcionarios, como Fernanda Raverta, de las primeras que apareció en la lotería de candidatos para encabezar en la provincia, Malena Galmarini de Massa o Daniel Arroyo, que comparten rotación con Victoria Tolosa Paz, la más invocada. “Si en la campaña se plebiscita el gobierno, y hay que defender y contar al gobierno, eso lo tienen que hacer gente que forme parte del gobierno”, sostiene un funcionario. . Va atado a un fenómeno que se repasó en elDiarioAR la semana pasada: fuera del elenco oficial, no hay voceros que se pongan la camiseta del gobierno. Entre los legisladores menos.
Teología de la unidad
En torno a Fernández coexisten dos estrategias: candidatos fuertes, con rodaje, o listas más livianas con Fernández y Axel Kicillof al frente de la campaña. El gobernador pareció adaptar su paladar a los asados peronistas que antes rehusaba. -como el que sirvió Alejandro Granados con look deportivo. Fue el primero en entrar en modo campaña. “Axel está muy bien, enfocado, metido de lleno. Sabe que juega mucho, tanto o más que Alberto”, dice un bonaerense.
El gobernador sumó interlocución política con los intendentes, un ejercicio que hasta ahora parecía exclusivo de Máximo Kirchner. En ese training, recibió a un puñado de alcaldes de la Primera Sección que le elevaron un reproche: en la mesa de los lunes no había delegados de ese grupo. “Yo soy albertista como vos, Juanchi”, sorprendió a sus huéspedes, Juan Zabaleta, Gustavo Menéndez, Leo Nardini y, entre otros, Alberto Descalzo.
Fernández confía en la fuerza del peronismo en campaña, en los méritos del gobierno frente a la pandemia y en los fierros del Estado para generar expectativa con obras y “plata en el bolsillo”. Pero, además, invoca como llave para un triunfo garantizado en la provincia de Buenos Aires a la unidad peronista, un superpoder sinuoso y quizá sobreestimado. “Las elecciones se ganan por un voto”, responde cuando le plantean un resultado ajustado, más cerca de los 5 puntos de diferencia que de los 10.
La matemática se nutre de la estadística: las derrotas de los PJ oficiales, -Frente para la Victoria, Unidad Ciudadana- en la última década y media fue consecuencia de los cismas que desgajaron el árbol principal del voto peronista y filo peronista. Traducción: sin fracturas ni puntos de fuga, la victoria es irrevocable. En modo Duhalde: condenados al éxito. En modo Alfonsín: con la unidad se cura, se educa y se ganan elecciones.
La certeza es engañosa. En los quince años recientes, el peronismo bonaerense pasó de cosechar 58% de los votos por dos ventanillas en la madre de todas las batallas entre Cristina Kirchner y “Chiche” Duhalde en 2005 a 32,2% con Néstor Kirchner al frente de un batallón de testimoniales en 2009. En 2013, con Massa independizado acumuló 76 puntos otra vez con doble oferta. En 2017, las listas de Cristina y Massa sumaron por separado 47% y Florencio Randazzo, que este año jugará suelto, alcanzó el 5%. El fenómeno es el electrocardiograma y la migración del voto peronista o filo peronista, sobre todo en las intermedias.
Ignacio Ramírez, el consultor que fue uno de los arquitectos de la campaña minimalista de Kicillof en 2019, juzga “perezoso” el argumento de la unidad como superpoder porque, por la pandemia y su crisis monumental, la vitalidad de esa experiencia frentodista envejeció rápido. Se marchitó, diría un tango. No lo dice Ramírez pero puede reprocesarse así: sin la unidad no se puede, con la unidad no hay certeza de que alcance.
Otro consultor, que pivotea entre los peronismos y Horacio Rodríguez Larreta, anexa su sentencia. “Cualquier, sobre cosa multiplicada por kirchnerismo, da kirchernismo”. Sobre ese mandamiento, entiende que para evitar que enflaquezca la cosecha electoral del FdT, el nombre que encabece en la provincia de Buenos Aires debe estar identificado con el presidente más que con Cristina Kirchner mientras que Massa debe recuperar algo del perfil autónomo del 2019. La agenda del diputado va por ahí y por eso levantará la bandera del jubileo a 4.080.151 monotributistas, de los cuales el 39% están en el AMBA.
PI