“¿La gente? ¿Qué querés que te diga? Acá está todo muy complicado. Hay gente que con la pandemia y la cuarentena dejó de tener trabajo y ya no consigue dónde vivir, y hay gente que está volviendo a lo que vimos en los peores momentos: hacer una sola comida. Estábamos mejor que eso pero mucha gente está volviendo”. Desde hace seis años Alejandra encabeza “Construyendo Sueños”, un merendero de la villa 6 de Cildañez, en Parque Avellaneda, donde vive hace más de veinte años. Prepara la merienda para unas 350 personas y el almuerzo para, cuenta ella, “abuelitas y abuelitos del barrio que necesitan una mano de todos porque no tienen absolutamente nada”.
El 12 de septiembre los resultados de las PASO dieron cuenta de que el descontento con el oficialismo es (casi) nacional: el Frente de Todos perdió en 16 de los 24 distritos de todo el país. Después del escrutinio vino la crisis interna -y pública- de la coalición gobernante, que incluyó cartas, audios filtrados, remociones y nombramientos en el Gabinete de ministros.
Son movimientos que ocurren en una Argentina en la que, según la comparación entre la canasta básica y la “canasta de ejecutivos” que elabora la Universidad del Centro de Estudios Macroeconómicos de Argentina (Ucema), entre junio de 2020 y junio de 2021 los consumos elementales se encarecieron hasta 8 puntos porcentuales más que lo que consumen las clases más acomodadas. A ese dato se suman otros: en el último año, bebidas no alcohólicas y alimentos se encarecieron 53,4%, dos puntos porcentuales por encima de la inflación promedio; la pobreza afecta sobre todo a niñas y niños menores de 14%: casi 6 de cada 10 -el 57,7%- son pobres. Y la tasa de desocupación fue de 9,6% en el segundo trimestre de este año.
Parque Avellaneda, donde Alejandra amasa tortas fritas y no recibe ninguna donación del Estado porteño ni del nacional, está en una de las tres comunas porteñas en las que Leandro Santoro, candidato a diputado del Frente de Todos, obtuvo su mejor resultado. También es la comuna en la que Javier Milei consiguió, porcentualmente, su mejor desempeño en las PASO. En ese distrito, Juntos por el Cambio ocupó el primer lugar, con el 42% de los votos.
Uno no se rebela todo el tiempo ante las condiciones habituales de vida, aunque sean difíciles, porque sería muy frustrante hacerlo si no hay capacidad de cambiarlas
“Acá en la villa la mayoría vota al kirchnerismo. Pero esta vez fue menos gente a votarlos. Hay como una sensación de que están desorganizados o peleados entre ellos, de que no se juntan para sacar el país adelante, de que no esquivan los problemas internos que tienen, y sé que eso enojó a muchos vecinos y hubo muchos que no fueron a votarlos”, describe Alejandra. A su alrededor, alquilar una habitación para cuatro o cinco personas, con baño y cocinas compartidas, cuesta no menos de 18.000 pesos.
“Acá trabajan sobre todo los que tienen 45 ó 50 años. Son los que tienen los mejores trabajos. Los más grandes ya no consiguen nada y con la jubilación chiquita que tienen no llegan a ningún lado. Por eso los ves en la feria vendiendo alguna cosa que hacen, y los ves también buscando dónde vivir. Los más jóvenes tampoco tienen trabajo: les está costando más que antes conseguir. No llegan las oportunidades”, explica Alejandra. Y define: “Cuando estalló todo en 2001 yo ya vivía acá. Fue peor, mucho peor. Había bastante menos trabajo. Pero en algunas cosas acá sentimos que estamos en la orilla de eso. Asusta y duele, y los políticos no se ponen de acuerdo entre ellos y usan el tiempo en eso, en vez de dar trabajo digno”.
“Veo al país lejos de un 2001. Hay una crisis profunda, pero su naturaleza es diferente. La de 2001 fue fundamentalmente económica y financiera, con consecuencias sociales muy altas, a la que se llegó tras una recesión importante de dos años y con niveles inéditos de desempleo. Pero con una sociedad que no había puesto en crisis su sistema político: se sentía todavía representada por los espacios tradicionales”, describe Alejandro Katz, ensayista y editor.
“La crisis de 2001 cambia las expectativas. A partir de allí emerge una sociedad que sabe que el futuro va a ser peor que el pasado. Una sociedad que sabe que tiene al menos un 25% de pobreza estructural, que sabe que los hijos van a vivir que los padres, y con plena conciencia de que no había ningún rumbo al que conducir a este país. La situación a la que llegamos ahora es la de una sociedad que ya se sabe no de clases medias cohesionadas que atraviesan una dificultad, sino la de una sociedad fracturada, en la cual tenemos tres o cuatro generaciones de gente que vive en la pobreza. La crisis de una sociedad a la que ya se le había acabado la ilusión de que los problemas son accidentales o transitorios”, suma Katz.
En este momento, el Estado puede expandir los ingresos familiares de forma limitada porque ya estresó mucho el escenario fiscal. Eso ya se expandió mucho
Maristella Svampa es socióloga y autora de La sociedad excluyente: la Argentina bajo el signo del neoliberalismo. “En la sociedad hay mucho desencanto y la alta abstención electoral lo refleja. Tal vez muchos de ellos vayan a votar en noviembre, pero no está claro por qué tendrían que hacerlo si no se instala la idea de que es posible un futuro mejor. Con el estallido de 2001 tocamos fondo, pero se abrió una nueva situación. La productividad política se movió hacia abajo y hubo un proceso de liberación cognitiva”, explica.
“La gente salió decidida con la idea de que podía cambiar las cosas, ocupó las calles y se reunió en asambleas. Los piqueteros renovaron una generación de militantes de clases medias con su mística plebeya, las fábricas recuperadas generaron cruces intersociales muy intensos. Hoy no veo ese horizonte de liberación cognitiva y me preocupa. No veo, como en Chile, una Argentina despertando por izquierda, dejando de lado el miedo y apostando a la solidaridad. Las organizaciones sociales, aun las más plebeyas, están institucionalizadas y suelen canalizar sus demandas sectoriales hacia el gobierno. No hay sueños de transformación”, describe Svampa sobre la actualidad.
“Hoy hay una pérdida del poder adquisitivo general pero también una cobertura social importante. El ingreso no alcanza y la gente no siente que va camino a estar mejor. Esa situación se explica por los años de macrismo y por la pandemia, no hay forma de que un escenario de pandemia implique mejoras, pero la unidad del campo popular expresada en el Frente de Todos le da plafón a un consenso social de recuperación”, contrapone Daniel Menéndez, coordinador nacional de Barrios de Pie y subsecretario de Políticas Integradoras del Ministerio de Desarrollo Social de la Nación. “Vamos a tener años de crecimiento con mejora en el esquema social, lo que implicará un país con mayor inclusión. La unidad del campo popular y la paulatina mejora social alejan al país de 2001. Es un escenario totalmente distinto”, asegura.
Para el economista Rafael Rofman, director del programa de Protección Social de Cippec, “estamos mucho mejor de lo que estábamos en 2001 y 2002”. “En ese momento la tasa de incidencia de pobreza, en algunos momentos, alcanzaba el 70% en mediciones comparables con el cuarenta y pico de este momento”. “Todas las políticas de transferencias sociales sumadas eran menos de la mitad que actualmente, en términos de PBI. Dicho esto, ahora mismo hay mucha gente pasándola mal. Seguramente el resultado electoral muestre eso: gente desencantada, enojada, con buenas razones y pocas perspectivas, y sin que nadie ofrezca capacidad para cambiar sus condiciones de vida en el corto plazo”, explica Rofman.
Hay algo en lo que todo esto sí se parece mucho a 2001: golpeó a la clase media. Y esa clase media es la que le da laburo a los pobres: de empleada en una casa, de albañil
“En este momento, el Estado puede expandir los ingresos familiares de forma limitada porque ya estresó mucho el escenario fiscal. Eso ya se expandió mucho. Entonces la reacción ante la crisis tiene sus límites. En el mediano y largo plazo debe haber un cambio en la estructura económica del país que evite que se sigan generando familias pobres. Hace falta todo: sostener a las familias en las crisis y generar los cambios”, define el integrante de Cippec.
“A diferencia de 2001, que fue un escenario de derrumbe ante una ilusión y de trauma, ahora hay un acostumbramiento al proceso de deterioro. En economía se habla del sesgo de acostumbramiento, que hace que la vida sea más vivible ante la adversidad. Uno no se rebela todo el tiempo ante las condiciones habituales de vida, aunque sean difíciles, porque sería muy frustrante hacerlo si no hay capacidad de cambiarlas. Creo eso provoca cierta paz social, y desde 2001 el Estado argentino aprendió a dar una serie de coberturas básicas y efectivas, que también provocan paz social”, reflexiona Katz.
Lorenzo “Toto” de Vedia es párroco en la iglesia Virgen de los Milagros de Caacupé, en la villa 21-24 de Barracas. “Yo creo que todavía estamos lejos de un 2001. Ojalá no me equivoque. En esos años acá en la villa no había ni escuela ni policía, nadie entraba acá. El Estado no entraba acá casi de ninguna manera. En ese sentido, con todo el parate que implicó la pandemia, si el Estado siguiera tan lejos habría agarrado a la gente que vive en estos barrios más desarmada. Tienen alguna ayuda, como la Asignación Universal por Hijo o el Salario Social Complementario. Eso hace que la cosa no estalle”, describe “Toto”.
“Pero las cosas están mal. La gente siente el alejamiento de la clase dirigente, que esa clase no tiene los pies en el barro, que no se entera de lo que les pasa. Acá estamos todos esperando que la pandemia vaya terminando y que se reactive la economía. Hay algo en lo que todo esto sí se parece mucho a 2001: golpeó a la clase media. Y esa clase media es la que le da laburo a los pobres: de empleada en una casa, de albañil. Entonces eso se tiene que recuperar para que la cosa no se agrave”.
JR