Patricia Bullrich y Horacio Rodríguez Larreta tuvieron el año pasado una discusión que marcó el destino político de ambos. El jefe de Gobierno le dijo a la entonces presidenta del PRO que iba a lanzar su candidatura presidencial y que esperaba que ella sea su sucesora en la Ciudad de Buenos Aires. El alcalde se quedó perplejo con la respuesta de la ex ministra de Mauricio Macri: también estaba decidida a ir por la Casa Rosada. “Yo tengo los 100 millones de dólares que se necesitan para ganar una elección”, le espetó entonces Larreta, ostentando la holgada billetera y el trampolín que otorga controlar el poder de la Capital Federal. Bullrich retrucó con su lengua filosa curtida por su experiencia: “Yo tengo apenas 2 millones, pero te voy a romper el culo igual”.
Las PASO le dieron la razón a Bullrich, pero la sorpresiva irrupción del libertario Javier Milei le quitó la posibilidad de ser la abanderada del “cambio”. Haber quedado en el último escalón del podio entre los candidatos nominales –incluso quedó detrás del ministro-candidato Sergio Massa– la obligó a recalcular una campaña hacia las generales de este domingo 22 de octubre para las que no se había preparado. Si Larreta pareció fijarse más en la meta que en las etapas –“siempre habló como presidente, no como candidato”, reconocieron a su lado–, Bullrich forzó una estrategia a cortísimo plazo que venció el mismo 13 de agosto. Su candidatura ella sola, si hasta buscó un vice, Luis Petri, tan desconocido como idéntico en valores para no desperfilarla.
Pero para este octubre necesito mostrar volumen y “equipo”. Hace apenas una semana Bullrich presentó a Larreta como su potencial jefe de Gabinete. La voltereta es un reflejo de la cintura política de la postulante de Juntos por el Cambio, que saltó de la JP montonera a ser ministra de Fernando de la Rúa y recalar ahora como candidata del conservadurismo vernáculo. Pero sobre todo es una postal de cómo llega a los comicios más inciertos de los últimos 40 años de democracia: cuesta arriba y con viento en contra.
Bullrich nunca se lanzó oficialmente como candidata. Siempre lo dio por hecho. Desde que le comentó a su mesa chica que iba a postularse allá por el 2020 –según uno de sus máximos confidentes–, entró en un continuum electoral sostenido por su propia convicción. Quizás el puntapié formal fue el día en que volvió, en enero pasado, de unas vacaciones que se tomó en Brasil; pero nunca hizo acto de lanzamiento ni armó un video cinematográfico como el de Larreta desde el kilómetro 0 de la ruta 40.
Nunca paró. En todo el año no se tomó ni un fin de semana de descanso. Dejó de ir a sus clases de yoga. Y sus únicos momentos en un ambiente no-político pasaron a ser los dos días a la semana en que busca a sus nietos en el colegio y comparte con ellos el resto de la tarde. “Vos le decís al norte y Patricia va al sur. No es de terca, sino que tiene convicciones muy fuertes y te las discute hasta la ultima circunstancias. Si hubiera seguido el consejo de todos los consultores que le decían que no le podía ganar a Horacio, no hubiera llegado hasta acá”, la justificó uno de sus asesores principales. A sus 67 años, Bullrich logró su objetivo inicial de meterse en la primera vuelta de mañana.
Más que estructura y billetera, la ex ministra parece haber construido su carrera presidencialista a fuerza de voluntad, carisma y prepotencia. Su caballito de batalla es un discurso confrontativo y de “mano dura”. También siempre hizo alarde de una campaña “austera”: llegó a recorrer cinco veces el país a bordo de aviones de la estatal Aerolíneas Argentinas, aunque también aprovechó generosos préstamos de aviones privados para algún que otro viaje proselitista. Se rodeó de su núcleo de confianza para armar su equipo: un mix entre sus colegas del opositor “Grupo A” –que en 2009 se unió en Diputados para bloquear al kirchnerismo– y los colaboradores que tuvo en Seguridad durante el macrismo.
Hacia las primarias Macri nunca le explicitó su apoyo, pero cuando él se bajó de la pelea electoral fue quien le terminó de aportar los dirigentes y la estructura que le faltaba para emparejar la cancha contra Larreta. Al ex presidente lo motivaba más su enemistad con su sucesor en la Ciudad –mimado del círculo rojo político-económico-mediático– que su amor con la entonces titular del PRO. El espaldarazo de Macri fue un arma de doble filo: su relación personal con Milei y su coqueteo público la misma noche del domingo 13 de agosto fue el primer escollo de Bullrich post-PASO. “Mauricio es un jarrón chino”, dijo con decoro un estrecho colaborador de la candidata. “Es un ex presidente, con toda la complejidad que eso tiene”, entendió otro confidente de Bullrich.
El condicionante Macri quedó latente ante la imposibilidad de Bullrich de erigirse desde el día después de las primarias en la líder indiscutida de la oposición. JxC consiguió como sello un segundo puesto que no esperaba: 28,27%; casi equidistante del 30,04% de La Libertad Avanza y del 27,27% de Unión por la Patria. Y ella como candidata quedó tercera: recogió 16,98%, la mitad de Milei y también lejos del 21,4% de Massa.
La postal que dejaron los resultados fue un baldazo de agua fría. “Al principio la sorpresa de Milei tapó todo”, admitió una de las fuentes consultadas en el comando bullrichista sobre los primeros días tras las elecciones. “Le quedó incómodo el tablero”, dijo un radical que imparte a diario con Bullrich. Su bandera del “orden” parecía poco atractiva ante la dicotomía del “cambio” que conquistó el libertario contra la “continuidad” que planteó el ministro del kirchnerismo. Un confidente suyo de hace más de una década lo puso en estos términos: “El análisis que habíamos hecho era el de 2015, donde el enemigo estaba claro, pero el escenario de los tres tercios nos reveló un elefante que no estábamos viendo”.
El estado de mayor zozobra duró al menos una quincena, un tiempo en el que –según voces dentro de JxC– Bullrich habría perdido hasta cinco puntos de los conseguidos en las PASO. Ya en septiembre buscó dar golpes de efectos para quitarle centralidad en los medios a Milei: anunció a Carlos Melconian como potencial ministro de Economía, presentó un libro, lanzó un virtual gabinete con voceros especialistas en distintas áreas, anunció al filósofo Santiago Kovadloff como “asesor humanista” y se subió a la Patoneta para recorrer medio país. En el medio, limó asperezas con Macri con encuentros reservados del alto voltaje: “Tenemos que dejar de hablar de Macri”, llegó a decir en una entrevista.
Pero eran golpes en el aire en un ring al que no la habían subido. La confrontación abierta entre Massa y Milei, con la inflación y las disparadas del dólar como telón de fondo, la dejaron al margen. La economía es el talón de Aquiles de Bullrich, que fue ministra-de-Seguridad. La repetición de errores no forzados al confundir, por ejemplo, recesión con deflación, la expusieron aún más. El sumun fue el día del primer debate presidencial, el domingo 24 de septiembre, cuando llegó a Santiago del Estero arrastrando una gripe de por lo menos dos semanas y salió a escena con 40 grados de fiebre. El primer eje de presentación fue, justamente, la economía. El abuso de oraciones unimembres fue materia de memes en las redes.
Bullrich acusó el golpe. En las primeras horas post-debate se encerró con su equipo y explicitó la necesidad de un cambio de estrategia contundente para el domingo siguiente. “¿De vuelta me van a seguir con este coaching de mierda?”, pegó el grito en el cielo, según uno de los testigos. “Nunca a Patricia le dijimos qué decir”, aseguró otra fuente que también participó de la reunión. Las versiones se contradicen, pero lo cierto es que Bullrich salió más decidida al combate en el segundo debate en la Facultad de Derecho de la UBA. El primer eje le jugó a favor: era Seguridad. “Fue Patricia”, la elogió otro allegado. Golpeó por igual a Massa y a Milei. Quizás tarde para su plan de campaña, pero encontró el tono en el que se sintió cómoda.
Bullrich afianzó esa estrategia de doble enemigo en el sprint final. El broche lo dio el jueves en su cierre de campaña en Lomas de Zamora. Y acordados los términos de buena convivencia, logró subir a Macri y Larreta a la Patoneta para armar una foto de unidad de JxC. La coalición también tiene el desafío de sobrevivir o romperse después de mañana. “Nos costó demasiado, pero superamos la cuesta arriba”, dijo un confidente de la candidata en las vísperas a que se abran las urnas. Más bélico, otra fuente transmitió el ánimo con que Bullrich anhela entrar al balotaje: “Es la batalla de Stalingrado”.
MC/JJD