Si al concierto de la política argentina le cabe una gramática, una forma de haber sido dicha y traficadas sus maneras en estos últimos 20 años, es porque hubo gente que se sentó a pensar en el negocio de escribir todo eso y ponerlo en pantalla: son los consultores de campaña, los proveedores de marketing y comunicación, esos vendedores de monorrieles. Tipos que le hacen al candidato una cartografía del estado de la cultura y de la época, y de paso le sugieren sacarse el bigote.
Son las seis de la tarde de un jueves cualquiera y en esta pituca sala de conferencias que la Universidad Nacional de Tres de Febrero (Untref) tiene sobre la calle Juncal al 1300, Recoleta dura y pura, Jaime Durán Barba, fabricante de ese compuesto que venimos llamando “el macrismo”; y Antoní Gutiérrez–Rubí, que trabajó en la modulación de Cristina Fernández de Kirchner durante las legislativas de 2017, y con Sergio Tomás Massa en las presidenciales del 2019, están sentados a una silla de distancia. Uno, Barba, es el prologuista del libro que está presentando el otro, Rubí: Gestionar las emociones políticas, se llama el trabajo. Entre los dos, y cada uno desde un borde opuesto, le han dado molde a este jaleo que es la política nacional. Una silla de distancia, apenas, como si hubiera una silla de distancia entre los discursos que han ayudado a construir.
(¿Quién gana en una campaña política? Ya te digo quién no pierde: el consultor.)
La presentación está pensada sin preguntas del público ni entrevistas posteriores, así que no vamos a poder saber cómo ven el incandescente asunto del financiamiento de los candidatos, nudo que hoy tiene a todos muy activos en el mercado de la desmentida pública. No han venido hoy a darle títulos al periodismo porque, como dice Gutiérrez-Rubí, hay que entender este evento como un acto académico. Y bué. La próxima. Si es que hay próxima.
Antes de que el autor se explaye sobre su obra y cierre la jornada, el micrófono va pasando de mano en mano entre los panelistas invitados. El periodista Ernesto Tenembaum pondrá el foco en la distancia que se estira entre la clase dirigente y los ciudadanos, y dirá que es el peor momento de este vínculo en 40 años de democracia, lo que produce el desvanecimiento rápido de las popularidades que llegan al poder. Excepto por López Obrador, presidente de México, le pasó a Boric en Chile, a Petro en Colombia, y ni hablar de Alberto Fernández en este suelo que pisamos.
Diana Wechsler, vicerrectora de Untref, dejará caer el concepto de “fatiga democrática” y lo nombrará como un mal de época.
Shila Vilker, investigadora de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA y analista de opinión pública, pondrá sobre la carpeta de la charla el asunto de la restauración de las emociones como un valor y no como “el imperio del capricho”.
Cuando el micrófono llegue a Durán Barba lo vamos escuchar decir: “De la oposición prefiero no hablar, por salud mental
Cuando el micrófono llegue a Durán Barba lo vamos escuchar decir: “De la oposición prefiero no hablar, por salud mental”. No hay chance de que le preguntemos cómo quedaron las cosas con el entramado del Pro, pero no parece que muy bien. El sarcasmo vino, en rigor, a rematar una idea anterior: “Cristina emociona. Milei emociona. Es una emoción negativa, contra el sistema, pero es una emoción”, había dicho el tipo que conoció a Macri en los tempranos dos mil y que fue el arquitecto de su arribo a la Jefatura de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, en 2007, antes de soltar la cuchilla de su chiste y sostener que prefería no hablar de sus viejos clientes, otra vez: “por salud mental”.
Finalmente, le llega el turno a Gutiérrez-Rubí. La escala de la exaltación política, el acaloramiento y la efusividad en la que estamos inmersos es indecible. Acá hay alguien que va a hablar de cómo gestionar esas emociones.
Emoji
Corría el año 1995 y a los 20 becarios del diario Clarín nos sentaron en una grada de la Fundación Noble, como si fuéramos a ver un partido de básquet, pero ahí adelante no había un partido, había una CPU, un teclado, un monitor y un aparato que al rato empezó a chirriar fuerte. Un eficiente joven de camisita y modales corporativos nos dijo que ese ruido era normal y que nos iba a mostrar una conexión a Internet. No recuerdo haber sentido nada especial, lo que es perfectamente lógico: la historia no avisa.
Por aquellos años, la idea de futuro ya estaba asociada a la tecnología de las comunicaciones, pero se esperaba -o yo recuerdo que se esperaba- otro desenlace: la amenaza de la revolución digital era que nos iba a robotizar, las personas seríamos como autómatas y nos iríamos secando por dentro en favor de una nueva era de la razón técnica, cientificista. ¿Cómo fue, entonces, que llegamos a Javier Milei y su desaforado carajeo de la libertad? ¿A Alfredo Casero haciendo tronar el puño sobre la estupefacta mesa de Luis Majul? ¿A Viviana Canosa metiendo el embrague rabiado de la ofuscación cuando maldice a las “sororas del orrrrrrto”? Todo tramitado sobre la expansión del campo digital, la nueva democracia del enunciado en las redes y el universo multipantalla. ¿Cuándo fue que el hating se volvió un plan? Emociones y política. Emociones políticas.
La RAE incorporó la voz “emoji” a su diccionario en el año 2010 y actualmente la define como: “pequeña imagen o icono digital que se usa en las comunicaciones electrónicas para representar una emoción”. Al final, terminamos comunicándonos con emociones en forma de caritas. Hay una película, muy mala y muy entretenida, bien trashera, que se llama Emoji. Es la historia de un meh (la carita con la que representamos apatía o indiferencia), hijo de padres meh que no entienden por qué su hijo tiene problemas con ser un meh, es decir, con ser un contraemoji, un emoji que no expresa emociones: meh. Toda la película ocurre dentro del teléfono de un adolescente y yo diría que el protagonista es un apático porque, precisamente, está al revés del mundo, en contra del mismo imperio de las emociones al que pertenece. El libro de Gutiérrez-Rubí, dicen sus presentadores, las pone en valor. Pero el libro no se llama “la puesta en valor de”, se llama “Gestionar las”. ¡Viva la emocionalidad, carajo!
Bordes
Cuando toma el micrófono, después de agradecer a todos en general, Gutiérrez Rubí le agradece a Jaime Durán Barba en particular la escritura de su prólogo. Dice que no es un prólogo de compromiso, que realmente Jaime se ha sentado a escribirlo y que le alcanza con que compremos el libro y leamos solo esas primeras páginas, que con eso se da por hecho. Durán Barba sonríe y devuelve las flores recibidas con un gesto de reconocimiento. Se saludan, así, los contemporáneos hacedores del marketing de la pugna, y lo hacen sin pugnas. Mientras las militancias de sus viejos asesorados, cada vez más parecidas a un fandom, se sacan los ojos en esa barraca de fricción y metralla que es tuiter y se graban mutuamente los Space para después convertirlos en pruebas de la nada misma.
El primer concepto que Gutiérrez-Rubí menciona es algo que llama “inflamación de la política”, y seguidamente dice: “Las emociones son capital cognitivo, pensamos lo que sentimos” y con esa certidumbre busca plantar un punto de partida. Lo explica de este modo: “En unos días , nadie recordará lo que dijimos aquí hoy, pero sí tal vez recordarán alguna actitud, algún gesto, y terminarán pensando que eso que advirtieron es un pensamiento, cuando en realidad fue una emoción”.
Finalmente, Gutiérrez-Rubí entrega una organización para pensar el valor del capital emocional. Dice que las emociones generan cuatro cosas.
Uno: “recuerdos. Las emociones son lo que más recordamos. El abrazo de nuestra madre, una comida, un suceso con alguien querido”. Para él, las emociones se imprimen en la memoria de un modo único, nada queda fijado como una emoción bien vivida.
Dos: “las emociones conmueven. Sirven para sacarnos de nuestra zona de confort”.
Tres: “Las emociones nos movilizan, nos animan”.
Cuatro: “Y finalmente, la emociones se comparten, nos sacan del círculo del Yo”.
No parece un decálogo muy sofisticado, la verdad, pero Antoni lo complementa con otro paquete de ideas en donde sí puede verse la dirección de su trabajo y su pensamiento. Dice que la empatía es más importante que la simpatía. Que siempre se le ha pedido al político que sonría, pero que es mejor aún que el político comprenda. Y que pueda ponerse en el lugar de su eventual elector. Comprender el ánimo de tu elector puede entregar empatía. Entonces: “si puedes empatizar, puedes representar”. Habla, Gutiérrez-Rubí, de una calidad emocional y finaliza “Qué hacen y qué sienten los electores es mejor que preguntar qué piensan”.
En el final, Durán Barba y Gutiérrez-Rubí se sacan fotos y firman ejemplares literalmente a cuatro manos. Mañana estaremos otra vez tirándonos con de todo porque se vienen las PASO y hay que resolver el problema del otro, porque el otro es el competidor, no importa si se llama Pato, Horacio, Sergio o Javier. Emociones es lo que sobra. Está bien, entonces, que haya alguien estudiando cómo gestionarlas.
AS/MG