“Los votos son de Javier”. Guillermo Francos repite la frase como un dictamen, una última palabra, un “porque sí”. Razón no le falta a Javier Milei para pensar eso, ni a Francos para usarlo para apagar reproches o demandas internas, pero en paralelo sirve como insumo para explicar un fenómeno del armado mileista: en la foto del gobierno que comienza este domingo el purismo LLA quedó relegado y sin centralidad.
El rifle sanitario fue emblemático, ejemplificador, sobre Victoria Villarruel, que de potencial sombra a la autoridad de Milei, con control sobre Justicia y Defensa, pasó -hasta acá- al protocolar ejercicio de vice. Quienes charlaron con ella en el Senado la notaron displicente pero áspera con el entorno de Milei. Un peronista que orbita ese mundo escucha decir que “Victoria sabe esperar”. Fue, hasta acá, pura torpeza: muy rápido, hizo actos autónomos y se tentó con la juvenilia de alardear el logo propio.
Puede, incluso, que Villarruel no tenga ni siquiera el manejo pleno del Senado que presidirá y donde LLA tiene un modesto bloque de siete, sin rodaje propio, “empresarios que se pagaron la campaña”, dice un peronista que, sin embargo, observa que hay un actor que se mueve sigiloso: se trata de Eduardo Menem, exsenador, hermano del expresidente y padre de Martín, el Menem que quedó como presidente de la Cámara de Diputados.
Villarruel, hasta acá depreciada, integra el pelotón de los candidatos de LLA que tuvieron exposición y visibilidad en la campaña y que aparecen unidos por un hilo rojo: ninguno recaló en cargos de relevancia en el gobierno de Milei. Ocurrió con el excandidato a jefe de Gobierno porteño, Ramiro Marra, un rottweiler mileista, que queda como legislador y Carolina Píparo, candidata a la gobernación bonaerense, que de jefa de la ANSeS pasó a una zona incierta. Si bien la dinámica por las que cada uno quedó excluido tiene lógicas particulares, el resultado final es llamativo en términos políticos y casi de diván: los candidatos visibles de LLA no pesan en el gobierno de LLA. “Los votos son de Milei”, repite Francos.
El resultado primario es, entonces, un loteo extravagante en el primer gabinete. Un funcionario peronista, que a diferencia de otros sí deja su cargo, hace una descripción mordaz pero válida del reparto de poder mileista. “Es 30% de Corporación América (el holding de Eduardo Eurnekian), 30% de cordobesismo no reconocido y 30% de macrismo línea Pepsi. Libertarios rabiosos, a lo sumo, 5%”. Sugiere que el resto son peronistas que se quedan. Más allá del tono caricaturesco, la línea de vida de los principales funcionarios encaja con esos porcentuales aunque los dirigentes vengan de espacios que, en la pública, niegan explícitamente formar parte del gobierno.
Tanto Eurnekian como Mauricio Macri y Juan Schiaretti actúan como si no tuviesen nada que ver con que ejecutivos o funcionarios que trabajaron bajo su órbita ocupen cargos de peso en la gestión Milei. Cómo si todo fuese de Milei -aunque nada sea, en verdad, de Milei-. Lo que efectivamente era, o parecía ser de Milei, no está en el gobierno. Una cuestión de tiempo: si hay una deriva mileista, ninguno habrá tenido nada que ver, si por el contrario hubiese algún futuro medianamente venturoso, todos habrán sido sponsors del disruptivo.
#Peronismos
La paradoja es que el peronismo residual, que expresan entre muchos otros Daniel Scioli y Marco Lavagna, sean más auténticos en blanquear su identidad postfrentodista. Lo de Sergio Massa, con una red en múltiples espacios del Estado, tiene una lógica más instrumental porque tiene la llave del artefacto económico, como si fuese el jefe del escuadrón que puso minas en el campo de batalla y es el único que tiene el mapa para desactivarlas. Pero no todos renuncian en la víspera: en Yacyretá, esa “embajada” a la que aspiran muchos dirigentes, de los cuatro consejeros argentinos solo renunció el massista Raúl Pérez mientas que todavía no mandaron nota Gustavo Canteros, ligado a Scioli, la camporista Ana Almirón y el exintendente del PJ Ricardo Valenzuela. El formoseño Fernando De Vido, que es director ejecutivo, debe continuar 30 días hasta tener un reemplazo: no puede renunciar si no hay un designado en su lugar.
Abundan los casos en los que los delegados de LLA piden la continuidad de funcionarios de segundas o terceras líneas para garantizar la continuidad. En verdad, no es nada extraño: en cada cambio de gestión se suele usar ese formato para que nada se detenga. Lo raro, en este caso, es que Milei quiere que haya aspectos de la gestión que no sigan y una forma de discontinuarla, además de congelar las partidas presupuestarias del 2023 sin actualización de inflación, es que haya una parálisis operativa. En su inicio, el gobierno de Alberto Fernández se demoró en un loteo cruzado, aquello de los ministerios híbridos (mezclaban albertistas, cristinistas y massistas), gestuales desde la convivencia política pero un pasaporte a la quietud administrativa.
Una encrucijada similar, en lo operativo y político, enfrenta Axel Kicillof en la provincia de Buenos Aires. El gobernador se prepara para medidas de alto impacto sobre el territorio donde fue reelecto con más de 45% de los votos y donde la relación con Milei es un interrogante. La lógica convencional anticipa que el libertario elegirá como figura polarizadora al gobernador, de identidad K y economista como él, con el que ya confrontó desde la teoría. Ahora querrá hacerlo desde la praxis. No en vano Kicillof solía decir que “con Milei o con Bullrich, lo que vendría para la provincia será dramático”.
Al final es con Milei y con Bullrich. Y con un panorama políticamente desolador que invita a pensar en una guerra fría donde desde la Casa Rosada, con látigo y billetera, tratarán de perforar la frágil unidad peronista desde abajo hacia arriba, es decir, desde los intendentes. El antecedente es remoto, los '90, cuando Carlos Menem buscó quebrar el dominio de Eduardo Duhalde, que había tomado una precaución: cuando aceptó ir de candidato a gobernador, en 1991, pactó el Fondo del Conurbano, un billoducto compensatorio que le dio una autonomía ajena a los vaivenes de la política que Kicillof no tiene.
Kicillof renunció, prontamente, a dos oficios: querer ser el jefe del peronismo nacional y, en el mismo acto, ejercer como jefe de los gobernadores del PJ, y a la vez emerger como portavoz de un peronismo kirchnerista que tiene tentación con entrar, muy rápido, en modo resistiendo con aguante. El anuncio de Cristina Kirchner de que se instalará en el Instituto Patria, que se contó el domingo pasado en elDiarioAR, tiene un primer espejo: quedarse en Argentina mientras Fernández se va a España, donde alquiló una casa por seis meses.
El gabinete de Kicillof debe leerse, entonces, en clave supervivencia pero, además, en modo poder interno. La llegada de Gabriel Katopodis, una de las novedades poderosas, expresa la necesidad de mantener el acuerdo con los intendentes pero, además, contiene a un “funcionario que funciona” que, sin embargo, en el reparto de bancas ni Fernández, ni Massa ni los Kirchner, quisieron premiar. Lo de Juan Martín Mena en Justicia, en el lugar que dejó libre Julio Alak, se traduce como lo que es: un pago al sistema K. Menos ruidoso es el cambio en Seguridad, con el reemplazo de Sergio Berni por Javier Alonso, un histórico colaborador del funcionario saliente. Berni seguirá vinculado, casi como un ministro sin cartera.
Kicillof, que a diferencia del 2019 advierte que -como Milei- es el dueño de la victoria con la que logró su reelección, decide volver al esquema original con “Carli” Bianco como principal articulador político, a quien tuvo que sacrificar en 2021 para aceptar el ingreso de Martín Insaurralde. El lomense está, invisible, pero está: maniobró, a dúo con el diputado Kirchner, para coronar a Alejandro Dichiara en la jefatura de la Cámara de Diputados bonaerense. Massa, que tenía vía libre para ese lugar, quedó con el segundo escalón, que Kicillof pretendía para “Cuto” Moreno.
El panperonismo bonaerense abraza, en su frágil equilibro, el método OTAN: los principales actores tienen poder de veto. El gabinete equilibra pero, en lo esencial, bloquea la pretensión de un avance del eje Kirchner-Insaurralde en el gobierno, mientras se abre, endogámica, otro expediente: Máximo Kirchner prometió que en diciembre convocaría a elecciones internas para elegir al presidente del PJ bonaerense en marzo o abril del 2024. Lo hizo a partir de asumir que hay, dentro del espacio, objeciones sobre su conducción -o falta de conducción- pero no implica, como leen algunos, que no vaya a ir en busca de reelegir en ese cargo. Quizá es lo contrario: una invitación a que esas disputas se expresen o se silencien en una interna partidaria, un espectáculo que podría ser lo más insólito que pueda hacer el peronismo en la Argentina de Milei.
PI/DTC