Mabel Mónica tiene 56 años. Está casada con un enfermero. Hizo huevos de pascua y los vendió entre los pacientes de su marido. Así consiguió los 2100 pesos que le faltaban para comprarse un redoblante. Ahora va a las marchas con él. Con el redoblante.
Mabel Andrea es reikista. Usa una voz grave, cavernosa, corte Graciela Borges. Se mira, un poco, en el espejo de esa resonancia. Nació hace 54 años en Vicente López. Hoy vive en Vicente López.
Mabel Itatí es la mayor: 65 años, nacida en la cuña boscosa santafesina, criada entre el quebracho colorado, el tábano y el calor. Vivió en Luján. No dice dios, dice Mi Creador.
Mabel Dalila es la junior Mabel, la Mabelita: 23 años, viene de un barrio en la periferia de Paraná. Hija de soldado. Tuvo un accidente, el soldado: lo pateó un caballo. Internación en Buenos Aires y baja del ejército. Ella se vino con la hermana y el cuñado, que ya se volvieron. Mabel Dalila sigue acá.
Cuatro mujeres que no se llaman Mabel, un jueves a la tres de la tarde, sentadas en una cocina de San Martín centro, en una casa con pastito adelante, a tres cuadras de la estación. Un Escort 98 de la reja para adentro y una tele de tubo frente a la mesa de la cocina. Al otro lado del paso a nivel está Villa Maipú, la cancha de Chaca, el Pancho 46. Esplendores del primer cordón.
Fueron reunidas para esta nota por Jonathan Morel, el chico de la guillotina y la Revolución Federal. Ellas lo siguen, él se deja seguir. Morel les sugirió que se apropiaran del mote, que lo dieran vuelta y que Mabel fuera bandera. No todas están de acuerdo con dar a conocer su apellido en esta charla. Ninguna tuvo problemas con hacerse llamar Las Mabeles.
En la nomenclatura de la intratable conversación argentina, un Raúl es un onvre. Un Braian cobra planes. Un Tincho, no. Una Milipilli, tampoco. Una Mabel ¿Qué hace una Mabel? Flashea república en Facebook. Eleva oraciones por Luis Chocobar.
En la colonia penitenciaria
-¿La odian?
-¿A quién?
El arquetipo miente. La naturaleza de su condición está hecha del genérico, de la pura idea, que a su vez es la desertificación del sujeto, su liquidación. Nadie es el arquetipo, al final, cuando vas a la casa del arquetipo. Y hasta encontrarme con las cuatro mujeres que ahora me rodean, una Mabel era, para mí, un arquetipo. Una arquetipa.
-A Cristina, ¿la odian?
Además de una pistola Bersa en la cara de la vicepresidenta de la Nación, lo que Fernando Sabag Montiel gatilló la noche del primero de septiembre fue un reordenamiento, un blanqueo: el de la cartografía hater de la política argentina. La interjección entre discurso y odio quedó oficialmente expuesta, probada. Y lo que hasta el atentado se discutió como protesta violenta, luego de él pasó a llamarse formalmente instigación.
Las cuatro Mabeles responden que no, las cuatro repiten que son incapaces de odiar. Ni a Cristina ni a nadie. Que no se llama odio lo que las pone en la calle.
El objeto penitenciario que sacó chapa de vedette en este nuevo tablado de la rabia, lo que Kafka llamó “el aparato” en su colonia fantástica, es una guillotina de fabricación casera que Jonathan Morel puso en acto durante las marchas de su agrupación. La jueza María Eugenia Capuchetti no encontró vinculación procesal entre Revolución Federal y las personas investigadas por el magnicidio fallido, así que desestimó el ingreso de Morel al expediente. Sin embargo, en la autopista que trafica los símbolos de la época esa guillotina cristalizó algo que se inscribe sobre una contingencia, la de lo extremo. Les pregunto a las Mabeles si, ahora, hoy, después del atentado, bancan todavía esa guillotina.
Mabel Andrea: “Veo esa guillotina como la vi en su momento, es simplemente un símbolo. Eso no fue una agresión contra nadie”.
Mabel Dalila: “A mí me encanta. Me encanta, me encanta. Esa guillotina es una manifestación artística, tampoco es algo real. Mi mamá, que estudia arte, me hizo una interpretación: no es para cortar a una persona, sino para cortar con los males que están pasando en el país”.
Mabel Itatí: “Yo voy más por el lado de las antorchas. La antorcha es la luz, la divinidad. Y el fuego es purificador, quema todo lo malo”.
Mabel Mónica: “Yo no la hubiese llevado”.
Esperaba escuchar dicho con fuerza, altisonante, a viva voz, el nombre de Viviana Canosa, el de Baby Etchecopar, cuando les pregunté en qué periodistas confiaban, a qué comunicadores seguían. Pero no. Alguna balbuceó, sin contundencia, el nombre de Jorge Lanata, y hasta ahí. Básicamente, no le creen a nadie. Diría que solo se creen entre ellas, en lo que hacen cuando salen a la calle, que es donde se conocieron.
Mabel Mónica lo conoció a Jonathan en la puerta de la Quinta de Olivos, una vuelta que fue a cantarle el feliz cumpleaños a Fabiola Yáñez, por ejemplo.
Procedencias
Se indignan, pero no odian o dicen que no odian. No se informan o se informan, pero sin creer. Una vez dentro de la tribalidad política, habitantes ya del rancho ideológico, Las Mabeles se ven a sí mismas como “activistas”, que es la forma de tomar distancia y no llamarse “militantes”. La militante es orgánica de un sello con boleta y candidatos, tiene filiación partidaria. Ellas, no. Ellas no son de nadie. Por supuesto, sufren al kirchnerista más que a ninguna otra criatura del compuesto social argentino, pero se corren de que eso las convierta por default en macriístas, cambiemitas, radicales o del Pro. Me parece entender que votarían a Milei antes que a Bullrich. Y a Bullrich antes que a Larreta. Probablemente el vector del sufragio corra por derecha del centro hacia el borde, pero Jonatahn ha dejado claro que dentro de Revolución Federal no hay pertenencia sistémica a la trama formal de partidos y banderías. Así que no sabemos a quién votan.
En el camino que hizo cada una hasta acá, y en las circunstancias que lo fueron pavimentando, se puede pesquisar una explicación de por qué hacen lo que hacen.
Mabel Andrea es la hija única de un marino mercante, capitán de ultramar, después práctico de puerto. Una vez la mamá se declaró radical, lo que, dice, casi provoca el divorcio. La política, en la casa donde creció, nunca obtuvo el rango de lo deseable. Todos tuvimos una casa en la infancia y esa casa fue, para todos, la primera versión del mundo. No le cuesta, hoy, ver en la malla política nacional un nudo asolador de la paz social y el bienestar de las cosas. Es amable cuando me invita a una sesión de reiki. Me promete cuarenta y cinco minutos trabajando con los chakras y la energía.
Mabel Itatí vivió hasta los 19 años en el Chaco santafesino, en el tapiz del quebrachal que se abre al norte de Reconquista. Es la hija de un contratista de la Forestal, la empresa de capitales ingleses que hasta mediados de los sesenta extrajo el tanino del quebracho colorado, exportó postes y durmientes, persiguió huelguistas, fundó pueblos, estiró el ramal ferroviario y deforestó dos millones de hectáreas de suelo boscoso. Se casó y se fue a vivir a Luján, Ita. Quedó viuda a los dos años. Se vino a Palermo. Trabajó 30 años en una empresa de turismo de capitales holandeses. Hoy está jubilada. En algún momento se convenció de que hay una planificación de orden global para reducirnos y quedarse con los recursos. Y ella, soldada de la Virgen, dice que su Creador hizo los recursos para todos.
Mabel Dalila fue kirchnerista hasta los 19, cuando estudiaba Ciencias Políticas en la Facultad del Trabajo Social de la Universidad Nacional de Entre Ríos. Una vez le preguntó a una profesora qué era el neoliberalismo. La profesora, dice Dalila, se le acercó, se le puso a lado y le preguntó: ¿Y a vos qué te parece que es el neoliberalismo? Dice Dalila que la profesora, subiendo el tono, le soltó: ¡Macri es el neoliberalismo!
-Me humilló delante de doscientas personas.
Que a partir de ahí empezó a sentir las miradas. Que iba a clase sin ganas de ir. Que terminó bulleada por sus compañeros kirchneristas. Que un día no fue más. Que cuando se vino a Buenos Aires con su hermana y su cuñado, vino herida. Y cuando se quedó sola fue peor. Empezó a cuidar a una señora, pero había días que juntaban las moneditas entre las dos porque la señora que debía pagarle sueldo y comida solo llegaba al sueldo, y si no ponían entre ambas, no comían. Un día la señora quedó internada. Los hijos le dijeron que se buscara donde quedarse porque sola en la casa no la iban a dejar. Hoy vive con Jonathan Morel, que le hizo un lugar.
Pero de todas, Mabel Mónica es la Mabel más rotunda. La historia de los huevos de pascua y el redoblante termina con ella yendo a buscar el redoblante. La veo venir con el tambor colgando y comprendo: es la Mabel quintaesencial.
Una cocina en San Martín
Mabel Mónica es la dueña de casa, la anfitriona, pero se queja: esta no es su casa. Es la casa que compró su bisabuelo cuando vino de Italia en el 1900. Cuatro generaciones después, la movilidad social de su familia tiene la regularidad de una meseta.
Es la hija de un trabajador de Entel y una costurera que la vestía, a ella y a su hermana, como princesas. A los 18 sufrió un accidente: fue atropellada por dos autos. Estuvo un año y medio postrada. Tuvo que terminar el secundario de grande, en la nocturna, para adultos. Es mamá de tres hijas. Agustina, la del medio, nació prematura, con 24 semanas, y es discapacitada motriz.
-Camina con un andador ortopédico. Agus depende para todo de nosotros. Hay que vestirla, no se puede hacer un té porque no puede soltar el andador.
Mónica tuvo cáncer de mama, y debió enfrentar una mastectomía. Los discutió con El Jose, el enfermero con el que está casada. No me cuesta nada creerle cuando dice que sigue enamorada, que El Jose es el amor de su vida. Que está harta de no llegar con la plata, dice. Dice: que está harta de que todo le cueste tanto.
-Me dicen que por la enfermedad de Agus podía comprar un cero kilómetro sin pagar IVA.
Después de soltar esta línea lo que suelta Mónica es la carcajada. Hay que decir que contagiosa.
-¿Y con qué plata me voy a comprar un cero kilómetro?
Mabel Mónica habla con fuerza, como si todo el tiempo estuviera participando de Feliz Domingo. Y usa muchas palabras, es locuaz. Tiene la condición parlante de la efusividad italiana. El pelo corto cortito, como quien busca, en la forma, un confort, una solución de comodidad permanente. Está sentada acá al lado de un pibe que lleva guillotinas a las marchas, pero claramente no es una buscapleitos. Cuando alguna de sus amigas con las que compartió internado de monjas le cae con un novio kirchnerista evita el tema, pone su mejor cara. No veo razones para dudar de lo que cuenta.
Hay dos cosas que hace Mabel Mónica que, de algún modo, entregan la narrativa de su realidad. Primero se comporta como una verdadera anfitriona: es una mujer recibiendo gente. Recibiendo-nos. Con cierta ceremonia, sabiendo ella lo que le habrá costado, pone un Nescafé Gold arriba de la mesa y nos solicita amablemente que no usemos más de una cucharadita. Al rato, estamos todos batiendo. Está arriba de los mil quinientos mangos, ese tarrito con el que nos acaba de convidar. No sé qué cosas valoran ustedes cuando van a una casa. Yo le agradezco el convite como para que se note me doy cuenta.
Sobre un estante hay una canasta pequeña, algo que podría ser una panera. Adentro, varias bolsas de cosas que se abrieron, no se terminaron, y ahora están ahí. Me acerco. Por el color, esos deben ser unos bizcochitos de grasa Jorgito. Y por la forma del enrollado, adentro deben quedar cuatro o cinco bizcochitos. Pido permiso. Agarro unas papas fritas. Parecen Lays pero son Krachitos. Desenrollo. Hundo medio brazo en el paquete. Queda una última línea en el fondo aceitado. Las partes rotas de lo que fue un snack completo. Esas migajas donde se rejunta la sal. Las como y me doy cuenta de que conservan el crocante. La que guardó esto se esmeró en guardar comida. La que guardó esta papas lo hizo sabiendo que la comida no se tira, se respeta y se guarda bien guardada, porque nunca se sabe cuándo va a faltar. La que guardó estas papas lo hizo muy bien y ahora yo soy el favorecido de esa dedicación. Se acerca Mabel Mónica. Cómplice, bajando un poco la voz, y me dice:
-Después, si querés, hacete otro Nescafé.
AS