Javier Milei empezó su mandato hace un año y dos semanas pronunciando un discurso de espaldas al Congreso, con el argumento de que prefería hablarle directamente “a la gente”, de frente a una plaza donde sin embargo no había ninguna multitud. En febrero, tras darse un abrazo y ser recibido por el gobernador correntino Gustavo Valdés, de la UCR, continuó en su tradicional modo disruptivo, como si siguiera de invitado en alguno de los programas de televisión que lo llevaron a la fama, y dijo que “los políticos parten del supuesto de que la gente los ama” y él, en cambio, “de que la gente los odia y les parecen una mierda”. Entonces, sentenció: “El Congreso es un nido de ratas” y “los políticos no son ágiles, son soretes”.
No sabía el aún flamante presidente de la Nación que después tendría que ir amigándose —como lo hizo con la “tirabombas” Patricia Bullrich para ganar el balotaje— con esos mismos roedores para que no fracasara su empresa política. Menos sabía, en aquel momento, que él mismo se pondría al frente del armado de una escudería legislativa, con propios y aliados, para enfrentar las avanzadas de la oposición intransigente. En ese proceso, terminaría encarnando al ser político que tanto cuestiona, una faceta que deberá profundizar en 2025 si aspira a triunfar nuevamente en las urnas y lograr un apoyo parlamentario sólido para sus ideas.
El Congreso fue en 2024 un ámbito ciertamente esquivo para Milei aunque no todas fueron pálidas: pasó los primeros seis meses de gestión sin que le sancionaran una sola iniciativa pero en la segunda mitad del año por fin terminó aprobándose la ley de Bases, tras una primera versión del texto que debió ser devuelta a comisiones en plena discusión del articulado en el recinto, para que no terminara quedando una cáscara vacía que no le sirviera a nadie.
Ni la reforma constitucional de 1994 tardó tanto en discutirse como la ley de Bases: la convención constituyente sesionó durante tres meses y el país tuvo su carta magna actualizada.
De todas maneras, pese a su excesivo tiempo de discusión, la ley de Bases –el proyecto fundacional del gobierno de Milei de una larga lista de propósitos desreguladores— terminó sancionándose, con una reforma laboral que no formaba parte de la redacción original. De yapa, o más bien a base de acuerdos políticos reales con los gobernadores, también se aprobó un paquete fiscal que incluyó la restitución del impuesto a las Ganancias para los trabajadores. Milei así dio de baja como presidente de la Nación un beneficio fiscal que había votado favorablemente como diputado, en campaña electoral.
La sanción de la ley de Bases y el paquete fiscal fue, tal vez, el único logro parlamentario por la positiva que consiguió la joven gestión de Milei. Para una fuerza como La Libertad Avanza en situación de hiperminoridad (39 de 257 diputados, 15% del total, y 6 de 72 senadores, apenas 8% del total) no es poca cosa.
Quizás por eso también debiera anotarse entre los objetivos cumplidos la supervivencia de su megadecreto desregulador, el DNU 70/2023, que fue rechazado únicamente por el Senado (para que un DNU pierda vigencia se necesita el rechazo de las dos cámaras). Cuando se consumó este pronunciamiento de la Cámara alta es que en la Casa Rosada se encendieron las alarmas: se dieron cuenta de que no quedaba otra que meterse en el nido de ratas y hacer política en serio, y que el protagonista no debía ser el ministro del Interior y ahora jefe de Gabinete, Guillermo Francos, sino el propio Presidente.
Es entonces que Milei encabezó una reunión en la Casa de Gobierno con los jefes de bloque del oficialismo y de los espacios aliados para formar y consolidar un grupo permanente y afín que superara un tercio de la Cámara de Diputados y así pudiera bloquear las embestidas de la oposición, como el posible rechazo del mega-DNU también en esa cámara.
El primer desafío de este grupo de fieles fue impedir que se juntaran los dos tercios para que la Cámara baja insistiera en la sanción de la mejora en las jubilaciones, con nueva fórmula de actualización, y rechazara de esta manera uno de sus vetos. El objetivo se cumplió y fue celebrado con un asado en la quinta de Olivos, un agasajo a los “87 héroes le pusieron un freno a los degenerados fiscales que intentaron destruir el superávit”.
A pesar de esta victoria legislativa del político Milei, otro de sus DNU, el que aumentaba los fondos reservados en $100.000 millones para los espías de la rebautizada SIDE (ex-AFI), no tuvo la misma suerte que el desregulador escrito por Federico Sturzenegger y sí fue rechazado por las dos cámaras. De esta manera, Milei, además de ser el primer presidente liberal libertario de la historia argentina se convirtió en el primer presidente en la historia argentina al que el Congreso le volteó un decreto de necesidad y urgencia.
Al veto a la mejora en las jubilaciones se sumó el veto a la ley de financiamiento universitario, otro costo político que debió pagar el mandatario, y quizás aún mayor que el primero, tomando en cuenta las marchas federales a favor de las casas de altos estudios. Probablemente hayan sido las protestas más masivas en contra de su gobierno en este primer año de mandato. Los “héroes” legislativos de Milei también impidieron que Diputados rechazara este veto e insistiera en la sanción de la ley. Fue el segundo desafío superado por la tropa oficialista que él mismo construyó.
Frente a dos hemiciclos de hostildad comprobada, al finalizar el año el Presidente decidió directamente cerrar las persianas de un Congreso al que pareciera que más le vale acudir sólo cuando de verdad lo necesita: no convocó a sesiones extraordinarias para discutir temas pendientes (como Ficha Limpia) y guardó el Presupuesto 2025, el mismo que había ido personalmente a presentar la noche del 15 de septiembre ante una suerte de Asamblea Legislativa que de haber sido una reunión formal no habría tenido quórum, por la escasa cantidad de legisladores presentes.
Al volver a prorrogar el Presupuesto vigente, el 2023, elaborado por Sergio Massa en carácter de ministro de Economía, Milei resignó lo que hubiera sido una buena señal para los inversores y optó por arreglar el reparto de plata por afuera.
Fue otro indicador de su desprecio y el de sus funcionarios por las instituciones de la República pero, a la vez, de su pragmatismo a los fines de proteger el objetivo “sagrado” del equilibrio fiscal. Un guiño más a la transformación obligada en el político que requiere toda gestión de gobierno para conseguir sus propósitos y sostenerse en el poder.
Expulsados y mercenarios
En el Senado, el oficialismo perdió en 2024 un legislador aliado y otro propio. Uno es el peronista entrerriano Edgardo Kueider, destituido tras haber sido detenido in fraganti en Paraguay, cruzando la frontera con cientos de miles de dólares sin declarar, como consecuencia de lo cual La Cámpora ganó una banca; y el otro es el formoseño Francisco Paoltroni, elegido en la boleta de La Libertad Avanza, por rechazar la postulación de Ariel Lijo, quien en el pasado favoreció judicialmente a su adversario provincial, el caudillo peronista Gildo Insfrán, en la causa Ciccone: lo echaron del bloque por rebelde.
En Diputados, el oficialismo también expulsó a un miembro de sus filas, la mendocina Lourdes Arrieta, enfrentada con el titular de la Cámara, el riojano Martín Menem, después de haber denunciado un plan para amnistiar a represores de la última dictadura y haberse declarado “engañada” por participar de la visita a los genocidas presos por delitos de lesa humanidad, como Alfredo Astiz, en el penal de Ezeiza.
Para compensar esas bajas y frente al peligro de que la oposición dominara la agenda parlamentaria, Milei formó la legión de “héroes” en Diputados, con el respaldo del PRO de Mauricio Macri, cuyo jefe de bancada es Cristian Ritondo, y tras haberle arrancado al menos cuatro legisladores a la UCR, los llamados “radicales con Peluca”, que sostuvieron el veto a la mejora jubilatoria y a la ley de financiamiento universitario contra el mandato del bloque y contra la tradición partidaria del radicalismo: Mariano Campero, Luis Picat, Martín Arjol y Federico Tournier.
Estos movimientos se suman a otros ocurridos antes, como el arribo de José Luis Espert a La Libertad Avanza a cambio de la presidencia de la estratégica comisión de Presupuesto y Hacienda; y, posteriormente, el despido de Oscar Zago de la conducción del bloque libertario, luego del escándalo por la designación de la experiodista Marcela Pagano al frente de la comisión de Juicio Político, contra los planes de la mujer fuerte del Gobierno, Karina Milei.
Zago se fue con otros dos integrantes, Eduardo Falcone y María Cecilia Ibáñez, a formar el bloque Movimiento de Integración y Desarrollo (MID) pero a diferencia de Arrieta —y de Paoltroni, en el Senado—, los tres siguieron contribuyendo a sacar adelante los planes de la Casa Rosada.
Interrogantes, una elección y un dilema
Una incógnita hacia 2025 es si Victoria Villarruel jugará en contra de su compañero de fórmula o seguirá colaborando con el Poder Ejecutivo a pesar del enfrentamiento abierto, a viva voz y al parecer sin vuelta atrás que hay entre ambos. En un Senado en el que Unión por la Patria tendrá 34 de los 72 senadores (a tres de la mayoría), quizás no le convenga tensar tanto la cuerda con quien preside la cámara.
Eso, al menos hasta octubre: en los comicios de medio término esta endebleza legislativa podría confirmarse, si La Libertad Avanza no realiza un aceptable desempeño electoral, o podría empezar a revertirse, en el caso de que gane, y así multiplicar los escaños que el Gobierno necesitaría para tener sancionado un Presupuesto; avanzar en más reformas que considera estructurales en su afán de achicar el Estado y sostener el superávit a toda costa, y lograr sentar a sus dos candidatos, Lijo y Manuel García-Mansilla, en los sillones vacantes de la Corte Suprema de Justicia.
Si el oficialismo arrasa en las elecciones y suma los dos senadores por la mayoría en las siete provincias que renuevan sus representantes (Tierra del Fuego, Neuquén, Entre Ríos, Río Negro, Salta, Santiago del Estero y Chaco), más la Ciudad Autónoma de Buenos Aires —es decir el resultado de máxima—, La Libertad Avanza —o como vaya a llamarse el frente en que se convierta el oficialismo— ganaría 16 bancas, con lo cual ascendería de 6 propias a al menos 22. De esta manera, quedaría aún muy lejos de la mayoría en la Cámara alta, y aún más de los dos tercios, pero mucho mejor posicionado que ahora para cumplir sus cometidos.
Para reforzar la Cámara baja la gran batalla del oficialismo será, como siempre, la Provincia de Buenos Aires, que tiene 70 de los 257 representantes, por ser el distrito más poblado. Asoma una disputa con el peronismo, cuya figura prominente y posible candidata será, otra vez, Cristina Fernández de Kirchner.
Para ganar la elección de medio término Milei necesita que la gente apoye a conciencia su plan de gobierno. Para eso, en lo económico, tendrá que mostrar una mejora real del poder de compra y, en lo político, alianzas federales (y una nacional, con el PRO), para el armado de listas. Porque, por un lado, la economía del sacrificio tiene un límite y, por el otro, esta vez Milei no va a aparecer en la boleta: no es lo mismo una elección presidencial que una legislativa, que además será diferente de todas las votaciones anteriores, porque por primera vez en más de un siglo se elegirán diputados y senadores de la Nación con boleta única, ya no con boleta partidaria. Es decir que la gente marcará sus opciones con una lapicera.
Milei también deberá resolver un dilema: mantener o no su protección política a Ritondo, uno de los principales sostenes de su gobernabilidad en el Congreso, que enfrenta una causa judicial por presunto enriquecimiento ilícito y lavado de dinero, impulsada tras una investigación periodísica de elDiarioAR.
El expediente se centra en la adquisición de propiedades en Miami a través de sociedades offshore no declaradas, vinculadas a su esposa, Romina Aldana Diago. Tras el inicio de la investigación judicial, el presidente de la Nación sorprendió y dijo sobre Ritondo: “Está siendo víctima de operaciones y persecuciones, justamente por ayudarnos y colaborar”.
A un año de su mandato, Milei se encuentra ante un panorama que lo obliga a trascender su rol de outsider y a asumir, aunque a regañadientes, el peso de la política tradicional. Como jefe de Estado ya no puede prescindir de los acuerdos que alguna vez condenó. En 2025 no solo se juega la continuidad de su modelo sino su capacidad de mantenerse a flote en una democracia que, por más que la desafíe, sigue siendo el terreno y la manera en que se define el poder en la Argentina. Y su suerte puede ser escrita tanto por los héroes como por los villanos que decida tener a su lado.
JJD/MC