Crónica

Milei y El Dipy y su acto en el Conurbano: con los solteros y contra el comunismo

Javier Milei le llora en el hombro a su paseaperros. Se le quiebra de golpe en la mañana temprano, cuando entrega a Cónan, su Mastiff inglés de casi 100 kilos. El perro se le fue poniendo viejo y Javier, después de su hermana, es lo que más ama en el mundo. Corre el año 2017.

Como no soporta la muerte inminente de Cónan lo manda a clonar. Envía una muestra de células a Estados Unidos y otra a Japón, por si falla alguna. El paseaperros le hace de bitácora: todas las mañanas Milei le cuenta un capítulo nuevo de este drama antes de soltar los mocos del llanto.

La clonación canina, como las armas de portación libre, como el tráfico de órganos, son mercados, todos ellos. Legales o ilegales, pero mercados al fin. No sabemos a qué empresa envió las muestras Javier Milei, pero todas funcionan más o menos igual. Hay una que se llama Sinogene. Podés entrar. Te digo lo que vas a leer:

“Servicio de clonación de mascotas. Extienda la relación única entre usted y su mascota.”

Vivir entre las páginas de Pet sematary no debe haber sido fácil para Milei, pero entonces deberían sonar más Los Ramones y menos La Renga en sus despampanantes shows de apertura.

Un día el perro murió. Y al tiempo, Milei apareció con seis cachorritos iguales a Conan, formidablemente iguales. Uno se llamaba Conito.

El Mastiff inglés es un perro que promedia los 80 kilos. Cuando le crecieron los clones presuntos y fue imposible bajarlos por el ascensor de la Torre Uno, en el complejo de departamentos de Gallo y Guardia Vieja, el inquilino Javier Milei empezó a tener problemas con la maldita casta propietaria: los vecinos.

Javier Milei no compra, alquila. Es inquilino eterno. Le dice -le aconseja- a su paseaperros que haga lo mismo. Que no deje la plata quieta, que a la plata hay que moverla, le dice.

Javier Milei llorando en el hombro de su paseaperros es una escena que puede producir una primera perplejidad, pero, bien mirada, es perfectamente correlativa del sujeto que vemos seguido en el piso de Viviana Canosa. Podemos imaginar a un tipo como Milei expresando desde temprano inestabilidad emocional básicamente porque así irrumpió en la paleta pública de la política argentina, presentando sus narrativas de la furia y del desborde, rabiado, pasado de euforia. De hecho ese exceso inaugural le concedió representación urgente, primaria, y lo hizo intérprete de una parte creciente del padrón que se sentía furioso y desbordado, rabiado, pasado de bronca por seguir viviendo en la Argentina que nunca arranca. Me cuesta más imaginar la reacción del paseaperros. 

Una tarde en El Porvenir

Son las seis de la tarde del viernes 10 de junio y voy en el 37 por Hipólito Yrigoyen hacia la cancha de El Porvenir, Gerli adentro. Fue anunciado para esta noche un show del Dipy primero, y la palabra de Javier Milei después. En suelo bonaerense, Milei va a presentar candidatura y va a declamar como el presidente de la República Argentina que quiere ser. Esperan un piso de 10 mil personas. El estadio tiene capacidad para 14 mil. Habrá una Argentina, acá, enunciándose. Vamos a ver de qué Argentina se trata.

En la esquina de Yrigoyen y Blanco Encalada hay unos chicos agrupándose para entrar. Después de La Cámpora, todas las agrupaciones de base se pusieron nombres que arrancan con artículo femenino singular y siguen con el apellido del que les da rumbo político. La Belgrana, por ejemplo. En C5N se pusieron la remera de La Pedro Cahn. Bueno, acá están les chiques de La Julio Argentino (es un bodrio el inclusivo, es cierto, pero a les chiques de la Julio Argentino, no sé, como que les queda).

Le pido a uno de ellos si me deja sacarle una foto a su remera. Me va a decir que sí cuando de golpe me dice que no, que mejor llama a su referente. La obediencia que despliega no parece muy disruptiva de la vieja política, pero en fin. Va, lo busca, me lo trae, le saco la foto. De frente, un círculo con la cara de Roca en uniforme. De espaldas una leyenda: hagamos grande Argentina otra vez. ¿Dónde leí eso?

Ahí cerca, un señor le da fuerte con la masa de goma a la cara de Julio Argentino que tiene pegada en el centro del bombo. Después los 9 que acabo de contar, con la musiquita de “abran paso llegó la jotapé”, cantan:

Abran paso, llegó Javier Milei / Pongan huevos, la casta va a correr / Militamos con todo el corazón / Este año la Rosada es del León

Ya entrado en las calles que rodean la cancha, hay manteros que te venden la remera del león a mil pesos. Por esa plata te llevás en el pecho un león dorado de perfil que ruge mostrando los colmillos sobre un conveniente fondo negro. También hay una chica breve, jovensísima, escondida detrás de los pelos largos y negros, con su cuello polar subido hasta la nariz, que ofrece por 500 pesos banderitas amarillas con la serpiente enroscada y la leyenda don’t tread on me. Le digo que le compro una si me explica el significado. Me dice que espere un minuto, que va a buscar a alguien y ya vuelve, que no me vaya de ahí.

Sigo. Entro al estadio. Para las siete de la tarde no hay más de 500 personas. El DJ que estira la espera pone un tema de Virus. Un negacionista de la dictadura bailando Virus es el primer oxímoron de la noche, y si todo oxímoron es poesía, este también se festeja.

El  escenario es ambicioso, con dos grandes Leds que verticalizan los laterales y uno aún mayor, apaisado, allá en el fondo. La espera se estira. El frío arrecia. Llega más gente. Ahora serán, a ojo, unos 700. Ya cruzamos las ocho de la noche y el DJ sigue ahí. Ahora mete Beastie Boys.

En los 90 eras progre y sacabas chapa de antisistema. Claro, el centro del poder estaba ocupado por un gobierno cuyo nutriente declarado era el liberalismo de la UCeDé. Pero desde el 2003 para acá, con sus matices y sus reecualizaciones, pasado por la malla del kirchnerismo e incluso por la zona verde de JxC, la botonera de las cosas la manejan los progresismos, y nadie que ocupa el centro puede esperar empatía de las periferias. Banco a les chiques de La Julio Argentino. No tanto por lo que declaran como por cómo deben sentirse. Ese páramo. Esa soledad. A los 18, 19 años, tienen ganas de romper algo, ganas de sentirse refractarios del poder y punkean por derecha, ¿Qué otra cosa les queda por hacer? ¿Militar a Ofe? Son ratones que andan con la Sube que tienen padres ratones que andan con la Sube. Porque ojo, esta noche, acá, no hay nadie, pero entre los pocos que vinieron no ves un cheto, no ves un clase media de chacalermo. Ninguno de los que vino hoy quedaría en un casting de Cris Morena. La poca Argentina que vino es Argentina marrón.

Para las nueve de la noche, cuando sale el Dipy al escenario, el número de público alcanza su techo. Mil. Si nos podemos piadosos, mil quinientos. La profusión de redes, el volumen de tráfico digital y el metraje massmedia alcanzado en pantalla no tiene por qué verificarse en el territorio físico. Es un hecho del mundo y sin ideología que esta convocatoria ha fracasado, que algo salió mal.

¿El Dipy no iba a traccionar? ¿Un show del Dipy no te traía gente? No importa. Lo importante es que la derecha entendió que sin cumbia no hay paraíso. Bien por ella.

Antes que nada, el Dipy nos hace saber que ha venido a tocar gratis. Es decir, pone el dato a nuestra disposición. Y no dice gratiS, dice: grati’, porque grati’ es más gratis que gratis, tremendamente más.

Después palanquea contradiscurso. Habla de los que trabajaron toda la semana y así y todo no les alcanza. De los que se la pasaron estudiando. No menta, el Dipy, la cumbia del piola vago, ni del escabio. Arranca con Dame tu mano. He aquí su estribillo: 

Esta noche quiero verte / porque toda la semana laburé / pero como subió el verde / no me alcanzó ni para el Uber, ni p’al tren.

Hubo un tiempo en que el Dipy era una figura de la cumbia con el volumen escandológico suficiente como para pasar por la pantalla de Intrusos a responder audios de una ex, pero no todavía un actor de la conversación política nacional. De aquellos años es Soy soltero, su oda a los hombres que no caen, según su perspectiva, en el error del matrimonio. Y probablemente su mayor hit. Con Soy soltero va a cerrar la participación suya de esta noche, el Dipy, y buscando dejarle un escenario tibio a Javier Miliei, arenga:

-A ver, todos los solteros con las palmas bien arriba, bien arriba. Palmas, palmas, palmas…

Las trompetas de su banda arremeten, el percusionista sube la apuesta de los timbales, se ve desde abajo el esfuerzo que está haciendo esta gente para que alguien levante los brazos, pero hay tres de térmica, y nadie saca las manos de los bolsillos.

-Más palmas, más palmas, más palmas- dice, tercamente, porfiado, el Dipy, pero los resultados no aparecen. Entonces mueve la reina.

-¡El que no levanta las manooos…

(Hay un segundo de silencio, o menos; el instante exacto anterior a caer por la montaña rusa del parque, la inminencia de una víspera)

-...es comunista!

La bala entra, y algunos (tampoco todos, pero sí algunos) sacan las manos de las camperitas y agitan los dedos en el aire, se descomunizan a cielo abierto.

Otros simplemente nos quedamos mirando el escenario tratando de pegar con moco las abstracciones que acaban de sernos presentadas: la soltería y el ejercicio del comunismo, todo junto en el mismo enunciado en la noche vacía sobre el pasto helado de El Porvenir.

La salida de Javier Milei al escenario es la de alguien que no parece tener problemas con enaltecer las prácticas del personalismo más rotundo. Hay nadie pero con cien tipos que vayan y lo rodeen alcanza para que se vea el espectáculo de él avanzando caóticamente entre una multitud presunta, más imaginaria que corroborable, multitud que la cámara, en perfecto close up, reescribe sin pudores.

El estupor, la fascinación es un estado donde solo concursa el sistema nervioso. La fascinación es previa a la incursión del Lenguaje, del aparato crítico y del razonamiento lógico. Fascinarse es anterior a la calificación del objeto fascinador. Lo que te fascina no está ni bien ni mal: te fascina y ya. Es quedar delante de un punto ciego de luz, como un cervatillo que no puede salir de la lámpara del cazador que lo va a reventar de un corchazo en el segundo siguiente, durante la fascinación. Bien, la salida de Milei al escenario es fascinante.

Hay dos cabezas de león en los leds de los costados. Las dos echan vigorosas lenguas de fuego. En la pantalla del fondo hay un león más, a cuerpo completo, también envuelto en llamas, que salta hacia los costados, ruge, ataca, vuelve a rugir, vuelve a atacar. Suena La Renga a todo culo. Es la entrada ampulosa, maravillosamente pochoclera, de un luchador del Wrestling americano. Así no entran las personas, así entran los personajes. Si hubiera público, estaría delirando.

El león, la melena, el liderazgo de la manada, las piezas van encastrando una tras otras hasta que emerge la figura y de golpe Javier Milei entra al escenario abrazado de su hermana Karina a quien, en el caso de que le corresponda ser presidente de los argentinos, le gustaría tener como Primera Dama, según ha dicho.

Filoincesto, paraincesto, incesto simbólico, las Primeras Damas no son hermanas de sus presidentes, pero este país es un parque de diversiones inagotables. Argentina. ¿Estás aburrido? Estabas.

Después la hermana se va y tenemos quince minutos de Javier Milei solo entre leones, en estado superyoico, estableciendo parámetros de comunicación con su público que son el triunfo de un subjetivismo aventurado, cantando con ellos que este año La Rosada es del León. Y él es el León.

Dijo, Milei, unas horas antes, en un micrófono de radio, que a veces se sentía Mick Jagger. Es decir, completó el proceso de sinapsis que va desde la concepción celular de la idea, la elaboración lingüística de su enunciado, la transferencia al aparato fonador para que le diga y el hecho irrevocable de finalmente decirla. Y lo hizo sin detenerse en los peajes intermedios del pudor. Capo. 

Va a hablar poco y rápido. Va a tirar, él también, sus hits. Que la casta está cagada. Que los judios abrieron el mar porque atrás tenían a los egipcios y preferían el riesgo de ahogarse en la libertad a la existencia de una confortable sobrevida en la esclavitud. Que viva la libertad carajo.

Se despide Javier Milei, nuestro mediático definitivo, la suma de todos los mediáticos que nos tocaron vivir, inspirado renovador del trashmedia nacional, arrojándole a la noche su candidatura presidencial. Obtuvo el 17 por ciento de los votos en las últimas elecciones legislativas en CABA. Fue un batacazo de su capitalismo popular, de su Ugi’s con Fresita, lo que prueba que hay un cuerpo creciente de argentinos dispuesto a seguirlo porque se convencieron de que no los va a defraudar.

AS