El perfil de principal “polo opositor” que venía mostrando la CGT para cohesionar a un peronismo desalojado del poder empezó a desdibujarse en los últimos días. La estrategia de diálogo seguida por un sector mayoritario del sindicalismo durante el tratamiento de la ley Bases, que incluye reformas laborales consideradas medulares por el Gobierno, derivó en amenazas de nuevas fracturas en una organización que, hasta el momento, funcionaba como una de las pocas terminales políticas para vehiculizar el descontento por la situación social.
Atrás quedaron los tiempos en que, sin conducción, el peronismo y las organizaciones sociales afines se encolumnaban detrás de la central obrera para marchar contra la nueva administración y plegarse a los paros generales del 24 de enero y el 9 de mayo. Parece una foto vieja, como si hubiera pasado una eternidad, pero fue hace apenas pocos meses. Hoy el escenario cambió y el sector dialoguista de la CGT prioriza la negociación con el gobierno de Javier Milei y con el Poder Legislativo para el cuidado del status quo en materia de derechos laborales. Claro, hasta donde se pueda.
La ley Bases obligó al sindicalismo a replantear su posición ante la avanzada libertaria contra el sistema de trabajo formal. “Intentamos que queden en el proyecto la menor cantidad de artículos posibles, esto sucedió y ahora estamos tratando de que se mantenga así. No podemos torcer el brazo”, se sinceró ante elDiarioAr un integrante de la mesa chica cegetista, comandada por Héctor Daer (Sanidad), referente de los “dialoguistas”, y Andrés Rodríguez (UPCN) y Gerardo Martínez (UOCRA), de los “independientes”, entre otros. Con la reforma laboral como un hecho, la central decidió hacer política y negociar para contener.
No fue una conversación amable y no se dio sólo con funcionarios del Gobierno como Guillermo Francos sino que también tuvo lugar puertas adentro del Congreso, donde los sindicalistas dicen haber encontrado interlocutores de identidades políticas variopintas como Miguel Pichetto, peronista expatriado; los radicales Martín Lousteau y Facundo Manes y el bloque kirchnerista de Unión por la Patria, entre otros. Incluso la Coalición Cívica.
“La palabra ‘negociación’ es muy grande”, aclaran de todos modos desde la conducción de la CGT, donde se limitan a decir, con pesar, que sólo tuvieron la “suerte” de “ser escuchados por algunos”.
El ala dialoguista del sindicalismo recuerda que el primer proyecto de reforma laboral, que había presentado el diputado radical Rodrigo De Loredo, tenía cerca de 60 artículos, y que en la ley Bases que se aprobó en el Senado sólo quedaron 17. Ese fue un trabajo arduo que, deslizan ahora en confianza, “no salió tanto a la luz”.
En la ley que fue sancionada por el Senado, y que ahora debe volver a Diputados, se quitó el artículo que limitaba la cuota sindical así como también el que establecía como causa de despido la participación en bloqueos o tomas; y se mantuvo en pie la “ultraactividad”, que permite sostener la relación laboral cuando el convenio colectivo de trabajo pierde su vigencia. Pero también se avanzó en flexibilizaciones como el aumento del período de prueba, el cambio en el sistema de indemnizaciones (adoptando el modelo de cese laboral de la UOCRA) y la eliminación de multas y penas para el trabajo tercerizado o no registrado. Un saldo agridulce.
La resistencia interna
En la otra punta de la mesa cegetista, el sector más duro, representado por Pablo Moyano, manifiesta un rechazo frontal y sin medias tintas contra la ley. El dirigente camionero lo hace a su modo: la semana pasada convocó a la histórica sede de Azopardo a gremios afines y ligados al kirchnerismo como La Bancaria, UOM y SMATA y se movilizó al Congreso para repudiar la sanción de la norma.
Esa actitud no fue bien vista en la CGT. “La decisión era movilizar por gremio, así se había definido en la mesa chica. Pero a Pablo le gusta la barricada, y en eso no estuvo bien”, cuestionan desde el sector dialoguista de “Los Gordos”, donde abrevan los gremios del rubro de servicios. Pero destacan que al tratarse de una decisión que se había dejado librada a cada sindicato, el día de la represión en la Plaza Congreso hubo muchas organizaciones de distintos alineamientos.
Lo que molestó fue que Pablo Moyano se arrogara la representación de la central obrera cuando cada gremio debía hacerlo en sus propios términos. Más allá de esa cuestión de formas -un resquemor propio de cualquier convivencia-, en la cúpula cegetista buscan ahora aplacar cualquier posibilidad de fractura o incluso de una posible ruptura.
“Lo que va a primar siempre es la lógica y la sensatez de que cualquier cosa que quiebre a la CGT terminará llevándose puestos todos los derechos”, responden desde la sede de Azopardo ante la consulta de este medio, e inflan el pecho con una sentencia: “Somos los únicos que podemos parar, en cierto punto, algunas decisiones del Gobierno”.
En el moyanismo, si bien están disconformes con la estrategia de diálogo y negociación del sector moderado, coinciden en poner paños fríos al estado de interna. “Hoy nos une el espanto”, apuntan a elDiarioAr desde el Sindicato de Camioneros. Y hablan con una sinceridad rabiosa: “Los sindicalistas están tan asustados con el cambio de sistema, o sea, con todo lo que conocimos hasta ahora –dicen–, que mientras esté Milei vamos a estar todos unidos”.
Ese punto, el de la amenaza contra la vida de los gremios que representa para ellos el Gobierno de La Libertad Avanza, es el que hoy une a dialoguistas y moyanistas pese a la desconfianza mutua. “¿Qué pasaría si se cae la cuota sindical solidaria?”, se preguntan, sin disimular el temor, desde Camioneros. La misma línea discursiva de los moderados, que advierten que, con la excusa de modernizar el mercado de trabajo, el Gobierno quiere “debilitar el movimiento sindical”.
Por eso desde uno y otro lado afirman que en la marcha del 12 de junio en el Congreso hubo gremios de los más “combativos” y también de los que están con “Los Gordos”, como el Sindicato del Seguro, Panaderos y algunos del área de transporte. Es más: la CGT quiere pasar la página y para eso convocó la semana próxima a una reunión de su “mesa chica”, esto es, de su Consejo Directivo, con fecha y lugar a definir.
Lo que viene
Después de dos paros generales concretados en los primeros 6 meses del nuevo gobierno, la CGT debe trazar ahora una nueva hoja de ruta. En la central no vislumbran la maduración de otra medida de fuerza de alcance nacional pero sí sostienen que seguirá habiendo reclamos puntuales de distintos sectores afectados por la pérdida del poder adquisitivo y la caída del empleo. “Sindicatos como la UOCRA y la UOM van a salir, porque cualquier rebote que haya no va a llevar menos de 5 o 6 meses en plasmarse”, evalúan.
El sindicalismo advierte en el corto plazo un escenario de conflictos ramificados. La Fraternidad, el gremio de maquinistas de trenes de perfil radicalizado y alejado de la CGT, dio el primer paso y convocó para mañana a una medida de fuerza de reducción de velocidad de las formaciones en todo el país, ante el fracaso de las negociaciones salariales y en la continuidad de un plan de lucha que viene desde el mes pasado. Podría ser el primer chispazo de muchos. “La situación social no depende de nadie que pueda movilizar por sí mismo, va a ser más una cuestión autoproducida”, analizan en la mesa chica de Azopardo. Esa es la apuesta de la CGT mientras redefine su rol.
NP/MG