Con frecuencia, las reformas electorales exceden los efectos buscados por los reformadores. Es lo que ocurre, por ejemplo, con las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias (PASO). Creadas en 2009 como un instrumento para reducir la oferta electoral -algo que cumplieron- y abrir a la ciudadanía la selección de candidatos -algo que en general no cumplieron-, desde su puesta en práctica las PASO funcionaron además como una primera vuelta electoral. No distribuyen cargos, pero revelan los verdaderos apoyos sociales de los candidatos. Y al hacerlo, influyen en el comportamiento de los votantes en el siguiente turno electoral. En 2023, sin embargo, esta dinámica podría sufrir alteraciones.
Al cristalizar las preferencias electorales de la sociedad, las PASO proveen información a los ciudadanos para hacer un voto estratégico en las elecciones generales, que operan como una segunda vuelta de facto. El mecanismo es sencillo: las primarias producen defecciones entre los votantes de candidatos con mal desempeño y generan concentración del voto en los candidatos con más probabilidades de triunfo. La elección presidencial sigue una lógica de ganador único, por lo que conviene apostar por un aspirante bien posicionado. En este marco, si en las PASO hay voto sincero, en las generales hay voto estratégico. En otras palabras: en agosto se vota con el corazón; en octubre, con la cabeza.
Desde la irrupción de Juntos por el Cambio (JxC) como opción electoral, el voto estratégico se registró con más contundencia entre los votantes no peronistas, motorizados por el objetivo de fortalecer al candidato mejor posicionado para enfrentar al kirchnerismo. Así, mientras Mauricio Macri creció casi 6 puntos porcentuales entre las PASO y la general del 2015 y más de 8 puntos en 2019, ni Daniel Scioli ni Alberto Fernández vieron incrementar significativamente su porcentaje de votos entre uno y otro turno electoral.
En 2023 esta propensión al voto estratégico en el electorado no peronista podría no repetirse. Tres factores atentan contra la capacidad de coordinación del voto del polo no peronista -tanto a nivel de elites como de la base de votantes- en la línea de las elecciones precedentes.
En primer lugar, a diferencia de 2015 y 2019, cuando la candidatura presidencial de Macri era incontestable para todos los actores de la coalición, hoy no hay un líder indiscutido en JxC. Horacio Rodríguez Larreta, el candidato natural del espacio hasta hace un año y medio, enfrenta ahora el desafío serio de la ascendente Patricia Bullrich, apañada por un Macri que, acostumbrado a ser el jefe tanto en los negocios como en el fútbol y la política, se resiste a ceder centralidad en la coalición opositora y hasta coquetea con una vuelta al poder. A ellos se les suma María Eugenia Vidal, que mantiene su pre-candidatura presidencial y, montados sobre la estructura territorial de la UCR, los aspirantes radicales Facundo Manes y Gerardo Morales. En el último tiempo, también, se anotó Elisa Carrió. En definitiva, hoy JxC tiene muchos candidatos, que es lo mismo que no tener ninguno.
En segundo lugar, la debilidad relativa del kirchnerismo atenta contra la homogeneidad de la coalición opositora. Cambiemos nació en 2015 como un dispositivo electoral de emergencia para ponerle un límite a la hegemonía kirchnerista. Se unieron por el espanto y no por el amor. Con Cristina Kirchner atravesando un tiempo complejo en el plano judicial y político, la “amenaza populista” dejó de operar como un soldador efectivo de la oposición. Por eso Macri muestra cada vez más fastidio con la dirigencia radical, los radicales más moderados se incomodan con el discurso bolsonarista de Bullrich y Bullrich no pierde oportunidad para pegarle a Larreta.
A la ausencia de un líder indisputado en Juntos y el declive kirchnerista se les suma un tercer factor que conspira contra el voto estratégico del polo no peronista: la emergencia de una oferta electoral libertaria. A diferencia de 2015 y 2019, en 2023 a la derecha de Cambiemos no está la pared, sino Javier Milei. El diputado libertario le disputa directamente el electorado a JxC y complica su narrativa discursiva, porque la confluencia del PRO, la UCR y la CC ya no puede levantar en exclusividad banderas simbólicas como la del cambio disruptivo, lo nuevo en política o la eficiencia tecnocrática.
Ante este panorama, el escenario más probable en Juntos es el de una primaria competitiva como método para dirimir la candidatura presidencial del espacio. Como indica la experiencia argentina, a mayor competitividad, más probabilidad hay de que la primaria deje heridos. Sin acuerdos de convivencia que regulen las PASO (como Larreta-Michetti en 2015), el ganador no logra retener los votos de su rival vencido (tal como ocurrió con Julián Domínguez y Aníbal Fernández en 2015).
Tanto a nivel dirigencial como de base electoral, Juntos por el Cambio está fuertemente dividido entre un ala dura (Macri/Bullrich) y un ala blanda (Larreta-UCR). Si Larreta se impone en una hipotética primaria ante Bullrich, podría haber fugas de los votantes duros hacia Milei. Si Bullrich le gana a Larreta, podría haber defecciones de los votantes blandos (por ejemplo, radicales no dispuestos a reconocer el liderazgo de Patricia). Se trataría de un escenario completamente distinto al de los comicios presidenciales precedentes.
Liderazgo en disputa en JxC, peronismo debilitado y fragmentación de la oferta opositora ante el ascenso de Milei. Combinados, estos tres factores desalinean la estructura de incentivos para la cooperación, incrementando las probabilidades de que el polo no peronista no ejerza un voto estratégico entre las PASO y las elecciones generales en línea como lo vino haciendo hasta ahora. En un contexto en el que la elección se puede definir por detalles, allí hay una clave de campaña para seguir de cerca.
JC