Hace 100 días, tras la renuncia de Martín Guzmán como ministro de Economía, Alberto Fernández y Cristina Kirchner no se hablaban. En esa incomunicación, entre un mar de ruidos y recelos, flotaba una coincidencia: ninguno terminaba de asimilar la idea de convertir en superministro a Sergio Massa. Una ironía, muy escuchada en el FdT, sostenía que en lo único en que estaban de acuerdo los Fernández era en dudar de Massa.
Llegó un temporal, que perdura, el Gobierno bailó a centímetros del abismo y 100 días más tarde, Massa es el último eslabón que mantiene conectados al presidente y la vice. Ese ejercicio de cancillería interna, el oficio de hablar con uno y con otro, informar y convencer, tiene un efecto político adicional: Massa “toma decisiones” en un tema central como la Economía, y eso opera como una comodidad para los dos Fernández.
Para Cristina. Porque el ministro se hace cargo de tomar decisiones incómodas, epidérmicamente anti K, que considera imprescindibles, o al menos inevitables, en medio de crisis todavía acechante. Para Alberto porque, en su microclima de Olivos, repite que Sergio está haciendo lo que a él no le dejaron hacer.
Aunque en Casa Rosada deslizan que hubo llamadas perdidas y mensajes sin respuesta, ninguno de los dos Fernández demuestra interés en retomar el diálogo. Como si fuese un asunto irresoluble o inncesario. La hiperactividad de Massa sostiene clima de que la incomunicación es menos gravosa. Se volvió un statu quo y solo episodios como el cambio de ministros, decisión inconsulta que el Presidente defiende porque dio por hecho que esos lugares le correspondían, los que rompen la insólita estabilidad que ofrece el teléfono mudo.
Momento
“Alberto y Cristina son dirigentes políticos. En algún momento, saben que van a tener que hablar”, dice un funcionario a elDiarioAR y procesa, sin pudor, que en la cima del Gobierno no haya contactos entre el presidente y la vice. Confirma dos cosas: que la incomunicación se convirtió en el estado natural entre los Fernández, y que no parece existir, como sí existió hace unos meses frente al anterior apagón, un clamor dirigencial para que se reabra el diálogo.
Ahora, el único enlace es Massa que, como ministro de Economía, fijó una hoja de ruta con Cristina, parámetros entre los que puede moverse, pero que se volvió un sendero que se bifurca y que, a medida que se avanza, presenta novedades que obligan a revisar lo conversado. Por eso, cada mano a mano entre el ministro y la vice está cruzado por la intriga. Massa no sabe, cada vez que va a ver a Cristina, qué espera del otro.
En Economía temen –casi dan por hecho– que la vice prepara una aparición que no sería del todo amable con el ministro. “Les tiene que hablar a los propios”, explican y señalan al cristinismo puro y al sector de La Cámpora que expresa Andrés “Cuervo” Larroque como principales usinas del malestar K. Massa conoce como pocos los entresijos del artefacto camporista. No solo por sus vínculos directos sino porque tuvo como lazarillo a José Ottavis, un arqueólogo de la historia íntima de la agrupación K.
Un informe que circula en grupos de WhastApp de funcionarios y dirigentes del FdT, elaborado por las consultoras PxQ de Emanuel Alvarez Agis y RAM de Ignacio Ramírez, cuantifica ese malestar: refleja que 4 de cada 10 votantes del FdT en 2019 valora de manera negativa el desempeño de Massa en Economía. El estudio detecta, entre múltiples datos en rojo, que mejoró la percepción sobre la capacidad del Gobierno para enfrentar la inflación y registra que a pesar de todo, el FdT sigue siendo observado como espacio mejor capacitado para resolver la crisis. El 35% de los consultoras afirma eso mientras que un 22% ve con más capacidad a JxC y el 15% a Javier Milei.
Senderos
No hay destino con el actual nivel de inflación. Massa fantasea con una proyección, cuya concreción requiere medidas que, asegura, está tomando. En su paso por EEUU, el ministro repitió como un mantra que su prioridad es juntar reservas, y que ese será el soporte para un sendero antiinflacionario que imagina con una baja leve en octubre y noviembre, neutra o con algún rebote en diciembre y enero pero, después, con una tendencia que conduce a mayo, mes en que la inflación debería estar en el rango 3,5/4%.
El ministro había dicho que julio y agosto serían datos malos y logró, con alguna magia pagana –como postergar la suba de tarifas– que el dato del septiembre sea de 6,2. El renglón de alimentos es el de más preocupación y muestra una vulnerabilidad extrema. En Brasil, la deflación se explica –según un informe de CEPA- por la baja del combustible y porque la reducción de los precios internacionales, que fue de 12% en tres meses, se reflejó a nivel local, algo que no ocurrió en Argentina donde según Hernán Letcher más que “inercia inflacionaria” hay “inercia especulativa”.
Massa deja instalar, como clima, la hipótesis de un plan de estabilización con congelamiento de precios, salarios, tarifas y del dólar. En más de un caso –como el dólar soja o el valor del dólar Qatar- lo que se filtra, como ensayo, es menos duro que lo que finalmente instrumentó.
Por los vaivenes con los dólares, volvió la furia con Miguel Pesce, el titular del BCRA. “Mientras Sergio está en EEUU apurando créditos del BID, Pesce demora la reglamentación del dólar turista”, gruñe un massista. Hay un dato que refleja la fragilidad de las reservas y la diferencia de volumen del ducto de entrada y salida de dólares. El crédito del BID, que se presentó como una salvación, cubre apenas los 600 millones de dólares que gastaron turistas argentinos en el exterior.
Contactos
El miércoles a media tarde, Eduardo “Wado” De Pedro recibió un mensaje en el que Fernández lo invitaba a viajar juntos a Tecnópolis donde habría un acto de Ciencia y Tecnología. Daniel Filmus, el ministro, había armado la agenda para que coincidan pero fue el Presidente quien buscó un “contacto” con el ministro del Interior. Pudo ser un intento de ablande, luego de las críticas K por el mecanismo de cambio de gabinete, o una puesta en escena. De Pedro aceptó la invitación, voló en el helicóptero presidencial, y compartió el acto. De Pedro, por formar parte del gabinete, tiene un margen de acción menor al de otros dirigentes cristinistas.
El dato sirve en un contexto: la incomunicación de Fernández no es solo con Cristina Kirchner sino que se extiende, de manera casi uniforme, a las principales figuras del dispositivo cristinista. Hace varios meses que no habla con Máximo Kirchner, los contactos con Axel Kicillof son infrecuentes y pasajeros, y con De Pedro, que está un piso abajo de su despacho en Casa Rosada, el diálogo es mínimo y pasan días o semanas sin que haya contacto.
Cristina, urgida por otros problemas y por momentos afectada en el ánimo por el atentado, no logra –ni siquiera intenta– hacer lo que hace Mauricio Macri: ejercer la jefatura, convocar, contener y disponer. La semana que pasó, el expresidente juntó a Horacio Rodríguez Larreta, Patricia Bullrich y María Eugenia Vidal para decirles que moderen sus furias internas. Una postal, más que nada, para mostrar que conduce a los candidatos del PRO y transmitir lo que todavía es una ficción: que tiene poder para determinar qué hará cada uno en el 2023. Larreta, en paralelo, trata de instalar lo contrario: que será candidato a pesar de lo que haga Macri, la figura con la que debe resolver cuestiones políticas, económicas y de diván. El jefe de Gobierno encaró esta semana un proceso con el que busca resolver ese asunto y sacar del radar, con anticipación, temas personales que habían empezado a generar un run run inquietante.
Metódico, Larreta ejecutó en tiempo y forma el movimiento que le marcó el manual de candidato diseñado por Federico Di Benedetto, algo así como su Marcos Peña. Transmitir “conexión emocional” y dar, además, señales de autoridad.
PI