El conductor de la línea 15 no sabe qué es el Centro Cultural Conti, pero reconoce la palabra ESMA, entonces puede marcar el valor del boleto.
Es sábado 7 de octubre y se lleva a cabo el VII Encuentro Federal de DDHH, bajo la consigna “Sin memoria, verdad y justicia no hay libertad”. Esta vez, signado por un contexto preelectoral en el que el candidato Javier Milei y su compañera de fórmula, Victoria Villarruel, lograron instalar un discurso no solo negacionista de la dictadura militar sino, por momentos, reivindicador.
Hay 14 comisiones que debaten desde las 09.30 de la mañana. Los asistentes no se toman la hora de almuerzo y, sin embargo, el tiempo no alcanza; casi todos llegan tarde al evento de cierre. La comisión de juicios de lesa humanidad tiene un espacio mínimo para la cantidad de asistentes, no se esperaban las más de 100 personas que llegaron al Espacio Cultural Nuestros Hijos. El ECuNHi es transparente, casi hecho de vidrio. En la mesa están Pablo Llonto y Guadalupe Godoy, abogados; Héctor Barbero, historiador y miembro del poder judicial; Fernando Tebele, periodista y fundador del medio La Retaguardia, que transmite por youtube los juicios por crímenes de lesa humanidad, y Luciana Bertoia, politóloga y periodista especializada en Justicia y DDHH. No se oyen aplausos porque se atiende a que hay una persona en el público en el espectro autista.
El historiador Héctor Barbero sostiene que lo novedoso del contexto actual no es el discurso de la guerra, sino la capacidad que tiene hoy de anclar con otros intereses. “La sociedad argentina se va articulando en una lógica global que no sólo es negacionista de la dictadura, sino también de la crisis ambiental, de la ciencia, de los sesgos de género. La particularidad es que todas estas construcciones discursivas se mantienen por sí mismas, no necesitan de racionalidades externas para sostenerse lógicamente”.
“Durante muchos años pensamos que la estábamos rompiendo, y por ahí nos olvidamos de dónde venimos”, dice Guadalupe Godoy. Recuerda lo difícil que era en los años 90: “los represores salían en el diario y, al día siguiente, estaban dando una clase en la facultad de derecho”.
El negacionismo viene por oleadas, siempre tuvimos que remarcar que fueron 30.000
“Negacionismo tuvimos siempre”, apunta Pablo Llonto, “negacionismo también había cuando teníamos 800 centros clandestinos, si uno mira para atrás a mí no me queda otra que ser optimista. Viene por oleadas, siempre tuvimos que remarcar que fueron 30.000. En los 90 a Massera lo invitaban a la televisión. Estamos mucho mejor posicionados incluso que hace 30 años atrás: hoy hay organismos de DDHH, con distinto nombre, en cada barrio”. La pregunta de los asistentes es por qué aún no tenemos en Argentina una ley que penalice los discursos de odio. Él no está de acuerdo “en llenar el código penal con otro artículo”. Cree que ya existe ese espíritu en el artículo 213 que sanciona la apología del delito, y que esa herramienta fue suficiente para dar pelea en el pasado. Es antipunitivista. El mayor problema, para él, es comunicacional.
“No tenemos demasiado tiempo para pensar estrategias porque estamos reaccionando de manera tardía”, sostiene Fernando Tebele. Cree que el movimiento de DDHH se solidificó en los logros, con los juicios como parte central de la acción y “la acción siempre genera reacción”. “Entonces, algo hicimos bien, pero, a la vez, esto es un síntoma de las cosas que no alcanzamos a hacer”. En el canal de youtube de La Retaguardia, que transmite los juicios de lesa humanidad, sólo el 1% de las visitas corresponde a la franja etaria 18-23 años. En este escenario, “es posible que debamos volver a contarlo todo, pero es algo que no se puede recuperar en un minuto y medio”, dice Tebele. Hay que dar una batalla cultural multiplataforma, y hay que repensar las narrativas en un contexto donde no hay contralor y “todos somos un medio de comunicación”. “No nos abandonaron las nuevas generaciones, nosotros los abandonamos a ellos”, apunta. Hay que construir puentes. “Muchos jóvenes están interpelados por las causas medioambientales, o son víctimas de persecución policial, nuestra memoria vinculada al genocidio, además de tener un contexto para atrás, tiene que tener un contexto hacia adelante porque muchas de las consecuencias sociales de nuestra derrota se vinculan con los problemas del presente ”, sostiene.
Para vastos sectores de la sociedad la discusión sobre los crímenes de lesa humanidad es un tema secundario, poco relevante en el contexto económico y político actual. El desafío de cara al 22 de octubre es actualizar el pasado, leer sus claves históricas y sus consecuencias actuales. Fernando dice que hay que separar negacionistas de apologistas, para no terminar poniendo de la vereda de enfrente “a un montón de pibes y pibas que lo que están es desinformados”. La pandemia, además, desactivó muchos espacios colectivos, la desarticulación de los entramados sociales es tierra fértil para un tipo de individualismo particular que habita en el corazón de los discursos de odio, y que circula en redes sociales, donde los mensajes individuales no pasan por el tamiz del procesamiento colectivo.
A Horacio Piatragalla Corti, Secretario de DDHH de la Nación, que nació en marzo de 1976 y fue secuestrado a los 5 meses por la última dictadura cívico militar, Estela de Carlotto y Taty Almeida, referentes de Abuelas y Madres de Plaza de Mayo, le dicen “Horacito”. Las dos sonríen, porque están en la mesa de cierre con dos nietos recuperados, al otro lado está Wado de Pedro. Cuando terminan las exposiciones, los representantes de las organizaciones rodean a Piatragalla. Entre ellos están Kantuta Killa y Wari Rimachi, la pareja indígena que tiene presentada una denuncia en el Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo (Inadi) ante una movilera de televisión. Le piden Piatragalla una foto con la whipala. Kantuta no dejó de hablar con la prensa después del episodio del subte, pero ahora deletrea su nombre cuando se presenta. Dice que lo que está en peligro es “la verdadera libertad, la libertad de la diversidad, de reconocernos diferentes pero, a la vez, saber que apuntamos en un mismo sentido: una patria justa, libre, soberana y plurinacional”. La cultura de la no vida le ha puesto precio a todo, apunta Kantuta, a la tierra, al agua, al aire, a la educación, a la salud, que son bienes colectivos. La estrategia es comprender el carácter social de los recursos que están en peligro, y aunar fuerzas entre diferentes frentes que no se identifican como iguales como consecuencia de los discursos coloniales.
Hay que separar negacionistas de apologistas, para no terminar poniendo de la vereda de enfrente “a un montón de pibes y pibas que lo que están es desinformados
Piatragalla, frente a la pregunta sobre las estrategias para enfrentar los discursos de odio, cree que hay que seguir visibilizando, está convencido de que la sociedad no se derechizó “no avala ese discurso, desconoce lo que piensan Milei y Villarruel”. Por eso tiene una lectura positiva del debate: “Visibiliza lo que son ellos, y parte de la ciudadanía no los conoce, no conoce sus propuestas”. Lo mismo piensa Emperatriz Márquez, “Monena”, militante catamarqueña del PRT (Partido Revolucionario de los Trabajadores) en los 70, ex presa política, que estuvo en la comisión de lesa humanidad con dos amigas y su sobrina. Monena tiene dos prendedores en la solapa: la imagen de su cuñado, intendente desaparecido de Libertador General San Martín, y de su hermana, Olga Márquez de Aredez, Madre de Plaza de Mayo Línea Fundadora. Cuenta que en Catamarca ya tiene media sanción en diputados un proyecto contra la apología negacionista. “Estos discursos no son nuevos”, remarca, y la estrategia es la histórica: “la permanente visibilización de los hechos. La resistencia”.
Estela de Carlotto dice que hay que enojarse, que hay que interpelar a los políticos. Que llorar, hay que llorar en casa.
MR/DTC