Las presuntas vacaciones de primavera en el Mediterráneo de Martín Insaurralde y su novia, Sofía Clerici, habilitan una lectura en varios planos.
Por un lado, la postal es un golpe demoledor para el espíritu de una dirigencia y una militancia peronistas que, en un marco de escepticismo con el que conviven hace meses, parecían haber encontrado el tono para dar pelea a la amenaza de la ultraderecha. La mayor luz sobre los dislates y negociados en puertas que trae La Libertad Avanza y el desconcierto de Juntos por el Cambio ante la ocupación de su plaza por la ultraderecha parecían mostrar un camino difícil, pero posible, para que Unión por la Patria aumentara su competitividad electoral.
Si una imagen hace juego con la hipótesis de la casta que enarbola Javier Milei, es la de un exintendente de un popular municipio bonaerense disfrutando de un yate de lujo frente a la Costa del Sol. Los posteos de Clerici en Instagram con supuestos regalos Louis Vuitton y Rólex provistos por su “new bb” hacen el resto.
Parece guionado, como el episodio de José López con los bolsos llenos de dólares en un convento de monjas, en 2016. Las circunstancias, las fechas y los protagonistas llaman la atención. Lo que ninguna teoría conspirativa podrá disimular es que el exsecretario de Obras Públicas de los Kirchner e Insaurralde pusieron el cuerpo y los dólares para la función. Dado el perfil de ambos personajes, nadie debería sorprenderse.
Una bofetada desde Marbella
Al frente peronista le había llegado la hora de mostrar mística, un juego dirigencial coordinado de lecciones aprendidas y rostros de gente de a pie que lucha a diario por un proyecto colectivo; un Estado que funcione y sea a la vez un resguardo frente al vandalismo libertario. A todo ello, Insaurralde lo abofetea desde Europa mientras completa el casillero de la peor caricatura que podría perfilar un dibujante de las derechas. La distancia ética entre él y quienes lo amparan, y jóvenes de una barriada de Lomas que ayer hayan salido a recorrer calles con volantes de Unión por la Patria es abismal.
Un segundo elemento es que los tres principales rostros de Unión por la Patria son indisociables de Insaurralde. Sergio Massa, porque se dijo amigo muchas veces y mostró sintonía política, sobre todo, cuando el exintendente de Tigre se espejó en el papel de gestor vacuo de una comuna del conurbano e intentó llevar a su colega de Lomas para su molino. Cristina Fernández de Kirchner y, más aún, su hijo, Máximo, porque establecieron una alianza de hierro con el ex de Jesica Cirio para meter una cuña en el gabinete de Áxel Kicillof. Y éste, porque no supo negarse a darle a Insaurralde una de las sillas más importantes del Ejecutivo desde la que pudiera husmear partidas estatales. Si el yate de Insaurralde está hundido, el barco de Unión por la Patria quedó tocado.
La distancia ética entre Insaurralde y quienes lo amparan, y jóvenes de una barriada de Lomas que ayer hayan salido a recorrer calles con volantes con su rostro es inconmensurable.
En tercer lugar, la sórdida excursión de Insaurralde puede ser un puente a un balotaje entre la ultraderecha y la derecha radicalizada, y, en ese caso, un viaje al abismo para el peronismo tal como lo conocimos. O bien, si no es así, puede ser un punto de inflexión para las prácticas del kirchnerismo, no sólo éticas, sino tácticas. No hay más espacio para caprichos de mesa chica, ni tolerancia a la corrupción, ni entronación de impresentables sin vuelo intelectual, funcional, ni político.
En estas elecciones, Máximo Kirchner no viene ahorrando esfuerzos en dejar en claro su módica prioridad: la pelea por las intendencias de un puñado de municipios de la provincia de Buenos Aires en los que La Cámpora se juega alguna candidatura por vía directa o indirecta: Lanús, Quilmes, Hurlingham, Lomas de Zamora, Mercedes y algunos más.
El millonario Insaurralde, en su rol de jefe de Gabinete, voz de un sector de los intendentes y hombre fuerte de Lomas —segundo distrito en cantidad de habitantes en el conurbano, detrás de La Matanza, y cuarto en la Provincia, detrás de La Matanza, Mar del Plata y La Plata— es un aliado fundamental para esos objetivos. La traducción más concreta de esa cohabitación es la candidatura del presidente de la Cámara de Diputados provincial, Federico Otermín, en Lomas.
El otrora relacionista pelilargo de boliches del conurbano sur es el summum del dirigente líquido que transita la vida política sin deslizar una frase que suponga convicción alguna. A un personaje de ese perfil debió apelar el kirchnerismo puro para custodiar que Kicillof no se atreviera a tocar otra canción.
El elegido
En las elecciones de medio término de 2013, Insaurralde fue seleccionado por Cristina para hacerle frente a la disidencia de Massa, que acababa de estrenar el Frente Renovador. La entonces Presidenta interpretó que convenía presentar una carta de identidad difusa y edad similar a la del repentino opositor.
Ganó Massa en una elección que lo proyectaría a la presidencia durante unos meses. Insaurralde, que logró mantener un piso de votos alto para el PJ Bonaerense, se aburrió en la Cámara de Diputados y se dedicó a la farándula y la rosca para volver a su municipio.
Tras la derrota de las legislativas de 2021, Insaurralde se transformó nada menos que en jefe de Gabinete de Kicillof, contra la voluntad de éste. Una intervención del tándem Kirchner-intendentes del conurbano
Con Mauricio Macri en la Casa Rosada y María Eugenia Vidal en La Plata, el lomense ensayó alguna retórica poskirchnerista, pero con el tiempo se transformó en un aliado indispensable de Cristina y Máximo, por razones inexplicadas. Al punto de que, tras la derrota de las legislativas de 2021, Insaurralde se transformó nada menos que en jefe de Gabinete de Kicillof, contra la voluntad de éste. Una intervención directa del tándem Kirchner-intendentes del conurbano que obligó al titular del Ejecutivo bonaerense a desplazar a quien todavía hoy es su mano derecha, Carlos Bianco. La historia explicará cuánto le costó a Kicillof no haber podido, querido o sabido decir “no” en aquella oportunidad.
Al menos, en una pulseada por la candidatura a la vicegobernación de este año que parece haber roto definitivamente la relación entre el gobernador y el hijo de la vicepresidenta, se impuso el mandatario. Kicillof quería repetir con Verónica Magario. Máximo quería a Insaurralde. "Si Verónica no va, Axel no firma", contó Pablo Ibáñez en este diario. Fue Magario. Si no hubiera sido así, la reelección del gobernador, con las postales de Marbella a la vista, estaría terminada.
De entrada, en 2019, el loteo implementado por Kicillof en su Ejecutivo, con cargos para saldar las ambiciones de La Cámpora, los peronismos y las tribus de intendentes, reservó para Insaurralde una silla clave. Omar Galdurralde, un hombre del exintendente de Lomas, ocupa desde 2019 la presidencia del Instituto de Lotería y Casinos Bonaerense, importante caja de recaudación para el fisco y puerta de entrada a negocios turbios. Es tan sensible el puesto, que cabe suponer que el gobernador tomó todos los recaudos posibles en cuanto a la integridad del amigo de Insaurralde.
¿Clerici invitó a Insaurralde a Marbella como su toy boy? ¿El Rólex, la Louis Vuitton y el yate fueron producto de alguna herencia que recibió el jefe de Gabinete bonaerense? ¿Insaurralde saldó su reciente divorcio de Cirio por cuántos millones de dólares? ¿Vivía con Cirio en Puerto Madero?
Punto de saturación
De los Kirchner y la corrupción se ha escrito un mundo. El umbral más bajo indica que convivieron con vándalos (Ricardo Jaime, José López, Daniel Muñoz y muchos otros) como práctica habitual de gobierno. Los protegieron y los bancaron mucho más de la cuenta; les asignaron presupuestos de enorme impacto, como Obras Públicas y Transporte. Los pocos castigos que hubo al respecto en los 12 años de Néstor y Cristina parecieron más una represalia a cuentapropistas que una sanción por aspectos éticos y republicanos.
El siguiente paso en ese razonamiento es la hipótesis de que los Kirchner armaron su propio “robo para la corona” con el fin de financiar las campañas. Una explicación de presunta realpolitik para dar pelea ante los poderosos. Resbaladizo razonamiento que, inexorablemente, choca en la esquina.
De los Kirchner y la corrupción se ha escrito un mundo. El umbral más bajo indica que convivieron con vándalos (Ricardo Jaime, José López, Daniel Muñoz y muchos otros) como práctica habitual de gobierno
La hipótesis de máxima sobre la corrupción de los Kirchner —roban para su propia caja fuerte— es la que vienen sosteniendo Clarín, La Nación, Comodoro Py el macrismo en general hace dos décadas. Para fierros tan poderosos, el hecho de que no hayan hallado la ruta del dinero K, ni una bóveda, ni una cuenta en Panamá, pese a los ríos de tinta y bytes invertidos, es todo un dato.
Otra arista de los padrinazgos fallidos del mundo Kirchner es la baja calidad discursiva y representativa de ciertos elegidos. Insaurralde es uno de ellos. En algún momento, aunque parezca mentira, Guillermo Moreno fue una voz privilegiada. La Cámpora de los últimos cuatro años es un mar de consignas autómatas. Cuando hay que “bancar los trapos”, salen todos. Cuando hay que apuntar hacia adentro, llueven misiles con más enjundia que contra cualquier opositor, sin mirar consecuencias. El enemigo, si llega la orden, mañana será aliado. Fueron muchos los actores que rondaron el espacio público cuyo aporte estuvo por debajo, incluso, de ciertas políticas implementadas.
Otro repertorio o se acaba el concierto
Se verá qué ocurre con el naufragio de Insaurralde, pero Massa y Kicillof están llamados a ocupar un lugar protagónico tanto en escenario de victoria como de derrota digna.
En el candidato a presidente, una conducción con su sello está en el horizonte, no necesariamente por lo bueno, como demuestra la absurda eliminación del impuesto a las ganancias (renta o ingresos) que beneficia a los asalariados que más ganan, en detrimento de las mayorías. Pero nadie duda de su vocación de poder ni de su control total de la botonera de Economía, sin injerencia de camporistas que lastraron los primeros años de la gestión Fernández.
Los antecedentes del ministro invitan a pensar que no repetiría el loteo paralizante y las indecisiones que signaron al Ejecutivo de Alberto Fernández. Massa y los Kirchner trazaron diferencias hace años que parecían insalvables. Hoy están juntos. Esa relación durará lo que tenga que durar.
El caso del gobernador bonaerense es distinto, porque su madrina política y a quien le reserva la mayor lealtad es Cristina. Kicillof dijo días atrás y repitió de diversas maneras que hay que componer nuevas narrativas. Razonó que el repaso de la “década ganada” que terminó hace más de una década se volvió monótono e inaudible para una parte importante del electorado, que en buena medida era menor de edad en los años de crecimiento. Cambió la perspectiva, pasó una pandemia, el mercado laboral es otro. Máximo Kirchner le cobró la osadía de inmediato.
No se trata de que a Kicillof le convenga ensayar su propio repertorio, no antagónico, pero sí independiente de las clases magistrales de la vicepresidenta y las rabietas de su hijo. Debe hacerlo por su propia supervivencia y en lo inmediato. No están claros ni el margen ni la voluntad real del gobernador de emprender su propio camino.
Varias fuentes coinciden en que el credo económico que recita Cristina está inspirado en las ideas que elabora su exministro de Economía. Las presentaciones de la vicepresidenta se transformaron en un canto a la impotencia que denuncia la deuda impune tomada por Macri, para luego avalar la política económica dictada por el FMI, implementada por su exenemigo Massa que agarró “la papa caliente”. Como lo hace “bajo protesta”, alcanza para decir que “Sergio es un compañero”. No hay plan alternativo, entre otras cosas, porque la vicepresidenta se ocupó de cortar todos los puentes para construir algo más allá de su metro cuadrado.
Kicillof tiene ideología; perfila un peronismo de izquierda. 'Derecha versus derechos', ensaya. Ése fue otro de los puntos de discordia con cristinistas ortodoxos
En ese corralito, Kicillof no tiene salida, pero sí la encuentra en su gestión en La Plata. Los números de nuevas escuelas, tasa de homicidios, rutas pavimentadas y casi cualquier rubro relevante que se tome en cuenta son notoriamente mejores que los de su predecesora María Eugenia Vidal, quien gobernó sin pandemia, ni guerra, ni sequía. Allí, el gobernador tiene una herramienta, que sostiene sin sospechas de corrupción en lo que a él y su línea política atañe.
El otro lugar de apoyo de Kicillof es su lógica discursiva autónoma. Comparado con el de La Cámpora, su compromiso con la victoria de Massa es muy visible, aunque tiene razones de peso, porque su propia reelección no está muy escindida de un buen papel del tramo presidencial de la boleta.
Kicillof tiene ideología; perfila un peronismo de izquierda. “Derecha versus derechos”, ensaya. Ése fue otro de los puntos de discordia con cristinistas ortodoxos, poco propensos a ubicar la discusión en ese terreno. Los números electorales algo dicen sobre quién tuvo razón.
El kirchnerismo al que Patricia Bullrich se propone “eliminar” es, en su instancia directiva, una mesa compuesta por Cristina, Máximo y no más de una decena de voces, que en general actúan como cadena de transmisión. Esa identidad política lleva tres elecciones presidenciales proponiendo como candidato al menos kirchnerista de la sala: Daniel Scioli en 2015, Alberto Fernández en 2019 y Massa en 2023.
Con esa progresión, al Instituto Patria le quedará pedir a su postulante en 2027 que al menos no se apellide Macri.
Si nadie da vuelta la página, lo harán las urnas.
SL/DTC