Próceres, modelo para armar: la batalla cultural y el relato (a) histórico del Gobierno

El video en el que Karina Milei presenta a los “próceres de nuestra historia” (sic) fue musicalizado con el Himno nacional argentino, aunque bien podría haber sonado “En el país de nomeacuerdo”, de María Elena Walsh (desplazada del eliminado Salón de las Mujeres). El montaje dura 60 segundos: ideal para las redes sociales, el territorio libertario por excelencia. La Secretaria General de la Presidencia –cargo al que accedió luego de que su hermano derogara el decreto que limitaba las designaciones en el Estado de familiares de funcionarios– pone la voz, observa, descubre retratos, camina, actúa. 

El anuncio se realizó el 8 de marzo, mientras una masiva movilización conmemoraba el Día Internacional de las Mujeres. Reacción versus acción. Casa Rosada versus Congreso. Recinto versus calle. Consignas y cánticos antigubernamentales versus guion institucional. Historia en movimiento versus panteón estático.

Como si este trasfondo no fuera lo suficientemente evidente, Karina Milei lo explicita, al referirse a “homenajes que son válidos hoy y lo serán dentro de cien años; y no el guiño político estéril a un movimiento militante del momento, que las mujeres argentinas tampoco necesitamos”. 

Aunque solo momentáneamente, ella emerge como el único rostro femenino del flamante salón: por algo, su apodo es “El jefe”. Libertaria de pura cepa, opone una ideología nacionalista particular a la supuesta “ideología de género” que su espacio combate, no solamente en el ámbito cultural.

La grabación dura solo un minuto, pero la puesta en escena da tela para cortar. La Libertad Avanza nunca falla en el show. En un momento, la imagen de Bartolomé Mitre es desenrollada, cual póster o pegatina de campaña electoral, sobre la de Juana Azurduy; la de Carlos Pellegrini –reconocido conservador e impulsor de espacios reservados a caballeros “distinguidos” como el Jockey Club– cae, pesada, sobre Alfonsina Storni. 

Un collage desordenado

Las mujeres y disidencias sexuales no son las únicas ausencias. En el Salón de los próceres (concepto discutido pero persistente en las diferentes narrativas políticas), el pueblo que sostiene las diferentes “gestas argentinas” y paga el precio de las decisiones de los gobernantes es prácticamente borrado (nobleza obliga, una característica de los panteones en general). 

También fueron excluidos personajes insoslayables del pasado y presente argentinos (Yrigoyen, Perón, Frondizi, Alfonsín), en un recorte histórico no exento de complejidades, a todas luces errático y con saltos temporales considerables. 

La lista de cuadros está compuesta por Mariano Moreno, Cornelio Saavedra, Manuel Belgrano, José de San Martín, Juan Bautista Cabral, Martín Miguel de Güemes, Guillermo Brown, Hipólito Bouchard, Facundo Quiroga, Justo José de Urquiza, Bernardino Rivadavia, Esteban Echeverría, Bartolomé Mitre, Domingo Faustino Sarmiento, Nicolás Avellaneda, Juan Bautista Alberdi, Francisco Moreno, Carlos Pellegrini, Julio Argentino Roca, Victorino de la Plaza, la tumba del soldado desconocido de Malvinas y Carlos Saúl Menem. 

Referentes de la Revolución de Mayo y la lucha independentista; figuras de la Generación del 37 y la Generación del 80; el primer presidente de la Confederación Argentina, que derrocó a Juan Manuel de Rosas y convocó al Congreso Constituyente que aprobó la Constitución de 1853; quienes defendieron a la patria en la guerra contra los ingleses; y el representante del neoliberalismo en Argentina. En resumen, liberalismo y patria en el centro, como significantes maleables y caprichosos. 

¿Es reconciliable el homenaje institucional necesario de quienes pelearon en 1982 con la reivindicación que el presidente hace de Thatcher o con las alusiones a la autodeterminación de los kelpers? ¿Bajo qué lectura podría equipararse el liberalismo de Moreno –quien escribió tempranamente que el rey de España no tenía derecho a gobernar América, porque los indígenas no habían consentido a ser sus súbditos– con los preceptos de Cornelio Saavedra dentro de la Junta? ¿O, yendo aún más lejos, con la noción de relaciones carnales con Estados Unidos impulsada por el menemismo en los noventa? ¿Son comparables períodos tan distantes?

Incluso en el terreno histórico favorito de los libertarios, es decir, el ocaso decimonónico y el despertar del siglo XX, ¿qué proyecto de país apoyan? ¿Dónde se ubican en las duras disputas político-ideológicas entre Alberdi y Mitre, o entre Mitre y Sarmiento, en torno a la Guerra del Paraguay, el federalismo, la injerencia británica en la economía, la educación y hasta la forma de narrar la historia? ¿Cómo encastran el trasfondo nacionalista de distintos apellidos –como voceros de movimientos– con el llamado actual a abrir hasta la última ventana al capital extranjero?

¿(Re)inventar la nación?

Bartolomé Mitre –como reconoce el texto que acompaña su pintura– fue el incubador de los mitos de orígenes del país, aun antes de que este estuviera constituido como tal. En su Historia de Belgrano, publicada entre 1858 y 1859, proyectó la tradición de una Argentina en cierne, a cuya formación colaboraría militarmente y que acabaría presidiendo.   

La suya era una escritura erudita e ilustrada. Juan Bautista Alberdi, a quien Milei recurre en momentos fundamentales (como su victoria electoral o la titulación de su golpeada ley ómnibus), fue uno de los grandes críticos del fundador del diario La Nación. Sobre el libro de Belgrano, advertía que existía una confusión entre biografía e historia. Y, en medio de la polémica, lanzó una frase que mantiene vigencia: “La falsa historia es origen de la falsa política”.

Hay otra, menos citada, aplicable a los dilemas contemporáneos: “Mitre divierte a sus lectores de Buenos Aires con la historia tradicional de su gusto, sin perjuicio de contarles lo contrario al mismo tiempo. Presenta a sus lectores las teorías del despotismo, diciéndoles : —He aquí la historia de la libertad”.

La provocación del partido libertario no está a la altura de la empresa mitrista, ni lo pretende. Tampoco parece seguir la tradición de Alberdi, político y pensador multifacético, que contribuyó a consolidar las bases institucionales del Estado (que el libertarianismo pretende reducir a una mínima expresión).

La negación de las mujeres, la clase obrera y los pueblos originarios, así como la exaltación de un período en el cual no regía siquiera el voto “universal” para varones es parte del ADN de La Libertad Avanza. También su encomio a Roca que, vale remarcar, no es novedoso: el responsable de la mal llamada “Campaña al desierto” (término que se busca reinstalar oficialmente) fue la cara del billete de más alta denominación hasta hace pocos años.

Lo que queda claro es que existen medidas, no solo simbólicas, que afectan la vida de los mismos sectores que buscan invisibilizar. En ese sentido, el reclamo por una historia completa e inclusiva forma parte de una demanda de inclusión real.

La confección desde el poder de hitos, héroes y –en el caso de LLA– superhéroes se realiza a modo de espejo enaltecedor. Javier Milei, autoproclamado portador de un proyecto mesiánico, se espeja en “grandes hombres”: aunque su ídolo, en contradicción con el derrotero nacional, sea la dama de hierro que construyó su poder sobre la sangre de soldados en Malvinas.

Párrafo aparte merece la elección de Menem como único “prócer” de la segunda mitad del siglo XX. En su epígrafe no aparecen las naves espaciales, Río Tercero, la venta de armas, el Santiagueñazo, Víctor Choque, los indultos, los ramales que pararon y cerraron, ni los despidos en masa. En el salón reformado se sirven pizza y champán. “Estamos mal, pero vamos bien”, podría ser el brindis libertario desde la estratósfera. Y, al gran pueblo argentino, salud.

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JB/MG