La semana después de la derrota del gobierno no fueron, paradójicamente, sus “peores días”. Alberto perdió en unas elecciones históricas, pero ganó tiempo. El mensaje grabado decía eso: gané un changüí. La oposición no mostró reflejos ganadores en una victoria con la que meses antes ni soñaba, y se pasó los primeros días a merced de lo que dijo Alberto: la palabra “triunfo”. La dijo y obligó a los ganadores a discutir al perdedor. El domingo Macri había dicho “transición”, pero la oposición corrió un poquito la semana de atrás. Una razón: el resultado que incomoda a la oposición es que esta elección no resolvió su propia interna. El tema no es tanto el resultado de afuera (dos millones contundentes más de votos que el peronismo), sino el de adentro: ningún ala de Juntos por el Cambio quedó fuera de carrera.
Existe otra razón. Hay menos “hegemonía” en hacerte decir lo que quiero que digas, que en hacerte hablar de lo que quiero que hables. ¿De qué habló la oposición estos días? De lo que dijo Alberto. Uso la palabra hegemonía así, en la corta. Porque la semana se termina y se olvida.
De lo que no podremos olvidarnos es del asesinato policial de Lucas González. A Larreta se le vino encima: el crimen cae en el medio de su policía. Al final, en esta semana tan esperada (la semana después de las elecciones) no pasó lo que muchos temían que pase, pero nada de lo que pasó oculta lo esencial: el gobierno perdió. Veamos.
Rodolfo Fogwill alguna vez mencionó la paradoja de León Gieco en la canción “Sólo le pido a Dios”. El argumento era sencillo: alguien que se toma el trabajo de pedirle a Dios no ser indiferente a la guerra no sabe que en el trabajo de molestar a Dios confirma su atención.
-Dios, no me hagas indiferente.
-No lo estás siendo, hijo.
La paradoja de León Gieco fue involuntaria.
Veamos otro caso. El que avisa: “voy a decir algo políticamente incorrecto”. Ahí lo ves, chupándose los dedos, tomando carrera y no incomoda a nadie. Si nombrás el efecto, matás el efecto. La incorrección es otra forma de corrección, dicen. El meme del hombre araña antes del meme del hombre araña. Pero dicho y hecho: no sabemos del todo qué hacemos con las palabras porque no sabemos del todo qué hacen ellas con nosotros. Y, peor, no sabemos qué hacen los demás con ellas. Recordemos cuando Cristina dijo: armen un partido. Y el partido se armó. Y es nacional. Y gana elecciones. Y aquella frase lleva un etiquetado frontal: ojo con lo que deseás. Hay usos de las palabras más jodidos. Todas las leñas al fuego punitivistas que se dicen en torno a la seguridad tienen un efecto paradójico al del orden: “descontrolan” a las fuerzas. La sociedad pide más orden (con todo derecho) y la demagogia política descontrola a las fuerzas. Y se termina en imágenes como la persecución de Lucas y sus amigos. Pibes que son un pan de Dios corridos a balazos por energúmenos de uniforme.
Guarda con lo que decís
¿Qué dijo Alberto? Dijo triunfo. El gobierno hizo trampa: no se autopercibió derrotado y eso descolocó a la oposición. Si se desmigaja un poquito se entiende: no es que puso en duda el resultado, no es que dijo que hubo fraude, no es que desconoció las urnas, ni va a contradecir el reparto de diputados, senadores, legisladores… Hizo lo que se hace en el siglo XXI: la supremacía de los sentimientos. Nuestro giro afectivo: como me siento es como es. Sintió alivio y lo expresó. Sintió que podía haber sido peor. La única verdad es mi posverdad.
La derrota peronista fue olímpica. Si no hubieran existido las PASO y el resultado del último domingo hubiera sido el único, no habría margen de autopercepción: era un baldazo de agua helada y hubiéramos tenido esta semana el minué de fuego amigo que vivimos en septiembre. Y la verdad número uno del Frente de Todos, que era haber nacido para ganarle al macrismo, ya se disolvió en el aire. Ahora es juzgado por lo que hace, no por lo que frena. El gobierno tiene que construirse en el cumplimiento de mandatos y no sobre un invicto metafísico de que la mitad más uno vota peronismo.
Alberto dijo triunfo, pero esa frase sólo es válida si hablaba de él, no del Frente ni del peronismo ni del espacio. El Frente perdió. Y perdió fuerte. ¿Y él? Él también perdió. Sólo ganó tiempo. Achicando la diferencia no tenía una corrida política con Cristina, ni una corrida cambiaria con el blue, ni una cadena de oración en el prime time pidiendo devaluación. Dijo triunfo y es derrota. Pero también dijo triunfo porque esto es “política del yo”: ahora Alberto le puede poner condiciones mínimas a su derrota, esbozó el uso de las PASO para 2023 (señalando el dedazo que lo puso a él, como dijo Asís) y en su entorno algunos piensan en armar “lo propio” al menos como gesto de supervivencia. Pero dijo triunfo y hablaba de debilidad. El repunte fue un pulmotor, un darse aire. El juego de las “interpretaciones” sólo era posible con un lunes sin “reacción económica”. La economía sigue mal, pero no está peor. Ese resto mínimo de recuperación de votos es el colchón que amortiguó una caída que podría haber signado una semana negra, no sólo por las cartas sorpresivas de Cristina o los movimientos de gabinete, sino por el temblor de las placas tectónicas de nuestra frágil economía.
El equipo económico sigue en pie. Kulfas y Guzmán se pasearon por la plaza militante el 17. Hay dos “renunciados” que viven. Pero este atajo improvisado, más allá del terreno de rivalidades cortas, sirvió como empujón de sobrevida. Cuando se despertó, el FMI todavía estaba allí.
La pregunta más usual del periodismo es: “¿Qué sentiste cuando…?”, y se completa con lo que sea: cuando murió Kirchner, cuando murió Nisman, cuando nombraron al Papa. Me importa lo que sentís. -¿Qué sentiste cuando te dijeron que se achicaba la diferencia a un punto en la Provincia? -Sentí alivio.
La política no era ajena a los sentimientos en nuestro adorado siglo XX. Un momento crucial, quizás la pieza discursiva más maravillosa, fue la despedida de Balbín a Perón. Cuando el viejo adversario despide a un amigo. No hay más remedio que volverla a ver en un audio casi roto. Mentira que Balbín era un gran orador. Era inflamado, solemne, hueco por momentos. En los archivos se lo ve siempre un poco comido por su propio personaje. Pero ese día se precipitó. Las palabras también hacen la Historia. Y Balbín las dominaba todas. Una a una y con nervios de acero. Balbín, en el siglo XXI, hubiera sido el Vaca Muerta de los memes: sus gestos sobreactuados, su barroquismo. Pero pongamos este fragmento: “fue posible ahí comprender, él su lucha, nosotros nuestra lucha y a través del tiempo y las distancias andadas, conjugar los verbos comunes de la comprensión de los argentinos”. El respeto, dice Balbín, se funda en la adversariedad honesta. En un sentido, Balbín se colocaba por encima de la época, en el diálogo de los vivos con los muertos. Un esoterismo laico. Pero la conjugación de esa mutua piedad final era también un gesto insoportable para la Argentina de los setenta: dos tipos que se perdonan la vida. Dos caballeros, el vivo y el muerto. A ese discurso de Balbín y a él mismo (con sus conocidas agachadas) los mejora el tiempo. Las palabras tienen un peso y un poder, a veces hasta anticipatorio. El discurso parece hablarnos más de lo que estaba por venir que de lo que se iba. A su modo, también eran dos políticos, espalda con espalda, frente a la ola salvaje de un tiempo. Pero en esos segundos que habla Balbín, en esa cadena, se escucha el silencio de un país. Ninguna picana, ningún fusilado, ninguna bomba. La solemnidad puede ser pésima, de mal gusto, salvo, cuando es la llamada de la casa común. Quizás es la cima de los ejemplos de lo que se puede intentar con las palabras. Decir lo que hay que decir.
Francisco “Paco” Durañona subrayó en una entrevista con la Agencia Paco Urondo tal vez el dilema más honesto al interior del Frente de Todos: “El peronismo es un partido del GBA o un movimiento nacional”. Desconurbanizar. Durañona critica a su modo que el peronismo les cumple la regla a los prejuicios opositores, esos que se reproducen casi renglón por renglón: nosotros agregamos valor, ellos piden subsidios; nosotros pagamos impuestos, ellos cobran planes; nosotros exportamos y generamos dólares, ellos protegen industrias obsoletas; y así. La oposición cuenta con una base de 40% de electores que le muestran los dientes al recaudador de impuestos. Y un hijo rebelde: los libertarios. Variaciones de aquel lema liberal (“achicar al Estado para agrandar la Nación”), Durañona se pregunta por esta réplica interna que hace rígido al voto del peronismo actual, reducido al tercio kirchnerista, como si se tratara de achicar la Nación para agrandar al kirchnerismo. Si el Frente de Todos nació de la racionalidad de una frase (sin Cristina no se puede, sólo con Cristina no alcanza) con la que Alberto recorrió el país, ahora su gobierno reposa y flota sobre una sola mitad. Un populismo sin mayorías.
Ser y parecer
Ganar y festejar. O como dijo Mirtha Legrand: “Como te ven, te tratan”. En las imágenes, la oposición careció de mística. Si no le servían en bandeja las caras largas de los derrotados, no sabía qué sentir. Macri años atrás, en su carrera a la presidencia, había patentado un festejo de globitos y baile. Muchos cronistas se hicieron un picnic en la descripción de ese “estilo”. Tercer tiempo, casamiento, fiesta del Champagnat: se escribió demasiado. Pero era algo. Era una coreografía; que incluso parecía reírse de los prejuicios que despertaba. Como los que no saben bailar y hacen la mímica de tocar la guitarra. Este domingo ganaron pero no se notó. No tenían coreografía. Se entiende que en mitad de las crisis ya no está el horno para globitos y Tan Biónica. Pero hay un momento en la gestualidad en que algunos parecen ese de la oficina que subieron de prepo al micrófono del canto bar. Había en esas caras largas la dura impresión de que se va el 2021 y no se resolvieron las cuitas internas. Bullrich dijo “esperábamos más del voto en CABA”. Los “halcones” tampoco se perciben derrotados frente a las “palomas”. El escenario de fin de año se hizo más “abierto”, al menos por unos días. Hasta que vuelva la madre de todas las agendas: el acuerdo con el Fondo.
MR