Un 74% de las personas cree que la crisis económica tendrá efectos muy profundos y duraderos en su vida personal y describieron su estado de ánimo con palabras como “incertidumbre”, “hartazgo”, “bronca”, “desesperanza” o “temor al futuro”. Los datos son el resultado de una encuesta publicada hoy por el Observatorio de Psicología Social Aplicada de la Universidad de Buenos Aires (OPSA). La muestra, realizada en más 1700 personas de manera digital, indica también que el 72% piensa que no podrá realizar los proyectos de vida personales y familiares que tenía hasta antes de la crisis. Un 64% cree que su salud mental está “peor o mucho peor” que antes de la crisis. elDiarioAR habló con especialistas para conocer cuál es el impacto de los vaivenes económicos en la vida cotidiana.
“Cuando pago algo, lo que entrego son horas de mi vida”, dice la psicóloga Alicia Stolkiner. Los índices de inflación y las variaciones del dólar paralelo dan la sensación de que la vida se licúa rápidamente: hacer la conversión sobre cuántas horas de vida implica un kilo de milanesas no parece conveniente por estos meses. “El dinero en sí mismo es un vínculo social. Contamos el dinero en tiempo de vida y los ahorros en privaciones. Cuando pago, de repente se me esfuman horas de mi vida, lo vivenciamos así. Lo económico no está separado de todas las otras condiciones de la vida, de la cultura, de lo subjetivo”, agrega la directora de la profesora de las universidades públicas de Buenos Aires y Entre Ríos.
Pero ese malestar no es solo individual, sino también familiar y comunitario. La desesperanza atraviesa todos los planos. Sobre eso advierte la licenciada en Psicología Patricia Aon: “Lo más llamativo es el contagio social. Nos invade la desilusión, la desorientación, la falta de sentido. El Estado, que es el encargado de regular las relaciones sociales, controla e impone las reglas del juego, es también el portador de la ‘promesa de bienestar’. Cuando es el gobierno mismo el que transgrede esas reglas, rompe con su promesa y no sostiene ni contiene a sus miembros, sobreviene la desilusión”.
“Los soportes que dan seguridad se caen”, agrega el psicólogo y escritor Pablo Melicchio. “Buscamos certeza que nunca hay, pero ahora menos. Ante la incertidumbre, la existencia se hace más angustiante. Eso genera desgaste anímico y, por lo tanto, estrés por el exceso de preocupación. Los síntomas más comunes, tienen que ver con un plus de ansiedad y angustia y vivencias panicosas acerca de un futuro tan inestable”, explica. “Para no desesperar necesitamos de soportes, la pandemia rompió esa estructura de negación que tenemos de la realidad para que sea soportable: no pensamos en la muerte, en la fragilidad. Nos puso en primer plano esa realidad: somos finitos y vulnerables. Cuando estábamos saliendo un poquito de la pandemia, se cae otro soporte: tenemos la desestructuración económica y la paranoia”, agrega.
Contamos el dinero en tiempo de vida y los ahorros en privaciones. Cuando pago, de repente se me esfuman horas de mi vida, lo vivenciamos así.
Los tres coinciden en un aumento en la demanda de consultas, tanto en la salud pública como privada, donde aparecen síntomas como depresión, aumento de la ansiedad, angustia, miedos y pánico. “La frustración de no poder lograr los objetivos materiales, la incapacidad de ahorrar, el no saber si te alcanza el dinero te paraliza, te impotentiza y se esfuma la posibilidad de planificar y proyectar. Aparece la sensación de estar a merced de algo en lo que no podemos intervenir ni modificar. El impacto de noticias como el aumento del dólar o el precio de los alimentos deviene en desasosiego, intranquilidad, profundo malestar. Las repercusiones al interior de las familias pueden redundar en el despliegue de conductas conflictivas, agresividad, intolerancia, violencia”, explica Aon. Por su parte, Stolkiner indica que se produce un deterioro del lazo social, profundización de la incertidumbre y la pérdida de construcción de futuro.
Según la encuesta del OPSA, solo un 15% de las personas indicó que su perspectiva de futuro se mantiene igual. Un 35% cree que se modificó “algo y es más pesimista”, otro 35% dice que varió “mucho” y un 15% que “cambió drásticamente”. Ante la pérdida de poder adquisitivo, 8 de cada 10 indicaron que reducen en ocio, salida y esparcimiento; 7 de cada 10 en vestuario y calzado y 6 de cada 10 en refacciones en el hogar. No solo el devenir económico, también la pandemia puso en crisis la idea de futuro. Todo en un tiempo muy breve.
“Si uno podría definir la felicidad en términos freudianos, tiene que ver con cierta estabilidad en el campo emocional y laboral. Si desde el 2020 a hoy nos pasa esto de que se rompen estructuras tan sensibles como las ligadas a la vida y a lo económico, la incertidumbre se potencia. Es todo el tiempo crisis y no se la ve como oportunidad, sino como drama. Eso aumenta la neurosis. Si el miedo es otro sentimiento bastante común en el ser humano, ahora hay vivencias panicosas. No olvidemos la guerra entre Rusia y Ucrania, un mundo muy endeble, no hay certezas, estamos viviendo a pura incertidumbre, labilidad, blandura, son tiempos líquidos en términos de (el autor del libro ”Amor líquido'') Zygmunt Bauman. Inconsistentes“, agrega Melicchio
Stolkiner sostiene que el impacto de las crisis económicas son diferentes según sus características. En ese recorrido, indica a la inflación que se vivió en Alemania entre las dos guerras mundiales fue un proceso que deterioró los vínculos sociales y comenzó a producir odio en los corazones. Para eso cita el ejemplo del libro “Cuando muere el dinero”, de Adam Ferguson sobre una mujer que vende su piano de cola y, al día siguiente, con ese dinero solo compra una bolsa de papas.“Tiene la sensación de que ella, que es una mujer culta e inteligente, acaba de regalar su piano para que un campesino inculto le entregue una bolsa de papa. La moneda en sí misma cumple una función fundamental como intercambio y de equivalente que ordena los vínculos de la sociedad. Tiene un valor simbólico muy importante, se trabaja como un equivalente general de trabajo, de tiempo de vida”, explica.
En cambio, indica que la crisis de la década del 30 en Estados Unidos provocó una ola de suicidios por el desempleo. Mientras que el proceso de globalización y relocalización de empresas, generó una alteración radical de la forma de vida. Un ejemplo de eso es lo que sucedió en Palpalá, Jujuy, con la empresa Altos Hornos Zapla que se convirtió en referencia ineludible del lugar y tras su cierre en la década del '90, cambió la dinámica del pueblo.
La historia colectiva se reactiva y resurgen imágenes de crisis anteriores. “Cuando vas al supermercado, ves los precios y no te alcanza la plata, percibís señales muy básicas psíquicas y físicas que te anuncian que esto ya lo viviste, que esto ya te pasó y aparece la amenaza inminente del 2001. No necesariamente ese recuerdo es consciente se puede experimentar por el temor , el miedo producto del trauma social vivido. Tenemos una memoria conectada a las emociones que en momento de crisis se enciende y nos anuncia que algo tremendo puede pasar, por el recuerdo de otras crisis. Pero simultáneamente producto de la alienación, queda desligado de la historia, se descontextualiza y se desvanecen los factores que ocasionaron la crisis económica, como la deuda externa, el pedido al FMI o la fuga de capitales, y mucho menos se conecta con quienes son los responsables de esa operación”, explica Aon.
CDB/MG