ADOPCIONES MÚLTIPLES

Adoptaron a un niño y al tiempo se enteraron que tenía dos hermanos, ahora viven todos juntos

Roberto Giovagnoli

9 de noviembre de 2024 00:00 h

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Choco era un pajarito que deambulaba por el bosque en busca de una mamá. Encontró a una jirafa y le preguntó si ella podría ser su mamá: “Con este cuello largo es imposible”, le respondió. Luego se encontró con una pingüina y le hizo la misma pregunta: “No puede ser, tengo plumas de otro color”, respondió la pingüina. Más tarde se encontró con una osa enorme que juntaba manzanas. “¿Usted podría ser mi mamá?” Insistió Choco. La osa le preguntó: “¿Y cómo te gustaría que fuese tu mamá?” “Que me abrace y me de muchos besos”, respondió Choco. “Entonces yo puedo ser tu mamá” le dijo la osa.

Ana escuchó que su hijo Bruno (los nombres de los menores son ficticios) de 8 años le leía ese cuento a su hermana menor, Nina. En ese preciso instante entendió que todo iba a estar bien.

“Con mi esposo Leandro – recuerda Ana- siempre coincidimos en que, si no podíamos tener hijos de forma biológica, iríamos hacia a la adopción. Fue una coincidencia natural, cuando llegó el momento de decidir iniciamos la carpeta en el Registro Único de Adopción”. A partir de esa decisión, comenzó un viaje inesperado.

Adoptar hermanos suele ser a veces una decisión tomada de antemano o un devenir con el que los aspirantes se encuentran con el paso del tiempo. Casi el 70 por ciento de los solicitantes busca en su primera adopción un menor, mientras que algo más del 31 por ciento está abierto a acoger a dos o más hermanos. El número de aspirantes se reduce drásticamente cuando son tres o más hermanos que están esperando una familia. Y en lo que va de 2024, solo se abrieron tres legajos para adoptar a cuatro o más hermanos. Los juzgados tienen la obligación de informar cuando existen hermanos biológicos. El Código Civil establece que se debe tener en cuenta “la preservación de los vínculos fraternos, priorizándose la adopción de grupos de hermanos en la misma familia adoptiva o, en su defecto, el mantenimiento de vínculos jurídicos entre los hermanos, excepto razones debidamente fundadas”.

En la historia de Ana, el tiempo y el destino tejieron lazos en el aire; se combinaron deseos y situaciones que unieron a tres hermanos que estaban separados. “Ellos nos adoptaron a nosotros, acá los adultos somos un detalle”, dice Ana convencida de que los pequeños han hecho el trabajo más duro: Esperar, reconocerse y compartir el nuevo ámbito familiar. 

“El proceso comenzó con reuniones no muy extensas y luego una psicóloga nos visitó en nuestra casa. Tras ese encuentro nos dijo que aún no estábamos preparados para una adopción, que no habíamos realizado el duelo por no ser padres biológicos, lo que fue un golpe duro. Luego nos entrevistó una asistente social, que resultó ser más comprensiva. Ellos quieren ver tus comportamientos en momentos complejos. No pueden tener ninguna duda sobre vos antes de entregarte al menor”. 

Bruno llegó a la vida de Ana y Leandro con dos años y medio, y el proceso de vinculación fue tan natural que pareció un milagro. “Apenas me vio, vino corriendo y me abrazó, así nomás”, recuerda Ana. A los siete días de haberlo conocido, ya vivía con nosotros; un día nos llamaron para que lo llevemos al jardín y a la noche estaba durmiendo en casa.

Ana insiste: “Los chicos no tienen problemas, los chicos son chicos, el problema son los adultos con el imaginario que tienen. En realidad, el sistema está pensado para los niños y no para los adultos, el objetivo son aquellos niños que fueron vulnerados en sus derechos”.

Con la llegada de Bruno no terminaba nada, sino que era el principio de todo. “Cuando le preguntamos a Bruno si quería un hermano iniciamos los trámites por un niño de 5 años. Antes de la segunda reunión me llama el juzgado para comunicarme que Bruno tenía una hermana. Y, como aún no habíamos conocido al nene de 5 años, soltamos ese proceso y nos enfocamos en la adopción de la hermana de Bruno, que resultó ser Nina, de 2 años y medio. Llegado ese momento hablamos con Bruno, sin decirle que era su hermana biológica, y le contamos que íbamos a conocerla”, 

Ana continúa como si estuviese narrando un cuento: “Cuando se vieron, sentimos que ellos se reconocieron y que algo pasó. Al principio ella con nosotros estuvo algo distante, pero cuando vio a Bruno por primera vez ya supo que era su familia, y de la nada Bruno fue el hermano mayor. Con el transcurso de los días, Bruno comenzó a preguntar que le había pasado a Nina, y la respuesta fue sencilla 'lo mismo que a vos'”. Y ahí vino otra pregunta que allanó el camino. “¿Y Nina estuvo en la misma panza que yo?”. La respuesta fue sencilla y la única que Bruno necesitaba: “Si”.

Pero Nina no estaba sola. “Cuando nos llamaron por la nena, nos avisaron que también estaba Tadeo, un año más chico, y que habían vivido un tiempo juntos–cuenta Ana–. Nina lo tuvo en brazos cuando Tadeo tenía solo días, habían dormido juntos. La conexión ya existía y eso se ve ahora en la vida diaria. La separación entre Nina y Tadeo duró solo seis meses, pero estuvo bien porque Nina pudo vivir los privilegios de la hermana menor, fue su tiempo de reina, la más mimada de la casa y la exclusividad de su hermano mayor”.

“Un día –rememora Ana– Nina tuvo un ataque de angustia y lloraba pidiendo por Tadeo. Y Bruno otra vez hizo la pregunta indicada: ¿quién es Tadeo?” De esa forma se anticiparon los tiempos de vinculación. Aquella situación fue crítica para el hermano mayor de la familia, tuvo que acomodar algunas cuestiones en su cabeza. Pidió el, con ocho años, ver a “su jueza” (así llama a la jueza que intervino en su proceso). El instinto protector de hermano mayor comenzó a preguntar por qué su hermanito más chico no estaba con ellos, viviendo con su familia. Y otra vez la misma pregunta: “Mamá, Tadeo es mi hermano, como Nina, ¿nació en la misma panza”?  El día que por fin se juntaron los tres hermanos, Ana recuerda una frase que le resonará por el resto de su vida: “Hola Tadeo, te faltaba yo”, le dijo Bruno como una suerte de bienvenida eterna. Ahora están completos – dice Ana– están juntos, y pelean como hermanos.

Derribando mitos

Hay varios mitos que giran en torno de la adopción: “Se tarda años, hay mucha burocracia”. “La familia biológica lo puede reclamar”. “Qué pasa si el niño no se adapta”. “Con un adolescente es difícil generar un vínculo”. Lo cierto es que los testimonios de madres y padres que decidieron iniciar ese camino coindicen en que, con sus complejidades, hallaron un tránsito mucho más amigable que el imaginado, con equipos de psicólogos y asistentes sociales muy preparados para acompañar, contener y aconsejar. El nuevo Código Civil señala que el sistema les permite a niñas, niños y adolescentes tener una familia que les brinde afecto y cubra sus necesidades materiales cuando no lo puede hacer su familia de origen. Los menores tienen derecho a conocer el expediente de adopción y los datos sobre su identidad y familia de origen. La adopción plena es irrevocable, y la persona adoptada tiene en la familia adoptiva los mismos derechos y obligaciones de todo hijo. 

Hace 10 años se creó el Programa de Apoyo Técnico y Acompañamiento para Familias en los Periodos de Vinculación, Guarda y Adopción, conducido por el equipo técnico de la Dirección Nacional del Registro Único de Aspirantes a Guarda con Fines Adoptivos, que depende del Ministerio de Justicia de la Nación. El objetivo central es el acompañamiento profesional permanente durante el período de vinculación.

En lo que va del 2024, hay 1368 legajos de aspirantes, un 70 por ciento de matrimonios y uniones convivenciales y un 30 por ciento de solicitantes monoparentales. Entre el 80 y el 85 por ciento de los aspirantes buscan niños o niñas de 0 a 3 años. Mientras que sólo el 2 por ciento accede a menores de 12 años o más. 

“La adopción es un proceso legal y emocional que no termina con el trámite legal”, asegura la psicóloga Eva Rotenberg, miembro didacta de la Asociación Psicoanalítica Argentina y directora de la Escuela para Padres Multifamiliar. “La adopción de hermanos tiene la ventaja de que no sienten culpa por haber dejado a otro hermano en la institución o la tristeza por la separación. Pero que sean hermanos no significa que tengan las mismas vivencias”, agrega. La autora de “Adopción: el nido anhelado” y “Adopciones, cambios y complejidades”, entre otros libros señala que “los hermanos tienden a cuidarse entre ellos y siempre hay que hacer un trabajo de elaboración de la historia y traumas vividos. Se debe construir la relación con los padres adoptantes, que muchas veces no comprenden los estados de ánimo variables o las angustias o la agresividad por momentos, de los niños adoptados. Los adultos creen que, por tener una nueva familia y una casa más linda, con juguetes y ropa, ya deberían estar felices. Pero los niños tienen una historia previa que no se puede soslayar.  En la familia adoptante se presentan nuevas tramas de sentido y, en la medida que van sintiendo seguridad en los vínculos, van expresando sus emociones, y miedos.

De sopetón éramos cuatro

Julieta jamás se olvidará la mesa navideña de 2012. Todo había comenzado unas semanas antes, cuando un llamado del DNRUAGA le informaba que había dos hermanitos que buscaban una familia. “De sopetón éramos cuatro”.

Como muchos matrimonios, Julieta y Marcos se entregaron a una serie de tratamientos que no prosperaron. Así fue como se anotaron en el Registro Único de Aspirantes a Guarda con Fines de Adopción y comenzaron a recorrer el país, con visitas a varias provincias. Siempre supieron que querían adoptar dos hermanos y se inscribieron para la guarda en un rango de recién nacidos hasta seis años. Los meses pasaban y desde el registro les sugirieron ampliar el rango a ochos años. Con el tiempo, Julieta supo que el Registro ya tenía los hermanos para ellos, y solo había que ajustar un dato administrativo. 

Así aparecieron en sus vidas Nuria de nueve años y Agustín, de 4. “Desde el principio –recuerda Julieta– supimos que había un tercer hermanito más chico que estaba al cuidado de una tía biológica y que no había pasado por el hogar, y sobre ese tercer niño no había un decreto de adoptabilidad. Nosotros aceptamos la adopción de los dos mayores, y nos comprometimos a cuidar, respetar y favorecer el vínculo entre los tres hermanos”.

“Todo se dio muy rápido –continúa Julieta– a mediados de noviembre del 2012 tuvimos una reunión y ya nos habilitaron para conocer a los chicos, que estaban el hogar Nuestra Señora del Valle, en la zona porteña de Plaza Irlanda. El día antes del encuentro, Nuria con mucha ansiedad, le preguntó a la asistente social si me podía llamar por teléfono, quería escuchar mi voz antes de verme. Y también pidió llamar a mi esposo, que es docente y en ese momento estaba en clases. Cuando volvió al aula, les contó a sus alumnos en medio del llanto y compartió con ellos esa felicidad”. 

Julieta compara su experiencia de adopción con un embarazo. “Como antes de un nacimiento, nosotros ya los queríamos y ya nos preguntábamos millones de cosas sobre ellos, y el primer día que los vimos fue como un nacimiento: ponerles caritas y llenarnos de felicidad”. En enero de 2013, la familia de Julieta inició el revinculación con el hermano menor, Lautaro.

“Adoptar un niño no es una obra de bien” remarca Julieta. “Existen esos conceptos en los adultos. Si querés hacer una obra de bien andá a hacer filantropía”, agrega. “Ser padres es un compromiso y un desafío para toda la vida, tenés que ir armando una historia con tus hijos. Nosotros festejamos un montón de fechas. La primera salida es la fecha del día que nos conocimos, la primera vez que tomamos un helado todos juntos también lo recordamos, la fecha de la sentencia de adopción. Cuando conocimos a Lautaro nos dijo que nunca había viajado en barco, así que le prometimos que iríamos a Uruguay en ferry y esa fecha que recordamos con mucha felicidad”.

Julieta sabe que los niños vienen con mucho amor para dar, pero también con marcas de sus primeros años de vida. Su hija mayor fue la que más tiempo vivió situaciones de violencia de los progenitores. “Tiene sus terapias y acompañamiento, mucho amor y contención como cualquier niño. Por eso –insiste Julieta– hay que estar muy atentos para tratar de entender e interpretar a tus hijos y ser flexibles, porque realmente al principio son extraños, extraños a nuestra familia, a nuestros estilos de vida, son chicos que tienen una experiencia previa. Durante un tiempo Nuria, aun siendo pequeña, nos pedía comer algo que no sabía cómo describirlo. Una vez lo había probado y le había fascinado. Durante meses no podíamos dilucidar qué era. Algo naranja, como un corte de carne, decía. Un día entramos a una fiambrería donde había una mortadela a la vista de todos. ¡Era mortadela! Así fuimos  aprendiendo a vivir todos juntos”.

RG/MG

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