Consultoras de organización del hogar, coaches para gestionar equipos de trabajo, doulas que acompañan el embarazo, influencers que explican en tutoriales cómo vestirse bien, cocinar, maquillarse o arreglar un artefacto. En la era de mayor libertades y autonomías, las personas necesitan cada vez más ser guiadas por otras en la amplia experiencia de vivir y los vínculos románticos no escapan de esta marca de época.
Las apps de citas, que se ocupaban de unir personas como quien une puntos dispersos en un papel, encontraron su techo y ahora, en la oferta digital –además de propuestas que apuntan a recuperar el ritual de encontrar pareja cara a cara– aparecen aplicaciones como Timeleft que, a cambio del pago de una suscripción mensual, gestionan la reserva en un buen restaurant, garantizar que otras personas, con intereses y personalidades similares, salgan de su casa y asistan al encuentro.
Todos los miércoles a las 21 en la Ciudad de Buenos Aires, en algún restaurante, seis personas desconocidas de distintos sexos y orientaciones se reúnen alrededor de una mesa en una cita a ciegas grupal que propone Timeleft. De seguro saben, porque lo leyeron el día anterior en la aplicación que tienen descargada en sus teléfonos, que van a encontrarse con personas de Argentina y de otros países. También saben, porque se los advirtió la misma app, que asisten sin la presión romántica ni el mandato de hacer match con fines sexuales. “¡No somos una aplicación de citas! Sé abierto a lo que viene; no vengas con la idea de encontrar el amor. ¡La cena tiene mucho más que ofrecer!”, leyeron antes de venir. Esto es una “aventura social”. Nadie lo dice pero todos y todas están transitando la soltería. Nadie lo dice pero todos y todas están buscando pareja.
Sus creadores vieron una demanda, un nicho vacío y un problema a resolver en el que se enredan la soledad, la desconexión social y las dificultades para concretar citas. Hace unos días una usuaria de X disparó un comentario que se volvió viral: “Me gustaría saber a quién más le pasa que no tiene citas porque le da paja. Ayer una amiga me comentó que le pasa lo mismo, no estoy sola en esta”.
Esta serie de artículos empezó por tratar de responder al interrogante “¿por qué nadie está cogiendo?” quizás había una pregunta previa a esa en la que se anudaban las preguntas actuales alrededor del sexo, el deseo y el amor: ¿Por qué nos da fiaca tener citas? ¿por qué cuesta encontrarse? ¿es desinterés? ¿pura vagancia? ¿a quién le sirve? ¿qué dice la existencia de aplicaciones como Timeleft de esta época? Este artículo pretende ensayar algunas respuestas que se enlaza.
1. Fatiga de las citas
La periodista francesa Judith Duportail acuñó este término en su libro Dating Fatigue: Amours et solitudes dans les années (20)20. Hoy la oferta digital en el mercado del sexo y el amor es tan amplia que muchas personas terminan agotadas antes de concretar un encuentro.
La psicóloga Noelia Benedetto, especialista en sexología, salud mental y terapia de pareja explica que la “fatiga de decisiones o el agotamiento de las aplicaciones de citas, está relacionada con el cansancio que genera la cantidad exorbitante de opciones potenciales que se presentan como usuarios. Se comienza a percibir como una pérdida de tiempo, elegir y ser elegido en el imperio de la cultura de la imagen y una bio de dos renglones no es tarea fácil. Puede que recibamos destratos o indiferencias tecnológicas varias, con el ghosting a la cabeza”. Pareciera que las apps de citas se muerden su propia cola pero, en definitiva, hacen que las personas sigan así. Si consiguen pareja y se van no tendrían razón de ser. Es una época paradojal.
2. No hay tiempo, ni plata
En castellano Timeleft, el nombre de la aplicación que propone citas a ciegas grupales, puede traducirse a tiempo restante o tiempo retardado. El neoliberalismo y su máquina hiperproductividad son mucho más que un modelo económico, tallan las subjetividades y las formas en las que nos relacionamos con otras personas. Se vive para trabajar, ¿en qué lugar entra el deseo si muchas personas tienen hasta tres trabajos para llegar a fin de mes? Para tener una cita hay que tener tiempo para la seducción, para el intercambio, para abrirse a conocer otra persona y, por supuesto, para el encuentro.
A lo largo de la historia las luchas políticas giraron alrededor del tiempo: la jornada de trabajo, el reconocimiento de las vacaciones, el descanso y el ocio. Mientras en algunos países como Chile se discute la reducción de la jornada de trabajo, a nivel local aquí y ahora con despidos y recesión esa conversación parece una utopía.
A la disponibilidad se le suma el factor económico: si hay una porción de la población que se están endeudando para pagar el alquiler y los servicios, ¿qué resto de plata les queda para arriesgarse a una cita que es un salto de fe?
3. No hay margen para riesgos
Las crisis en el mundo en este momento son múltiples (económicas, políticas, ambientales, sociales, institucionales). No es únicamente fiaca o cansancio físico, es también miedo a lo incierto. Una cita es una hoja en blanco, un episodio de una serie sin guion, una puesta en escena que requiere improvisación y a la vez aprobación.
En estos tiempos se impone, como forma de supervivencia, aferrarse a lo seguro. Por eso la amistad aparece como una tabla de salvación. Hoy se hace apología del dispositivo amistad y tiene sentido: es una época de buscar refugio, es tiempo de afectos seguros. No hay margen para riesgos. No entra un problema más en la cotidianidad de las vidas precarizadas.
Pero no es solo por el momento multicrítico que atraviesa el mundo; la digitalización, el mandato de la transparencia y la vida que se mueve al ritmo de los algoritmos hace que sea insoportable la opacidad. La posibilidad de asumir riesgos frente a lo desconocido da terror y paraliza.
4. Las burbujas informativas encierran aún más
La digitalización de la existencia humana y el ritmo de la vida marcado por los algoritmos también hace que haya menos tolerancia a la alteridad: la interacción se da con perfiles de personalidad e ideológicos similares. Esto sumado al discurso mandatorio del “amor propio” que también apunta en esa misma dirección del repliegue del interés personal por encima de todo. Si el amor es una apuesta a un otro u otra, distinto, diferente, complementario, ¿cómo conocer a otras personas si no salimos de las zonas de confort virtuales que nos armamos?
“How Couples Meet and Stay Together (HCMST)” es un estudio extenso de la Universidad de Stanford que puso el foco sobre cómo se conocieron las parejas a lo largo de 94 años: en 1930 las respuestas y los porcentajes estaban repartidos entre familia, amistades, escuela, vecindario, iglesia, entre otros; para 2024 la opción “online” concentra un abrumador 60,76% que creció vertiginosamente en la última década. Habrá que aprender a hackear las burbujas de la calle online o “volver al pasto”, como vaticinan quienes estudian el futuro de la generación Z nativa digital.
5. Un ejército de solteros y solteras disponible para el capitalismo financiero digital
Una tesis de noche, más conspirativa: ¿a quién le sirve la soltería en el mundo? Al capitalismo financiero digital. Las subjetividades posmodernas se configuran cada vez más como datos que como humanidad. Los humanos que eran fuerza de trabajo ahora son datos. El aislamiento, la atomización y la polarización son funcionales a este régimen de acumulación al que transicionó el capitalismo industrial. El auge de las apuestas online pueden ser una expresión de esto.
Hace poco, la compañía de preservativos Tulipán lanzó una campaña que se volvió viral con el mensaje: “Teniendo sexo podemos reactivar la economía”. La publicidad planteaba una gran verdad: que las relaciones sexuales pueden incentivar el consumo de industrias claves como la gastronomía o la indumentaria y así despabilar la recesión. Sin embargo ese mensaje juega a la pulseada con otros mensajes: quedate en tu casa, paja, timba y tik-tok, un chatbot te puede escuchar y hacer compañía.
Los muros que se han levantado ya son demasiado altos. Tener ganas de tener citas y animarse a encontrarse para enamorarse es hoy en sí mismo –aunque suene cliché– un desvío, una pequeña revolución, un combustible para ampliar la imaginación, una anécdota nueva, una aventura futura.
MFA/DTC