Historias de vida

Del “me voy de casa” a la reconquista de una vida “normal y corriente”: la lucha de Elisabeth contra la violencia machista

Javier Ramajo

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Las violencias machistas son procesos que duran meses. “El hombre no avisa de que va a controlar a su pareja o va a pegarle”, explica José Antonio García Serrano, psicólogo y coordinador de programas del Instituto Andaluz de la Mujer (IAM). Es “un ciclo complejo que va a aumentando su intensidad” y que “va generando baja autoestima e inseguridad, entre otras consecuencias”. Elizabeth, nombre ficticio, pasó por ahí. Después de huir de su país, tuvo que huir de su agresor y ahora vive en otra provincia distinta a la que había llegado, en un piso tutelado, uno de los recursos de la Junta para mujeres víctimas. Ella es una superviviente y este ha sido su recorrido hasta salvarse.

Aunque se pretenda, reconoce el coordinador, no siempre una institución pública es la puerta de entrada a sentirse protegida, pero el objetivo es “evitar que las mujeres deambulen por los recursos de la administración a los que tiene derecho”. ¿Dónde acudir? La policía, el juzgado, los teléfonos de emergencia... Manidas palabras como transversalidad son las deseadas y no siempre las que se cumplen cuando la sociedad se pregunta, ya demasiado tarde a veces, qué ha podido fallar en nuestro sistema cuando asesinan a una mujer que había denunciado, en la expresión última de la violencia de género ejercida por los hombres. El coordinador confirma las sospechas: “Es esencial el intercambio de información”.

Pero a esas mujeres 'usuarias' de ese sistema, y al sistema mismo, hay que ponerle cara. Elisabeth es un caso de éxito. “Si yo hubiera sabido que la justicia, la policía y el sistema trabajaba así en conjunto, apenas hubiera durado ni dos meses con mi pareja”, sentencia. El testimonio de haber pasado por los entresijos y mecanismos que tienen habiltadas las administraciones públicas para proteger a las víctimas de violencias machistas puede animar a conocerlo de manera previa y, paralelamente, a perder el miedo a participar de él. Ya bastante “sobrada de miedo” estaba Elisabeth. Ella dio el paso. No podía soportarlo más. “El silencio que guardamos nos hace enterrarnos cada vez más. Vi que las cosas iban empeorando y que todo aquello iba a más”, explica.

“Aterrada y perdida”

En una de aquellas discusiones “por cualquier cosa”, los vecinos alertaron de lo que pasaba en el domicilio de ella y su ahora expareja. Él se fue detenido y ella se dijo definitivamente: “Yo mañana me voy de esta casa”. Relata a elDiario.es Andalucía que estaba “aterrada y perdida”. “Él, que quería verme presa y que me quitaran a mi hijo”, recuerda. Uno de los agentes que me atendió me habló de la posibilidad de acudir a un centro de emergencia. No tenía a nadie en España, “no creía en nada ni en nadie”, recuerda ella.

“La Policía Nacional llama al IAM para gestionar el acogimiento si es necesario”, explica el coordinador. También sucede con los números de emergencia -112, 061- o los específicos 900200999 ó 016. “Sí hay respuesta, sí hay opciones, sí hay soluciones”, enfatiza Elisabeth. “Se le ofrecen a las mujeres los recursos más ajustados, entre por la puerta que entre”, afirma el coordinador.

Su historia es parecida a la de otras muchas mujeres. “No todas las víctimas necesitan las mismas cosas ni están en la misma fase, y los recursos se adaptan a las circunstancias”, dice García. A veces son procesos traumáticos, de especial vulnerabilidad. El momento de la denuncia formal es importante, comenta el coordinador del IAM, y “hay que prepararse para ello, con la intención de que luego no haya una marcha atrás”. El organismo dispone de multitud de programas, tanto genéricos como específicos, de atención psicológica y para cada tipo de víctima. Elisabeth, por ejemplo, al margen de necesitar un lugar donde quedarse con urgencia, había sufrido principalmente “violencia psicológica”. “Me prometió el sol, la luna y las estrellas”, señala.

Juguetes y comida en la basura, falsas acusaciones de engaño. Llegó un punto en que “no podía recoger a mi niño del colegio”. “La situación te va llevando a pensar cosas muy feas. Volvía a mi lucidez al pensar en mi hijo. No podía dejarle solo, porque su padre ya murió”. Un vistazo atrás para degustar la felicidad actual. Ahora vive en un piso tutelado, con su hijo. “Ahora todo perfecto. Llevo una vida normal y corriente”. Aunque tuvo que cambiar de provincia, nada dejaba atrás y empezó su nueva vida, trabajando en un restaurante. Psicólogos, trabajadores sociales, juristas van recorriendo el itinerario de la víctima según el momento. “Pese a los nervios del principio y que todo es un misterio, son personas que te hacen sentir muy bien y tratan de ayudarte en todo momento. Me decían siempre que tenía que transitar los pasos. Su trabajo es un sobresalto constante. Tiene mucho mérito el trabajo que hacen”.

Elisabeth empezó a recorrer un nuevo camino. “Yo no vine a España para vivir lo que estaba viviendo, pero no quería volver”, asegura. La mayoría de las mujetes que acuden al IAM son de nacionalidad española pero, en su caso, la reunificación familiar con su pareja fue el principio del fin de su estancia en nuestro país. Primero estuvo en un centro de emergencia, para “atajar el momento de crisis”, indica el coordinador para ese tipo de situaciones, “fundamental en las primeras 48 horas después de que tengamos conocimiento de un caso de violencia”. Una semana después, en tren a otra provincia, donde fue bien recibida y donde lleva año y medio ya.

La violencia avanza “poco a poco”

Desde el IAM trabajan los aspectos emocionales, con intervenciones y acompañamientos, que en los juzgados desarrolla el SAVA. “Hay que saber cómo abordar y enfrentar cada situación, y nuestros protocolos están muy bien definidos”, apunta el coordinador. En el instituto, que cuenta con ocho delegaciones provinciales en Andalucía y 180 centros de información para mujeres, amén de su estructura telemática, evalúan las situaciones y atienden a las mujeres según las necesidades. El piso tutelado en el que vive Elisabeth, por ejemplo, es “el último paso” antes de salir del sistema de protección. “A veces, en otra provincia diferente, porque el agresor puede ir a buscarla, ellas se encuentran nuevas personas aliadas y amigas”, dice el coordinador. En el caso de Elisabeth, que tenía una orden de alejamiento por dos años y conocía a la familia de su expareja, empezaron las “frustraciones” a las semanas de convivencia. “Esa red familiar suele romperse por efecto del agresor”, apunta García.

“Cuando llegan a alguno de nuestros recursos no se consideran víctimas. Después de la labor psicológica que hacemos con ellas, al final son ellas mismas las que se identifican como víctimas”, comenta el coordinador. “La violencia avanza poco a poco y se va aceptando, aumentando en intensidad, y la víctima se va acostumbrando. Es la escalera de la violencia, que va subiendo escalones”, añade. “Hay una normalización brutal de la violencia. Es un tema que ha polarizado a la gente, y los hemos despersonalizado. Cuando le pones rostro, como hacemos en el IAM, la gente empatiza porque se desvirtualiza”, señala García, que alerta del aumento de agresiones machistas entre los más jóvenes.

Elisabeth disfruta de una vida normal. No son la luna y las estrellas que le prometieron, porque la realidad era mucho menos poética. Alejada ya de todo aquello, en un lugar diferente al que la acogió, mira al futuro pero de otra manera. “Tenía mil planes, pero yo no vine aquí a eso. Una mujer no se puede quedar callada ante esas cosas”. Ella vive ahora su normalidad como si fueran lunas y estrellas.