Ciudad comestible: Frutas insólitas, un mapa con la ubicación exacta de cada árbol y una experta en cosecha urbana
El último censo realizado por el Gobierno porteño, de 2018, contó 5 mil árboles frutales. Entre ellos 1.459 paltos, 1.116 limoneros, 1.170 nísperos y 292 olivos. Es solo cuestión de saber mirar y respetar las tres reglas del “cosechero urbano” para poder alcanzarlas.
Se podrá decir que Buenos Aires es caótica, cara y desbordada de autos, pero pocos se fijan en algo: la ciudad también es comestible. En CABA, según el censo de 2018, hay 5 mil árboles frutales. Entre ellos 1.459 paltos, 1.116 limoneros, 1.170 nísperos y 292 olivos.
“Desde que aprendí de árboles y plantas camino pensando qué me puedo comer de la ciudad”, dice Ludmila Medina que trabajó en el censo de arbolado en 2012 y después en Arbolado Público del gobierno de la Ciudad. Y hoy es Técnica en producción vegetal orgánica y creadora del proyecto “La ciudad nos regala sabores”.
Ludmila se mueve en una bicicleta a la que no le falta nada –tiene un canasto donde carga macetas, tierra y plantas silvestres que levanta de la calle– excepto por algo: “Me encantaría enganchar de alguna manera el palo cosechero en la bici y llevarlo siempre. A veces voy por la calle y pienso: ‘¡Uy! mirá ese árbol cómo está lleno de frutas y nadie lo cosecha’”.
Desde que aprendí de árboles y plantas camino pensando qué me puedo comer de la ciudad
Caminar por la calle con ella es como pasearse por un puesto de frutas interminable que en lugar de cajones, a las frutas y verduras hay que tomarlas de la misma madre naturaleza que resiste al asfalto y a los bocinazos. Ludmila señala arbustos silvestres, yuyos en las grietas de paredes y calles, y árboles donde, si uno mira hacia arriba, verá naranjas, limones y hasta paltas. “¿Ves esa plantita?, es muy rica y tiene gusto a pepino. Se llama parietaria”.
Su debut como cosechera urbana lo hizo con mandarinas y no fue nada fácil. Cuando iba a la casa de su abuelo, en Monte Castro, encontró un mandarino y pensó: “Esto lo puedo comer”. “¡Nena!” Una señora enojada la retó desde una ventana: “No las podés sacar”. Ludmila le explicó que sólo las quería probar y la señora le terminó confesando una frustración: “Mi nieto nunca me dejó comerlas porque dice que son muy ácidas”. Ludmila encontró la negociación perfecta. Cosechó lo que pudo y le dejó una bolsa para que las comiera a escondidas de su nieto antimandarinas silvestres.
Aquel día la ciudad cambió para Ludmila. “Esto que pasó con un árbol debe pasar con todos los demás frutales de la CABA”. No se quiso quedar con el secreto y armó una página de Facebook donde comparte, desde entonces, sus descubrimientos frutales.
La hazaña de Martín Simonyan es indiscutible: armó el primer “Filcar” donde se compila la ubicación de todos los árboles comestibles de la Ciudad. En esta página https://www.arboladourbano.com/ identifica especies y permite ver su ubicación exacta. Así, por ejemplo, uno puede tener sus paltas para el desayuno en Santos Dumont y Fraga, nísperos para el postre una cuadra más adelante, y caminar 600 metros para cosechar aceitunas para el vermú, en Niceto Vega y Ravignani. La primera versión del mapa la subió hace 10 años y, desde entonces, se actualizan los datos cada vez que aparece un nuevo árbol.
Todo empezó cuando el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires difundió los datos de su censo de árboles y Martín los ubicó en un mapa virtual que subió por primera vez en 2013. Con el tiempo agregó íconos de frutas a los árboles, filtros y hasta un formulario para que los vecinos puedan sugerir plantas que escaparon al censo. “Todas estas mejoras las pude hacer porque no trabajo solo”. Martín se refiere al programador uruguayo, Fermín Ares. ¿La última mejora del mapa? “Un llamado a la acción” dice Martín, desafiante. Se trata de la ubicación de planteras vacías. “Yo no le digo a nadie que vaya a poner un árbol porque está prohibido”, Martín se sonríe, “pero el que quiera plantar puede saber dónde hacerlo”.
En el último censo, el de 2018, se contaron 431.326 árboles. Sin embargo, en el mapa de Martín, como se va actualizando día a día, hay unos 500 mil.
Años atrás Martín tuvo una planta de níspero, pero aun a él, Licenciado en Planificación y Diseño de Paisaje, se le murió: “Estaba al lado de la parrilla y le daba el humo, no estaba bien puesto”. Este experto, que con tanto detalle nos muestra la ubicación de todos los árboles comestibles de la ciudad, no pudo cuidar su planta de otra pasión argentina: “Ganó la carne”, dice resignado.
¿Qué frutas hay en la Ciudad?
La estrella de los árboles en CABA es el de paltas. Pueden crecer hasta 30 metros. “Es difícil la cosecha, pero en la última caminata un chico se armó de un palo extensible, como de pintor, y pudo llegar”, dice Ludmila. Será por esa altura inaccesible que no vemos hordas de porteños caminando por Palermo Soho –donde según el mapa hay seis de estos árboles– buscando paltas para sus avocado toasts, que en una verdulería porteña cuestan 1500 pesos. No es poca cosa si tenemos en cuenta que todos los árboles de la ciudad son capaces de producir unos 66 mil kilos de paltas por año, más de 160 mil paltas. Es decir, unos 246 millones de pesos a merced del que quiera sacarlo. Tome nota Luis Caputo, tal vez el FMI esté interesado.
La categoría “árbol frutal” esa que usa el censo y dentro de la cual hay unos 5 mil árboles– se queda corta. Los especialistas prefieren llamarlas plantas comestibles, que van desde el tilo que usamos para el té hasta la anacahuita, una planta cuya semilla se come cruda o asada, pasando por las más tradicionales como limones, naranjas y mandarinas. Bajo esta categoría hay 15 mil plantas, tres veces más que las indicadas en el censo.
En todas las épocas hay algo para recolectar. En invierno, cítricos: pomelo, kinoto, mandarina y naranja, y además, paltas y nueces. En primavera, nísperos, después vienen moras, higos, ciruelas y duraznos y en abril las aceitunas.
Además de esas frutas comunes hay otras más raras, que van desde papaya en Villa Santa Rita, hasta guayaba en Juan Agustín García y San Martín –en la puerta de un supermercado– pasando por parras de uva en Liniers.
Barrios frutales, los del suroeste: Versalles, Mataderos, Liniers, Villa Luro, Monte Castro y Floresta. Ludmila tiene una hipótesis: “Son barrios con casas bajas, la gente vive allí, no sólo transita como en microcentro, y entonces tiene una relación de más cuidado con el arbolado de la vereda”. Por su parte, Martín suma: “La ciudad fue creciendo desde el centro e incorporando zonas rurales que ya tenían estos árboles frutales que hoy siguen estando”.
La fruta prohibida
La ley de arbolado es clara: los árboles no son de nadie, pero son de toda la comunidad. Y no sólo eso, además los frutales están prohibidos.
¿El motivo? proteger a los vecinos y, sobre todo, a la cabeza de los vecinos. “Imaginate que se te caiga una palta desde 30 metros de altura”, dice Ludmila y pone cara de tragedia. Aunque las probabilidades sean las mismas que te caiga una maceta de un balcón. “¿Conocés a alguien a quien le haya caído una fruta en la cabeza?” pregunta Martín, “entonces, no jodamos”.
¿Y si están prohibidos quién los planta? El mejor jardinero de la Ciudad son las aves que llenaron la Ciudad de moras. A veces sus desechos, además de ensuciarnos el parabrisas, sirven para diseminar las semillas de las moras que comen. Y si fuera por la ley, que la mayoría juzga desactualizada, esos pájaros deberían estar multados. El resto de los frutales, desde luego, los plantaron los vecinos.
Así como pocos miran para ver si esos troncos que resisten el smog y los ruidos cargan con alguna fruta, menos se preguntan si esas mismas frutas que crecen silvestres en la Ciudad se pueden cosechar. El tema tiene sus luces y sombras.
Por suerte contamos con Ludmila, que en las caminatas que dirige –chequear en sus redes cuándo es la próxima– dicta los tres mandamientos del cosechero urbano: siempre tener a mano una vara para bajar las frutas; no vaciar el árbol, “dejar para los demás” y, el más importante de todos, pedir permiso. No sea cosa que por querer descolgar un níspero aparezca una piña.
Tres lugares para visitar (y pedir permiso)
Hay árboles de frutas con historias que uno jamás imaginaría. En Porcel de Peralta 1074, Diego se comió una naranja y le sacó una semilla que usó para una actividad de salita de 3 de su hijo. “¿Viste el experimento de germinar el poroto?, bueno eso hicimos con la naranja. Como vi que creció, lo planté en la puerta de mi casa”. Hoy 20 años después, cosecha las naranjas más dulces de la ciudad.
En la cuadra de Nogoyá al 5800 una verdulería tiene competencia desleal. En menos de diez metros hay plantas que dan nísperos y mandarinas gratis. Sin embargo, Leidy, la verdulera, no parece preocuparse: “Me gustan las plantas, son muy lindas. No es competencia porque cosechar de esos árboles tan altos no es tan fácil”.
“Este árbol de mandarinas lo plantó mi abuelo hace 38 años” dice Ezequiel mientras limpia su vereda, a 10 metros de la verdulería: “Se terminan cayendo y ensucian”. Por eso la cosecha de los vecinos es una ayuda, siempre y cuando cumplan con el 3er mandamiento de Ludmila: “si me tocan el timbre, los dejo agarrar sin problema” dice Ezequiel. Pero no todos son tan respetuosos, “hay camioneros que frenan, se suben al techo del camión y agarran”. Parece una cosecha muy fácil. Si todos usaron este método, Leidy, la verdulera, tendría que preocuparse de verdad.
José Tripichio debería ser recordado como el único que le da unos mangos a los vecinos –incluso después de muerto– sin esperar nada a cambio
La cuadra de Marcos Sastre al 4800, en Montecastro, es una góndola de verdulería. En menos de 10 metros hay nueces, nísperos, higos y la fruta más exótica para esta ciudad: mangos. La persona que plantó todos estos árboles ya no está entre nosotros, pero sí su primo homónimo, José Tripichio, que hace 77 años vive en esa cuadra. Cuando vivía su primo plantó un carozo de mango que trajo de Foz de Iguazú y que, 40 años después, da sus frutos mayoritariamente en marzo. José Tripichio debería ser recordado como el único que le da unos mangos a los vecinos –incluso después de muerto– sin esperar nada a cambio.
Para concluir, este cronista, entusiasmado y, con el “Filcar” de frutas en su mano, se hizo con naranjas de una esquina random de CABA y volvió a su casa para sacarse el dilema de si aquellas eran amargas o dulces. Contra las estadísticas fue afortunado y esta historia tuvo un dulce final.
NG/MG
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