Un foco en plena recesión

La clase media, ese espejo roto de una Argentina que ya pasó y que ahora añoran cada vez más personas

Silvana Avellaneda

26 de noviembre de 2024 07:01 h

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Una familia de cuatro miembros necesitó en octubre —último dato del Indec— $986.586 para no ser pobre. Al mismo tiempo, el índice de inflación fue del 2,7%, un número celebrado por el gobierno de Javier Milei. Pero esta desaceleración de la suba de precios no parece compensar aún la fuerte caída de los ingresos, que siguen subiendo por la escalera mientras el resto sube por el ascensor.

De acuerdo con el mismo instituto de estadísticas público, el rubro que más aumentó en octubre fue el de los servicios públicos (vivienda, agua, electricidad, gas y otros combustibles), con un incremento del 5,4%. Siguieron las prendas de vestir y calzado (4,4%), restaurantes y hoteles (4,3%) y salud (3,6%). Según un informe privado, de la consultora Scentia, el consumo masivo en supermercados y autoservicios independientes acentuó su caída en septiembre al llegar al 22,3%.

A ello se le suma que la actividad económica enfrenta una fuerte contracción y los pronósticos más benévolos prevén una caída del 3,2%. En este contexto, ¿es posible ser de clase media en la Argentina, país que en el pasado hacía gala en la región y el mundo de esa porción importante de personas que podía no solo vivir dignamente sino progresar en esta tierra de oportunidades para todos?

La pobreza alcanzó al 52,9% de la población en el primer semestre de 2024, un incremento de 12,8 puntos porcentuales con respecto a los datos de igual período de 2023. Es decir que hoy en la Argentina hay más personas pobres que personas de clase media, por primera vez en más de dos décadas: en octubre de 2002, con Eduardo Duhalde en la Presidencia, este índice siguió aumentando tras la crisis de diciembre de 2001, que terminó con la renuncia de Fernando de la Rúa, y llegó al 66%, la peor cifra.

Si bien a nivel nacional el gobierno de Javier Milei (La Libertad Avanza) celebró la baja en los índices de inflación y el repunte en la estabilidad de ciertos precios, la caída en los ingresos reales aún no repunta al nivel que se requiriera para recuperar todo lo que perdió el poder de compra y según el relevamiento de la consultora Scentia, la caída del consumo es mayor en las provincias.

La clase media argentina es el sector en que se nota quizás en mayor medida el recorte en los hábitos de consumo por los ajustes tarifarios y los ingresos aún alicaídos. Pero ser de clase media es algo más complejo: no es solo una medida de umbral de ingresos sino una cuestión cultural y de autopercepción.

“Considero a mi familia de clase media solo por poder cubrir nuestras necesidades básicas como la comida, el techo y la vestimenta, además del colegio y algunas actividades extracurriculares de mis hijos”, cuenta Santiago, quien vive en el porteño barrio de La Boca. “Por suerte tenemos techo propio y nuestro extra es el auto que por el momento podemos mantener con mínimo uso”.

Sigue Santiago, en diálogo con elDiarioAR: “Somos un matrimonio con un hijo de 15 años que está en segundo año de la secundaria y una hija de 19 que comenzó Arquitectura. Mi esposa y yo trabajamos, y mi hija también comenzó a trabajar para tener plata para sus gastos y el estudio”. Y agrega: “Entre los sueldos de mi esposa y yo no llegamos a cubrir los gastos mensuales. Tenemos préstamos y de las tarjetas de crédito desde principios de año solo pagamos el mínimo. Es imposible pensar en salir a comer y nuestras vacaciones se reducen a tres o cuatro días en invierno y otro tanto en verano”.

Entre los sueldos de mi esposa y yo no llegamos a cubrir los gastos mensuales. Tenemos préstamos y de las tarjetas de crédito desde principios de año solo pagamos el mínimo. Es imposible pensar en salir a comer y nuestras vacaciones se reducen a tres o cuatro días en invierno y otro tanto en verano

Sostuvo que vienen “reduciendo costos desde hace unos 5 años y en estos últimos meses se hizo más evidente”, porque tuvieron que adecuar el consumo comiendo, por ejemplo, menos de carne, y, por supuesto, “el delivery ha sido desterrado”.

Un estandarte desgastado

Ser clase media es un santo y seña bajo la idea de una Argentina próspera y “culta”, que fue siempre un faro rector en la configuración de la identidad de la “argentinidad”. “La clase media es una construcción discursiva que supone un alto nivel de heterogeneidad y ambigüedad donde participan las categorizaciones por ingresos, por tipos de consumo, por niveles de educación…”, indica a elDiarioAR el sociólogo Eduardo Chávez Molina, docente universitario e investigador del Instituto de Investigaciones Gino Germani de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA.

De hecho, se podría decir que una inmensa mayoría de los argentinos (aun sectores populares) se perciben como “de clase media”. Un sentido que legitima un “ser, estar y parecer”. Este lugar, aun cuando los discursos de centro e izquierda no lo asuman, está muy anclado a una pertenencia de raza y de origen migratorio europeos.

Una inmensa mayoría de los argentinos (aun sectores populares) se perciben de clase media, un sentido que legitima un 'ser, estar y parecer'. Este lugar, aun cuando los discursos de centro e izquierda no lo asuman, está muy anclado a una pertenencia de raza y de origen migratorio europeos

Carina vive en Córdoba Capital, donde Milei le ganó el balotaje a Sergio Massa por entre el 59%, como porcentaje más bajo en algunos barrios, hasta un impresionante 93% en countries del oeste de la ciudad: “En esta familia, convivimos una pareja de 53 y 52 años, con un adolescente de 16 años y una perra mestiza. Vivimos en una casa que es nuestra en planta baja, con tres dormitorios, dos baños y garaje. Está ubicada en un barrio de clase media colindante con la Ciudad Universitaria y no tenemos deudas que afrontar”, cuenta a elDiarioAR.

El esposo tiene estudios universitarios incompletos; ella, estudios de posgrado completos. Ambos trabajan, “él, en una empresa privada en el área de sistemas y yo, como docente en la universidad pública, y nuestro hijo asiste a una escuela pública preuniversitaria de la ciudad”.

Ella destaca que siempre pudieron ahorrar “hasta este año”. “Mis ingresos disminuyeron y, al mismo tiempo, disminuyó el poder adquisitivo de mi salario –indica–. En lo personal, solo cubro alimentos, mis gastos personales y algunos gastos fijos de actividades extraescolares de nuestro hijo”. “Ya no alcanzo a ahorrar mensualmente y empecé a usar mis ahorros para comprarme alguna ropa o cubrir gastos extraordinarios”, detalla.

Hay un campo de disputa entre los economistas que hacen un corte de clase por ingresos, y la mirada de los sociólogos que tienen en cuenta, por ejemplo, tipo de ocupaciones y contextos, acota el sociólogo Chávez Molina.

Para esta mirada, tradicionalmente las clases medias fueron las de “servicio que no sudan” y ancladas en un gran universo interno: desde asalariados, cuentapropistas, profesionales independientes o en relación de dependencia, hasta técnicos especializados. En conjunto, “se puede dividir a los altamente calificados que desarrollan un mayor desarrollo productivo de ciertas unidades económicas”, define.

Estas son clases medias “consolidadas que pueden capear mejor las crisis, pueden migrar sin cambiar su condición de clase”, señala el sociólogo. El “saber” y la memoria de clase como “riqueza inmaterial” son clave en este sostén.

Para Horacio Catena, secretario general del Sindicato Unificado de Trabajadores de la Educación Fueguina (Sutef), “en Tierra del Fuego, como en la mayoría de la Argentina, cayó el nivel salarial de los poderes judicial, legislativo, del Tribunal de Cuentas, algunos sectores bancarios y ciertos profesionales libres como contadores y abogados”, tradicionalmente considerados “clase media”.

“Esto, al menos en Ushuaia. tiene un peso clasemediero (sic) importante, y luego vienen los asalariados en general, que si le ponemos la categoría de aspiracional a clase media, entran los estatales”, acota.

Los asalariados y “el pequeño comercio de emprendedores, que es parte de una clase media más alta pero con medios de producción propia se cuadran dentro de este tipo de clase media fueguina y muy vinculados al turismo, comercio y gastronomía”, indica. Por ejemplo, “además de los ingresos, tienen dos o tres departamentos en alquiler que conforman ingresos”, remarca.

Catena destaca que la movilidad y permanencia dentro del espectro “fluctuó muchísimo en los últimos diez años”. “Me tengo que remitir al gobierno de [Mauricio] Macri, cuando [la gobernadora Roxana] Bertone arrancó con un ajuste estructural en el Estado que, en principio, golpeó al mercado y cortó muchísimo el consumo y las ventas. Hubo una pequeña recuperación con el gobierno de [Alberto] Fernández, caída de nuevo con la pandemia y la gran retracción de este último tiempo en el mercado interno”.

La noción de pertenencia a la clase media, nacida de un estereotipo profundamente arraigado, se construyó lentamente a través de las narrativas del Estado-Nación: los inmigrantes europeos, lo blanco, como sinónimo de trabajo y progreso, frente a lo originario y criollo, asociado a la vagancia y la falta de aspiraciones. Este progreso selectivo estuvo vinculado, en su momento, al acceso a tierras, educación gratuita y una serie de privilegios con los que millones de inmigrantes llegaron a la Argentina y lograron ascender.

Sin embargo, un país que dejó en los márgenes de esos privilegios a sus orígenes: el indio y el criollo, cuya presencia aún hoy genera incomodidad, incluso en los espacios “lógicos” de esa clase media construida, desafía los discursos progres.

Así, la pertenencia a la clase media se complica aún más al considerar las vastas diferencias dentro de la Argentina: las distinciones culturales, territoriales y de acceso a consumos, sumadas a los orígenes étnicos, hacen que las ideas homogéneas de “argentinidad” se desmoronen. La clase media no es un todo uniforme, sino una construcción fracturada por la diversidad de sus componentes. Y ahora, golpeada por la caída de los ingresos.

SA/JJD

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