Cooperativa Cabureí, una comunidad misionera que se une para producir y resistir en la tierra colorada

“Arrancamos a la intemperie, rezábamos para que no lloviera y pudiéramos hacer dulce. Sacábamos los mamones de las chacras de las compañeras porque no teníamos plata para comprarlos. No teníamos ingresos, entre todos juntábamos los pesitos que sobraban, se compraba el azúcar y una compañera traía los frascos”. Así relata doña Nelci Beker los inicios de la cooperativa Cabureí, que trabaja de manera integrada con la Coordinadora de Organizaciones de Trabajadores Rurales de Misiones (COTRUM) y el Movimiento Evita a nivel provincial, mientras que a nivel nacional están nucleados dentro del Movimiento Nacional Campesino Indígena (MNCI). 

“Unos años después nos hicieron un pedido de comidas elaboradas con mandioca para los hoteles de Iguazú”, recuerda esta mujer que acaricia los 70 años. “Teníamos que llevarla y compartir la mesa con ellos. Para nosotros fue un terror sentarnos con la gente rica, pero lo enfrentamos”, se enorgullece ahora Nelci dentro de un salón comunitario al que solo le faltan detalles de terminación. La cooperativa está ubicada en el paraje Cabureí, sobre la Ruta Provincial 25, a 15 kilómetros de Comandante Andresito, y a unos 40 de Iguazú, donde impera una realidad menos cruda que la del campesinado. Si bien aquella experiencia dejó satisfechos a los hoteleros de Iguazú, la producción de comida para ellos finalmente no fue posible. La falta de vehículos para transportarla hasta allá lo hizo inviable. Pero fue una experiencia que marcó a los integrantes de la cooperativa, campesinos que usualmente se sienten demonizados. 

“Nosotros no hacemos mal a nadie, no queremos el mal de nadie. Solo queremos crecer. Somos más de 100 familias que trabajamos acá. La provincia tiene que abrirnos una puerta para la venta, para que podamos aumentar nuestra producción metalúrgica, de los dulces y los pickles. Yo luché, viajé, participé mucho. Fue nuestra fuerza, nuestro coraje, que nos llevó a donde estamos”, enfatiza Nelci al borde de las lágrimas. Ella es la más veterana, trabaja a diario en la coordinación y compras. Su hija y su yerno, Adriano Matter, son también piedras fundamentales de la organización. “El que conoce la cooperativa sabe el valor que tiene. Todo fue un trámite muy sufrido pero muy bonito, una construcción muy hermosa. Y tenemos que sumar gente todos los días para tener fuerza y energía de lucha, por nuestro territorio. Para que nuestros hijos mañana no sufran lo que nosotros sufrimos. Que no sufran un desalojo, que es una desgracia, una tristeza”, evoca, desea y ruega esta mujer de ojos chiquitos pero intensamente celestes. 

La tierra ¿es del que la trabaja?

Según los datos de la Unión de Trabajadores de la Tierra (UTT) - que en estos días acampa en el Congreso Nacional  y realiza acciones en diversos puntos del país en reclamo de la Ley de Acceso a la Tierra, entre otras demandas - sólo el 13% de la tierra está en manos de pequeños productores que producen más del 60% de alimentos que circulan en el mercado interno, mientras que el 1% de las empresas agrarias controlan el 36% de la tierra cultivada en nuestro país. Además, el 87% de los agricultores arriendan las tierras para producir, porque no pueden comprar una parcela propia. Según el último Censo Nacional Agropecuario de 2018, el 86,6% de las explotaciones agropecuarias de Misiones están en manos de pequeños productores. El proceso de concentración de la tierra continua vigente, con un 0,7% de las explotaciones agropecuarias con más de 1.000 hectáreas en manos de 160 explotaciones agropecuarias, que concentran el 45,6% de la superficie ocupada. Las de mayor superficie son en general plantaciones de pino para las madereras, una especie exótica, que degrada el suelo, mientras que las medianas son de yerba, té y algo de ganado. El resto de la producción de alimentos está en manos de pequeños productores.

“La porción que está en manos de pequeños productores es muy baja, hay una gran extensión de tierra en manos de monopolios, mucha cantidad de tierras en manos de pocos”, afirma Adriano Matter, expresidente de la cooperativa y dirigente de la Cotrum. 

Los conflictos de tierras fueron uno de los factores que los llevaron a organizarse. Así lo describe Carolina Cordero, médica de Buenos Aires, afincada en Misiones hace más de una década e integrante de la cooperativa. “Hemos sufrido muchos intentos de desalojos. La situación de la tierra es irregular, si bien no todos están con amenazas actuales de desalojo, es inminente por la falta de regularización. Muy pocos cuentan con permisos de ocupación que la provincia otorgó en algunos casos, en su mayoría vencidos, y no se han titularizado las tierras. Las posesiones de los compañeros y compañeras corren siempre el riesgo de ser desalojados, no hay una política provincial que resguarde las posesiones. Contamos con una ley provincial contra los desalojos impulsada por diputados de nuestras organizaciones que año a año se renueva y permite tener una herramienta para defender la tierra. Pero no da una solución definitiva que permita el arraigo y tranquilidad para las comunidades que viven y trabajan la tierra”. 

Producción libre de agrotóxicos 

La cooperativa Cabureí se inició allá por el año 2006. En esos tiempos, solo había un añejo árbol de soita. Bajo su sombra, Nelci y algunas compañeras comenzaron con la elaboración de dulces. Hoy, bajo esa misma sombra está la cocina, una construcción simple y de madera al aire libre, que cobija a las dos mujeres que preparan el almuerzo diario de sus compañeras y compañeros.

Alrededor, al otro lado del alambrado y de la ruta, se expanden los campos infinitos de yerba mate. La mayoría está en manos de compañías extranjeras que desmontaron para producir yerba for export, como una empresa siria que vende a su país de origen. 

La cooperativa se formalizó en 2009 y hoy aglutina a unas 150 personas que se reparten entre las tareas del campo y de esta sede, que ya creció más allá del árbol. 

Es martes, son las 11 de la mañana y mientras el termómetro supera los 30 grados, un nutrido grupo de personas trabaja en tareas diversas. En una de las salas, varios hombres hacen lo suyo en la flamante almidonera, donde se elabora el polvo para los tradicionales chipás. Cargan kilos y kilos de mandioca en una máquina que la procesará para luego pasar a unos piletones inmensos en la sala contigua. 

Atrás, dentro de un tinglado, tres hombres sueldan hierros en la metalúrgica donde fabrican piezas que necesiten para consumo interno y torres de agua para clientes externos. En otra de las salas, impecablemente sanitizada y donde hay que entrar con cofia y traje de friselina, varias mujeres revuelven ollas enormes y humeantes que indican que están en pleno proceso de cocción de la mermelada de mamón. También hacen dulce de maracuyá y mandarina, pepinos en vinagre y pickles. Al otro lado está la sala de acopio donde se almacena la mercadería para consumo interno, y también para  los merenderos. La cooperativa asiste a unos diez merenderos en los barrios y dos en comunidades guaraníes de la zona, que funcionan  dos veces por semana a la hora del almuerzo.   

Afuera, bajo una media sombra, está la huerta en la que suelen trabajar el grupo de jóvenes, integrado por unos 25 chicos y chicas. Hay cedrón, menta, albahaca, boldo, manzanillas, romero, menta, salvia, ruda, cilantro, repollo, acelga, apio, perejil, jengibre, brócoli, tomates, y morrón. Afuera, en las chacras, cada uno de los integrantes tiene su espacio comunitario, donde plantan poroto, maíz o arroz, todo orgánico. De ahí llegan sobre la hora del almuerzo varios de los trabajadores y trabajadores.

Adriano tiene en su terreno sandía, mandioca, zapallo, maní, batata, maíz, ajo, yerba, porotos, y maní. “Son todos semillas criollas que vamos guardando. No hay ningún tipo de semilla transgénica”, asegura el dirigente, un hombre alto y flaco que habla con un dejo de portugués. 

La casa principal es una construcción de madera, donde funciona la administración y hay un pequeño stand con los dulces que se venden en las ferias. También hay una radio comunitaria, que por ahora no funciona ya que se quemó la consola como consecuencia de los cortes de luz, que por acá son permanentes, según cuenta Carolina Cordero. 

Y atrás de la casa principal están terminando de construir un espacio para hacer cursos de capacitación. “Todo lo que vas a ver es trabajo construido con las manos, con el trabajo de compañeros y compañeras. Las mujeres fueron bastante protagonistas de todo lo que hoy tenemos, empujaron el carro, y son las que siempre están. Los hombres también estamos, pero las compañeras son las que conducen, y eso es muy bueno”, se enorgullece Adriano. Casimiro Teixeira, actual presidente, asiente, y todos aseguran que la próxima presidenta será una mujer. 

De cara al futuro, apicultura y solidaridad en materia de género 

En Cabureí están pensando permanentemente cómo progresar y seguir adelante, más allá de las vicisitudes. Por eso ahora planean expandirse también a la apicultura. Esto entusiasma mucho a Casimiro, que tiene varias colmenas en su chacra, ubicada a pocos kilómetros de acá, donde está experimentando con miel de monte. “Estamos aprendiendo. Es una alternativa más para fortalecernos y tener otra líneas de producción. Hay muchos compañeros que hacen miel, pero no con la intensidad y el volumen para vender, sino que es más para consumo personal”, explica Teixeira, de hablar sereno y un portuñol acentuado. Como Nelci, Adriano y muchos de los que habitan en esta región, el portuñol, o el acento portugués al hablar castellano, es intensamente marcado. La frontera con Brasil está a la vuelta de la esquina y muchos pobladores son descendientes de brasileños o, como en el caso de Nelci, nacidos allá. 

La cooperativa es también un refugio para mujeres en situación de violencia de género, erigido más en base a la solidaridad de sus miembros que a la cooperación de organismos provinciales. Hasta el momento recibieron una heladera y un lavarropas de parte del Ministerio de Desarrollo Social, la Mujer y la Juventud de la provincia. “Es algo transitorio, para situaciones de emergencia. Ya hemos albergado sin estructura en ciertas situaciones, pero la idea es avanzar con el refugio. Hay mucha dificultad, hay muchísimos casos de violencia y no hay espacios para mujeres en situación de violencia en la provincia”, detalla Carolina Cordero.  

En Cabureí hay varias mujeres que asisten como promotoras territoriales en materia de género. La idea, se explaya Cordero, es impulsar estos espacios para que se pueda albergar en situaciones criticas. “Tratamos de evitar un desenlace fatal. La  justicia y la policía son muy lentas a la hora de actuar. En la mayor parte de las situaciones las compañeras del movimiento apoyan, ayudan, acompañan, contienen. Y tener un lugar para eso es un sueño”, concluye Cordero.   

Buena parte del sueño de Cabureí ya está cumplido. Pero aún queda un largo camino por recorrer, para que al fin, la tierra, sea de quien la trabaja. 

GP/CB