El conmutador de la funeraria Jardín del Pilar se prolonga en una larga secuencia de espera. Para atención al cliente, marque uno; para consultar por servicios, marque dos. Y así hasta que un piano de música clásica, edulcorado y metálico, colma el espacio sonoro: la antesala de lo luctuoso se prepara con un imaginario de sosiego y cortesía.
Algo que siquiera los tiempos de pandemia, donde la muerte comenzó a avecinarse en un estrecho círculo íntimo, ha podido alterar. Corrido el velo de lo imprevisto, hoy la noticia de un fallecimiento parece no sorprender, incluso más allá del dolor padecido.
Lo que inquieta, en tal caso, es la irrupción de otras preguntas: ¿qué hacer con el cuerpo? ¿Se lo puede velar? ¿Cómo será la despedida?
-Buenos días, ¿en qué podemos ayudarlo?
Todos alguna vez haremos esa llamada. Todos alguna vez preguntaremos por la calidad de los sepelios, el costo de los ataúdes, las particularidades de la cremación. “Al contar con un plan de previsión funeraria se obtiene un ahorro de hasta un 50 por ciento a diferencia de un servicio de uso inmediato. Además de evitar problemas, trámites y procesos engorrosos que hacen más complicado ese doloroso momento”, se lee en la oferta de una empresa por redes sociales.
Los gastos de la muerte constituyen un imponderable. Antes de la pandemia, una tendencia se había expandido en el mercado: más del cincuenta por ciento optaba por los velatorios acotados ante los altos costos del servicio. Dicha tendencia, por las restricciones imperantes, se consolidó. Lo cierto es que los familiares de las personas fallecidas por coronavirus no cuentan con demasiadas alternativas para despedirse; los cuerpos pasan del hospital a una bolsa de nylon de 150 micrones y de allí al ataúd con destino a la tierra o al crematorio. Apenas si en algunos lugares se permiten sepelios con protocolos y siempre de acuerdo a cada localidad.
Lo económico es otra traba. No todos los bolsillos están a la altura de una despedida como tal vez la hubieran deseado. Morirse, en efecto, es algo que sigue siendo un privilegio de clase: un ritual caro y poco accesible.
Lo económico es otra traba. No todos los bolsillos están a la altura de una despedida como tal vez la hubieran deseado. Morirse, en efecto, es algo que sigue siendo un privilegio de clase: un ritual caro y poco accesible.
Quienes han perdido un ser querido suelen optar por un módico servicio. Un ataúd modesto de madera más traslado al cementerio más cremación, sin otro ornamento adicional, sale entre 50 y 80 mil pesos. En el otro extremo, signo de la fastuosidad, se pueden conseguir ataúdes labrados, interior de seda, coronas y hasta carrozas, algo que cuesta entre 400 y 600 mil. A dos millones como límite.
Daniel Ferreyra es uno de los gerentes del grupo Jardín del Pilar. Dice que la industria ha experimentado un cambio cultural desde, al menos, una década. Costumbres como los velorios nocturnos y los portacoronas ya parecen algo del pasado. La muerte pasó de la liturgia tradicional al delivery: un trámite rápido, sin dilaciones.
“En la pandemia somos camaleónicos y pasamos por distintos estadíos -explica Ferreyra, que concentra nueve funerarias para diferentes tipos de público-. Hubo momentos que se pudo velar por grupos, luego por horarios y después directamente se suspendieron. En abril del año pasado había pocos fallecidos al disminuir la circulación social, bajamos el servicio a un 30 por ciento y terminamos con un promedio normal porque volvieron los accidentes y las muertes por causas naturales además de las de Covid. Este año tuvimos un incremento notorio”.
Las cifras del 2021, para el negocio de las funerarias, han subido notablemente. A raíz del estrago de la segunda ola del virus, los empresarios del sector calculan que se incrementó entre un 40 y 50 por ciento. Abril y mayo fueron el pico. Los cementerios privados, en rigor, se beneficiaron: en la mayoría hubo 45% más de entierros y cremaciones.
-Y entonces estresamos la estructura funeraria -cuenta Daniel Ferreyra-. Somos una empresa de 400 empleados y 50 están de licencia por restricciones de Covid. Incrementamos las horas extras y además tuvimos que tercerizar algunos servicios porque no dimos abasto.
Máscaras, guantes, mamelucos, impermeabilizantes, cubrebotas. La empresa calculó un gasto de cuatro millones de pesos por insumos. “Nos recuperamos de un año donde hubo menos ingresos por falta de velación, algo que afectó también a otros servicios como el catering. Y esta temporada hubo un desplazamiento del velatorio común en sala a una despedida en parque, a cielo abierto”, explica Ferreyra.
La muerte no está exenta del marketing. Más allá del frío invernal, las ofertas al aire libre incluyen suelta de globos, fotos con mega retratos, ceremonia con sacerdote y música en vivo para un grupo limitado de entre cinco a diez personas. El precio -explica el gerente- sufrió una merma al no agregar traslados ni servicio de confitería ni coronas. En cuanto a las parcelas permanentes, se ofrecen seis cuotas de 78 mil pesos como promoción comercial. Lo más accesible es el espacio para cenizas: seis cuotas de 6.300.
La muerte no está exenta del marketing. Más allá del frío invernal, las ofertas al aire libre incluyen suelta de globos, fotos con mega retratos, ceremonia con sacerdote y música en vivo para un grupo limitado de entre cinco a diez personas.
En 2001 la serie Six Feet Under, hilarante y desprejuiciada, dinamitó todos los antecedentes sobre cómo representar la muerte en la pantalla. Con un tono tragicómico, que la convirtió en una de las más notables narraciones televisivas, los Fisher aparecían como una familia de sepultureros que conducía la empresa de pompas fúnebres californiana Fisher & Sons. Cada episodio era un clásico: se iniciaba con una muerte.
Cada episodio del virus en estos días, con los altos índices de muertes, impactan en las funerarias del país -más de dos mil empresas- como un clásico cotidiano: se inicia no sólo con una sino con varias defunciones que suelen colapsar los turnos. Hay quienes, incluso, deben aguardar unos días para dar el último adiós.
Así lo vive Leonardo Kohan, de Sepelios DEI, en la ciudad de La Plata. En su compañía permiten velatorios restringidos: a los casos que no son Covid o “posible Covid” -como suele certificarse en varias ocasiones- se posibilita una despedida con protocolo. Se toma la temperatura al ingreso y dentro de la casa solo pueden permanecer tres personas, con distanciamiento y barbijo.
-Otros esperan en la vereda y así se van rotando -dice.
Cada empresa se reserva su propia forma. Algunas llegan al extremo de no atender a los clientes en la oficina. Leonardo dice que la apuesta actual es por la cremación, una variante que se potenció en La Plata porque una ordenanza municipal prohíbe sepultar a víctimas del Covid. El procedimiento es el siguiente: cuando alguien muere por el virus, en la unidad sanitaria en cuestión embolsan el cuerpo y la funeraria luego lo retira en la puerta con ambulancias conocidas como “purgones sanitarios”.
Lo que creció en los últimos meses fue la demanda de ataúdes: subió en un 40 por ciento. “Estamos haciendo más servicios de cochería. Los cajones son sencillos, y como además van directo a la cremación, el costo es el mínimo”, cuenta el empresario platense.
La bolsa negra nunca se desprende del cadáver. En la funeraria se la vuelve a sanitizar y, dependiendo de su calidad, se suele agregar una más para formar una doble capa. En las casas velatorias más pequeñas se sufre más el costo de los materiales y las ganancias no son tan altas, como ocurre en los balances financieros de los grandes grupos. Aun así, Leonardo Kohan todavía se resiste a usar ataúdes de cartón -“para no pauperizar más el servicio”-. Cuenta que antes se usaban 200 pares de guantes y ahora 1000 mil por mes. Antes, quince litros de formol, y ahora ochenta mensuales. Las diferencias son abismales.
“La inflación hace estragos”, expresa Silvia Zuñer, dueña de la cochería Ametller en la localidad de Arrecifes. Allí, el servicio sufrió la falta de muertos: en la cuarentena, al restringirse la circulación, bajaron ostensiblemente. Arrecifes es conocido en la zona por su alta cifra de fallecidos por accidentes de motos y de autos.
Para aquellos que no tengan seguro ni cobertura mutual, reunir el dinero para una despedida puede ser una odisea. En Arrecifes el municipio ayuda a las familias con casi la mitad del monto. ANSES también otorga otra parte.
-Y vamos juntando de a puchitos, como se pueda.
En un pueblo, dice, donde todos se conocen con todos, el dolor parece cobrar una dimensión más dramática.
A Silvia le tocó ver cómo parientes se enjugaban las lágrimas cuando se enteraban de que no podían estar en el adiós. Nunca había pasado por algo así y eso que a sus 67 años llegó a presenciar todo tipo de tragedias.
A Silvia Zuñer, de una casa de sepelios de Arrecife, le tocó ver cómo parientes se enjugaban las lágrimas cuando se enteraban de que no podían estar en el adiós. Nunca había pasado por algo así y eso que a sus 67 años presencio varias tragedias
-El Covid nos pegó mal. No nos dejó hacer velatorios y despedir a nuestros seres queridos. Familias enteras quedaron muy desgarradas.
Como bajó el nivel adquisitivo, la gente dejó de pedir el servicio fúnebre tradicional. Un fenómeno que se comparte con la ciudad es que los jóvenes ya no asisten a los cementerios. La prestación, en efecto, se resintió aunque la demanda aumentó el doble desde que comenzó la segunda ola. “Consultan y se llevan lo menos posible de servicio. Y si podrían llevarse menos, lo contratarían”, dice.
Los rituales han desaparecido, agrega Silvia, preocupada. Del hospital al cementerio suele ser el recorrido habitual de las últimas semanas. El servicio de entierro supera a las incineraciones, por ser más económico y porque el municipio lo permite. Además en Arrecifes no hay crematorios, por lo que tienen que trasladarse a otra localidad.
-Se postergó el homenaje necesario para empezar el duelo. Ahora los velatorios son con menos de diez personas, pero sigue siendo todo muy triste -se lamenta.
Que descansen en paz. Que las familias puedan sentir que el Covid se los llevó de golpe, pero al menos tener ese alivio. Es el deseo último de Silvia Zuñer.
JMM