“Casi no salgo de mi casa porque puedo hacer la mayoría de mi trabajo de manera remota. Los días que salgo quedo agotada después de ir a un lugar. Antes iba a 40 lugares por día. No sé si voy a poder volver a la vida ”normal“, reza un tweet de Marina Maiztegui, más conocida en redes como @soloparami, que acumula dos centenas de likes y, sobre todo, gran identificación en el público. Si el año pasado tuvimos que ”duelar“ -por ponerlo en términos usados por los profesionales-, nuestra vida anterior a la pandemia ya que muchas cosas no volverían a ser iguales, esta nueva etapa amerita aprender a (con)vivir con una ”nueva normalidad“, entendiendo que algo en nosotros puede haber cambiado. Y no necesariamente, para mal.
“Antes de todo esto yo laburaba sin parar todo el día, salía, iba, venía, no frenaba un minuto porque entre producciones, fotos, instagram o las clases que eran todas afuera no paraba. Ahora no sé, no tengo ganas, salgo muy poco porque todo el trabajo es remoto y el que no es remoto por suerte se puede elegir, y yo elijo no hacerlo a veces, y cuando salgo termino haciendo una cosa por día y es como listo por hoy no me pidas nada más. Es muy loco. Cuando vuelva a la vida normal yo no creo que vuelva al mismo ritmo. No sé si voy a tener las mismas energías y tampoco imagino cómo va a ser nuestra vuelta a la vida normal, y si es que vuelve a las mismas condiciones”, sigue Marina (46).
Aunque en Argentina todavía estamos en fase crítica, en otros países ya se comienza a evaluar cómo será el escenario post-pandémico tanto en términos funcionales como psicológicos, y encuestas recientes evidencian dos posturas contrapuestas. Aquellos que luego de más de un año y medio de privaciones experimenten urgencia por salir y relacionarse, y aquellos, sobre todo los de tipo introvertido, pero también personas con condiciones médicas puntuales o que simplemente cambiaron sus prioridades, que optarán por no retomar la vida anterior. Más allá de los temores o inseguridades respecto del contagio y los protocolos, para muchos el Covid trajo la posibilidad de aprender a poner límites, decir que no y sobreponer las necesidades personales a las públicas, sociales y hasta laborales. ¿Cómo será encontrar este nuevo balance? ¿Podremos recordar cómo volver a la sociabilidad o habremos perdido la gimnasia?
La pandemia un catalizador de cambios personales
“El malestar en la cultura hoy es insoslayable. El mundo y las realidades que impone la pandemia y la pos-pandemia son incalculables. Para cada quien el efecto es diverso. Depende de su situación contextual, de su posibilidad de mantener algunos lazos afectivos y sociales, aún en la virtualidad. Pero por sobre todo, puede surgir un tipo de disociación en la singularidad. Para algunas personalidades solitarias, si no han vivido situaciones extremas, puede ser que puedan convivir con el aislamiento. Y piensen que no las han afectado. Mientras que para aquellos que viven ”hacia fuera“ los efectos pueden ser difíciles de tolerar, y llevar al ”acting“ de situaciones de riesgo”, explica Gabriela Goldstein, presidente de Asociación Psicoanalítica Argentina haciendo referencia a dos tendencias que se avisora. “Más allá de la singularidad del caso, se tratará de cómo han podido lidiar con las ansiedades y angustias; cómo han podido construir ”puentes“ en la interminable tarea de relacionar el ”adentro con el afuera“, y cómo hemos podido organizar una rutina que nos rescata de un tiempo extraño, que parece ”desquiciado“ y un continuum”.
“La incertidumbre existencial nos dio la oportunidad para ganar perspectiva sobre nuestras vidas y evaluar prioridades, sea pasar más tiempo solos o más tiempo con familia y amigos”, sugiere por su parte Sheldon Solomon, profesor y autor del libro The Worm at the Core: On the Role of Death in Life en relación a que de ahora en más tal vez podremos tomar decisiones en formas más conscientes y sanas, sea lo que sea que elijamos.
Si para ciertas personas la pandemia ofreció la chance de frenar y hasta modificar cierto ritmo de vida, o simplemente cambiar hábitos sociales que podrían prevalecer en el tiempo (salir o cenar temprano para algunos se mantendrá post-pandemia), en otros casos significó a fuerza de restricciones reconfigurar la vida familiar y de la casa. La tensión y los preparativos implicados en cada salida en familia se volvió algo cansador para muchos y así se fueron recortando las visitas sociales o salidas prescindibles. “La pandemia nos enseño qué cosas eran negociables y podíamos sustraer de nuestros cronograma, y resulta que algunas de esas sustracciones fueron positivas”, comentaba una profesora en psicología desde Yale en una nota reciente sobre el tema de The Atlantic.
“La pandemia cambió los hábitos de la mayoría. Algunos esperan ansiosos volver a lo de antes apenas se pueda y yo, a esta altura, siento que algunas cosas que un comienzo extrañaba o necesitaba (pre-pandemia era una persona con la agenda copada de actividades sociales cada semana) ya no me son tan importantes. ¿Esto hace que no quiera salir más que ahora, nuevamente en modo ”encierro“? No, pero sí aprendí durante este tiempo a hacer una ”curaduría“ de vínculos estrechos, de actividades. Una selección mucho más consciente respecto de dónde, cuándo y para quién poner mi energía. Si antes le decía ”sí“ a todo plan que se presentara, ahora aprendí a decir ”no“. Aprendí a que a veces no tengo ganas y está bien, aprendí a verbalizarlo y aprendí (obligatoriamente) a reencontrarme con mi hogar y a priorizar el tiempo de calidad con quienes quiero en lugar de diversificarme. En este momento extraño, por sobre todo, aprendí a que elegir no sea ponerme en riesgo a mí o a la gente que quiero”, dice Melisa (31).
En este sentido, ya sea encarado de forma consciente o inconsciente la transición de vuelta a “cierta clase de normalidad” será también un momento para establecer nuevos ritmos sociales y públicos de vida. Al pensar en el próximo capítulo algunos consideran que la relativa quietud experimentada el último año también puso de manifiesto cómo se vivía antes del 2020.
“A veces tengo que salir a hacer algunos trámites y es toda una preparación previa, como si fuera una excursión o algo así, calcular tiempos de viaje, qué me conviene hacer primero, etc. No entiendo cómo prepandemia podía atravesar toda la ciudad cuatro veces por día y cargada con una súper mochila para las diferentes actividades (facu, laburo, gym), no estaría teniendo esa energía disponible”, admite Malena (29).
Que el ritmo frenético -que ya tenía a muchos agotados o desequilibrados (con diversos problemas de salud física o mental)- o que la pandemia como catalizador puede haber ofrecido una oportunidad de cambio, es algo que resulta complejo de admitir o si quiera reconocer en este contexto de segunda ola con un número altos de casos y tantas muertes. “Vivo sola desde hace más de diez años y hasta marzo de 2020 había encontrado una forma de llevar adelante los días (y las noches) en compañía de novios, amigues, amigues de amigues. Salía a comer casi todas las noches, no importaba mucho con quién. Hoy, pongo un pie en la calle y sólo pienso en volver a casa. Mis compañeres del museo en el que trabajo dicen que eso tiene un nombre y es ”el síndrome de la cabaña“. Con la pandemia me puse muy selectiva, veo solo a las personas que quiero o necesito ver y hay lugares a los que no creo que vuelva. No se trata solo de cuestiones económicas, sino de la forma de transcurrir los días, llena de ruidos y planes”, confiesa Lucía (38).
Una nueva normalidad: los que se quedan, los que salen
A medida que la población vaya siendo vacunada y se adquiera la tan mencionada inmunidad de rebaño, dos estilos o actitudes contrapuestas pueden manifestarse, sugieren desde la revista estadounidense The Atlantic. Algunos querrán salir y aprovechar las instancias sociales luego de casi dos años de “sequía social”, pero otros tenderán a preferir quedarse o elegir salir lo menos posible. También dependerá del tipo de personalidades, ya que los introvertidos o aquellos de naturaleza más solitaria disfrutarán de no tener tantas obligaciones sociales cara a cara. Inclusive se plantea que mucha gente de tendencia más introvertida paradójicamente puede haber florecido laboral y hasta académicamente durante la cuarentena, ya que el desgaste cotidiano que les implica sostener interacciones en el ámbito del trabajo o educativo, desapareció o se aminoró.
Desde otra postura, la que analiza la pérdida de sociabilidad en la salud y el bienestar individual, una cuestión que se viene trabajando desde la psicología recientemente es el impacto de la desaparición del contacto o vínculo con conocidos, también llamados “weak ties” (vínculos sociales más débiles). Personas con las que se compartía cierto tipo de cotidianidad sin ser vínculos estrechos como familiares, pareja o amigos (vecinos, compañeros de trabajo, amigos de amigos, etc). “Yo sé que suena frívolo hablar de cómo sufre nuestro vínculo con conocidos en un contexto de muerte, hambre, pobreza, desempleo. Pero me parece interesante entender que justamente esa red de relaciones de segundo grado ayuda a la reinserción laboral, no es solo una cuestión de roce social”, comenta Cristina (52) en relación al costo económico que también tiene esta falta.
“Hoy estamos centrados en pasar por el aquí y ahora, pero quizás es hora de volver a pensar en la normalidad menos esencial, esa que hace de la vida una experiencia memorable y que no requiere de una planificación milimétrica. Un ejemplo alegórico es la actividad física que conllevan los varios movimientos que hacemos en el día, reemplazada abruptamente por un fuerte sedentario cuyas consecuencias no vistas en el corto plazo pueden hacer que retomar hábitos protectores de nuestra salud sea tanto más difícil en el largo plazo. Espero que transitar esos trayectos no sea algo del futuro lejano y quizás sea hora de hacer de reencontrarnos con aquello que perdimos de modo más intencional”, propone Marcela Collia, psicoterapeuta cognitivo-conductual y divulgadora en Instagram como @marcelacollia.
Un reporte de The Harris Poll realizado en marzo de 2021 en EEUU reveló que tres cuartos de los encuestados dijeron que durante la pandemia aprendieron que “preferían reuniones sociales más pequeñas en el hogar o en la casa de un amigo, antes que ir a bares o restaurantes”. Una proporción parecida predijo que en un mundo post-pandemia van a extrañar el confort del hogar. Síndrome de la cabaña o no, lo que es real también es que muchos tardarán en volver a acostumbrarse a socializar, aún si lo quieren o eligen, ya que como otras cosas la sociabilidad también requiere práctica y ejercicio.
Por algo también ya se habla de la ansiedad social de cuarentena (quarantine-induced social anxiety) y de cuán fuera de práctica nos podemos sentir, desde la manera en que empezamos una conversación o rompemos el hielo, a cómo seguimos las expresiones faciales y el lenguaje corporal. Todo puede costarnos más que antes, luego de una dieta de más de un año de pantallas para interactuar con otros.
“Más allá de las limitaciones de horarios, entran en juego los factores distancia, tiempos, energía, laburo atrasado y todo hace que me dé fiaca, incluso cuando sé que si salgo después me voy a sentir mejor. Como una persona totalmente social, estoy convencidísima de que perdí social skills. No con mis amigos, pero sí para conocer gente nueva. Esto es en parte por esta falta de inercia social, pero el factor virus también juega un papel importante, desde dónde encontrarte, a con quién encontrarte y si vale la pena hacer el esfuerzo o no. No soy la única a la que le da un poco de ansiedad ver series o películas en las que aparecen los personajes en fiestas o bares. Genera un poco de parálisis social -insiste Malena- y para alguien como yo, que nunca tuve mucho problema en conocer gente nueva, es rarísimo”.
LM