Samuel Hernández aprendió a navegar solo y a contracorriente. En la travesía que ha supuesto su paso por la escuela, aparecía una pregunta incómoda cada vez que le flaqueaban las fuerzas como a cualquier estudiante: para qué. Este año por fin terminó el Bachillerato y se matriculó en un grado superior de enseñanzas deportivas. “Cuantos más años pasan, más solo te sientes. Es una soledad en la multitud porque muchos compañeros y amigos se han quedado atrás. Y de repente –relata en conversación con elDiario.es– un día te das cuenta de que eres el único graduado gitano en tu instituto. Y te enorgulleces mucho y a la vez te da pena”.
La tasa de estudiantes gitanos en España que cursan Bachillerato cayó del 6,3% al 3,8% en la última década. Los datos del último informe de la Fundación Secretariado Gitano son una patada en el estómago en la semana donde todo empieza para los niños y las niñas del país. Y un recordatorio de que la vuelta al colegio no sucede para todos. El estudio, presentado este martes, revela que la tasa de escolarización del alumnado de entre 12 y 24 años retrocedió en diez años.
Si en 2011 acudía a clase un 49% de los chicos y chicas romaníes, en 2022 el porcentaje cayó siete puntos. La brecha de fracaso escolar –los estudiantes que no terminan la educación obligatoria– entre la población general y los chicos y chicas gitanos es descomunal: alcanza el 62,4% frente al 4% global.
Es el eterno desafío del sistema educativo. Generar entornos, apoyos y expectativas a una población que lo tiene más difícil. Porque sus familias apenas han estudiado –casi la mitad solo ha completado la educación primaria–, porque en el 50% de los casos no tienen un espacio adecuado para desarrollar las tareas, porque sufren un nivel de pobreza infantil muy superior al resto de la población –un 86,7% de niños están bajo este umbral frente al 28% del resto– y porque viven una realidad de segregación escolar en sus centros. La suma de estos factores dispara la repetición de curso y la desmotivación. Una espada de Damocles que empuja la desconexión progresiva del sistema. Entran después y también lo abandonan antes.
Sara Jiménez es gitana y se acaba de graduar como maestra de Primaria. Forma parte del 0,4% del alumnado gitano que completa los estudios universitarios. Hace diez años, ese porcentaje era el doble. “Los refuerzos me han apoyado en mis momentos de debilidad. Nadie en mi entorno lo había hecho, nadie había ido a la universidad, no tenía en quién fijarme”, reconoce, y habla de las discriminaciones cotidianas, al principio camufladas por la inocencia de la niñez. “Llegaba la fiesta de cumpleaños de mi amiga del cole –cuenta– y no me invitaban, estábamos en tercero de Primaria. Después, en la universidad me sentía la excepción. La gente me preguntaba si era gitana de verdad, si era gitana de padre y madre”.
El principal diagnóstico del estudio, basado en encuestas a 1.700 hogares y a 166 centros educativos, es que la situación de la población gitana “está estancada” mientras el resto de la población avanza. El resultado de esta ecuación es una brecha cada vez más aguda entre la juventud de esta comunidad y el conjunto de los jóvenes en España. Un ejemplo: el abandono educativo temprano ha caído del 25 al 13% en la última década y, sin embargo, entre la población gitana ha aumentado del 64 al 86%.
A los ocho años, un 33% de los niños y niñas gitanas ya no están en el curso que les corresponde. Aquí empieza el desfase “que anticipa el drama, el fracaso escolar en la Secundaria”, explica Isidro Rodríguez, director de la Fundación Secretariado Gitano.
“Pensamos que este mundo no es para nosotros”
“A mí mi madre no me decía que estudiara, me decía que hiciera lo que tenía que hacer”, comparte la presidenta de la institución, Sara Giménez, que considera que la realidad “no ha cambiado tanto” desde que ella estaba en el colegio. “A mucho alumnado le pasa que piensa que ese mundo, el mundo educativo, no está hecho para nosotros. Hay un suspenso grande para nuestro Estado. Estamos dejando los derechos de la infancia gitana por los suelos”, zanja.
Según el informe, la edad crítica en la que se dispara la fisura son los 16 años. En este punto, que coincide con el horizonte de la educación obligatoria, el abandono se dispara: si más de 9 de cada 10 alumnos continúan los estudios en esta etapa, solo lo hacen la mitad de los chicos y chicas gitanos. A los 17 años, la diferencia se mantiene: un 34,3% prosigue en la escuela frente al 79,7% del total de escolares.
Miguel Ángel Cornejo dirige el centro socioeducativo de Cáritas en la Cañada Real, el mayor asentamiento de Europa. El trabajo de su organización y de otras como Cruz Roja o Fanal, que empujan codo con codo la escolarización de los chicos y chicas, consiste básicamente en “trabajar a pico y pala”. “Centramos mucho esfuerzo en el periodo de matriculación con un seguimiento y acompañamiento a las familias para que los escolaricen en tiempo y forma. Esto es un trabajo a larguísimo plazo para conseguir la confianza”, apunta en conversación con elDiario.es.
Tras este primer escollo, hay todo un curso por delante en el que “el entorno generalmente tira para atrás”. “Faltan referentes positivos, si alguien no tira, porque es normal no tirar a veces, no tienen nadie que les empuje adelante porque el hermano ha dejado de estudiar y el padre también”, diagnostica.
Ahora bien, no todo son malas noticias. Se han producido tímidos avances. Hay un porcentaje muy pequeño (5,6%) de alumnos que no han completado ningún nivel de estudios y uno de cada tres chicos y chicas consigue terminar la Educación Secundaria Obligatoria. Puede parecer una cifra muy baja, pero hace una década la tasa no conseguía escalar ni al 20%.