Hernán Venturini frena de golpe su camioneta Isuzu y se baja a levantar un pallet que asoma de un container; Daniel López carga al hombro -silbando “Por una cabeza”- lo que supo ser la puerta de un armario de Ferrocarriles Argentinos; Miguel Ángel Lúquez recoge el esqueleto de una silla y una llanta de bicicleta en un terreno baldío y se va sonriendo a dar clases.
A simple vista son chatarreros o botelleros -como se decía en otras épocas- o como los llamamos en la actualidad: recuperadores urbanos. Estas tres personas, que son un poco de esto y de aquello, que no se conocen entre sí y que ni siquiera viven en la misma ciudad, comparten pasiones y oficios: la música, la luthería y la docencia.
Claro que no se trata de los luthiers que trabajan sobre una madera curada y resguardada, que les fue traída especialmente de una región del país para construir un instrumento determinado, sino que ellos fabrican los instrumentos acorde a los materiales que rescataron de la calle.
La historia de cada uno de ellos está atravesada por la conciencia ambiental. Con esa motivación como motor fabrican guitarras, bajos, tambores, bandoneones, violines y otros instrumentos musicales con cajones de verdura, pallets, cartones, latas, tapitas y botellas de plástico.
Forman parte de una nueva generación de luthiers. Un nuevo concepto en el mundo de la luthería porque no se trata de instrumentos para músicos amateurs sino que suenan igual a los profesionales y ya hay músicos reconocidos que se animan a romper con el prejuicio de que “están hechos con basura” y los usan para tocar en vivo o en grabaciones.
Del pallet a la viola
En el año 1994 Hernán Venturini sabía tocar la guitarra pero quería aprender a hacer sus propios instrumentos. Se anotó en un curso de luthería en el Conservatorio López Buchardo y luego fue mejorando las técnicas con Teodoro Massi; se convirtió en aprendiz de José Mércuri y con el maestro de luthiers Francisco Estrada Gómez aprendió los secretos que, con poco más de 40 años, lo convierten en uno de los jóvenes que más sabe en la materia.
A pesar de todos los conocimientos adquiridos su conciencia le decía que estaba haciendo algo mal. “Iba por la calle y veía cantidad de madera desperdiciada en pallets y cajones de verdura que se tiran. Eso me generaba un conflicto con el uso de los árboles y me lo pasaba puteando”, cuenta Venturini con el perfume a aserrín que se respira en su taller de la vieja casona de Parque Centenario.
Un día decidió cargar un pallet y empezó a darle forma para hacer un bajo. La tarea le demandó varios meses pero al cabo de un tiempo esas maderas que iban a ir a parar a un container con el fuego como destino final volvieron a la vida y se convirtieron en música.
Esas maderas que iban a ir a parar a un container con el fuego como destino final volvieron a la vida y se convirtieron en música
Lo de juntar maderas por la calle se hizo costumbre y en cada salida en su camioneta Isuzu Trooper -a la que llama “la chancha”- el luthier las recoge y luego las trabaja en su taller. “Hemos hecho guitarras y violines con cajones de verduras que suenan mejor que los que vienen de China pero nos cuesta competir porque uno de esos salen 9000 pesos porque los hacen de a cientos y nosotros trabajamos artesanalmente cada uno”.
Hernán habla en plural cuando se refiere a su trabajo ya que en su taller se hace y se aprende. Tiene alumnos que aspiran a convertirse en luthiers y una alumna, Suyai Freitas, que quiere aprender, exclusivamente, la técnica de hacer instrumentos con materiales reciclados.
“Los instrumentos no pueden sonar mal o como si fueran de juguete porque los tocan músicos profesionales”, dice el luthier. Entre los nombres destacados que hacen música con las guitarras de madera reciclada figuran el formoseño Matías Arriazu -que ha acompañado a Liliana Herrero y al brasileño Egberto Gismonti, entre otros- y el destacado guitarrista de jazz Ernesto Snajer que supo integrar los grupos de Lito Vitale y Pedro Aznar.
“Estamos destruyendo todo y tenemos una responsabilidad con la naturaleza pero no la estamos cumpliendo. Cada uno desde su espacio tiene que contribuir y mi tarea es esta: la de enseñar a cada persona que quiera aprender a trabajar con eso que para otros es basura”, concluye Venturini.
De los ferrocarriles al bandoneón
El carpintero Fernando Recúpero, el diseñador industrial Alejandro Humar y el apasionado hacedor Daniel López son los responsables del “Pichuco”: un bandoneón nacido en la Universidad Nacional de Lanús (UNLa) hecho con madera recuperada. Y no cualquier madera: los viejos muebles del ferrocarril Remedios de Escalada hoy son el alma del instrumento que busca acercar a pibas y pibes al tango.
“La idea fue de la rectora Ana Jaramillo (que toca el bandoneón) quien nos propuso la construcción de un fueye para que toquen chicas y chicos. Tras un tiempo de hacer investigaciones, con la gente de diseño industrial empezamos a recuperar madera reciclada que supo ser de muebles ferroviarios que las encontramos tiradas cuando empezamos a construir la última parte de la Universidad”, cuenta Fernando Recúpero que hizo un curso de fabricación de bandoneones antes de ponerse manos a la obra.
El Pichuco 1 se hizo, en 2013, en colaboración con “La Casa del bandoneón” junto a ingenieros y diseñadores que fueron aportando sus conocimientos. Ese fue el puntapié para que nacieran el Pichuco 2 (en 2017) y el 3 (en la actualidad): fueyes pensados para que lo toquen alumnas y alumnos de las escuelas de Lanús.
“Sabemos que los bandoneones se fueron yendo y que muchos se llenaron de guita vendiéndolos al exterior. Nosotros queremos que los pibes tengan la posibilidad de tocar este instrumento que la mayoría de los padres no les pueden comprar porque es carísimo (entre 2.000 y 3.500 dólares). Hoy tenemos 30 Pichucos 3 terminados y proyectamos hacer 30 más”, cuenta Daniel López desde el taller de restauraciones del Área de Patrimonio Histórico, algo así como su lugar en el mundo.
El maestro y compositor Daniel Bozzani, director del departamento de Humanidades, es el responsable del equipo. A su vez el proyecto cuenta con la pata pedagógica, a cargo del profesor Julio Coviello (ex Fernández Fierro-Cuarteto Coviello), que dicta el taller de ensamble musical que hace hincapié en la exploración y enseñanza del bandoneón a niñas, niños y jóvenes.
Los cartones del Pichuco lo aportan recuperadores urbanos de Lanús y excepto las lengüetas (peines) -que son importadas desde Checoslovaquia- el mueble, el fueye y la máquina es de material recuperado. Pero el trabajo de estos quijotes del bandoneón no se agota en la fabricación del Pichuco porque armaron un Taller de Oficios (ahora suspendido por la pandemia) que volverá cuando las clases sean presenciales.
“Apuntamos a que los chicos de los barrios se formen en un ambiente de trabajo y cultura por eso damos talleres de talla de madera y los apoyamos para que desarrollen sus habilidades, ganen un mango y le hagan bien al planeta porque ellos son los luthiers que nos sucederán”, dice Recúpero, el carpintero que devolvió en tangos a aquellas maderas que el menemismo con su “ramal que para ramal que cierra” quiso silenciar para siempre.
Todo es música
Dicen que el hombre no deja de jugar porque se hace grande sino que se hace grande porque deja de jugar. El profesor Miguel Ángel Luquez, que dedicó gran parte de su vida a trabajar con chicos con discapacidades mentales y jóvenes privados de la libertad, entendió que esa era la mejor manera de estimularlos y encontró en la música la herramienta fundamental.
Como muchas de las cosas buenas de este mundo el proyecto “Toco con poco” nació de casualidad. “Hace 17 años atrás trabajando con Marcos Gouda en una escuela especial de la localidad cordobesa de Villa Allende buscamos hacer música con lo que llevábamos puesto, con las percepciones corporales y que los chicos pudieran sentir esa música y expresarse de ese modo”, cuenta el mentor de esta tarea que se ha convertido en su medio de vida.
Con el correr de las clases empezaron a buscar instrumentos y como no los tenían los hicieron ellos mismos. Así formaron una murga y un taller del que se fabricaron las primeras guitarras, tambores, xilofones, flautas y toda clase de objetos armoniosos con tarros de pintura, lonas, placas radiográficas, restos de PVC y cosas que otros tiraban.
En 2014 Toco con poco se convirtió en una cooperativa de trabajo. Comenzaron siendo seis y tras la crisis de los últimos años quedaron tres: un carpintero, una decoradora de instrumentos y el propio Luquez, quien enseña a los jóvenes el oficio.
“Por un lado es una toma de conciencia con el cuidado del planeta y, por el otro, un modo de agudizar el ingenio porque un vasito de plástico, un sorbete o una bolsa de nylon puede ser un instrumento. La idea es aprovechar lo que hay en el entorno”, explica el profesor de música.
En estos 22 años, Luquez calcula que han fabricado unos 33.000 instrumentos con desechos. “Hacemos unos 1.500 instrumentos por año y ese número se multiplica si tenemos en cuenta los talleres en escuelas”, dice.
Los instrumentos se consiguen en la cooperativa El enjambre de Unquillo, Córdoba, en el local de Música Nuestra (San Telmo de Buenos Aires) y a través de la fan page de Facebook de Toco con Poco se hacen envíos a todo el país.
En 2017 Luquez publicó el libro Tomboros con cosófonos en el que desarrolla nociones de luthería, física del sonido y trabajo colectivo. En 2020 publicó La familia latosa, sobre instrumentos de percusión hechos con latas de aluminio.
Aquello que habría ido a parar a la basura hoy forma parte de una clase de música en un jardín o un colegio, suena en un ensamble, una orquesta de tango, una banda de rock, una murga o en la banda de cumbia que formó Luquez con los chicos del instituto Complejo Esperanza de la ciudad de Córdoba.
“Los materiales abundan y están al alcance de todos. La música es sanadora, mágica y genera un tipo de conexión sorprendente”, afirma el creador de Toco con Poco.
Esta nueva generación de luthiers con conciencia ambiental tiene su antecedente, en Argentina, en artistas como Les Luthiers o Hugo Varela que como parte de su show utilizan instrumentos de materiales reciclados. Ellos lo hicieron en broma y les fue bien, los ecoluthiers lo hacen en serio y les están saliendo muy bien.
URR