Nadie tuvo tantas muertes como Arturo Prins. La primera de ellas ocurrió a inicios del siglo 20, cuando este ingeniero uruguayo, quien había llegado a Buenos Aires a sus 6 años y desde chiquito se destacaba en matemáticas, hizo mal los cálculos de un edificio gótico, y entonces saltó de su parte más alta y en la caída mortal miró fijamente al palacio trunco, obnubilado por el fracaso. La estructura no era lo suficientemente robusta como para soportar lo que había imaginado como la frutilla del postre: una torre central de 120 metros. Prins no aguantó la frustración, o eso es lo que dicen en la primera hipótesis de su muerte.
Pero hay quienes, en cambio, le adjudican otro final, menos acrobático, pero tan dramático como el primero: una noche de tormenta, con el barrio vacío, Prins entró al edificio gótico, esa mole de cemento de avenida Las Heras y Azcuénaga que lo convirtió en leyenda y a la vez lo maldijo para siempre, desplegó los planos erráticos sobre el escritorio y cayó sobre ellos después de dispararse en la cabeza. Saltos al vacío y disparos en la cabeza, son algunas de las muertes que le adjudican, pero hay más. Se trata de otro final, menos romántico y algo más canalla: cuando Prins se dió cuenta de que esa estructura de ciudad gótica en pleno Recoleta no podía soportar la carga del revoque de las paredes, se escapó con toda la plata de la obra y nunca más apareció.
Tanto el mito del edificio, frente al cual muchos transeúntes se persignan entre solemnes y temerosos -será por eso que también lo llaman La Catedral- como el de su arquitecto siguen, a casi un siglo de ocurridos, más vivos que nunca. En el 2018 el escritor César Aira bautizó con el apellido Prins una novela donde una parejita compraba marihuana y después se metía a intimar en el edificio gótico. Ese maldito edificio gótico.
Además de sus obras arquitectónicas, dejó un legado vivo, su descendencia, a quienes estableció que deberían llamarse como él. Arturo Prins, que recibió ese mandato, tiene hoy 51 años y es bisnieto del famoso ingeniero (entre nosotros el Prins 4, dado que todos se llaman igual y es difícil de entender a quién nos referimos) y es el único de los Prins vivos que heredó su parte artística: es pintor y director de cine. Arturo está de visita en Buenos Aires, vive en Madrid desde 1991, y por primera vez va a ingresar al edificio gótico de Las Heras, ese por el que se comenta que su bisabuelo se suicidó. Prins 4 mira fijo en el celular una foto del arquitecto. Se parece al cantante de tango Ángel Vargas, aunque también a cualquier hombre promedio de las primeras décadas del siglo 20: en la foto de la revista de la facultad de arquitectura de 1926, el Prins original mira al frente, peinado con gomina y raya al costado. De camisa de cuello alto, corbata, chaleco y saco. “Parece un galán, tiene una mirada melanco, pero fijate bien, no hay depresión. Los Prins siempre tuvimos una gran fuerza” dice Prins 4 que, a diferencia de su bisabuelo, tiene el pelo parado, jeans, zapatillas blancas y anteojos de sol. Él no cree que su bisabuelo se haya suicidado: “Después de haber construido tantos edificios no se va a frustrar por uno solo”, dice.
Poco tiempo atrás, Prins 4, sangre de su sangre, nombre de su nombre, apellido de su apellido, recogió la moraleja incompleta de su bisabuelo y se dijo: “Esto no me puede pasar a mí”. Filmaba un documental y estaba a punto de renunciar al proyecto, por razones que no vienen a cuenta: “Quise romper la maldición Prins del abandono” dice hoy entusiasmado: “No sólo no abandoné sino que mi película ahora está en proceso de edición”.
Esto no es lo único que Prins 4 terminó. Una tarde recibo un mensaje suyo: “Aquí la tienes, Nico, muy expresionista alemán y fantasmagórico”. Es la obra terminada de su bisabuelo, aunque hecha de carboncillo sobre lienzo.
La Sherlock Holmes del edificio gótico
“¿Por qué el edificio gótico y misterioso está sin terminar? y ¿por qué es hoy la facultad de ingeniería?” se preguntó la licenciada en museología María de Carmen Maza que trabajó 8 años en el Museo de Ciencia y Técnica de Las Heras, y dedicó un trabajo académico a revelar la verdad detrás del mito. En María del Carmen no hay nada de gótico, es una mujer menuda que hoy se queja del dolor de tobillo, más cotidiano imposible.
El inicio de su investigación fue difícil y no encontraba nada. Ella buscaba la verdad y encima los docentes, que eran ingenieros, le agregaban más mitos, hasta el director del museo le dijo que Prins se había tirado de una torre, pero Carmen se indignó: “¡¿Pero de qué torre me habla, señor, si no se llegó a construir ninguna torre?!”.
“Me conmovía estar en un edificio que se decía paralizado por un error de cálculos, por donde transitan constantemente profesores y alumnos de ingeniería y sin que el hecho despertara la más mínima inquietud”, dice hoy ella.
Durante los años de su investigación, María del Carmen prácticamente vivió en el Centro de Documentación e Investigación de la Arquitectura Pública y en el Archivo General de la Nación. ¿Saben quién hizo el edificio de este último lugar? Sí, Arturo Prins. Por lo visto el reguero de este arquitecto no sólo se limita al apellido y al edificio gótico y está por toda la ciudad. “Te cuento algo” dice Arturo Prins 3, es decir su nieto, “buscando un departamento para mudarme leí mi propio apellido en un edificio de Viamonte y Rodríguez Peña. Lo compré sin dudar”.
Hubo un antes y un después en la investigación de María del Carmen: “Yo buscaba la historia del edificio de Ingeniería, pero en los archivos no encontraba nada. Hasta que en el sector fotografía del AGN (Archivo General de la Nación) tuve una revelación”. La museóloga se entusiasma, “el edificio se había construido como Facultad de Derecho y Ciencias Sociales. Era por eso que no había documentación alguna. A partir de ahí la búsqueda fue más fácil” concluye.
“Vení a ver esta sala” dice María del Carmen paseando por el célebre, trístemente célebre edificio gótico de Prins. El techo es original y está cubierto de rombos y tiene unas espigas que caen como estalactitas y en cada una de sus seis caras tiene figuras ojivales. Son imponentes para tenerlas tan cerca de la cabeza, pero en realidad es el piso el que está demasiado alto. Esta aula no estaba en los planes de Prins, se hizo mucho después para acondicionar el lugar para la Facultad de Ingeniería. Todas las terminaciones tienen mucho detalle, pero María del Carmen se detiene en uno: “¿Ves esta balancita acá?”, señala el vitral de una de las puertas de madera, “Es porque funcionó la facultad de derecho. Nunca estuvo pensada para ingeniería. Lo que yo siempre dije”. No quedan dudas de esto -de hecho efectivamente funcionó allí la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales entre 1924 y 1949- porque esas balancitas están por todos lados. Este edificio no se habrá terminado, pero lo que está hecho tiene mucha dedicación y detalles: por ejemplo en todo el edificio hay 14 tipos de ventanas que son todas diferentes entre sí: “Las conté cuando trabajaba acá” dice María del Carmen.
Unas horas antes, llegamos a Las Heras 2214 con María del Carmen y se sorprendió cuando vimos los molinetes en la entrada. Pasó mucho tiempo desde su última visita al edificio, pero los empleados más antiguos de la facultad la reconocieron al instante y enseguida nos permitieron recorrer libremente el edificio. Usamos la escalera principal -la escalera de honor- con barandas de madera temporaria -iban a ser de piedra, pero adelantaron la inauguración- que quedaron para siempre. Usamos los ascensores y, literalmente, nos perdemos por los pasillos de los pisos más altos.
María del Carmen no le teme a las apariciones de fantasmas ni a las estatuas que, dicen, se mueven solas en el edificio. Ni siquiera tuvo miedo cuando pasó toda la noche trabajando en ese lugar. “Tenía que montar una exposición que se iba a hacer acá”, dice señalando una zona del tercer piso. Lejos de asustarse pasó un momento especial: “Fue divino estar en el edificio sin ruidos” a María del Carmen se le iluminan los ojos: “Cuando amaneció, por esa roseta, que da a Las Heras, empezaron a pasar los rayitos de sol. Una visión única”.
El mito del edificio gótico continuó más allá de Prins, años después se llegó a decir que dos estudiantes de Ingeniería Civil retomaron el proyecto trunco del arquitecto y planificaron terminarlo para asombrar al profesor de una materia. Los cálculos, por más revisión que tuviesen, jamás lograban el acierto. No sólo no aprobaron la asignatura sino que a partir de entonces, reprobaron todos los exámenes: la maldición del edificio los bochó para siempre. “Te tiro otras leyendas” dice María del Carmen, “Se dice también que este lugar fue el intento de una iglesia, pero el cura se dio a la fuga con toda la plata del proyecto. Y que la estatua de Luis Augusto Huergo, el primer ingeniero de la Argentina, cambia de posición una vez por semana sin que nadie la mueva en el hall principal de la planta baja”.
A decir verdad no es el único edificio gótico de Argentina. Está la catedral de La Plata y la de San Isidro. Pero ambos a salvo de leyendas trágicas.
Fin del misterio
Después de mucho ir y venir entre archivo y sacar sus propias conclusiones, se supo que el motivo por el que el edificio no se terminó no tiene nada de romántico ni de misterioso. María del Carmen lo sabe porque accedió a muchos libros de actas de la Facultad de Derecho: “Fue el Consejo Directivo el que decidió abandonar el proyecto y así quedó incompleto”. La razón: los abogados inversores se quedaron sin plata. Hacer un edificio gótico con las características que se ven en el plano resultó caro, más de lo pensado. Tan caro que el Consejo Directivo, después de 26 años de obra -desde 1912 cuando pusieron la piedra fundamental hasta 1939- decidió abandonar el edificio y hacer otro más modesto donde mudarse. Les resultó más barato construir su facultad en Avenida Figueroa Alcorta 2263 -donde se encuentra hoy-.
Lo curioso es que Prins les había presentado un proyecto de estilo borbónico, pero los abogados lo rechazaron. Incluso rechazaron las objeciones técnicas y económicas del estilo gótico -era muy caro hacerlo-.
La arquitecta Daniela Fernández -otra estudiosa de Prins y del edificio de Las Heras- publicó una hipótesis en una revista de arquitectura sobre este capricho de los abogados de Consejo Directivo. En resumen lo que dice Fernández es que los abogados eligieron ese estilo inspirados en las instituciones británicas y porque era una manera de generar impacto frente a una reforma universitaria que en Buenos Aires se empezaba a sentir ya en 1906. Fernández agrega que la ideología de esa Facultad había quedado signada por el pensador José Manuel Estrada, catedrático de Derecho Constitucional y Administrativo, que proponía universidades libres, autofinanciadas y sin control estatal, siguiendo el modelo inglés de Oxford y Cambridge. En otras palabras, los juristas de CABA querían demostrar poder en la magnificencia de su edificio gótico frente a los reformistas.
Prins aceptó el trabajo y viajó a Europa para estudiar el estilo gótico. A partir de allí todo fue dolor de cabeza para el arquitecto. Los costos de los materiales se incrementaron por la primera guerra mundial, la plata aparecía a cuentagotas y la relación con los abogados se ponía tirante. “En una discusión con el decano, Prins dijo una frase desgraciada”, María del Carmen lamenta el error no forzado del arquitecto y revela lo que dijo, “el pobre edificio se va a venir abajo si no se hace algo”. ¿Podría ser este el origen de todos los mitos? Porque lo cierto es que Prins no se disparó, ni hizo ningún mal cálculo ni saltó de ninguna torre. A los 62 años, murió por una afección intestinal en el sanatorio Podestá de la Ciudad de Buenos Aires. María del Carmen va más allá y cree que se enfermó por la tristeza que le provocaron las difamaciones. Así fue el final de Prins, un desenlace mucho más tanguero que toda la mitología gótica a cuesta: se enfermó y murió por amargura.
NG/MG