“Parezco un cerdo comiendo garbanzo de mil formas”. La que habla es María del Carmen Díaz, tiene 55 años y es empleada de casas particulares. En los últimos meses pasó de trabajar toda la semana a hacerlo solo media jornada los lunes, miércoles y viernes. Cobra $2.000 la hora y gana 24.000 a la semana, menos de 100.000 al mes. Con eso mantiene a los cuatro hijos que viven con ella en su casa del barrio Padre Carlos Mugica (ex Villa 31). “Escuchaba a un periodista que decía: ‘Van a pedir comida y están todos gordos’. ¿Cómo no vamos a estar todos gordos si vivimos comiendo garbanzo, polenta, masa, fideos caseros? Eso no es saludable. La gente no tiene noción de lo que es comer garbanzo, estamos como cerdos, inventando maneras de comer siempre lo mismo”, agrega María del Carmen.
Vive al día, lo que gana el lunes tiene que alcanzar también para el martes hasta que el miércoles vuelve a trabajar. “Me estoy ajustando en un montón de cosas, a mis hijos no les puedo dar verduras o yogur. Fruta ni hablar, este año fruta no se comió. Por ahí, de casualidad, una ve alguna oferta, una naranjita, una manzanita y lo compra. Es algo que me tiene muy devastada y me da vergüenza ajena contarte esto. ¿Cómo carajo puede sobrevivir la gente así?. Estamos alimentando mal a nuestro cuerpo”, agrega. Ella es diabética, pero su dieta es en base a harinas. Por ahora consigue la medicación en la salita del barrio. También es asmática y cuando en el hospital no tienen el broncodilatador en aerosol que usa, lo compra. La última vez lo consiguió a 24.000 pesos, lo mismo que gana en una semana de trabajo.
Escuchaba a un periodista que decía: ‘Van a pedir comida y están todos gordos’. ¿Cómo no vamos a estar todos gordos si vivimos comiendo garbanzo, polenta, masa, fideos caseros? Eso no es saludable
María del Carmen Díaz es también la secretaria General del Sindicato de Trabajadoras de Casas Particulares (SiTraCP) y cuenta que hay muchos casos de trabajadoras no registradas que perdieron horas ante la crisis económica. “Mucho no podes aumentar porque les pedís que te paguen $3.000 la hora porque subió el boleto y te dicen que no te pueden pagar. Ahi vamos perdiendo trabajo, la gente te llega a pagar hasta $2.000. Ya 2.500 no te paga casi nadie. Te dicen: ”No vengas’ o buscan a otra chica. Hoy por hoy la necesidad es básica y las chicas van a trabajar por lo que sea“. Ella trabajaba para una pareja de jubilados que le redujo la carga de cinco días a uno.
Actualmente, una trabajadora registrada cobra $1.416,50 la hora, es decir, $173.758 mensuales a los que se suman antigüedad, aportes jubilatorios y obra social. Este miércoles, después de dos meses de retraso, el Gobierno nacional realizó un acuerdo con la Comisión Nacional de Trabajo en Casas Particulares y se estableció un aumento del 35%, 20% para febrero y 15% para marzo. De esta manera, el incremento anual quedó en 154% contra el porcentaje de inflación que fue del 211,4%. Además, el gobierno de Javier Milei no renovó el programa Registradas que fomentaba la formalización a través del aporte del Estado del 50% del salario de las trabajadoras.
“No recuerdo un momento tan duro como éste”, dice Lorena Baez, que tiene 43 años y limpia casas desde los 15. Vive en el barrio San Ginés, en San Fernando, y trabaja en seis casas. En algunas está registrada, en otras no. Hace poco agregó la última “por hora” porque no le alcanzaba la plata. Cobra alrededor de $1.800 la hora (excepto en las que está “en blanco” donde cobra $1.500) y trabaja entre 10 y 12 horas diarias de lunes a viernes. “Es nada, nada”, repite. Junta alrededor de $200.000 al mes de los cuales destina un 60% a pagar el alquiler. Vive con su hija de 24 años, que ayuda económicamente, y su hijo de 18. “Es una situación bastante triste porque yo no sé qué es comprarse una ropa nueva o algo, es todo para la casa o la comida, no podes hacer otra cosa. Van pasando los meses y uno va recortado más, ya compro menos carne. Por más buena voluntad que uno le ponga, es una situación complicada y da mucha tristeza”, dice. Igual que María del Carmen, Lorena dejó de comprar yogur, también queso y fideos de primera marca. “Mi sueldo no me alcanza, no paga nada, tendría que trabajar sábados y domingos. Agregar una casa más porque no llegó con la plata”, cuenta.
Además de trabajar en su ciudad, viaja a Benavidez, Vicente López y Tigre. Paga el boleto entre $270 y $420 , pero no todos los empleadores le cubren el viático. “Con algunos estoy negociando, mayormente tomo dos colectivos para ir o dos para volver. Cuando me tengan que pagar más viáticos va a ser difícil porque ellos son gente de trabajo también”, cuenta Lorena. El aumento del transporte público es otro de los problemas de las trabajadoras de casas particulares que, en muchos casos, no consiguen trasladarlo al pago.
Una situación compleja es la que viven en la Patagonia donde el boleto de colectivo puede superar los $1.000 en tramos interurbanos. Ahí, los sueldos tienen un 35% más por considerarse zona desfavorable. “Acá, según la distancia, te sale $1.000 o $1.500 pesos y no te quieren pagar el transporte. Ocupas un día, te tomas el colectivo ida y vuelta que son $3.000 y me das $2.000 la hora. En dos horas saco $4.000, menos $3.000 del pasaje me quedan $1.000. ¿Qué le llevo a mi hijo para comer?. Dejé el cansancio, mis riñones…porque te van haciendo señas con el dedo para que te apures”, dice Sonia Kopprio, secretaria general del Sindicato de Personal Doméstico de Río Negro y Neuquén, que tiene también es trabajadora. Tiene 64 años y limpia tres casas lunes, miércoles, viernes y sábados. Cobra $6.000 pesos la hora e intenta que el resto también haga lo mismo.
“Siempre se quejan de que no pueden pagar, le pedís $6.000 y te piden la resolución, pero ¿Por qué no le piden la resolución al mozo que las atiende cuando van a comer con las amigas?. Quieren que en dos horas le hagas maravillas con la limpieza y te quieren dar $2.000 pesos la hora. No, nosotros hacemos cobrar la hora 6.000, si te gusta bien y sino ‘Limpie usted, señora, porque yo con $2.000 pesos no compro nada’.La sociedad tiene una idea de que nosotras como empleadas domésticas no tenemos derecho a nada”, se queja Sonia, que en su casa tiene un ambiente destinado al sindicato.
La sociedad tiene una idea de que nosotras no tenemos derecho a nada. Hoy nadie quiere limpiar, las compañeras cuando van una o dos veces a la semana se encuentran con lo más desagradable, pilas de platos, porque sacan hasta el último antes de lavarlo
Los fines de semana hacen mateadas en las plazas a las que cada día concurren más mujeres.
“Hoy nadie quiere limpiar la casa, las compañeras cuando van una o dos veces a la semana se encuentran con lo más desagradable. Encuentran pilas de platos, porque sacan hasta el último plato antes de lavarlo, y quieren que en dos horas hagan maravilla y no te quieren pagar. Le decimos haganse valer, salgan a vender tortas fritas y ganan más. Están $3.000 pesos la docena, las vendes $2.500 y te la sacan de la mano”, agrega.
En Argentina existe la Ley 26.844 del “Régimen Especial de Contrato de Trabajo para el personal de Casas Particulares” que se sancionó en el 2013 y que regula esta actividad. Sin embargo, es uno de los sectores de la economía más feminizados y, a la vez, más desprotegidos. Lo integran más de 1,7 millones de personas, sin embargo el 75% está en la informalidad. El 95% del total está representado por mujeres, que representan el 17% de las asalariadas del país.
La crisis económica potenció la precarización de las trabajadoras de este rubro. “No puedo decir que hay desocupación, hay viveza de la parte empleadora. Son vivillos porque quieren que les hagan las cosas gratis. Han dejado empleadas sin trabajar pero son empleadores de alto nivel económico de barrios privados. Es explotación laboral porque hay casos donde las han dejado cuidando cuatro chicos de cortas edades, desde 4 meses a 4 años. Además, tienen que planchar, cocinar, hacer la papilla a los chicos, hacerle el almuerzo y dejar la cena. Nueve horas todos los días por un sueldo de 90.000. Después hablamos del 8M, son las empleadoras las que más las explotan y las maltratan psicológicamente. Las despiden, no las indemnizan y después toman gente y le dicen: ‘Yo te pago esto, si te gusta bien y sino verás’. A veces, por la necesidad la compañera la toma”, agrega Sonia Kopprio.
Según un informe de la Unión de Trabajadores Domésticos y Afines (UTDA) del año 2020, el 48% de las trabajadoras de casas particulares percibe un salario inferior a la jubilación mínima y no gana lo suficiente para cubrir la canasta básica alimentaria.
Las adaptaciones a los aumentos de precios y de transporte varían: situaciones en las que los y las empleadoras reducen la cantidad de horas porque no pueden sostener el pago al tener también devaluado su sueldo, otras en las que se concentran todas las horas en un día para pagar un solo viático y otras en las que el vínculo se mantiene intacto porque les representa un pieza determinante en la dinámica de la familia. “Fabiana cumple un rol clave en la organización familiar y laboral porque gracias a su participación podemos tener espacios de esparcimiento. En mi caso, tengo espacios laborales más amplios porque ella se queda con mi hijo”, cuenta Gisela Torchelli, abogada de 40 años. Fabiana cuida a Martín, su hijo de 4 años, y cuando tiene tiempo hace las tareas de limpieza general de la casa.
“La prioridad es el cuidado de Martín y la limpieza es a medida de que él le de espacio. En nuestro caso, por suerte no tuvimos que reducir horario de trabajo. Por la inflación que maneja el país, cada dos o tres meses se le realiza un aumento del 30% y le pagamos 100 horas mensuales, llegue o no a completar la totalidad. Mientras tanto, yo aprovecho a trabajar en algún bar, coworking o casa de algún conocido. O bien aprovecho para hacer compras o salir con alguna amiga”, agrega Gisela.
Si bien las situaciones son disímiles, hay un punto en común: la complejidad para llegar a fin de mes. “Nosotros sobrevivimos, no es que comemos para vivir”, resume en una frase María del Carmen Díaz.
CDB/MG