La historia de la arquitectura suele ser injusta: evoca los nombres de quienes inventan, rememora a aquellos que invirtieron dinero para culminar un trabajo, alude –a veces— a quienes diseñaron las estructuras de lo que quedó (o se destruyó) para siempre. Olvida, en cambio, a quienes levantaron las torres y los edificios, omite a los albañiles, a los carpinteros, a los plomeros y a los electricistas. Rechaza hablarnos de los yeseros y de los pintores de brocha gorda.
A los hombres que levantaron el Hotel Provincial de Mar del Plata, el símbolo de esa ciudad a la que algunos llaman la Biarritz Argentina parece haberlos llevado el mismo mar frente al que construían. El hombre que lo ideó y lo diseñó se llamaba Alejandro Bustillo. ¿Cómo se llamaban todos esos hombres que se ven en esta foto? ¿Cuánto se les reconoce a ellos en la larga trayectoria de un Hotel que se hizo ciudad?
Tenían profesiones diversas, pero estaban embarcados en el colosal proyecto ideado por Alejandro Bustillo. Construir un símbolo para una meca. En 1939 ya había sido terminado el Casino, uno de los elementos clave en esa ciudad que, progresivamente, dejaba de ser tan solo el símbolo de la aristocracia. Dos años más tarde, terminaban la nueva Rambla, a la que le colocarían, además, los dos lobos marinos diseñados por José Fioravanti, el reconocido escultor que ya había decorado el vestíbulo de la Casa Rosada durante el mandato de Marcelo T. de Alvear. Faltaba, sin embargo, el Hotel, el símbolo de una ciudad que se transformaba en sinónimo de verano. Los hombres de boina estaban desarrollando la obra.
A Manuel Fresco –el gobernador de Buenos Aires que había encargado la ejecución de la obra– y Bustillo no solo los unía el nuevo rostro que iba tomando La Feliz. El hermano de Alejandro, José María, era su ministro de Obras Públicas y fue él quien los acercó. Ambos compartían, además, una particular visión de la arquitectura: aquella que exaltaba el pasado greco-romano y que tenía sus trazos principales la Italia fascista, pero también en la Alemania nazi. Bustillo, admirador de Albert Speer, construyó también la casa de campo del gobernador. El Hotel Provincial, luego símbolo de una ciudad de apropiación obrera y de clases medias, seguía algunos de los lineamientos de la escuela arquitectónica del III Reich.
Los trabajadores que lo levantaban, eran en cambio, buscadores del ascenso social. Muchos de ellos inmigrantes, compartían ideas socialistas en una ciudad como Mar del Plata, que, desde 1919 y hasta el golpe de 1930 había tenido diversos intendentes de ese signo político.
En el lugar emblemático donde hasta entonces se encontraban la vieja Rambla Bristol y el Paseo General Paz, los trabajadores ejecutaron el plan del arquitecto: se trataba de levantar dos edificios gemelos, el Hotel y el Casino, separados por un enorme playón de cemento, inspirado en la Plaza Vendôme de París.
Con 400 departamentos hechos con los mejores materiales de la época, cuarenta locales para comercios, un cine-teatro con más de dos mil localidades, enormes comedores, salas para exposiciones y salones de bridge y lectura, el hotel se construyó sobre una superficie de 150 mil metros cuadrados. Su edificación hermana, destinada estrictamente al juego y a la vida nocturna, tenía capacidad para 65 mesas de ruleta, otros treinta departamentos, espacios para teatro y cine, salas destinadas a la práctica de esgrima, una especie de boite, además de una confitería de grandes dimensiones.
Inaugurado oficialmente el 18 de febrero de 1950, durante la gestión provincial peronista de Domingo Mercante, el Provincial simbolizó el auge de La Bristol, la playa que, tal como comentan Juan Carlos Torre y Elisa Pastoriza en su libro Mar del Plata, un sueño de los argentinos (Edhasa, 2019), se convirtió en el epicentro de la ciudad balnearia.
Con 400 departamentos, 40 locales, un cine-teatro con dos mil localidades, enormes comedores, salas para exposiciones y salones de bridge y lectura, el hotel se construyó sobre una superficie de 150 mil metros cuadrados.
El hotel, sin embargo, ya tenía actividad antes de su inauguración. Durante la década del ‘40 tuvo visitantes ilustres que, entonces, todavía no eran ilustres para nadie: un joven Ernesto Guevara, luego el Che, participaba, en 1948, de los campeonatos de ajedrez, disputando las partidas simultáneas que entonces ofrecía el maestro polaco-argentino Miguel Najdorf.
Transformado en símbolo de una ciudad que ampliaba el horizonte del verano a los sectores medios y a parte del mundo de los trabajadores, el Provincial estaba, sin embargo, lejos de ser un hotel proletario. Tal como cuentan Pastoriza y Torre, sus salones eran un lugar privilegiado para los amantes de la llamada “alta cultura”. El ex embajador de Estados Unidos en Argentina, James Bruce, llegó a declarar admiración por los conciertos, las obras de teatro, los recitales de poesía y las obras de ballet que se desarrollaban en el novedoso complejo. Los barcitos poblaban, a su vez, la rambla y la zona circundante al hotel y al casino y, progresivamente, esa zona iba siendo Mar del Plata misma.
Elisa Pastoriza, profesora emérita de la Universidad Nacional de Mar del Plata y autora de libros como La conquista de las vacaciones y Un mar de memoria, sostiene que la edificación del Hotel Provincial “no se puede analizar sin tener en cuenta las relevantes transformaciones de la década de 1930”.
“Pensemos que en el lapso de diez años los turistas se multiplicaron por seis y al promediar la década el balneario fue hecho de nuevo. El gobernador conservador Manuel Fresco, admirador de Mussolini y cultor del fraude electoral, promovió un vasto programa de obras públicas que tendría en el engrandecimiento de Mar del Plata su realización más visible. Tres fueron sus principales iniciativas. La primera, la pavimentación del tramo de la Ruta 2 entre Dolores y Mar del Plata en 1938, que permitió que el viaje de los turistas, hasta entonces en tren, se hiciera también en automóviles y ómnibus. La segunda fue la construcción de modernas instalaciones en Playa Grande para ofrecer un lugar de recepción acorde al traslado de la elite veraneante, que se venía desplazando hacia el sur ante la ‘invasión’ en la otrora lujosa playa Bristol. La tercera fue la más monumental de todas porque tuvo la audacia de borrar el mapa a la afrancesada Rambla Bristol que solamente duró 27 años, para levantar en su lugar el Casino y el Hotel Provincial. Quedó delineada, así, rotunda y magnífica, la nueva postal de Mar del Plata”, señala la investigadora.
Para Pastoriza, esto marcó un cambio de era: “Se dio inicio al tiempo de la ‘ciudad balnearia’ y se produjo la caída definitiva de la aristocrática ‘villa balnearia’”.
La foto clásica
El Primer Festival de Cine de Mar del Plata, celebrado en 1954 a instancias del subsecretario de Informaciones y Prensa, Raúl Apold, no solo se desarrolló en algunas de las principales salas de cine de la ciudad (Atlantic, Ocean Rex, entre otros), sino que tuvo al Provincial como sitio privilegiado. Perón, que asistió a algunas de las funciones y hasta se colocó unas gafas 3d para ver la primera película de ese tipo estrenada en nuestro país, ofreció una cena en el lujoso restaurante del hotel, en la cual no solo estuvieron el gobernador provincial Domingo Mercante y Carlos Aloe, sino que el General compartió mesa con Mirtha Legrand y la actriz italiana Lila Rocco.
Desde los balcones del complejo, Perón dio un discurso en el que imprimió su idea de la ciudad balnearia más importante del país: “Hace diez años visité Mar del Plata y en ese entonces era un lugar de privilegio, donde los pudientes del país venían a descansar los ocios de toda la vida y de todo el año. Han pasado diez años. Durante ellos esta maravillosa síntesis de toda nuestra patria, aglutina en sus maravillosas playas y lugares de descanso al pueblo argentino y en especial, a sus hombres de trabajo que necesitan descansar de sus sacrificios”.
Perón instalaba, así, una idea que ya no desaparecería: la de una “nueva Mar del Plata”. Una distinta a la del pasado. Una que se abría a los sectores de la sociedad a los que “se le había negado”. En el planteo peronista había verdad y también capitalización política.
El peronismo había ordenado una tendencia existente y le había dado cuerpo y organización. El Provincial fue parte de ella. Cuando la dictadura de 1955 depuso al General que había sido bisagra para los trabajadores y las trabajadoras del país, no solo bombardeó la Plaza de Mayo y actuó con saña contra los partidarios peronistas. También allanó el Hotel Provincial. El 24 de enero de 1956, militares y policías ingresaron en el departamento del hotel que había sido ocupado por Perón buscando joyas en la caja de seguridad. Sólo encontraron lo que efectivamente Perón tenía: un sabot y una caja de fichas del Casino que le habían regalado sus trabajadores.
Pastoriza recuerda que durante la década de 1950 “Perón extendió, a través del largo brazo de su política social, el alcance de las vacaciones estivales a más sectores del mundo del trabajo. La principal iniciativa en el campo del turismo social fue la construcción de la Colonia de Vacaciones de Chapadmalal.” Al mismo tiempo, afirma que cuando se ponen en perspectiva los cambios producidos en esos años, “una iniciativa sobresale: el impacto de la Ley de Propiedad Horizontal de 1948, que posibilitó la propiedad de unidades individuales de departamentos”.
“La ley y los créditos del Banco Hipotecario generaron una nueva expectativa: ser propietario en Mar del Plata. Al compás de esa aspiración tuvo lugar un acelerado proceso de renovación urbana, que hizo familiar la presencia del obrero albañil demoliendo a golpes de piqueta. En un corto lapso el 70 por ciento del casco céntrico quedó convertido en escombros: desaparecieron las mansiones de alrededor de la Plaza y la Avenida Colón y en su lugar se levantaron miles de edificios de departamentos para alojar al vasto universo de clases medias. Con la mudanza de la elite veraneante al Barrio Los Troncos en las cercanías de Playa Grande habría de culminar la secuencia iniciada con los conservadores, el desplazamiento de la alta sociedad de sus dominios originales, consolidando el perfil de Mar del Plata como el balneario de todos”, apunta.
Cuando la dictadura de 1955 depuso al General que había sido bisagra para los trabajadores y las trabajadoras del país, no solo bombardeó la Plaza de Mayo y actuó con saña contra los partidarios peronistas. También allanó el Hotel Provincial.
A diferencia de una extendida creencia –que atiende poco a los datos históricos– y al imaginario instalado, Pastoriza recalca que la masificación de la Mar del Plata céntrica tuvo como protagonistas, durante el peronismo, a las clases medias más que a las trabajadoras. Estas últimas fueron, sin lugar a dudas, destinatarias centrales de la política de turismo social y de masificación turística, para las cuales fue construido el complejo turístico de Chapadmalal y una serie de planes de viaje realizados desde la Fundación Eva Perón. El Hotel Provincial tenía, en aquel contexto, otro cariz. Aún no se había constituido como un hotel de descanso y disfrute de los trabajadores.
El lujo
La imponente arquitectura del hotel, hecha a base de piedra Mar del Plata, era, a todas luces, uno de los elementos más llamativos para los veraneantes. “¿Cómo era el aquel lugar que alojaba a la burguesía y clases medias que llegaba a las playas marplatenses?”, se pregunta Pastoriza. Y responde: “Era definitivamente grandioso y monumental. El arquitecto Alejandro Bustillo no había obviado ningún detalle para lograr el confort de los visitantes. Su aparición tiene lugar justamente, cuando comienza a desplegarse un mayor auge en el ingreso de veraneantes, y la antigua hotelería privada de lujo busca su reconversión, al mismo tiempo que se comienza a diseñar el dibujo de nuevas formas y prácticas recreacionales, que implican al Estado y asociaciones civiles, al estimular la instalación de ‘colonias de vacaciones’ y la hotelería estatal. El Provincial estuvo pensado para albergar actividades variadas, masivas y públicas. Su densidad es tal que posibilitó una sociabilidad intensa y vinculó de un modo más directo la playa con el centro de la ciudad”.
Quienes ingresaban al hotel podían quedar impactados, no sólo por los innumerables atractivos que describe Pastoriza. La secuencia de murales pintados al fresco en la recepción eran, ciertamente, otro de los grandes atractivos. Ideados por el artista plástico César Bustillo, hijo de Alejandro, que con 38 años desplegó colores y figuras deslumbrantes para la época, se convirtieron en una fuerte impronta polémica del Provincial.
La obra de César Bustillo está compuesta por seis murales y pretende homenajear a los vientos del país, a través de la figura mitológica griega de Eolo, el Dios del Viento. El hijo del arquitecto imaginó a las Eólidas, un conjunto de deidades femeninas para cada uno de los puntos cardinales, que se lucían en las paredes del hotel exuberantes y sin ropa.
Según Pastoriza, el Provincial estuvo pensado para albergar actividades variadas, masivas y públicas. Su densidad es tal que posibilitó una sociabilidad intensa y vinculó de un modo más directo la playa con el centro de la ciudad
Ana María de Mena, autora del libro César Ave: los muros de Bustillo y docente de Patrimonio Cultural en la Universidad de Comahue, comenta: “El hotel se inauguró con pompa y esplendor. Pero los artistas que hubieran querido hacer esos murales apuntaron los cañones contra César. Los murales estuvieron descubiertos muy poco tiempo. La gente de Mar del Plata decía que por los desnudos las niñas no podían asistir al hotel. La prensa comenzó a atacar los murales y el diario La Capital llegó a decir directamente que era necesario eliminar las obras. Y llegó el momento en que alguien mandó a tapar los desnudos con telas”.
La suerte de los polémicos murales de César Bustillo no tenía que ver apenas con su creación artística. Su padre, Alejandro, había construido el hotel por su relación privilegiada con las familias patricias y con los políticos de entonces. Antes de que Manuel Fresco le adjudicara la obra, la habían ganado por concurso dos arquitectos marplatenses. Con la presencia de su hermano en el Ministerio de Obras Públicas, esos nombres desaparecieron, y Alejandro pudo hacer el hotel. “Lo llamaban ‘el arquitecto del poder’”, dice Ana María de Mena. “Esto no le restó mérito a sus monumentales y grandiosas obras, pero contribuyó a que la inquina se trasladara a su hijo César, que era un hombre de vida austera y perfil bajo”.
Finalmente, “con el correr de las décadas, los murales fueron destapados y vueltos a tapar sucesivamente. Primero, con la llamada Revolución Libertadora y, más adelante, durante última la dictadura militar. Hasta que a fines de la década de 1980 quedaron descubiertos y se mantienen en buen estado hasta la actualidad.”
El esplendor
Paul Newman y Sofia Loren. Narciso Ibáñez Menta y Errol Flynn. Hugo del Carril y Marilina Ross, Olga Zubarry, Mariano Mores, Astor Piazzolla, Isabel Sarli. Tita Merello y Daniel Tinayre. Todos fueron de la partida. El Provincial era la luz de Mar del Plata. Hotel de estrellas. El glamour de una época que fue.
Algunas postales recuerdan al Provincial en su época esplendorosa, cuando la noche era el faro de las familias que iban a apostar unas fichas al casino, rodeando a los croupiers que decían: No va más. La noche de Mar del Plata, siempre daba para más. Y La Bristol lo demostraba. En los dorados sesenta, opulencia y clases medias parecían reunirse en aquella zona, alumbrando a una Argentina que tenía al verano como faro. Los conflictos sociales permanecían, pero las luces de los medios parecían enfocarse en los veraneantes, en el teatro popular, en los espectáculos musicales, en el cine y en esa ciudad balnearia que resumía un sueño común.
El Provincial, la Rambla y el Casino indicaban que, en Argentina, el sueño de la sociedad de iguales se hacía con verano y consumo. En los años de retroceso de ese sueño, con el legado negro de la dictadura y la liberalización económica, Mar del Plata siguió siendo un faro de esa imaginación proyectada sobre la costa.
A principios de la década del 80, antes de su máximo declive, Juan Alberto Mateyko se paraba en los balcones del hotel para conducir Una terraza al mar“. La música debía continuar: Freddie Mercury había pasado por el hotel, pero Mateyko tenía a otros ídolos para mostrar desde la rambla. Rafaela Carrá, Roberto Carlos, Franco Simone y Julio Iglesias.
Al mismo lugar, Raúl Becerra, Adolfo Castelo, Raúl Portal y Virginia Hanglin llevaron su programa Semanario Insólito en diciembre de 1982. Su último especial del año, grabado entre el Hotel y el Casino, tuvo la presencia de personajes tan disímiles como Antonio Carrizo, Jorge Asís, Marta Minujín, Edmundo Rivero, Palito Ortega, Nito Mestre, Susana Rinaldi y Álvaro Alsogaray. El programa tenía, además, un cronista especial que trabajaba desde la explanada del Hotel Provincial: Norbert Degoas, el periodista marplatense al que apodaron El Extraterrestre y que, por estos días, cobró fama nacional por su publicidad de la empresa El Condor-Mar del Plata.
La política no estuvo fuera de la órbita del Provincial. El peronismo, lógicamente, lo hizo suyo. Pero el hotel, que representaba a ese epicentro marplatense, iba más allá. A fines de la década de 1950, el presidente norteamericano Dwight Eisenhower, compartió reuniones con Arturo Frondizi en sus salones.
No faltaron, por supuesto, representantes de la contracara: en el hotel hubo delegaciones de la Yugoslavia de Tito y hasta de la Unión Soviética. Mar del Plata era interclasismo. El Provincial era también pragmatismo político y diplomacia para todos.
Los trabajadores
“Me desempeñé como cadete del hotel. La última vez que trabajé en el Provincial fue en la temporada ‘80-’81, cuando tenía 18 años. Ahí conseguí trabajar todo el verano. En esa época –y en esta también– los jóvenes marplatenses, aprovechan la temporada como para juntar unos pesos para el invierno. En ese tiempo el hotel estaba muy caído. Solamente era una vieja gloria. Recuerdo que hasta los sacos que nos daban eran un poco un desastre: mugrientos, rotos. Había algunos pisos habilitados y el resto no. En los últimos pisos del hotel había murciélagos. Estaba muy desprestigiado y en caída”, dice Alfredo Lazzeretti, actual rector de la Universidad Nacional de Mar del Plata, que trabajó en el lugar mientras hacía el curso de ingreso a su carrera de grado. En plena dictadura, el acceso a la universidad estaba restringido.
En su relato se vislumbra la época de la desgracia del hotel que había sabido ser parte del sueño nacional. Las razones que lo debilitaron fueron muchas. Cambios de dueños, modificaciones en el veraneo y, también, un proceso de liberalización económica que impactó fuertemente sobre la ciudad.
Para muchos, Mar del Plata comenzó a ser un destino menos codiciado que otros del extranjero. Ciertas miradas clasistas pusieron a Mar del Plata en un segundo plano y atacaron, aunque subrepticiamente, la cultura popular de la ciudad como un espectáculo frívolo y sin clase.
El auge del neoliberalismo y de las privatizaciones afectaron a la creación de Bustillo. En 1984, la empresa Hotelera Americana se hizo cargo del Provincial, gracias a la concesión dada por el Gobierno de la Provincia de Buenos Aires. La Hotelera Americana manejó el espacio hasta 1998, pero la gestión privada se mostró ineficiente. La dejadez se hizo palpable y, finalmente, la empresa perdió la concesión, al comprobarse que desde hacía dos años no pagaba el canon correspondiente. De la noche a la mañana, el capitalista Miguel Gutiérrez Guido Spano perdió la concesión de un hotel que había llevado a la ruina.
Mar del Plata comenzó a ser un destino menos codiciado que otros del extranjero. Ciertas miradas clasistas pusieron a Mar del Plata en un segundo plano y atacaron, subrepticiamente, la cultura popular de la ciudad como un espectáculo frívolo y sin clase.
El 28 de diciembre de 1998 la Justicia desalojó el provincial, y los turistas que estaban allí fueron obligados a abandonar sus habitaciones. Los trabajadores tomaron el establecimiento durante algunas horas. Los únicos que pudieron quedarse en el hotel en esos momentos fueron Dorita Ramírez Maggi y su familia. La razón era extraña: se trataba de la tía política del entonces gobernador Eduardo Duhalde que ocupaba la suite que utilizaba siempre el político que, en esos momentos, ya había lanzado su candidatura presidencial.
Lazzeretti apunta que, aún con su crisis, el hotel seguía siendo importante en los ‘80: “Estaba muy venido abajo, pero seguía siendo un gran hotel. Recuerdo que, cuando estaba como cadete en el primer piso, cuando recién arrancaba, lo complicado era que te mandaban a trabajar dos horas como ascensorista. Recuerdo haber llevado por esos tiempos al actor que hacía de Quico en El Chavo del 8. Y que infló sus cachetes para hacernos reír a los que íbamos en el ascensor.”
Pablo Gamboa también trabajó en el Provincial durante dos temporadas. Ahora tiene 53 años, pero hace 36 fue mozo en el mostrador del hotel atendiendo la barra. Un trabajo desconocido para él, que trabajaba desde su adolescencia en talleres de carpintería.
“Entré por un primo que trabajaba de mozo. Era un lugar de mucho prestigio en la ciudad y uno consideraba que era un trabajo importante. El hotel era imponente. Yo entraba a las 7 de la mañana y tenía que reponer las bebidas porque a la noche ya se habían tomado todo. Hacía un relevamiento del faltante y reponía para que los turnos que seguían durante la tarde y la noche tuvieran la mercadería necesaria”, señala. “Solo hacía temporada y con la temporada me alcanzaba para costearme los estudios de todo un año en un instituto pastoral cristiano en Lomas de Zamora”, agrega.
En el hotel, Gamboa vio a diversas personalidades del mundo del espectáculo. “Recuerdo, por ejemplo, que en aquel tiempo estaba Guillermo Francella. Y, también, todo el equipo de Boca. Era la época final del Loco Gatti (se retiró en 1988) y tuve que atenderlos en un desayuno. Tenía que servirles el café con leche y un jugo de naranjas. Pero el problema es que, cuando fui al depósito y estaba cerrado. No sabía qué hacer y empecé a destapar Mirinda y les mandaba el café con leche y las medialunas con un vaso de Mirinda (que, para colmo, tiene gas). Cuando llegó el jefe, el señor Planes, me vino a pedir explicaciones. Le dije: ”disculpe, el depósito está cerrado“ pero él me dijo que si no había naranjas las tenía que conseguir de donde fuera. Abrió la puerta y sacó las naranjas, hizo retirarle los vasos a todo el plantel y me puse a servir jugo de naranja. El prestigio del hotel era todo para ellos: ¿cómo iba a servir Mirinda? Pero bueno, la verdad es que naranjas no había”.
Gamboa recuerda que, en aquellos momentos, muchos no notaban la crisis que empezaba a atravesar el hotel. Y dice que, en aquellos tiempos, había un buen espíritu de colaboración entre quienes trabajaban. “Yo entré sin saber hacer un café con leche a una barra. Y mis compañeros me enseñaron todo, al punto que pude quedar solo en el puesto durante mi turno. La verdad es que, al menos en las temporadas en las que yo trabajé, no todos los trabajadores sabíamos que el hotel tenía problemas. Evidentemente, los años posteriores indicaron que tenía algunos porque, de lo contrario, no hubiese cerrado. Hoy, el hotel, que fue reabierto, no tiene la actividad que tenía en aquella época. Era un lugar prestigioso en una Mar del Plata que también lo era. Se trataba claramente del hotel más importante de la ciudad. Pero las situaciones económicas y políticas del país llevaron a su declive.”
La reapertura
Cerrado durante años, el Hotel Provincial reabrió sus puertas de manos de una licitación que le dio más poder a un capitalista que parece ser, ya, el dueño de la ciudad. Florencio Aldrey Iglesias, magnate conocido popularmente como El Gallego, no solo amasa una fortuna, sino buenas y permanentes relaciones con diversas figuras del arco político argentino.
Dueño de periódicos y de radios, este hombre tiene hoy su propio shopping: el Paseo Aldrey. El crecimiento de su emporio económico no distinguió ideologías ni partidos: desde el gobierno de Raúl Alfonsín, pasando por el de Carlos Menem, el de Fernando de la Rua, el de Néstor y Cristina Kirchner y del de Mauricio Macri, Aldrey no dejó de incrementar su poder, haciéndose cargo de concesiones de espacios licitados.
El Provincial le fue adjudicado en 2004, pero recién le fue entregada por el gobernador Daniel Scioli –con quien Aldrey Iglesias tiene una gran amistad– en 2008. A través de Hotelera del Mar S.A., de la cual forma parte la cadena de hoteles NH, Aldrey se quedó con el Provincial. Pero la situación no se detiene ahí. El mismo empresario también usufructúa el Casino. Un espacio que ha sido escenario de no pocos conflictos. Las protestas de los trabajadores de ese espacio de juego en Mar del Plata han sido recurrentes en los últimos años.
El 6 de noviembre de 2008, el Hotel fue reinaugurado por la entonces presidenta Cristina Fernandez de Kirchner, que cortó la cinta junto a Aldrey Iglesias, el magnate de la ciudad. Dos años más tarde, el hotel recibió nuevamente a visitantes ilustres: los presidentes que llegaron para la XX Cumbre Iberoamericana. Entre ellos estaban Evo Morales, Luis Inázio Lula da Silva, Rafael Correa, Pepe Mujica, Juan Manuel Santos, Sebastián Piñera y el ahora Rey Emérito de España, Juan Carlos I, entre otros.
El complejo parece haber recuperado su fastuosidad, pero está más lejos de las clases medias de lo que estaba en otros tiempos. Los trabajadores que, bajo la dirección de Bustillo, lo levantaron y lo hicieron posible, tenían algo en común con muchos de los que usufructuaban la zona: expresaban a una ciudad que, con trabajo, Estado y mercado, se hacía interclasista y veraniega.
Ese era el viejo sueño que se proyectaba constantemente hacia el porvenir. Quizás ese sueño haya pasado de moda y no se lo pueda revivir tal como era entonces. Queda, sin embargo, la posibilidad de imaginar. Mar del Plata nunca dejó de ser una gloria. Las olas del mar no se llevaron la posibilidad de seguir cumpliendo ese viejo proyecto construido entre todos. Los lobos marinos y la Rambla no necesitan solo fotos del pasado. Esperan que, con pujanza y futuro, la costa de todos pueda ir por más.
MS AL