Es un feriado de 30 grados, casi todo el mundo está en la calle, pero las salas del Faena Art Center están llenas. La ocasión es la 19ª Bienal Internacional de Arquitectura, cinco días de exposiciones, talleres y charlas con referentes nacionales e internacionales. Entre ellas, las arquitectas alemanas Benita Braun-Feldweg y Sabine Müller, que visitan Buenos Aires para hablar de sus proyectos de intervención urbana en Berlín. Y, de paso, dan su mirada recién estrenada sobre la capital argentina.
“Es mi primera vez en Sudamérica”, admite Benita después de sentarse en las escalinatas exteriores del edificio, donde sugirió que tuviéramos la entrevista. Tanto ella como Sabine aprovecharon estos días para conocer mejor la ciudad. Y lo hicieron tanto a pie como en colectivo: se tomaron el 37, el 67 y el 100.
“Fue bastante molesto encontrar dónde comprar la tarjeta SUBE y, sobre todo, cargarla”, admite Sabine. “Ando con la duda de si tendré saldo. ¿Y si me subo al colectivo y no me alcanza?”, se pregunta Benita.
Su charla del viernes, Designing Urban Ecotones (“Diseñando ecotonos urbanos”), es parte de la contribución alemana a la Bienal. Llegaron convocadas por su coterránea Lisa Diedrich, de la Cátedra Walter Gropius DAAD de la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo (FADU) de la Universidad de Buenos Aires.
Müller cofundó SMAQ Architektur und Stadt en Berlín, desde donde da vida a proyectos de transformación urbana que trascienden la capital, como el galardonado Überseeinsel (“Isla de Ultramar”), un distrito junto a la zona portuaria de Überseestadt en Bremen. Braun-Feldweg es una de las mentes detrás del estudio berlinés bfstudio-architekten, con el cual desarrolla y diseña proyectos de uso mixto como la multipremiada serie Metropolenhaus, para dotar de movimiento las plantas bajas de edificios a través de comercios, restaurantes y espacios culturales no comerciales.
–Benita, usted mencionó que los encuentros casuales en la ciudad están disminuyendo. ¿Cree que las intervenciones urbanas pueden fomentarlos?
–Benita Braun-Feldweg: Creo que sí. Cuando desarrollamos [el proyecto urbano] Metropolenhaus, lo hicimos en la vereda justamente para fomentar el encuentro de la gente. Para decir, “¿Necesitás un espacio? ¿Por qué no venís acá? Y te conectás con tal persona o tal idea”. Este tipo de actividades inesperadas es un gran recurso para el trabajo social. [La urbanista estadounidense] Jane Jacobs habla del potencial de la vereda. Siento que el espacio público es propiedad de todos, y por eso es muy positivo estimular a la gente a que lo use, ya sea con un partido de fútbol, una feria al aire libre u otros formatos. Si la gente se reúne, empiezan a pasar cosas. Vivimos en una época en la que todo está muy cercado en la ciudad.
–Sabine, ¿cree que hay esperanza en ese sentido?
–Sabine: Un ejemplo sería Palermo, el barrio donde nos estamos alojando. Ahí hay un tipo original de tejido urbano con pequeños negocios, fruterías y verdulerías que sacan su mercadería a la calle, gente circulando. Son lugares en los que realmente te encontrás con gente. Al mismo tiempo, no queremos ser románticas: también vemos que acá hay muchas casas nuevas con autos en planta baja o en enormes lobbies cerrados. Sin embargo, la planta baja es donde se encuentran lo público y lo privado, y es responsabilidad del sector privado asegurar que esa conexión funcione de manera fluida. Como propietario, podés construir en tu terreno pero, al mismo tiempo, tenés una responsabilidad hacia lo público, y creo que esta es una comprensión que necesitamos desarrollar. Si entendemos eso, hay esperanza.
–¿Cómo es Berlín en ese sentido? Porque acá el sector privado no asume tanta responsabilidad en ese aspecto.
–S: En Alemania tampoco.
–B: Es lo mismo en Berlín, Buenos Aires o cualquier otro lugar: si el mercado inmobiliario se enfoca sólo en lo económico, no prospera ni la ciudad ni el mercado. Necesitás vincular el capital con el valor social de la ciudad, porque es una inversión. Cuando los desarrolladores venden propiedades, en los folletos destacan cafés y bares lindos, quieren comercializar estos puntos de encuentro social. Pero si eso se vuelve demasiado artificial, pierde sentido. Lo que estamos haciendo acá, sentadas en estos escalones y reuniéndonos de manera informal en Puerto Madero, habría que ofrecerlo a toda la gente de la ciudad, no sólo a una parte exclusiva. Si formás parte de la ciudad, sin importar quién seas, tenés responsabilidad sobre cómo tu edificio se conecta no sólo con la plaza, sino con su área de influencia en general. No sólo pasa por la esperanza: es una cuestión de obligación.
–¿Pasa entonces por regulaciones?
–B: Por instrumentos de política urbana en general. Por ejemplo, podrías ceder un metro frente a tu casa para que la gente lo use y ofrecer algo al espacio público. En Alemania, la casa se conecta con la calle sólo por una puerta, nada más. En Buenos Aires, aunque veamos autos grandes detrás de los árboles, hay algo más abierto. La pregunta es: ¿cómo interactuamos con el espacio público? Esto también tiene que ver con el sistema político y la polarización social. Cuando la sociedad se divide y hay miedo, surgen comunidades cerradas que buscan protegerse. Entonces, la pregunta que me llevo de Argentina a Alemania es, ¿seremos capaces de mantener esta noción de espacio público urbano, o vamos camino a perderla por este cambio político y los resultados de conflictos en todo el mundo que repercuten en problemas locales?
–¿A qué conflictos se refiere puntualmente?
–B: Doy un ejemplo: el primer Metropolenhaus que intervinimos está justo frente al Museo Judío, así que el Gobierno alemán tuvo que reforzar la seguridad. Ahora todo el lugar está mucho más cercado, con vigilancia policial constante. Todavía tenemos plata del contrato del desarrollo, que no podemos usar para organizar actividades porque no nos dejan hacer ni un mercado de pulgas, ni una fiesta, ni nada en el medio de la plaza. Esta es una barrera real, y es un ejemplo de cómo los efectos geopolíticos se reflejan directamente en el barrio.
–S: En general vemos esta tendencia de poner rejas y seguridad por todas partes. Y hay otro tema que es que las viviendas se venden muy bien y las áreas comerciales no. Por eso a los desarrolladores privados les interesa tanto poner departamentos en la planta baja en lugar de comercios. Para separar esa vida privada del espacio público, ponen zonas verdes de amortiguación, ligustrinas y cercos. No hay integración.
–¿Qué fue lo que más les llamó la atención cuando llegaron a Buenos Aires, en términos de urbanismo o arquitectura?
–S: Me encanta esta idea de una cuadrícula casi infinita. Está la ciudad horizontal, con casas con patios interiores y árboles añosos, que forman hermosas calles arboladas. Y después tenés capas: a la horizontal se le suma la de edificios de cinco pisos y luego las construcciones altas. Esa variación en el skyline en algunas zonas me parece muy estimulante. Tal vez no sea considerado hermoso si pensás en París o Berlín, donde todo tiene la misma altura. Pero para mí es un punto en el que se libera energía.
–B: A mí me llamó la atención el tránsito. Tener cinco carriles en una sola dirección en el medio de la ciudad. Vengo de Los Ángeles, que también tiene muchos autos, pero allá hay una diferenciación entre la autopista, donde va el tráfico más pesado, y las calles comunes de dos carriles. Acá en el centro tenés muchos carriles en una misma avenida. Cruzar la 9 de Julio fue impresionante.
–¿Impresionante en buen o mal sentido?
–B: No en el mejor sentido, porque fragmenta la ciudad. A mí me encanta descubrir una ciudad caminando, y creo que no es tan fácil hacerlo en Buenos Aires. Al mismo tiempo, me fascina cómo la gente es tan cercana y amable. Veo un gran potencial, especialmente en los más jóvenes. La capacidad de improvisar que tienen es una gran cualidad para llevar las cosas más allá, sobre todo cuando hablamos de arquitectura o diseño sustentables.
–¿Qué aspectos de lo que han hecho en Berlín podrían aplicar acá?
–B: Me encantaría decirles a los desarrolladores inmobiliarios argentinos que deberían financiar proyectos culturales y sociales, porque la inversión crecería con el tiempo. También me gustaría apoyar esta idea de intervenciones en asentamientos informales para fomentar el aspecto comunitario, como en el barrio 8 de Mayo en San Martín.
–S: Sería muy interesante mirar esos márgenes y pensar en cómo introducirles una dimensión paisajística. En San Martín, por ejemplo, es totalmente absurdo poner un relleno sanitario en un humedal, y peor aún, construir encima de él. Es desgarrador. Deberíamos pensar en cómo transformar el paisaje, que hoy representa una amenaza por las inundaciones y la presión de la expansión urbana, en un espacio donde tanto humanos como no humanos puedan beneficiarse.
-¿Y qué les gustaría llevarse de Buenos Aires?
–B: Este grupo que está acá [señala a personas que participan de una actividad al aire libre en la Bienal] que, como colectivo, trabaja con tanto entusiasmo en pos de mejorar la ciudad. No es algo por lo que les paguen sino algo que quieren lograr. Me encantaría llevar esto conmigo porque hoy en Europa, especialmente en Alemania, la gente está más preocupada por la crisis y por el futuro económico que por estas cosas. Tienen más actitud de trabajar de 9 a 17 y listo. Es muy diferente de cuando nosotros estudiábamos o empezábamos a trabajar. Necesitamos volver a tener esa pasión por construir ciudad.
–¿Hay alguna similitud entre Berlín y Buenos Aires?
–S: Creo que sí, pero en momentos distintos. Tuvimos este tipo de iniciativas hace 30 años, cuando había mucha libertad y espacios vacíos en la ciudad, entonces la gente decía “Hagamos esto”, “Creemos lo otro”, “Ocupemos tal lugar”. De ahí surgió la reputación de Berlín. Pero, como dijo Benita, eso ahora se está desvaneciendo.
–B: Está agotado.
–S: Por eso es hermoso ver a esta gente acá haciendo esto, algo que allá se perdió.
–B: Me encantaría volver a esto para llevarlo al futuro. Back to the Future [risas].