Mariano está en la platea Erico del Estadio Libertadores de América, en Avellaneda, con su hija de nueve años. Es lunes y juegan Las Diablas, el equipo de fútbol femenino de Independiente. Él es socio, pero es la primera vez que viene a ver a las mujeres y que trae a su hija a la cancha. “Ella siempre escucha que vamos a los partidos con los tíos, y ella, que su vida es de castillos y de hadas, no lo podía creer”, cuenta. “Papi, te amo”, le dijo cuando entraron.
Él no estaba enterado de que se jugó la final de la Copa del Mundo de fútbol femenino hace pocos días, ni del episodio en que Luis Rubiales, presidente de la Real Federación Española de Fútbol, le estampó un beso en la boca a la jugadora campeona Jennifer Hermoso. “Boludos hay en todos lados”, dice a modo de análisis. “En una situación tan visible se manda una gilada como esa. Es un tema porque con las mujeres todo está un poco dramatizado, todo es denuncia”.
Un día antes, el domingo 27 de agosto a las siete de la tarde, jugó en ese mismo lugar la primera división masculina de Independiente contra Vélez por la Copa de la Liga. Estuvo cerrado el paso a las calles cercanas al estadio. Desde temprano fueron llegando micros con hinchas, frente a los estáticos pero vivaces vendedores de camisetas, joggins, calcomanías. El humo de las bengalas rojas se mezclaba con el de los puestos de choripan y bondiolas.
Aunque este lunes Las Diablas también juegan por la Copa de la Liga, el clima es otro. El colectivo de la línea 95 llega hasta la mismísima puerta del estadio y no hay nada de todo aquello. Marcelo Garioto, el intendente del Estadio Libertadores de América, dice que a las chicas les dan la cancha cuando no juega la primera del fútbol masculino, o la reserva. Hay dos cámaras de televisión, un par de fotógrafos y una sola platea accesible, la Erico baja. Las entradas para los socios cuestan $1.000 y para los invitados, $2.000. El público, unas 60 personas de las 52.000 que podrían entrar en el estadio, elige sentarse donde da el sol. La misma platea, para los partidos del fútbol masculino, cuesta $9.000 para los socios y $18.000 para los invitados.
Cuatro amigas miran el partido tomando mate. Apoyan los pies en las butacas y se encapuchan por el frío. Tienen 16, 19, 20 y 26 años. Solo una es de Independiente y socia del club. “Vengo siempre, así sea en el predio de Domínico, las vengo a ver”, dice. Cuenta que las hinchas presionan al club a través de las redes sociales para que le de la cancha a Las Diablas: “Si son primera división, tienen que jugar en el Estadio”, argumenta. Las otras chicas son de River y de Boca, pero no van a ver a los equipos femeninos de sus clubes. “Venimos porque nos gusta el fútbol, nos gusta jugarlo. El horario de las tres de la tarde un lunes es bastante malo, pero hoy podíamos”. Hablan de Rubiales. Están indignadas con el hecho de que lo hayan suspendido solo por unos meses, pero creen que la medida, aunque pobre, es el resultado de la movilización de mujeres.
Julia Hang es licenciada en Sociología y doctora en Ciencias Sociales por la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP) y dirige el proyecto “Hacia clubes inclusivos: jugar, gestionar, entrenar y dirigir con perspectiva de género para erradicar las violencias”. Dice que, lamentablemente, tuvo que pasar esto para que se pongan en cuestión una serie de violencias en el fútbol, que exponen a las mujeres a situaciones de desigualdad, de riesgo.
“Zambia, por ejemplo, tiene a su entrenador acusado de abuso sexual; la selección argentina pasó por una situación similar con un entrenador del cuerpo técnico; la colombiana, también. Es una constante y hay una revictimización de las jugadoras que denuncian. Lo que se evidencia son las desigualdades de poder cuando estos cargos son ocupados por varones sin perspectiva de género”, apunta Hang. También cree, como el grupo de amigas, que la solidaridad y la lucha colectiva de jugadoras y mujeres de todo el mundo impulsa el debate y que eso es producto de un proceso de años de discusión. Un proceso que le costó incluso a algunas jugadoras argentinas quedar fuera de la selección por denunciarlo. “Va a marcar un antes y un después que las campeonas del mundo estén siendo abusadas en vivo”, apunta Hang. Habla de los diferentes sentidos que le atribuyen los actores a las violencias: “Para Rubiales es algo natural. Y a muchas personas esas cuestiones les siguen pareciendo del ámbito privado, o que están justificadas por la pasión del deporte”.
Para Gabriela Garton, arquera del FC Bulleen Lions en Australia, jugadora de la selección nacional durante el mundial 2019, además socióloga y becaria doctoral de Conicet, lo de Rubiales fue una demostración de poder “una manera de ubicar a las 15 jugadoras de la selección española que reclamaron cambios que fueron desoídos y que, por eso, quedaron fuera del mundial”. “Es una muestra de la impunidad que sienten los que están a cargo del fútbol –continúa–. Esto pasó ante millones de personas, y así y todo, pretenden echarle la culpa a la víctima; imaginate lo difícil que es para las jugadoras que sufren otros tipos de violencia y no tienen evidencia en video, es su palabra contra la de ellos”.
Luana Florencia Muñoz es ex capitana de Racing y fue parte del seleccionado argentino, actualmente juega en el Celtic de la Scottish Women's Premier League. Acuerda con Garton en que es un abuso de poder “de parte de un jefe, además”. Le preocupa que cueste tanto creerle a las mujeres. “Se generó mucha discusión sobre si fue consentido, si ella lo abrazó ¿qué hubiese pasado si no estaba la cámara? Estas cosas nos pasan a las mujeres todos los días y en todos los ámbitos”, apunta.
La arquera en Argentinos Juniors, Nicolle Durso de León, es además árbitra y periodista deportiva. “Situaciones de machismo hay muchas”, dice. “Desde los cuerpos técnicos, la hinchada misma, o las redes sociales. La familia incluso”. Cree que son afortunadas quienes están en un equipo donde eso no sucede, “donde se encuentra un cuerpo técnico capacitado, no solo en herramientas técnico tácticas sino también en perspectiva de género. Los contratos, la televisión, hasta los nombres en las camisetas, todos son avances”, dice. Cuando empezó a entrenar en su puesto en la primera división de AFA no había entrenadores de arqueras.
El club UAI Urquiza tiene un equipo masculino de fútbol en la primera B, pero su selección de fútbol femenino está en la primera división A, y lleva ganados cinco títulos. Fue el subcampeón en la última temporada, detrás de Boca Juniors. Su presidente, Ramiro Pérez, dice que la mayor parte de los clubes se esfuerzan mucho para hacer crecer al fútbol femenino. UAI brinda becas de estudio en la Universidad Abierta Interamericana, única vinculada a la AFA, vivienda para las jugadoras del interior y oportunidades laborales. “Hay que ser cuidadoso con las chicas –señala Pérez–. Tal vez algo que se hace con una intención en un momento de efusividad, no sé, un abrazo. No me malentiendas, no estoy diciendo que sea igual a un abrazo. Lo que creo es que es importante ser profesional”.
Para Ayelén Pujol, periodista, futbolista, escritora y autora de los libros “¡Qué Jugadora!”, que recorre la historia de un siglo de fútbol femenino en Argentina, y de “Barriletas Cósmicas”, la discusión sobre el caso “se da justamente en un contexto global de crecimiento de las derechas, que tienen la intención de avanzar sobre las conquistas de los feminismos”.
Pérez cree que a la hora de comparar el fútbol femenino con el masculino “hablamos de 100 años versus trece”.Mariano, el papá de Independiente piensa parecido: “Es difícil que cambie, porque son 100 años de diferencia, pero me niego a asociarlo a algo machista, hay determinadas competencias que se identifican más con las mujeres y otras con los varones. Nunca van a ser iguales en cuanto a la expectativa que genera”. Dice que esto es así a nivel mundial “Brasil mismo, en el fútbol femenino, no te llenaría nada”. En abril de este año Brasil se enfrentó a Inglaterra en la Finalissima Femenina en Wembley, y 83.000 personas colmaron el Estadio. Su hija de nueve años cuenta que quería jugar al fútbol pero no encontraron ningún club en Adrogué, “por eso se inclinó al hockey”, completa él.
Una pelea cuerpo a cuerpo
Barbi y Julia tienen 16 años, cuando salen de la escuela vienen a la cancha Güemes a jugar un rato, llegan media hora antes que el equipo de La Nuestra, fútbol feminista en la Villa 31, porque saben que el proyecto fundado por Mónica Santino, ex jugadora de fútbol de primera división y directora técnica, tiene entrenamiento a las seis. Improvisaron un equipo en menos de un minuto, con varones de 6 años, de 15, de 20, y de 25. Son dos contra cuatro.
El primer obstáculo con el que se topó La Nuestra cuando empezaron en el 2007 fue que la cancha que querían usar estaba ocupada por varones. “La conquista de la cancha Güemes, con el horario histórico que sostenemos hasta hoy, es nuestra piedra fundacional, la ganamos con los códigos barriales, peleándonos con los pibes cuerpo a cuerpo hasta que comprendieron que nosotras estábamos ahí para entrenar” dice Santino. Desde el proyecto entienden al fútbol como una herramienta para erradicar la violencia de género “es un deporte que amamos y que culturalmente nos fue vedado durante mucho tiempo, ahora podemos pensar en el derecho al juego, y en tramitar las tareas de cuidado con los compañeros varones, eso es un gran logro para nosotras”.
Los torneos oficiales de la AFA empezaron en 1991, pero en el rescate histórico que están haciendo periodistas como Pujol hay hitos como la copa del mundo femenina, no oficial, de México 1971, donde la selección argentina venció a Inglaterra por 4 a 1 en el Estadio Azteca, 15 años antes de “la mano de Dios” y del “barrilete cósmico”. Las pioneras fueron a jugar sin botines, médico, masajista ni entrenador. Las camisetas se les arruinaron con el primer lavado. Las jugadoras de La Nuestra tienen, además de uniformes y materiales de entrenamiento, buzos con la leyenda “Me paro en la cancha como en la vida”.
Barbi y Julia juegan desde los ocho años, entrenaron en La Nuestra y en el club Padre Carlos Mugica, también del barrio, pero se les complicaban los horarios, ahora juegan “por diversión”. A Barbi le gustaría volver a cancha de 11, el año pasado estuvo en Excursionistas, pero lo dejó porque no tenía a nadie que la acompañe a los entrenamientos y volvía muy tarde. Las dos se probaron en varios clubes de primera “pero es complicado hacer una carrera en el fútbol femenino”.
“Hay muchas chicas que quieren jugar a la pelota, y está difícil porque te tenés que ganar tu lugar, en todas las canchas del barrio que yo conozco los hombres tienen prioridad. Allá en el playón, por ejemplo, nosotras tenemos que pagar para jugar, y los chicos no ”, dice Julia. Los materiales los puso el Gobierno de la Ciudad, cuentan, pero un vecino del barrio “se hizo el dueño de la cancha y a los hombres no les cobra porque son amigos de él. Una banda de pibas ya fueron a reclamar”. Barbie dice que hace poco estaban por entrar a jugar pero llegó un equipo de varones “y se metieron ellos. Nos tenemos que agarrar a las piñas para que nos den la cancha. Casi siempre ganan los pibes, pero igual la re peleamos nosotras, y cada vez somos más”.
MR/DTC