En Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, Claudia Delfín es denunciada por la Defensoría de la Niñez y Adolescencia por orientar a sus hijos hacia las perversiones. Visitan a sus vecinos y vecinas y los entrevistan para conocer el comportamiento de esta mujer de 47 años, madre de dos varones trans que se acercó a ese organismo a pedir asistencia para que los chicos puedan usar el nombre con el que se autoperciben. Le dicen que tiene un problema psicológico y que debe empezar un tratamiento.
En Lima, Perú, Cecilia Villanueva es abucheada en una marcha. Lleva un cartel con la inscripción: “Soy una madre orgullosa y feliz”. La señalan y le gritan: “Tú te vas a ir al infierno por llevar a tu hijo por ese camino”. El camino de su hijo que la conduce a la hoguera es ser homosexual. “¿Qué esperás? ¿Qué le de la espalda y lo abandone en la calle? No, espera sentado porque eso jamás va a pasar”, retruca ella.
Ambas son madres. Ambas describen su militancia en términos cromáticos: de grises a multicolores. Ambas son “mal vistas” en sus ciudades por acompañar los procesos de sus hijos. Ambas militan por leyes más inclusivas para infancias y adolescencias diversas. Ambas marcharán este sábado junto a madres de otros doce países. Esta semana se encontraron personalmente en el Primer Movimiento Latinoamericano de Madres de Hijxs LGTB+ que se realiza en el Centro Cultural Kirchner en el marco de la Semana del Orgullo del que también participaron mujeres Argentina, Brasil, Cuba, Chile, Costa Rica, Ecuador, México, Panamá, Paraguay, Uruguay, Venezuela y Colombia.
“Fue como el día y la noche. Porque yo a mis hijos los conocía en una etapa gris, oscura, de depresión y soledad. Muy tranquilos, sin brillo. Pero cuando pudieron expresarse, se cortaron el pelo y pudieron ser ellos mismos, fue un cambio que realmente te sacude porque te das cuenta que han estado viviendo una vida de mentira”, dice Claudia y se frena para contener el llanto. Sus hijos mellizos, Simón y Zan, tienen 19 años y son varones trans. A los 12 años iniciaron el proceso y en ese camino tuvieron que cambiar tres escuelas. Sufrieron bullying, golpes y acoso. “Empezaron a tener disforia, incomodidad, de género a partir de los doce años. Simón ya no podía seguir usando la falda en el colegio. Habló conmigo y me dijo: ‘Yo no puedo con esto, soy un chico trans y no puedo seguir usando falda. Como era un colegio religioso nos invitaron a que nos fuéramos. Buscamos un segundo colegio, más abierto, tampoco nos funcionó porque si bien les dejaban usar un pantalón, lo seguían llamando por el nombre de mujer: Belén y Sofía. Al final cambiamos a un tercer colegio donde pudieron terminar”, relata la mamá.
Al día posterior a cumplir los 18 años, fueron al registro civil y cambiaron sus nombres. La ley boliviana permite el cambio en el documento a partir de la mayoría de edad. “No pudieron aguantar ni un solo día para hacerlo. Nadie nace a los 18 años, civilmente sí. Pero ¿Dónde están los derechos de los más chicos? Tenemos que luchar ahí, las leyes tienen que reconocer a las niñeces y adolescencias diversas. Mis hijos fueron golpeados, llegaban llorando y no querían hablar con nosotros. Estaban en una depresión bastante profunda porque los otros chicos los maltrataban. Fue fuerte darse cuenta de que había espacios donde no podías defender a tus hijos”, agrega Claudia.
En su familia establecieron reglas. Ni ella, ni su marido, ni sus cinco hijos aceptan a personas que no respetan la identidad de género de Simón y Zan y de Celeste, su hija mayor que es lebiana. “Nos deshicimos de un montón de parientes y amigos. Fue bastante duro el poder dejar atrás muchas cosas como los familiares, los amigos, el entorno. Tenemos familiares que son muy católicos, gente muy cerrada. Mi ciudad es de las más religiosas de Bolivia, son moralistas, ven como que la diversidad es mala. Las chicas lesbianas que van de la mano son abucheadas. Hay grupos que nos violentan. El común de la gente nos da muchos mensajes de odio, de eso es lo que tratamos de proteger a nuestros hijos”, dice Claudia. En Bolivia, en lo que va del año se cometieron 30 crímenes de odio y en solo un caso hay responsable juzgado.
“No salimos por nuestros hijos, salimos por tus hijos
En Perú, Cecilia Villanueva también sufrió el alejamiento de personas conocidas por militar y acompañar a su hijo Carlos Polo, de 28 años, y activista por la diversidad sexual. “Somos mal vistas, no solo la sociedad, también amistades. Nos ofenden, nos empujan, nos hacen bullying cibernético. No importa, nosotros salimos a las calles a luchar por los derechos humanos que les corresponden a nuestros hijos y no tenemos vergüenza, tenemos mucho orgullo de hacerlo”, dice y recuerda las veces que allegadas les comentaron que no le ponían “Me gusta” a su página de Facebook por si la sociedad creía que sus hijos eran gays.
Cecilia interpela con su presencia: lleva aros, pulseras, collares y tatuajes con los colores de la diversidad. Relata que mientras camina por las calles de Lima lleva un bolso bien visible para no pasar desapercibida. “Camino erguida, cuando voy por la avenida me pongo el bolso bien a la vista. Siempre así, como para cuestionar. Me expongo a que crean que soy lesbiana. La mayoría se quedan mirando. Vamos siendo las madres educadas por nuestros hijos, hijas e hijes a no discriminar”, cuenta. Ella es psicóloga y durante años participó activamente en la iglesia de su ciudad: Fue coordinadora de la pastoral familiar de su parroquia y trabajó con la Conferencia Episcopal peruana. Ya no. “Doy gracias a Dios, ahora no soy católica, me cansé de serlo y de que se use el púlpito para hablar en contra. Sigo creyendo en Dios, pero en ninguna religión más. Nuestro movimiento es feminista y revolucionario, ponemos el cuerpo para que nos caigan las balas a nosotros, somos escudos de nuestros hijos”, describe.
Así como ella y su hijo militan por leyes como matrimonio igualitario o identidad de género en Perú, el progenitor es un conocido activista “pro vida”. Carlos Polo Samaniego es director de la oficina para América Latina del Population Research Institute (PRI), una organización estadounidense de derecha denunciada públicamente por gastar millones de dólares para impulsar agendas antiderechos en América Latina. Según publicó en 2020 la web británica openDemocracy, el PRI junto a otras organizaciones cristianas de derecha afines al expresidente Donald Trump gastaron 44 millones de dólares en campañas para “desinformar” sobre el COVID-19, el aborto y la homosexualidad en América Latina.
“Nuestros hijos ya están protegidos, tienen el amor de sus familias. Nosotros no salimos por nuestros hijos, salimos por tus hijos, tus sobrinos, los nietos de los conservadores. Estamos aliviando el camino”, dice Cecilia. Claudia también explica el origen de su militancia en las generaciones venideras. “Yo quiero a mis hijos vivos. Soy muy activa porque odio pensar que otro chico tenga que volver a pasar por lo que ellos pasaron. Ya hay gente que ha recorrido el camino, que ha sufrido ¿Porqué seguimos en lo mismo? Tiene que ser una lección aprendida lo que nos ha pasado para que no vuelva a pasar”, dice y se le vuelve a quebrar la voz.
Este sábado ambas caminarán por las calles porteñas en la 31 Marcha del Orgullo. Por ellas, por sus hijos y por los de las próximas generaciones. “La lucha de nosotros es de amor, de inclusión. No nos vas a ver amargadas, siempre felices. A veces tristes porque sabemos que los amigos de nuestros hijos van muriendo por diferentes causas. A veces son violentados en su familia, eso duele, Pero nuestra lucha es una lucha de colores. Mi hijo me permitió explorar y repensar mi orientación sexual, ahora me doy cuenta que soy pansexual o demisexual”, cuenta Claudia.
En la calle, otra vez las tonalidades para describir el camino. “La diversidad de mi hijo me cambió la vida: de vivir en blanco y negro a vivir en colores”, cierra Cecilia.
CDB/MG