Mientras en Glasgow prometen que van a salvar al mundo, en la atmósfera, que es donde se cocina el clima, las emisiones de carbono se siguen acumulando en escala récord. Luego de una leve baja de 5,5 por ciento en 2020 gracias a las cuarentenas causadas por la pandemia, hubo un repunte brutal en 2021, y por ahora, se estima que el 2022 será igual o peor.
Esta es una mala noticia, que hará cada vez más difícil frenar el alza de la temperatura global en 1,5C, el objetivo más ambicioso del Acuerdo de París. Cada vez queda menos margen para lograr esa meta, que es la que impediría, entre otras cosas, que las naciones isleñas queden sepultadas bajo las aguas de los polos y glaciares que se están derritiendo.
Los datos de emisiones salen de un informe del Proyecto de Carbono Global, que estudia el ciclo global de este gas en el mundo. El repunte fue muy fuerte en todas las economías industrializadas, aun entre los países que prometen metas ambiciosas de net-zero para mediados de siglo.
Las emisiones de carbono fósil se redujeron un 5,4% en 2020 en medio de los cierres de Covid, pero el nuevo informe prevé un aumento del 4,9% este año (del 4,1% al 5,7%) hasta alcanzar los 36.400 millones de toneladas en total.
Esto no es sorprendente si se mira los flujos financieros que han ido a parar a los combustibles fósiles desde 2015, el año del Acuerdo de París. En total, se han destinado más de 4 billones (trillones en inglés) de dólares en esta industria, que es la que está modificando el clima mundial en una escala geológica. Mientras la sangría de dinero siga teniendo como destino sacar combustible debajo de la tierra, la atmósfera no dejará de darnos problemas. La medición de CO2 del observatorio de Mauna Loa era ayer de 413 partes por millón. Previo a la revolución industrial era de 250ppm.
Detrás del repunte de emisiones hay varios culpables. Por un lado, el incremento del uso del carbón y del gas natural, y por el otro, el aumento de la deforestación de bosques tropicales y extra tropicales, como el Chaco Seco. Sólo las emisiones de petróleo se mantuvieron por debajo del nivel de 2019, acaso por la existencia de un parque automotor más eficiente.
A pesar de que muchos gobiernos prometieron programas de recuperación verde después de la pandemia, lo cierto es que esto no se refleja en la evidencia empírica, que es la única que importa. En los Estados Unidos, el segundo contaminador mundial, la cantidad de gases que mandaron a la atmósfera fue 7,6% superior en 2021 en comparación con 2020, alcanzando un 3,7% por debajo de 2019. En China, el primer emisor del mundo, las emisiones aumentaron un 4% en comparación con 2020, alcanzando un 5,5% por encima de 2019 - un total de 11.100 millones de toneladas de CO2, el 31% de las emisiones mundiales.
En la Unión Europea el aumento de este año será de 7,2 por ciento, mientras que en la India, que es el cuarto emisor del planeta, será de 12,6 por ciento. Esta brutal cifra está 4,4% por encima de 2019.
Cada tonelada de CO2 que trasladamos del suelo a la atmósfera, ya sea, vía la quema de combustibles fósiles o del desmonte, importa, porque ahí quedarán por siglos, modificando cada vez más la temperatura. Cada fracción de aumento en el calentamiento también importa. Repercutirá en la vida de cientos de millones alrededor del mundo, en la manifestación física de los territorios, la disponibilidad de agua y el desarrollo de las economías.
Frenar el calentamiento en 1,5C no es capcioso. El IPCC, el panel de la ONU que estudia el cambio climático, determinó que hay diferencias siderales entre uno y otro escenario. Por ejemplo, que existan o no barreras coralinas o hielo en el mar glacial Ártico en los meses de verano. Ni que hablar de las olas de calor, sequías o inundaciones o de la propagación de enfermedades.
Para tener un 50% de posibilidades de limitar el calentamiento global a 1,5°C, 1,7°C y 2°C, los investigadores calculan que el “presupuesto de carbono” restante se ha reducido a 420.000 millones de toneladas, 770.000 millones de toneladas y 1.270.000 millones de toneladas, respectivamente, lo que equivale a 11, 20 y 32 años con los niveles de emisiones de 2021.
Las emisiones en la Argentina bajaron 6,6 por ciento en la pandemia. Y vienen en un ciclo descendente, acompasado no por un programa de reducción ambicioso, sino por la cruda realidad de una recesión económica constante. En una de esas, si el país se propusiera de verdad transitar hacia una matriz descarbonizada, podría generar nuevos tipos de empleos y dejar los vicios que la sumergen en crisis cíclicas que parecen estructurales.
MA