Que los combustibles fósiles nos están matando no debería ser noticia. El siglo XXI será el último en el que veremos al carbón, al petróleo y al gas generando energía, luego de tres siglos de hegemonía desde la revolución industrial. Esto no ocurrirá por su escasez, sino por sus efectos devastadores. La crisis climática y ecológica que atravesamos se explica en más de un 73% por los fósiles. Pero un nuevo estudio demostró que los impactos directos sobre la vida humana son peores de lo que habíamos imaginado.
Un reciente estudio de Harvard, en colaboración con las universidades de Birmingham, Leicester y la UCL de Londres, reveló que la contaminación del aire proveniente de los fósiles producen una de cada cinco muertes prematuras en el planeta. Para tomar dimensión, mientras que la pandemia del Covid-19 lleva dos millones y medio de muertes en algo más de un año, sólo en 2018 la contaminación por fósiles produjo más de ocho millones de fallecimientos prematuros.
El estudio, publicado en la revista científica Environmental Research, utilizó un novedoso sistema de monitoreo en 3D llamado GEOS-Chem, que permitió identificar con precisión el material particulado inferior a 2.5 micras (PM2.5) proveniente de la combustión de fósiles en sectores como la energía, el transporte, la industria o la aviación, entre otras. El último gran estudio conocido al respecto, ubicaba la cifra de muertes prematuras en alrededor de la mitad (4,2 millones), e incluía la contaminación proveniente de la agroindustria. La mayor precisión de esta nueva investigación permite dimensionar la verdadera escala del impacto de estos combustibles en la vida humana y la urgencia que supone la transición a fuentes de energía renovables y limpias, como la solar o la eólica.
El estudio demostró que, en 2012, se registraron 10,2 millones de muertes por esta causa, reduciéndose hasta 8,7 millones en 2018 por las limitaciones de contaminación del aire implementadas por China. Si bien el 62% de las muertes ocurrieron en el mencionado gigante asiático e India, donde abundan las usinas térmicas a base de carbón y la densidad poblacional es muy alta, América del Sur sufrió 187 mil muertes prematuras por la exposición a PM2.5 proveniente de los fósiles. En Argentina se produjeron 20.285 muertes atribuibles a la exposición a la contaminación proveniente de los fósiles en 2012, el tercer mayor número de la región luego de Brasil y Venezuela, con una incidencia del 6,6% sobre el total de las muertes prematuras registradas ese año.
En Argentina se produjeron 20.285 muertes atribuibles a la exposición a la contaminación proveniente de los fósiles en 2012, el tercer mayor número de la región luego de Brasil y Venezuela
En nuestro país, las emisiones climáticas del sector energético representan el 53% del total, del cual alrededor de un tercio corresponde a la combustión en centrales térmicas, un cuarto al transporte terrestre y un quinto a la industria manufacturera y de la construcción. Sin embargo, la información sobre contaminación directa en humanos es todavía muy limitada. El actual viceministro de Ambiente, Sergio Federovisky, escribió en 2019 que en el país “cerca de 15 mil muertes por año tienen como causa la polución atmosférica” y que, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), “85 chicos mueren anualmente producto de enfermedades relacionadas con la contaminación del aire”.
En el caso de Buenos Aires, la Ciudad comenzó la medición de la contaminación del aire en 2009, con tres estaciones de monitoreo en La Boca, cerca del polo petroquímico a la vera del Riachuelo, en Córdoba y Rodríguez Peña, una locación con gran tránsito vehicular, y en Parque Centenario, en el centro geográfico de la ciudad y uno de sus reducidos espacios verdes. Al día de hoy, según información oficial, sólo funcionan dos (La Boca está fuera de servicio) y las estaciones no monitorean PM2.5, el componente central del estudio de Harvard y el más agresivo y peligroso para la salud. Si bien la Agencia de Protección Ambiental (APrA) se había comprometido a incorporarlos en su plan de acción 2015-2020, esto continúa pendiente por falta de financiamiento o de voluntad política.
Ante este vacío en la información oficial, en 2018 la organización ambientalista Greenpeace realizó una medición independiente en 20 puntos de la ciudad, en los cuales detectó niveles superiores de PM2.5 a los recomendados por la OMS para exposición crónica en un 85% de los casos monitoreados. En el 45% se detectaron niveles de dos a seis veces por encima de los recomendados, con un máximo de casi veinte veces más. La falta de monitoreo oficial pone en riesgo a los vecinos de la ciudad de Buenos Aires y demuestra la ausencia de políticas concretas para mejorar esta situación. Asimismo, la normativa de calidad de aire se debe alinear con las recomendaciones de la OMS y promover mediciones confiables para poder abordar el problema con la información necesaria.
Uno de los ejes fundamentales para mejorar esta situación en la Ciudad es planificar el fin de la movilidad a nafta o gasoil. En 2015, Mauricio Macri, todavía a cargo del Gobierno de la Ciudad, firmó una declaración del C40 —una red de grandes ciudades que busca hacer frente a la crisis climática— comprometiéndose a reducir la contaminación proveniente del transporte y mejorar la calidad del aire a partir de la introducción de colectivos eléctricos. ¿Cuántos buses eléctricos tiene la ciudad desde entonces? Dos. Qué miseria, diría Brandoni. Promover más y mejor transporte público eléctrico, es posible y beneficioso tanto para el ambiente como para los pulmones de los porteños.
Si bien a nivel nacional la situación es todavía más compleja, lo cierto es que en este contexto de extrema crisis climática y a la luz de las crecientes e incuestionables certezas sobre los impactos que tienen los fósiles sobre la vida de las personas, el gobierno debe rediseñar su plan de recuperación pospandemia. La mirada extractivista-desarrollista desacoplada de la evidencia científica en cuanto al contexto climático y energético global, sólo retrasan el surgimiento de una nueva era en la que, por nuestros particulares recursos, podríamos hacer punta. Pero además, omiten sin pestañear las más de veinte mil muertes directas que se producen por la exposición a estas fuentes obsoletas de energía.
Seguir subsidiando masivamente a los combustibles fósiles con el Plan Gas IV, las transferencias directas o incluso con un cuarto de lo recaudado por el Aporte de las Grandes Fortunas, es un despropósito para los intereses vitales de los ciudadanos. Que los fósiles matan no debería ser una noticia, dije más arriba. Pero me permito insistir, porque parece que algunos representantes del pueblo todavía no se enteraron.
MF