La publicación de una fotografía de una vaquita asiática multicolor (Harmonia axyridis) en ArgentíNat, la plataforma de iNaturalist de Argentina, llamó de inmediato la atención de Victoria Werenkraut, investigadora y doctora en Ciencias Biológicas. Fue en enero de 2021, ella llevaba tres años estudiando esta especie y no había escuchado reportes en Tierra del Fuego, la provincia más austral del país.
El hallazgo podría significar que la vaquita asiática multicolor, una especie invasora en muchos países de Europa, Norteamérica y Suramérica, entre ellos Argentina, ya había llegado hasta esta zona del país. Inmediatamente le escribió a la usuaria que subió la observación para que le contara más y, en especial, para saber si había visto más ejemplares.
Meses después, en mayo de 2021, cientos de vaquitas asiáticas multicolor (VAM) se comenzaron a agrupar en las ventanas de algunas casas en Bariloche, en la Patagonia argentina. Estos pequeños insectos que se caracterizan por sus alas rojas o naranjas con puntos negros, y una M o W detrás de la cabeza, aunque algunos pueden presentar variaciones, buscaban protegerse del frío de la época invernal.
Era una escena poco común que se sumaba a los reportes que el equipo de la investigadora recibía desde 2018, cuando comenzó a seguir los avances de este insecto invasor, y que se transformó en 2020 en un estudio sobre las vaquitas nativas de Argentina. Para recolectar los datos, Werenkraut y su equipo usan la ciencia ciudadana.
En 2018, la doctora viajó a Inglaterra para estudiar las invasiones biológicas al lado de Helen Roy, una entomóloga británica especializada en la vaquita asiática multicolor y en la metodología de la ciencia ciudadana. Ese mismo año, en Bariloche se produjo una explosión poblacional de la VAM, por lo que la investigadora comenzó a seguirlas con el mismo método de Roy.
Durante un año, con la ayuda de su equipo y las fotografías que llegaban vía correo electrónico, WhatsApp y por ArgentíNat, monitoreó a la VAM. Gracias a la información de estos reportes, publicaron el primer estudio de la distribución de esta especie invasora en el país. Sin embargo, un año después ampliaron su investigación hacia todas las especies de vaquitas.
“Sabíamos que lo más relevante de la VAM es el impacto sobre las otras especies. Así que cuando quisimos superponer su distribución con la de las demás no pudimos hacerlo, porque no existían estudios sobre la distribución de las vaquitas nativas. Entonces decidimos ampliarlo”, explica en entrevista Victoria Werenkraut, coordinadora del proyecto e investigadora del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet).
De esta manera, nació el Proyecto Vaquitas de San Antonio, una iniciativa de ciencia ciudadana que cuenta con más de 20.000 registros y una participación de cerca de 5.000 personas de distintas partes de Argentina. Su objetivo es mapear todas las especies de vaquitas en el país y así, en un futuro, desarrollar programas de conservación que protejan a estos pequeños animales de especies invasoras como la VAM o el cambio climático.
Un insecto de importancia agrícola
Las vaquitas de San Antonio, también conocidas en otros lugares como mariquitas (Colombia, Ecuador, Venezuela, Bolivia y Perú), chinitas (Chile), catarinas (México) o paquitas y lalitas (Argentina) son coccinélidos, una familia de insectos que pertenece a la orden de los Coleópteros, organismos conocidos por tener un par de alas duras que protegen sus dos alas flexibles que les permiten volar. La mayoría de las especies son depredadoras, pero también existen algunas que se alimentan de esporas de hongos y otras que son fitófagas, es decir que se alimentan de plantas.
“Tienen un rol fundamental en los ecosistemas, puesto que regulan a otros insectos y artrópodos. En los cultivos son bastantes valoradas por ser controladoras de plagas como los pulgones o cochinillas. Es probable que ese sentimiento que se tiene hacia las vaquitas, que no existe hacia otros insectos, tenga que ver con el conocimiento ancestral de que estos bichos ayudan en los procesos agrícolas. Si hay vaquitas, a los cultivos les va mejor”, dice Victoria Werenkraut.
De esta manera, estos insectos permiten que las plantas no tengan enfermedades y exista un equilibrio ecológico. Sin embargo, esta también fue la razón por la que se empezó a introducir a la VAM en otros países.
“En Argentina, tenemos claro que la trajeron en 1986 a la provincia de Mendoza para atacar una plaga de un pulgón que afectaba al durazno. Se hicieron varias pruebas, pero no prosperaron. Después de dos o tres intentos, esas poblaciones lograron reproducirse y se dispersaron. Aunque son insectos pequeños pueden volar alrededor de dos kilómetros o se pueden enganchar en la ropa, es muy fácil que se expandan”, afirma Florencia Baudino, integrante del proyecto y becaria postdoctoral del Conicet.
No obstante, pudieron existir otros focos o ingresos posteriores aún sin establecer. Gracias al mapeo, hoy se sabe que la VAM está presente en 22 de las 24 provincias de Argentina y el grupo de investigación está adelantando estudios genéticos para reconstruir las otras rutas por las que pudo ingresar, aunque esto pueda ser muy complejo.
Las especies exóticas como la VAM pueden considerarse benéficas al atacar insectos plaga de la agricultura, pero a su vez, “se pueden considerar plagas cuando compiten con las especies nativas, desplazándolas en algunos casos”, explica Takumasa Kondo, ingeniero agrónomo e investigador de la Corporación Colombiana de Investigación Agropecuaria.
Uno de los objetivos de la iniciativa argentina es poder determinar cómo la VAM está afectando a las vaquitas nativas. En Chile y algunos países europeos se sabe que este insecto se come las larvas, pupas, huevos y hasta los adultos de otras especies.
Además, agrega Kondo, la VAM “convive con parásitos intracelulares conocidos como microsporidios que son transmitidos de generación en generación por medio de sus huevos y que, al ser consumidos por otras especies de vaquitas, éstas terminan contaminadas y en ocasiones mueren o se debilitan, dándole una ventaja competitiva a esta especie invasora”.
En Argentina existen alrededor de 200 especies de vaquitas, entre exóticas y nativas, de las cuales el proyecto ha logrado identificar cerca de 80 gracias a las fotografías compartidas por las personas. También han detectado siete especies que no estaban listadas para el país y cinco que aún no tienen nombre científico.
Entre las diez más registradas, seis son exóticas. La Cocinella septempuntacta y la Hippodamia convergens son algunas de las que más preocupan a los investigadores, puesto que se están viendo muy dominantes en el campo. Por cada ejemplar de la especie nativa se pueden encontrar 50 de las exóticas.
“En los últimos meses, también hemos encontrado a la VAM en lugares del norte del país donde no estaba, pero falta esclarecer si son registros casuales o no. Además, hemos visto un avance en el sur del país, aunque no teníamos datos previos, muchas personas nos escriben contando que no habían observado nunca esta especie en ese lugar. Y ahí reside la importancia de mantener este proyecto a lo largo del tiempo, porque esto nos va a dar la posibilidad de estimar tendencias poblacionales, avances y retrocesos de especies”, añade Werenkraut.
Un estudio que necesita participación
La investigación de vaquitas de San Antonio es bastante compleja, en especial cuando se realiza en un territorio tan extenso como Argentina (2.791.810 kilómetros cuadrados en su área continental). Por un lado, está la cuestión cíclica de los insectos en general: hay algunos grupos que no están todos los años en igual medida y de la misma forma, por lo que se necesita la presencia constante de un equipo para evaluarlas.
“Este proyecto tiene además el desafío de la escala. Nosotros estamos trabajando en todo un país, con un montón de regiones y realidades socioculturales distintas. Además, en uno latinoamericano en el que los fondos para ciencia no son los mejores del planeta. No nos da ni el tiempo ni los recursos para poder recorrerlo”, agrega Ramiro Ripa, integrante de la iniciativa y becario postdoctoral del Conicet.
Y en caso de que fuera posible estar en todos los lugares en una fecha programada, faltaría estudiar los otros días o meses del año en los que el panorama es diferente para la presencia de insectos. Ese es el principal problema de la investigación de estos animales. El Proyecto Vaquitas de San Antonio busca solucionar este desafío con ciencia ciudadana.
“La ciencia ciudadana es súper potente, nos permite tener un alcance geográfico y temporal que de otra manera no podríamos obtener. Las personas involucradas están dispersas por todo el país y nos mandan información todo el tiempo”, asegura Werenkraut.
Otra de las ventajas de esta metodología es el acercamiento que hay entre la sociedad y la ciencia. Más allá del envío de una foto que se utiliza para la producción de conocimiento, se está creando una interacción que ayuda a las personas a acercarse a procesos científicos y, a su vez, posibilita que los investigadores tengan que utilizar un lenguaje menos técnico para llegar a todos los públicos.
En 2021, el Proyecto Vaquitas de San Antonio obtuvo un incentivo de National Geographic que se utilizó para realizar un viaje por ciertas provincias del país, en el que se aprovechó para suplir un sesgo: la mayoría de registros están en las grandes ciudades, por lo que los investigadores se enfocaron en un recorrido que los llevara por los lugares donde hay menos participantes.
Los investigadores hicieron un viaje por carretera que se dividió en dos ciclos, cada uno con una duración cercana a los tres meses, que los llevó por la región del Cuyo —Noroeste y Nordeste— y a algunos municipios de la región Centro del país. En estos lugares, se dictaron talleres, se enseñó a criar vaquitas y se realizó trabajo de campo con la comunidad para aumentar los registros de las especies que había en la zona.
“Fue increíble lo que aprendimos. Algunas maestras nos enseñaron los mejores métodos para hablar con los niños y lograr que respondieran una encuesta. Cosas tan simples como esas retroalimentan nuestro conocimiento general y ecológico local de cada lugar. El compartir el proyecto también puede despertar vocaciones científicas o, al menos curiosidad, que los demás puedan hacerse preguntas y que cuando miren un paisaje no se fijen solo en el pasto verde. Para mí eso es una gran ventaja de la ciencia ciudadana”, puntualiza Ripa.
Las vaquitas, una especie sombrilla
Los estudios de conservación en insectos son raros, en especial por la diversidad. El mapeo del equipo de Conicet es el primer estudio de este tipo que se realiza para las vaquitas de San Antonio en Argentina. El proyecto está revelando y actualizando la diversidad de vaquitas que hay en el territorio. Hoy provincias como Santa Fe y La Pampa tienen un 100% más de especies de vaquitas registradas en sus territorios.
Esta información es esencial para generar una base sólida y que se puedan plantear estrategias de conservación, un hito súper complejo cuando se trata de cerca de 200 especies en un territorio tan grande.
“La erradicación de especies exóticas invasoras es difícil, pero por los viajes que hemos hecho sabemos que la gente cría vaquitas, por lo que lo mínimo es no criar exóticas. Las nativas también son muy buenas controladoras y se pueden criar vaquitas nativas de cada lugar. Es una de las tareas a la que le estamos apuntando”, explica Werenkraut.
Asimismo, continúa la investigadora, si sabemos que alguna especie está en peligro y conocemos sus requerimientos ecológicos, se pueden tratar de generar las condiciones que les permitan mantenerse. “Podemos hablar con las personas para que siembren un tipo de planta en sus jardines que ayude a esa especie. Este tipo de cosas podríamos llegar a realizar con el desarrollo del proyecto. La importancia de la información recopilada no está sólo ahora, sino en el futuro”.
Ramiro Ripa explica que “la idea es hacer de la vaquita de San Antonio una especie sombrilla. Los insectos han tenido históricamente una percepción negativa, pero si los eliminas, acabas con los controladores biológicos, polinizadores, descomponedores de materias y reguladores del sistema. Estamos llegando con las vaquitas, para así poder hablar de la importancia de los insectos y artrópodos y desde aquí proteger toda la biodiversidad”, asegura.
WhatsApp, una herramienta clave para el mapeo
El proyecto cuenta con tres canales para la recepción de información: el correo electrónico que, según la experiencia, es utilizado principalmente por los fotógrafos profesionales, puesto que su material es más pesado y esta es la mejor vía para que sus fotos no pierdan calidad; ArgentíNat que facilita el procesamiento de los registros, ya que de manera constante científicos están validando e identificando las especies; y WhatsApp, que permite enviar material de manera inmediata.
“Nosotros buscamos estimular el aumento de los registros cuando damos charlas o trabajamos con comunidades. Incluso, tenemos una parte en la que presentamos plataformas como ArgentíNat, sabiendo que el acceso a esta es un privilegio, si no tienes el conocimiento no puedes manejarla tan fácil. En cambio, en WhatsApp se ha creado todo un proceso de interacción con las personas”, agrega Ramiro Ripa.
En esta aplicación, el proyecto está recibiendo en promedio 100 registros por semana, una cifra que puede variar de acuerdo con la realización de socializaciones, publicaciones en redes o la época del año en que las vaquitas están más activas. En un primer momento, hay mensajes de respuesta automáticos, puesto que son sólo tres personas en esa tarea y es imposible contestarlos a tiempo. Después se entabla una conversación, se pregunta por la localización de la observación, el estado, el entorno y si es primera vez que la ve. Además, los investigadores informan si es una vaquita o no, si es nativa o exótica y el lugar de distribución. En ocasiones, se solicita información complementaria, como la edad, profesión, si se encontró en una planta o si habían otros insectos cerca; datos complementarios que ayuden a conocer al observador y a descifrar la interacción de la especie con su entorno.
“Si es un registro atípico, indagamos un poco más y le explicamos a la persona la importancia de la observación. También le pedimos que se siga fijando si encuentra otras y que le comente a sus conocidos del proyecto para ver si ellos las han visto. Ahí entramos con una interacción mayor con las personas, quienes siempre están dispuestas a ayudar”, apunta Werenkraut.
La idea es hacer de la vaquita de San Antonio una especie sombrilla.
La información es sistematizada en una planilla de excel en la que se guardan los datos de la especie, su geolocalización, datos extras e información personal del observador. Además, se guardan todos los chats y fotos que se compartieron en caso de que se necesite volver a esos registros. “La esencia de lo que hacemos está en ese contacto y participación, el poder devolverle la información a esas personas que están interesadas. Me acuerdo mucho de una señora que es jubilada, cada vez que hablo con ella siento que lo hago con mi abuela. Ella nos manda muchos registros y se creó un vínculo relindo gracias a un insecto”, cuenta Florencia Baudino.
Ramiro Ripa también destaca la metodología que se ha utilizado: “Si queremos que la gente se comprometa, debemos facilitar el envío de reportes. Hoy la mayoría de las personas con celular tiene WhatsApp, por lo que la tasa de registros aumenta si se incorpora esta herramienta para compartir información. Esto que parece sencillo, en realidad es un aporte importante porque es abrirle el camino a otros grupos de ciencia ciudadana y no tener que empezar desde cero”.
En los próximos meses, el proyecto iniciará una etapa de cocreación con ciudadanos no científicos para seguir en algunos lugares del país a las comunidades de vaquitas a través del tiempo. Esto brindará información más detallada que en un futuro permitirá robustecer las estrategias de conservación de las especies nativas.
ED