Entra aire fresco por mi ventana y me pregunto si todo habrá sido un sueño. Si fueron irreales esos distópicos días de calor que dominaron marzo o si es un acto de mi imaginación que la temperatura haya descendido a las de un otoño tímido. Ay, el clima. Qué tema de conversación. Pensábamos que era un asunto para llenar los intersticios de comunicación entre personas que no sabían de qué hablar, y, sin embargo, aquí estamos, pensando en esto aterrados, pesimistas, otras resignados, muchas enojados, y la mayoría de las veces, sin saber qué hacer al respecto.
Llegan noticias calientes desde Interlaken, un lugar que se hizo famoso por sus picos nevados, pero que ahora están mostrando sus paredes de roca como si fueran dientes cariados. Allí se reunió el IPCC. Esa sigla espantosa habla de otras montañas: las de trabajo. Trabajo científico auspiciado por la ONU. Delegaciones del mundo entero se pelearon durante una semana para decirnos, palabras más, palabras menos, que la cortemos con esto de seguir sacando gas, petróleo y carbón del subsuelo, porque sino el planeta se volverá invivible, y dentro de poco.
¿Dentro de poco? ¿Cuán poco? La respuesta es muy poco. A la vuelta de la esquina. En los primeros años de la década que viene, por ejemplo, ya se espera que la temperatura supere el grado y medio de calentamiento, el objetivo de máxima ambición del Acuerdo de París. Si marzo se nos hizo una tortura con una marca 1,1 centígrados por encima de la de hace dos siglos, hay que imaginarse lo que serían cuatro décimas más de calor. Para los niños que están tomando la teta hoy, los que van al jardín, a los que mimamos y cantamos canciones, les espera —con este nivel de emisiones, que aún no baja— un mundo por encima de los 3 grados. Hacia ahí vamos.
Para los niños que están tomando la teta hoy, los que van al jardín, a los que mimamos y cantamos canciones, les espera —con este nivel de emisiones, que aún no baja— un mundo por encima de los 3 grados. Hacia ahí vamos
Y vamos ciegos, confundidos, engañados, estafados. Porque por más que el secretario general de la ONU grite desde un atril que se viene el fin de los tiempos, las compañías fósiles, los que los financian, los gobiernos que los escuchan, los giles que replican lo que dicen esos gobiernos, TODOS, quieren seguir comiendo de los hidrocarburos con la panza hinchada de dinero, aunque el resto se muera de calor. Detener el cambio climático no es un tema tecnológico. Ni siquiera, es un asunto imposible. Pero es una cuestión de poder. Puro poder. Hay un sector económico que se acostumbró a hacer plata reventando el subsuelo y no lo quiere largar. Transformaron su codicia en ideología. La ideología fósil. Algunos creen que es hasta una religión.
En Argentina esto es patente. No hay grieta alguna cuando se habla de Vaca Muerta o de los supuestos yacimientos fabulosos que se esconden como tesoros bajo las olas en el mar. Todo es amor. Y a pesar de que el mundo se tiene que descarbonizar porque sino se muere, los ojitos de los políticos se vuelven como los limones de las máquinas tragaperras. A los que ya tienen plata —o sea, los más ricos del país (los Rocca, Eurnekian, los Bulgheroni, entre otros) y a las multinacionales más poderosas (Shell, Chevron, Equinor, BP, entre otros)— les ofrecen incentivos fiscales para extraer ese manantial de hidrocarburos que los entusiasma tanto, y lo que no es menos, subsidios del Estado. Ya van diez años de fracking en la Patagonia y más de 10 mil millones de dólares gastado de nuestro bolsillo, sin contar lo que se está gastando en el maldito gasoducto Néstor Kirchner. ¿Alguien vio menos pobres en este país?
Ya van diez años de fracking en la Patagonia y más de 10 mil millones de dólares gastado de nuestro bolsillo, sin contar lo que se está gastando en el maldito gasoducto Néstor Kirchner. ¿Alguien vio menos pobres en este país?
Apostar todo el desarrollo estratégico de una nación a una industria que tiene que languidecer es como invertir en cableado de telégrafos en la era del 5G. Los empresarios lo saben perfectamente pero para seguir viviendo inventaron otro chiste: que el gas es un combustible de transición. Lindo verso. Es como decir que vas a adelgazar comiendo más empanadas. Pero este sector económico es así de manipulador. Inventa slogans y después el resto repite como bobo.
Pero este delirio no pasa sólo aquí. Joe Biden, que impulsó una ley ambiciosa, aunque no perfecta, para palear el aumento clima, acaba de aprobar la apertura de yacimientos en Alaska. O sea, en el Artico. O sea, en la región más vulnerable del planeta. Es un crimen. En virtud, cada nuevo proyecto de gas, petróleo y carbón que se abra de aquí en más es un acto de terrorismo contra el clima global. No hay fronteras en la atmósfera. Los límites entre los países son una construcción temporal, histórica y, eventualmente, anacrónica. Porque la atmósfera alterada actuará, con sus desastres irreparables, como una verdadera licuadora de sociedades, reescribiendo todas las reglas que existen: las que tenemos entre los humanos y las biofíscas. La gente va a tener que migrar donde haya agua, pueda tener comida, no se inunde y pueda respirar. Si sos de un país u otro, poco va a importar. La desesperación adelante de todo.
Lo dice clarito el IPCC. La estructura fósil existente sobra para reventar el límite de 1,5C. Las compañías que se dedican a esto se ocupan mientras tanto a confundir a la opinión pública hablando de metas de neutralidad de carbono que no existen más allá de sus folletos corporativos. La verdad está en la atmósfera. Y dice otra cosa: no más emisiones.
Otra vez: estamos matemáticamente a tiempo para detener el peor de los cataclismos dice la ONU. Podría haber esperanza para los que hoy están naciendo y nos emocionan con su vida nueva. Pero siempre y cuando se haga un trabajo mancomunado, serio, honesto, que tenga impacto auténtico en donde ahora se acumula CO2. Plata para hacerlo, hay. De hecho, sobra el dinero, pero termina yéndose siempre a instrumentos especulativos. Entonces, el asunto es cómo redireccionarlo. Por empezar, se necesita una reforma de la arquitectura financiera internacional, es decir, de los malditos FMI y el Banco Mundial (cuyo presidente saliente es un confeso negador del cambio climático). Algo ya se habla de eso. La primera piedra la tiró Barbados, aunque no es una propuesta perfecta. Pero sin eso, no habrá transición para todes. En el Norte y en el Sur.
Hoy por hoy, se gasta más en las energías fósiles calientan el clima que en la transición energética, nos informa el IPCC. Lo vemos patente en Argentina. Todas las inversiones y esfuerzos del Estado están diseccionados a estimular las fósiles, no las renovables, a pesar de que crearían más trabajo, federalizarían la generación de energía y haría que disminuyéramos los malditos embarques de gas, que se usan para electricidad. Parece un acto suicida. Y acá estamos, sudando en marzo como si fuera enero, esperando que abril no se atreva a mostrar otra vez las llagas que del infierno. Ya para infierno teníamos suficiente con la economía, la pandemia, la política, ¿tenía que meter la cuchara el clima? Es que cuando llueve, diluvia, dicen por ahí. Los efectos se multiplican, todo garrón se potencia. Y un simple aleteo de mariposa produce una cascada de colapsos en que se suman y se solapan. Bienvenidos a la era de la policrisis.
MA/MG