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Sobre este blog

Una liana es una cuerda repentina que aparece ante nuestros ojos en medio de la adversidad y que, como Tarzán entre los árboles, agarramos para movernos de un lugar a otro, para sortear obstáculos, para sentir la seguridad de algo firme que raspa las manos y a la vez sirve de apoyo. En este espacio mi intención es rescatar algunas lianas del universo cultural y del mundo del entretenimiento –dos avenidas anchísimas–, algunas cosas para aferrarnos fuerte en medio de nuestras selvas personales.

Que florezcan, entonces, mil.

Autora: Agustina Larrea

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Tormentas aisladas, Mercedes Sosa en Nueva York

Agustina Larrea

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Una liana es una cuerda repentina que aparece ante nuestros ojos en medio de la adversidad y que, como Tarzán entre los árboles, agarramos para movernos de un lugar a otro, para sortear obstáculos, para sentir la seguridad de algo firme que raspa las manos y a la vez sirve de apoyo. En este espacio mi intención es rescatar algunas lianas del universo cultural y del mundo del entretenimiento –dos avenidas anchísimas–, algunas cosas para aferrarnos fuerte en medio de nuestras selvas personales.

Que florezcan, entonces, mil.

Autora: Agustina Larrea

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“quiero juntarme para fin de año pero juntarme yo, todos los pedazos que tengo desparramados x el suelo juntarlos un poco”, Carlos Busqued.

“Atado a mi destino, al borde del camino volveré”, Luis Alberto Spinetta.

Uno. Son días de pedacitos, de procurar reunirse, de querer hacerle frente a la dispersión consabida que viene como un adhesivo pegado al último tramo del año. Se multiplican las invitaciones, los compromisos, las ganas, los festejos, el cansancio, alguna euforia más o menos genuina, los balances, las listas y esa tendencia a intentar cumplir con todo, como si hubiera que llenar un álbum de figuritas infinito (con humor y sabiduría, Alexandra Kohan nos advirtió por acá: “Recuerda: se termina el año, no tu neurosis”, y sin embargo, ahí vamos atolondrados una vez más). Por mi parte, no logro concentrarme por mucho tiempo en nada, ni siquiera en este texto que escribo. Para colmo, cada vez que arranco –tres veces lo intenté, por lo menos– el tiempo se enrarece, el viento empieza a soplar fuerte, las nubes van cubriendo el cielo hasta opacar la luz y se larga a llover con todo. Son tormentas aisladas, potentes por momentos, rabiosas; fragmentos de una furia natural, también, que me dejan perpleja mirando por la ventana.