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Sobre este blog

Una liana es una cuerda repentina que aparece ante nuestros ojos en medio de la adversidad y que, como Tarzán entre los árboles, agarramos para movernos de un lugar a otro, para sortear obstáculos, para sentir la seguridad de algo firme que raspa las manos y a la vez sirve de apoyo. En este espacio mi intención es rescatar algunas lianas del universo cultural y del mundo del entretenimiento –dos avenidas anchísimas–, algunas cosas para aferrarnos fuerte en medio de nuestras selvas personales.

Que florezcan, entonces, mil.

Autora: Agustina Larrea

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'El guardaespaldas', la casa y las series ligeras

Agustina Larrea

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Una liana es una cuerda repentina que aparece ante nuestros ojos en medio de la adversidad y que, como Tarzán entre los árboles, agarramos para movernos de un lugar a otro, para sortear obstáculos, para sentir la seguridad de algo firme que raspa las manos y a la vez sirve de apoyo. En este espacio mi intención es rescatar algunas lianas del universo cultural y del mundo del entretenimiento –dos avenidas anchísimas–, algunas cosas para aferrarnos fuerte en medio de nuestras selvas personales.

Que florezcan, entonces, mil.

Autora: Agustina Larrea

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Uno. Volví a acordarme de la frase de mi querida amiga Florencia: “Una casa es muchas casas”. Me la dijo hace unos años, cuando yo estaba un poco abrumada después de mudarme, sin poder encontrarle la vuelta a esa maraña de cajas, canastos, envoltorios tirados, espacios vacíos donde proyectaba –y sigo proyectando, porque una casa es, ejem, muchas casas– muebles del futuro que en algún momento llegarán a darle sentido a ese lugar que llamo “casa”, a esa deformidad que creo tener bajo control o que creo dominar por fuerza de la costumbre. Mudarse abruma porque mudarse es plantarse, de cara al sol, frente a lo que falta, a lo inconcluso, a lo inacabado: hasta en las mudanzas más felices o íntimamente deseadas, hay agujeros, alguna cosa que se pierde en el camino o no termina de acoplarse al nuevo lugar. No hay mudanza sin despedida, sin precariedad, sin la fuga que implica ese movimiento. Ese abandono de un orden viejo que irá muy gradualmente encajando en uno nuevo, mutando, adoptando una nueva forma. Una zona de promesas. Una casa es muchas casas, recordé hace unos días, mientras ayudaba a mi amigo T. a mudar sus libros y sus plantas. Con sabiduría, en medio de su mudanza, de sus cajas, de su maraña personal de objetos y de vidas pasadas, de esas paredes que de a poco irán cubriéndose, T. encontró las palabras justas, sacó una foto a un ambiente a medio poblar y escribió: “Ahora el desafío es hacer de esta casa, mi casa”.

Dos. Tamara Kamenszain es una de las poetas que más admiro y, pienso ahora, una de las que mejor puso en palabras a las casas, a sus objetos y, a veces, a las maneras que encuentran sus habitantes de moverse por ellas. Lo hizo con delicadeza, con maestría, con ánimo de inventariar eso inasible de las casas –de las personas–: su perfume frágil.

Busco en mi edición de La novela de la poesía. Poesía reunida (la Adriana Hidalgo Editora y tiene, de hecho, la ilustración de una casa en la tapa) y transcribo uno de sus poemas al que suelo volver seguido. El título es Sola.