En su versión del tema Fico Assim sem Você la cantante brasileña Adriana Calcanhotto no le teme a la hipérbole (de paso, como esta mañana me levanté envalentonada tampoco tengo miedo a sonar extrema y digo que, en su voz, se convirtió en una de las canciones más hermosas de amor de este siglo). Una hipérbole suave, susurrada, dulce, guitarra en mano, que trae una sucesión de imágenes, de cosas, de escenas o personas que es difícil imaginar separadas de otras imágenes, cosas, escenas o personas.
“Eu não existo longe de você”, lanza en medio de su gran enumeración de pares. Es decir, “no existo lejos de ti”. No dice “se me hace difícil”, “no puedo dormir” o “no doy más”. Ni siquiera se anima a un “te extraño” ni a un ultimátum desesperado en plan “basta, vení, dale”. Dice que, a causa de la distancia que los separa, directamente deja de existir, –no sabemos qué aleja a estas personas, ni por cuánto tiempo, pero la canción da cuenta de un desplazamiento–; que lejos de su amor no puede ser ni estar. Y que, por esa falta, pasajera o definitiva, la soledad es su peor castigo.
La canción forma parte del disco Adriana Partimpim, de 2004, una incursión de la artista en la música dedicada al público infantil, que se convirtió en un éxito en su país y en el exterior. Les dejo por acá el video del tema, un trabajo de animación muy delicado en el que se suceden todo tipo de medios de locomoción, como submarinos, aviones, globos aerostáticos, trenes y hasta una nave espacial.
Aparecen, además, telescopios, largavistas, microscopios. En cualquier caso: todos intentos por acortar distancias (territoriales o visuales), mecanismos para saltearse esa trampa y sortear la falta como un obstáculo siempre escurridizo, inevitable. Una aproximación que es apenas esbozo, mientras resuena en eco la pregunta central de Fico Assim sem Você: por que é que tem que ser assim?/se o meu desejo não tem fim (por qué tiene que ser así/si mi deseo no tiene fin).
Una apostilla: la canción fue grabada primero por la dupla de funk brasileño de Claudinho & Buchecha y escrita por un colega de los músicos con la finalidad de celebrar la amistad entre ellos. La letra, de hecho, habla de “Buchecha sin Claudinho”, para dar cuenta de un ejemplo más de esos dúos que parecen haber nacido para estar siempre juntos.
Lamentablemente la composición se convirtió, con el tiempo, en la profecía de una tragedia: en 2002, Claudinho murió a los 26 años en un accidente de tránsito cuando viajaba en auto hacia un show de la dupla en San Pablo; Buchecha, en efecto, se quedó sin su par y durante muchos años, deprimido por lo que le había ocurrido a su compañero, se alejó de los escenarios.
Una amiga que adoro me cuenta sobre una potencial historia de amor con alguien que vive a 1200 kilómetros de su casa. Nos ponemos a desmenuzar –la amistad como una invitación permanente a la disección compartida; patólogos enclenques de vínculos somos todos– algunas características de las que se suelen definir como “relaciones a distancia”. Las repaso ahora y me río: como si en el resto de las relaciones no hubiera desfasajes, como si la proximidad física anulara los cortocircuitos, como si dormir en la misma cama o vivir a pocas cuadras ahorrara los vaivenes o los enchastres de cualquier diálogo amoroso (“la comunicación no existe”, citó también por estos días una vecina querida en un chat).
Por supuesto que con mi amiga no llegamos a ninguna conclusión. Lo nuestro es más la charla sin ton ni son. Pero el episodio me hizo recordar una viñeta de Alberto Montt (de quien hablamos en algún momento por acá) y ya que estamos se las dejo.
Pensando en la distancia y sus efectos –y ahora que lo veo, reaparecen Adriana Calcanhotto y las duplas de su canción también–, me voy hasta el libro La Frantumaglia. Un viaje por la escritura, al que cada tanto vuelvo como si fuera una especie de I Ching. Lo escribió la misteriosa Elena Ferrante, esa autora best seller y a la vez fenómeno editorial detrás de la tetralogía de novelas que tienen como protagonistas a dos amigas napolitanas a veces inseparables, a veces alejadas al máximo con el paso de las décadas. Devoré las cuatro en su momento, como también lo hice con los demás libros de Ferrante, porque me pueden tanto el vértigo narrativo que le imprime a cada historia como los personajes y sus descripciones.
La Frantumaglia recopila cartas y entrevistas que dio por escrito, porque Ferrante guarda como el mayor de los secretos su verdadera identidad y no aparece en público. Habla mucho sobre sus desvelos, su forma de trabajar, sus lecturas, sus dudas. Sin embargo, incluso en su hermetismo, algo insiste con tenacidad en todo lo que escribe y también está muy presente en este libro: la ciudad de Nápoles.
Les dejo un fragmento que me encantó, por ese te amo, te odio, dame más que implican las pasiones con personas o con ciudades. Esas que, de tan intensas y adhesivas, hacen difusa la idea de cerca o lejos.
“En cualquier caso, con Nápoles las cuentas nunca están saldadas, ni siquiera en la distancia. Viví en otros lugares períodos no breves, pero esa ciudad no es un lugar cualquiera: es una prolongación del cuerpo, una matriz de la percepción, el término de comparación de toda experiencia. Todo aquello que para mí ha sido siempre significativo tiene a Nápoles como escenario y suena en su dialecto.
Pero este énfasis es reciente y fruto de revisitas desde la distancia. Durante mucho tiempo viví la ciudad en la que crecí como un lugar donde en todo momento me sentía en peligro. Era una ciudad de súbitas disputas, de golpes, de lágrimas fáciles, de pequeños conflictos que acababan en insultos, obscenidades irreproducibles y fracturas insalvables, de afectos tan exagerados que resultaban insoportablemente falsos (...). Me sentí distinta de esta Nápoles, la viví con repulsión, huí de ella en cuanto pude, la llevé conmigo como síntesis, un sucedáneo para tener siempre presente que el poder de la vida se ve dañado, humillado por modalidades injustas de la existencia. Pero hace mucho tiempo que la observo al microscopio. Aíslo fragmentos, entro en ellos, descubro cosas buenas que de joven no veía y otras que me parecen aún más miserables que entonces. Aunque estas tampoco me producen ya el antiguo rencor. En el fondo, es una experiencia de ciudad que no se borra ni queriendo y que resulta útil en todas partes. Puedo pasearme por calles y callejuelas quedándome en la cama con los ojos cerrados; cuando regreso tengo momentos iniciales de entusiasmo incontenible; después paso a odiarla en una sola tarde, retrocedo, me quedo muda, noto una sensación de ahogo, un malestar difuso, tengo la sensación de haber captado de jovencita no una fase limitada en el tiempo y el espacio sino las señales de una degeneración que ya se ha propagado, de manera que la ciudad, con sus lamentos del tiempo perdido por recuperar, con las repentinas rememoraciones, solo hace de sirena perversa, utiliza calles, callejuelas, esa cuesta, esa pendiente, la belleza envenenada del golfo, pero sigue siendo un lugar de descomposición, de desarticulación, de pérdida de la cabeza que, con esfuerzo, conseguí hacer funcionar un poco fuera de ella. Sin embargo, ella es mi experiencia, en ella guardo muchos afectos importantes; siento su riqueza humana, las capas complejas de las culturas. He dejado de evitarla“.
Para pispear de una asomada o mirar con binoculares, va una nueva entrega de Mil lianas.
1. Una casa lejos de casa, de Clara Obligado. “Escribir es atenerse a una doble lógica, la de los recuerdos y la de la ficción. Reconducir el pasado, organizarlo, mirarlo desde lejos, darle forma, intentar comprender. También para eso escribimos. Hubo treinta mil desaparecidos. Sobreviví”, señala punzante Clara Obligado.
Esta entrega arrancó con una especie de grandilocuencia y sigue en ese tono rutilante. Esta vez, para decir que Una casa lejos de casa es para mí uno de los mejores libros del año. La escritora, que debió exiliarse en España durante la dictadura argentina y tiene varios libros premiados internacionalmente, asume con nobleza en este ensayo un riesgo: el de reflexionar sobre la escritura y el lenguaje desde esa “herida al aire libre” que es –para usar sus términos– la propia experiencia del exilio, pero también desde el sonido ajeno (se superponen lecturas, citas, referencias, búsquedas en diccionarios). El gesto que elige para hacerlo, además, tiene que ver más con la cavilación que con la certeza, lo que aporta un tono de intimidad que se aleja de la épica para ofrecer observaciones de una enorme sensibilidad.
“Llegar a un país desconocido es triste y adánico, temible y apasionante, antiguo e inaugural. Morir de añoranza y de curiosidad. Caminar por un bosque de comparaciones (...). Ver la realidad con una visión doble, como si la observara con un estetoscopio. Los paseos se plagan de analogías”, describe la autora. Así, en estado de traducción permanente, entre la lengua materna y el castellano que la recibe en Madrid, la autora expone sus ideas sobre la extranjeridad y sobre no ser de acá o de allá, en fragmentos que por momentos son pinchazos y por momentos se convierten en preguntas mullidas, universales.
Clara Obligado es autora, entre otros, de La hija de Marx (Premio Femenino Lumen 1996), Petrarca para viajeros, Salsa, El libro de los viajes equivocados (IX Premio Setenil al mejor libro de cuentos 2012), La muerte juega a los dados y La biblioteca de agua. Una casa lejos de casa pertenece a la colección Madriguera de ensayos sobre teoría, arte y literatura del sello Estructura Mental a las Estrellas, que a la vez forma parte de la editorial Eme, un emprendimiento de la ciudad de La Plata, con una curaduría exquisita de títulos y autores.
Una casa lejos de casa. La escritura extranjera, de Clara Obligado, acaba de salir en la Argentina por Eme Editorial. Más información, aquí.
2. How to with John Wilson. El título parece dar una pista: podría tratarse de un tutorial, de esos que aparecen en YouTube y ayudan a desentrañar cuestiones insólitas. Algo de eso hay en esta docuserie humorística del cineasta John Wilson, que, mediante recorridos y registros bastante exóticos por las calles de Nueva York, aborda al mismo tiempo temas universales (cómo mejorar la memoria, cómo iniciar charlas de esas de todos los días) y también sumamente específicos (cómo hacer el risotto perfecto, cómo lidiar con los andamios neoyorquinos).
Justamente sobre ese capítulo les quería hablar, que es el segundo de la serie. En inglés se llama How to Put up with Scaffolding y se mete a indagar en ese misterio que son los hierros, maderas y todo tipo de instalaciones, en principio provisorias, que recubren edificios y proliferan por toda la ciudad hasta que se convierten en parte del paisaje urbano.
Con un tono que va de la investigación genuina a la comicidad más lograda, Wilson recorre las calles, las historias de los andamios más célebres y también el detrás de escena de los que aparecen en las películas más reconocidas. Llega, además, a viajar hasta una convención dedicada a los andamios –una industria pujante en los Estados Unidos– para hacer entrevistas y obtener de esa manera testimonios hilarantes. Una entrevistada, de hecho, grita a cámara con gran entusiasmo: “¡El andamio es arte!”.
Hablábamos arriba de distancias y justamente, al poner la mirada ahí donde nadie la pone, cámara en mano, lo que logra el realizador es un efecto de extrañamiento con un objeto que observa desde muy cerca –la ciudad y su iconografía– y que a la vez se torna sorpresivo en todo momento.
Los capítulos de How to with John Wilson duran aproximadamente 25 minutos. En los Estados Unidos se acaba de estrenar la segunda temporada de la serie.
En la Argentina, la primera temporada de How to with John Wilson está disponible en HBO Max.
3. Landscapers. HBO acaba de estrenar esta miniserie basada en hechos reales, con la genial Olivia Colman como protagonista (de ella hablamos por acá y volveremos muchas veces porque es una favorita de esta casa virtual). Desde el principio un cartel lo advierte: “Basado en una historia real. En 2014, Susan y Christopher Edwards fueron condenados por asesinato a un mínimo de 25 años de prisión. Hasta la actualidad ellos aseguran que son inocentes”.
Quienes tengan ganas de googlear para conocer más detalles del caso, podrán encontrar de todo sobre una historia policial que a finales de los ‘90 ocupó durante mucho tiempo las páginas de los diarios y los minutos de la televisión británica. Yo prefiero ir siguiendo semana a semana las peripecias de los protagonistas, interpretados por la propia Colman y David Thewlis, una pareja de británicos que en el primer episodio pasa sus días radicada en Francia, en condiciones muy precarias. Él intenta buscar trabajo, pero el idioma resulta un obstáculo. Ella, mientras tanto, gasta dinero que escasea en pósters de películas y fotos de estrellas del cine clásico de Hollywood, que conforman una especie de altar en el departamento donde vive.
Un llamado telefónico los va a poner en boca de todos: los cadáveres de dos personas de la familia de Susan aparecen enterrados, después de años de misterio, en el jardín del que era su casa familiar. Por ahora, con ingredientes de comedia negra y buenas dosis de intriga (¿por qué estos personajes hablan de actores célebres como si fueran sus amigos íntimos o parecen imaginar que viven adentro de una película? ¿son o se hacen?) la serie promete. En total son cuatro episodios.
Landscapers, con Olivia Colman y David Thewlis está disponible desde esta semana en HBO.
¡Hasta la próxima!
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