Voy a girar tan rápido hasta desaparecer (Perfume - María Gabriela Epumer).
El léxico del mundo de los que trabajan en televisión es fascinante: se refieren a cosas como el vivo o, mejor, dicen que van a hacer un vivo (a veces, incluso, aparece una versión todavía más artificial del artificio: el falso vivo); hablan de estar en el aire, de paños de imágenes, de sinfines. De ese microclima lleno de paredes de durlock, de maquillaje, de objetos que no son lo que parecen, de catering que se va desintegrando en rincones y de decorados (otra palabra para anotar), hoy me quedo con un verbo que me encanta por cómico, por sonoro: ponchar. Las palabras y los enredos: mientras que en los estudios de televisión de Argentina ponchar es hacer foco sobre algo o alguien, sacarlo de su invisibilidad para mostrarlo en plano, parece que en algunos lugares de Centroamérica ese verbo se usa como sinónimo de desinflar o de pinchar.
Hace muchos años, en un trabajo un poco deforme que tuve me cruzaba todos los días con un director de televisión. Uno de esos que se ponen al frente de vivos muchas horas por día, que deambulan cómodos en ese vértigo de estar al aire desde el lugar oscuro y lleno de pantallas que llaman el control, que dan la orden de ponchar a tal o a cual mientras mueven sus manos sobre botones y palancas. Un tipo tan fascinante como las expresiones que circulan en ese universo: bajito, de ojos saltones, de un humor chabacanísimo y a la vez desopilante (los mejores apodos, las chanzas más divertidas, las crueldades más flagrantes y los mayores gestos de complicidad los escuché y vi en ese lugar, en ese control que es siempre una trastienda, lo que no es aire, lo que queda afuera, lo que pasa del otro lado de).
De esos días de desenfreno me quedé con varias imágenes, que en algún momento se convertirán en otra cosa. Y también con una frase que este director solía gritar con furia, acompañada de una buena cantidad de insultos, cuando algún técnico cometía un error y pretendía justificarse: “¡Las excusas no se televisan!”.
Siempre tuve claro que la frase no era una ocurrencia de este tipo y cuando quise buscarla descubrí que su germen es confuso. En una búsqueda rápida por Google vi que en algunos lugares se la atribuyen a Paloma Blackie Efron, la pionera de los medios argentinos. Entonces le pregunté a la colega Hinde Pomeraniec, amiga de esta casa y biógrafa de este personaje increíble con su libro Blackie: la dama que hacía hablar al país (2010). Quería saber si ella fue, efectivamente, la autora de la frase o si, a fuerza de repetición, aquello se instaló como un mito. Con la rigurosidad que la caracteriza, Hinde me contó que entre las numerosas fuentes que consultó para su trabajo nunca dio con esa cita puntual, pero que le sonaba, sin embargo, como una sentencia muy propia de Blackie. (Aviso: no resolvimos el misterio, pero me enteré de una buena noticia: el libro sobre Blackie tendrá una reedición este año, así que de él, de la autora y de su protagonista vamos a hablar pronto).
Las palabras y los enredos, otra vez: todo esto para decir que las excusas no se televisan, pero insisten. Todo esto para volver sobre las palabras. Y también sobre las excusas. Mi excusa de estas horas: una contractura me atraviesa como un rayo y, mientras trabajo, todo lo que alguna vez me pareció nítido ahora quedó teñido por esta sensación opaca. Incluso esto, sobre todo esto que escribo ahora. Es que la contractura me corrió de la escena, me dejó sin capacidad de ponchar con claridad o contundencia sobre nada. Un Apocalipsis puertas adentro. “No hay catástrofe que suceda fuera del cuerpo”, dice y exhibe una viñeta de @eltopoilustrado, ese proyecto precioso del ilustrador Cristian Turdera y el filósofo Tobías Schleider, que de las redes sociales pasó a convertirse en una serie de libros divinos.
Pero no quiero sonar extrema, ni poner una épica particular ahí donde hay solamente eso: un dolor intenso de esos que pinchan por un buen rato, que dan ganas de dejar la mayoría de las cosas en suspenso, de meterse para adentro, de evaporarse para que el cuerpo duela menos, de mantener el local abierto y trabajar con la cortina baja, como dice Mauricio Kartun por acá (atención que abajo les cuento más).
La contractura y una fantasía: cómo desaparecer completamente. La contractura, también, como un perfume que persevera (de paso: la canción que más escuché en estos días es Perfume, de María Gabriela Epumer, la letra dice voy a gritar tan fuerte que vas a entender/voy a saltar tan alto que voy a volar/voy a girar tan rápido hasta desaparecer).
Poco antes de este pequeño estallido interior venía leyendo deslumbrada el libro La obligación de ser genial (Gog y Magog, 2021), de la escritora argentina Betina González (hablamos de Olimpia, su última novela, por acá y por acá, cuando hicimos un repaso por libros de chicas en tiempos suspendidos).
En uno de los ensayos más interesantes –cuesta elegir un fragmento porque el libro es una maravilla de punta a punta–, la autora indaga sobre el vínculo entre la escritura y el secreto. Les comparto lo que subrayé sobre este punto.
“Secreto en su doble sentido, porque para esconder algo primero lo tenemos que apartar del mundo. Eso –ese excluirse del mundo– es lo que hace todo escritor y la exclusión (la búsqueda de soledad) es siempre sospechosa, sobre todo hoy, cuando la demanda de comunicación y participación es tan extrema. En ese apartarse caben también las formas particulares en las que la exclusión es traducida en una praxis, una poética propia. Y ahí el secreto encuentra su segunda acepción, la escritura como algo escondido, privado, encubierto, algo que en principio es de una y para una, algo en lo que una cifra un deseo profundo de desaparecer, de no ser descubierta, de no ser comprendida”.
Les dejo una nueva edición de Mil lianas, nuestro escondite semanal, nuestra excusa secreta. Una forma de desaparecer, entre palabras y enredos.
1. Japanese Film Festival Online 2022. Hay producciones recientes, películas animadas, documentales y un clásico como Rashomon, de Akira Kurosawa. Lanzado esta semana y con una selección de películas que se podrán ver de manera virtual y gratuita hasta el 27 de febrero, el Japanese Film Festival Online 2022 (o JFF Plus) ofrece 20 títulos bien variados de una de las cinematografías más potentes del planeta.
Lanzado en 2016 por la Fundación Japón, una entidad gubernamental de ese país, tiene como objetivo “compartir el encanto del cine japonés con el mundo” y lo logra. Todas las películas se ven en la página del festival con subtítulos en varios idiomas, incluido el español, y, una vez que los usuarios se registran y dan play a cada largometraje, lo tienen disponible durante 48 horas.
En mi caso, arranqué por It’s a Summer Film! (2021), una comedia fresquísima con un poco de ciencia ficción en la que un grupo de adolescentes amantes del cine se propone, con los recursos que tienen a mano, grabar una película de samurais como las que se hacían en otros tiempos.
En It's a Summer Film! hay escenas de cine dentro del cine, hay fantasía, hay preguntas sobre los vínculos y el amor y hay, también, misterios alrededor del chico elegido como protagonista de esa supuesta película del verano. Si tienen un rato y muchas ganas de distenderse, les diría que no se la pierdan.
La programación completa del Japanese Film Festival Online 2022 se puede encontrar por acá. La Embajada de Japón en la Argentina ofrece por acá comentarios y reseñas sobre varias de las películas.
2. Terrenal, de Mauricio Kartun. Camina dos horas por día, cuida un jardín, volvió a escribir narrativa, mantiene un archivo con miles y miles de fotos. Con más de cinco décadas de trabajo, Mauricio Kartun es una de las grandes figuras de la escena cultural argentina y uno de los autores más lúcidos.
Me di el gusto de entrevistarlo por estos días en elDiarioAR (por acá les dejo el link) con la excusa del lanzamiento de la novena temporada de su obra Terrenal, que se convirtió en una especie de fenómeno de la cartelera porteña, un suceso imparable de público, de crítica y de premios.
Aprovecho, entonces, para recordar que Terrenal volvió y que se trata de una de las obras más importantes del teatro argentino de los últimos años.
Como el propio autor describe, la obra es una reescritura de la historia de Caín y Abel, que Kartun decidió situar en el Conurbano con actores que brillan a la hora de reponer un texto impactante que se desliza sobre la tensión entre el que tiene y el que no, la propiedad de la tierra y los medios de producción, la desigualdad como disparador de un conflicto universal y eterno.
“Caín productor morronero. Abel vagabundo, vendedor de carnada viva en una banquina del asfalto que va al Tigris. Hermanos a los bifes compartiendo ese terreno, su edén berreta, partido al medio, al que nunca podrán volver morada común. La dialéctica imperecedera entre el sedentario y el nómade. Y Tatita, siempre ausente, que regresa al fin ese domingo melancólico”, detalla el programa de esta obra imperdible.
La obra de teatro Terrenal. Pequeño misterio ácrata, escrita y dirigida por Mauricio Kartun se presenta los sábados y los domingos, a las 20, en la Sala Caras y Caretas 2037, ubicada en Sarmiento 2037, Ciudad Autónoma de Buenos Aires. A partir de abril, en la misma sala, se presentará también La vis cómica.
3. Ruge el bosque. Acá hago trampa porque no les cuento de una lectura o de algo que vi, sino que les comparto una convocatoria que me hizo llegar la productora e impulsora de proyectos culturales siempre novedosos Javiera Pérez Salerno y me pareció súper atractiva. Se trata de Ruge el bosque, un movimiento que busca armar una antología de poesía “que funcione como una respuesta poética, ecológica y política a los cambios climáticos, sociales y lingüísticos del presente en el Cono Sur”. Para eso, la organización convoca a poetas del Cono Sur a enviar su material sobre este tema.
“¿Qué pasó en tu zona? ¿Cómo cambió el paisaje? ¿A qué veneno estás expuestx? ¿Cómo influyen los cambios medioambientales en la vida de las personas, animales, plantas y recursos naturales de tu bioregión? Buscamos poetas que puedan detenerse a mirar sus ecosistemas y hacerse preguntas. Que esas preguntas disparen escrituras que respondan a los problemas ecológicos que enfrentamos día a día. Que ese movimiento provoque una extrañeza sobre las formas de opresión climática, política, racial y lingüística que se volvieron sistemáticas. Buscamos llamar la atención sobre los problemas interseccionales de la crisis ecológica actual desde la potencia de la poesía”, anuncian en su página oficial.
Las obras seleccionadas formarán parte de un libro y recibirán el equivalente a 100 dólares en moneda local.
La convocatoria Ruge el bosque está abierta hasta el 31 de marzo de 2022. Más información, por acá.
¡Hasta la próxima!
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