Te leo al revés, como en un vidrio/el velo cae hasta tus pies. (Te leo al revés, Massacre)
La anfitriona sola, la visitante con su nieto (de paso: un joven ambicioso y también intranquilo; un insoportable). Como llegaron sin aviso previo, la dueña de casa los hace entrar y los invita a sentarse a comer con ella. Primero le sirve un plato a la recién llegada, mientras la mujer observa cada uno de sus movimientos con atención. La otra le devuelve la mirada, entre cortés y desconfiada. No se habían visto antes, no se conocen pero se huelen, las dos sospechan que podrían tener bastante en común.
El primer bocado de la visitante hace estallar un recuerdo en su lengua, una escena pesada que cae rotunda como un piano. Pero no dice nada, apenas si puede mirar a la otra mujer que mueve la cabeza, que no necesita explicaciones, que asiente.
El nieto no entiende lo que ve, el gesto silencioso le provoca incomodidad; se sabe excluido. Entonces pregunta qué pasa, pero su abuela sigue muda. Unos segundos después, las mujeres empiezan con los detalles: el arroz que están comiendo fue cultivado en Corea, el país del que las dos tuvieron que huir cuando eran muy jóvenes.
Recompuesta, la visitante quiere aclararle a su nieto por qué ese sabor no se parece a nada. “Me recuerda a mi madre y al día que me casé”, desliza y otra vez las palabras se le escapan hasta que le cierran la garganta. Algunas lágrimas empiezan a rodar por su cara. El nieto, a esa altura en otro mundo –fue hasta ese lugar para concretar un acuerdo comercial, tiene ganas de irse rápido– se impacienta y le dice a su abuela que pare con el llanto.
La anfitriona, como si conociera la historia desde siempre, como si ella misma la hubiera vivido, como si pudiera leer la tensión de la mujer archivada por años en sus ojos –una tristeza tirante–, lo reta: “No desmerezcas sus lágrimas. Ella se ha ganado el derecho a llorar”.
La secuencia pertenece a la serie Pachinko (como siempre, abajo les cuento más).
Una enfermera la retiene entre sus brazos, mientras Blanche DuBois hace fuerza para escaparse. Intuye que no tiene mucha salida hasta que escucha a un médico que la llama por su nombre. Es más, nota que él le dice con suavidad señorita DuBois, incluso sonríe. Una ilusión ante lo inevitable, la elegancia final en el naufragio. Con la dignidad del que sabe que perdió, Blanche lo elige como su último salvavidas. Y dispara: “Dígale a ella que me suelte”.
El hombre, con la experiencia del que vivió situaciones parecidas, con la habilidad del lector que se cruzó mil veces con escenas calcadas en varios libros, le hace caso. La enfermera acata la orden. Blanche entonces se agarra con suavidad del brazo del médico y se va con él. La van a internar. Pero antes lanza su último discurso, su ademán grandilocuente, un clásico: “Quienquiera que seas, siempre dependí de la amabilidad de los extraños”. Escrito por Tennessee Williams, ese parlamento de Un tranvía llamado deseo es uno de los más repetidos y más hermosos de la historia del teatro.
Me acuerdo bastante de esos días, que fueron especialmente horribles para mí. Nada me salía como esperaba, dormía mal y no viene al caso contar por qué, pero acarreaba una pena que me pesaba en todo el cuerpo. La imagen era más o menos la misma todas las mañanas. Yo llegaba caminando, con tristeza en la cara, resignación en los pies y auriculares en las orejas; C. guardia de seguridad del edificio donde funcionaba la oficina en la que trabajábamos, estaba firme detrás del mostrador. Un tipo en apariencia serio que rompía el protocolo apenas me divisaba en la vereda, del otro lado del vidrio: después de mirar a los costados para que no lo descubriera nadie, C. me hacía algún tipo de mueca con los ojos, con la boca, con las cejas, con la lengua. El gesto pavote me sacaba del trance y me arrancaba una sonrisa cada vez.
Pero nunca hablábamos de eso. De hecho, de inmediato nos poníamos serios y después seguía otro rito. “Hola, ¿cómo andás, C.?”, era mi pregunta automática, con ese hilito de voz del arranque del día que para mí ya estaba perdido. C. la devolvía con leves modificaciones: “Acá, tirando para no aflojar”. O “bien, tirando para no vender la escopeta” (una de mis preferidas).
Nunca supe el apellido de C., ni siquiera si tenía familia, si estaba conforme con lo que hacía o qué cosas le gustaban de verdad. Cambié de trabajo varias veces desde entonces, así que tampoco sé qué es de su vida actual, ni él tampoco de la mía. Sin embargo ahora, cuando por algún motivo vuelvo a repasar esos días o cuando algo me entristece, pienso mucho en él. Y también en esas personas con la capacidad de leer a los demás al revés, como dice la canción de Massacre que encabeza esta edición (un tema que yo escuchaba mucho en aquella época), como en un vidrio. Desde la mujer de Pachinko y su arroz, hasta el médico de Un tranvía llamado deseo. Esos desconocidos cercanos, esos extraños amables que apenas nos divisan del otro lado están dispuestos a ofrecernos alguna mueca, alguna soga.
Por acá no tenemos sogas. En cambio sí hay recuerdos difusos, palabras que hacen fuerza por salir y por lo general algunas lianas. Pasen.
1. Minx. Ambientada en Los Ángeles en los años ‘70, Minx cuenta, a su modo, la historia de un cruce entre un desconocido amable de los que hablábamos antes llamado Doug y Joyce, una joven que quiere fundar una revista feminista y novedosa para la época. Pero los métodos de ella, formada en una universidad de élite, además de los bocetos que hace de su soñada y solemnísima The Matriarchy Awakens (El matriarcado despierta) van a chocar con las intenciones y el estilo de él, que es dueño de un pequeño imperio de revistas para adultos. De hecho, el propio novio de la protagonista, sorprendido cuando la ve en acción, le llega a preguntar si con todo esto ella está buscando ser la reina del porno, mientras que en el entorno de Doug sospechan de esta chica demasiado seria y vestida con demasiada ropa que le tapa hasta el cuello.
Sin embargo ninguno se detiene y, en la intersección entonces, teniendo que ceder los dos, llevarán adelante juntos una fusión, la revista erótica para mujeres Minx. Una publicación que combinará artículos sobre el derecho al aborto o sobre pioneras feministas con páginas centrales llenas de hombres desnudos.
Divertidísima, siempre jugando con la hipérbole y con un destacado elenco de personajes secundarios –una chica sexy de las revistas de Doug que ayudará a ablandar la mirada rígida que tiene Joyce sobre los consumos de las mujeres, un diseñador todoterreno y la hermana de la protagonista–, Minx se despliega sin burlarse en el mundo de la pornografía, de la sexualidad y el deseo de las mujeres.
Hasta ahora vi los primeros cuatro episodios y los disfruté mucho. Se anunciaron 10 por el momento y cada jueves HBO Max sube dos nuevos capítulos a su plataforma.
Minx está disponible en HBO Max.
2. Pachinko. Una vez más, como acá y también acá, declaramos nuestro amor incondicional a todo lo que llega desde Corea del Sur o que esté vinculado con ese país maravilloso de alguna forma. Ahora es el turno de la serie Pachinko, una superproducción –y cuando digo súper, piensen en algo hecho a todo trapo: fue rodada en tres idiomas y está contada a través de los años en distintos países– que estrenó hace poquito la plataforma Apple TV+.
Pachinko está basada en un libro best-seller de la autora Min Jin Lee que narra la historia de varias generaciones de una familia coreana que debe irse de su país durante los años de la cruenta ocupación japonesa de Corea a comienzos del siglo XX.
La serie, como la novela, cruza épocas y tiene mucho de culebrón, de enredo familiar, de amor prohibido y también de épica. Algo que me gustó especialmente es que aparecen algunas mujeres protagonistas en roles impactantes, entre las que está la actriz Youn Yuh-jung, ganadora del Oscar por su trabajo en Minari (hablamos de esa película por acá) y, sí, la misma que le hizo un guiño cholulo con mucha gracia a Brad Pitt al recibir su premio.
La acción, que no está contada de manera lineal sino que se arma en capas superpuestas, tiene como escenarios un pequeño pueblo coreano de pescadores que padecen el maltrato japonés durante la ocupación, algunas ciudades japonesas en los años ‘80 y una Nueva York efervescente.
Vi los primeros tres capítulos y estoy esperando con mucha ansiedad que lleguen más. Se estrenan todos los viernes.
Pachinko está disponible en Apple TV +.
3. Todo Walsh. Del cuento policial a los cimientos de la novela de no ficción. Del teatro a esa forma tan particular del documento político y del testimonio que implican sus famosas cartas públicas. De las crónicas por entregas a los cables de agencia en la clandestinidad. La palabra de Rodolfo Walsh es tan diversa y tan potente que, a 45 años de su asesinato y desaparición en manos de un grupo de tareas de la Esma, sigue siendo leída, analizada, debatida, puesta a discutir con tradiciones y vanguardias.
Por supuesto que primero que nada está su obra –casi toda disponible Ediciones de la Flor–, pero también existen numerosos libros dedicados a mantener vigente su figura. Porque Walsh siempre está volviendo: en exposiciones académicas, en ensayos, en novelas, en ediciones revisadas de sus textos y también en investigaciones periodísticas que regresan sobre los pasos de un escritor y periodista incansable.
La semana pasada, a propósito del aniversario de su desaparición, armé una lista con nueve libros para aproximarse a la obra y a la figura de uno de los autores centrales de la literatura argentina. Pueden leer la nota por acá.
Hay algunos textos ya clásicos y otros más nuevos, como el reciente Algo se mueve, de I Acevedo, que salió hace poquito por Eme Editorial. “Nadie sale indemne después de leer a Walsh”, dice I Acevedo en la introducción de su interesantísima publicación. Y no podemos más que coincidir.
La selección de nueve libros para aproximarse a la obra y a la figura de Rodolfo Walsh se puede leer por acá.
Bonus track (o una más, etc): Mil lianas también se escucha. Todas las canciones que de alguna manera aparecen en este espacio quedan juntas en esta lista. A propósito de nada: esta semana estuve mucho con Van Morrison. En repeat la canción Days Like This .
¡Hasta la próxima!
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