Lo repito en mi cabeza varias veces: tengo que escribir sobre Kate Bush, sobre cómo la aparición de una de sus canciones de 1985 en Stranger Things –una que habla, ejem, de subir una colina o una cuesta difícil y también de un pacto con Dios– llegó a ser número uno 37 años después de su creación por el éxito arrasador de la serie. Tengo que contar que ella salió a decir que el mundo se volvió loco, anoto en mi libreta, que está sorprendida por el suceso de estas semanas, que ahora tiene 63 años y que hacía más de 40 años que sus canciones no lideraban los ránkings mundiales. Que volvió a recaudar plata otra vez, que incluso como televidente del programa y sabiendo que la canción suena “en escenas importantes” se siente abrumada.
“Nunca antes había experimentado algo así. Es difícil asimilar la velocidad a la que esto ha estado sucediendo”, dijo hace poquito en una entrevista con una radio. Tengo que escribir sobre el paso del tiempo o sobre esa rapidez a la que es difícil acostumbrarse, me digo, sobre esa trampa, pienso, y lo postergo.
Lo repito en mi cabeza varias veces: tengo que escribir sobre la convención que tiene lugar por estas horas en París. Se reúnen 18 especialistas de distintos países del mundo “para comenzar a trazar el camino que modificará la forma de medir el segundo”, dicen por acá. Sí, la implementación de una medida novedosa del segundo va a facilitar la realización de mediciones más precisas en el ámbito científico. No hay que cambiar nada en los relojes de todos los días, anuncian, pero toda esta discusión supuestamente va a ser muy útil.
Así lo explica el representante argentino que forma parte del Comité Internacional de Pesas y Medidas, Héctor Laiz: “Con una medición más exacta del tiempo se podrá mejorar la precisión de los sistemas de posicionamiento (como el GPS) o prevenir desastres naturales a través de estudios de tensión en la corteza terrestre. Incluso se podrá verificar si las constantes fundamentales de la naturaleza (como la velocidad de la luz) tenían el mismo valor miles de millones de años atrás”.
Me entusiasmo, llego a pensar en esa mesa, en esos debates seguramente apasionados por algo tan chiquito como un segundo. ¿Cómo era el viejo y cómo va a ser el nuevo? ¿Qué argumentos tendrán los que viajen a París? ¿Por qué se pelearán? Pienso en un cuento que arranque con algunos de ellos arriba de un avión demorado: llegan tarde a la reunión sobre la nueva medición del tiempo, tratan de buscar excusas o alguna hipótesis mientras los demás se enojan. Alguno para distender intenta con una broma: ¿sabés cuál es el colmo del Comité Internacional de Pesas y Medidas?
Tengo que escribir sobre los segundos, me convenzo, sobre los nuevos y los de antes; sobre los relojes de plastilina y los científicos que van a esa convención, sus discusiones, sus diferencias. Sobre lo ínfimo, los acuerdos y los desacuerdos, lo que se escapa de cualquier medición, me digo y lo postergo.
Lo repito en mi cabeza varias veces: tengo que escribir sobre el nuevo aniversario del Gol del Siglo y La Mano de Dios. Sobre esta compulsión a la efeméride, sobre que ya no importe el número redondo; sobre que ya nadie se ponga a contar los segundos o las décadas: si fue ayer o si pasaron 36 años. Sobre por qué para muchos resulta más valioso quedarse en el balanceo, en la liana, en ese ir y volver. Una y otra vez. Sobre cómo cada año aparecen nuevas lecturas, nuevos relatos, nuevas miradas de un día de gloria (este año me quedo con una ilustración del talentosísimo artista visual argentino Max Rompo, la dejo por acá cerquita) ante una secuencia que es tan pero tan potente.
Pienso en Mauricio Kartun, una persona a la que siempre estamos volviendo en este espacio, cuando habla de la imagen generadora como lo que detona la escritura o la creación en cualquiera de sus formas: ese mito de origen que no es una idea, sino que se parece más bien a un estallido, el gran Big Bang del que hay que tironear, la escena para visitar y revisitar. Crear, entonces, sin un tema en el horizonte. Tengo que escribir sobre ese loop, me digo o me contradigo: sería imposible hacerlo desde ese corset. ¿Sabés cuál es el colmo de la chica que escribe este newsletter todas las semanas?, pienso. Y lo vuelvo a postergar.
Entonces, después de todo, entre la trampa de Kate Bush, el debate sobre el segundo y los goles de Maradona, mi tiempo se evapora. Apenas si me alcanza para terminar esta nueva edición de Mil lianas.
1. El efecto Martha Mitchell. Entre 1971 y 1973 el entonces presidente de los Estados Unidos, Richard Nixon, grabó en secreto las conversaciones que tenía en la Casa Blanca y en distintas oficinas con las figuras centrales de su gobierno. Martha Mitchell, la protagonista de este documental y un personaje tan fascinante como poco recordado, fue mencionada unas cien veces en esos diálogos.
Esposa de John Mitchell, uno de los funcionarios más cercanos a Nixon y el hombre encargado también de armar la campaña por su reelección, Martha impactaba en los ‘70 por su modo de aparecer en la escena pública. Peinados vaporosos, verborragia, gracia y algo que no era frecuente en las mujeres de la época: una facilidad, diría que casi un candor especial, para hablar en los medios de los temas que convocaban a casi todos. Es que la mujer, lejos del rol secundario que ejercían las esposas de –por lo general en silencio o haciendo gala de una discreción prefabricada– era la favorita de los periodistas porque no le temblaba el pulso para referirse a la Guerra de Vietnam (“apesta”, le respondió a una periodista que primero quiso saber su opinión sobre las minifaldas hasta que Mitchell, ofendida por la levedad del tópico, le pidió que le preguntara sobre algo más interesante) o a alguna interna palaciega del momento. Una suerte de testigo involuntaria en el núcleo del poder que no pasaba inadvertida.
Pero todo eso que hasta entonces lucía simpático, casi gracioso, se convirtió en una piedra en el zapato para Nixon, una verdadera pesadilla, cuando se desató el escándalo de Watergate y el gobierno quedó en medio de una enorme crisis institucional.
Con material de archivo sorprendente y en apenas 40 minutos (desde acá un pedido: ¡queremos una serie sobre Martha!), el documental El efecto Martha Mitchell, recientemente estrenado por Netflix, recupera la figura de esta mujer y traza el camino que la llevó de aparecer como un personaje colorido en los medios hasta los días en que se la quiso mostrar como una persona que desvariaba (tan impresionante fue el volantazo, que en 1988 un académico de Harvard dedicado a los estudios de psiquiatría acuñó la definición “el efecto Martha Mitchell” para definir el proceso por el cual las manifestaciones de una persona son tildadas de delirio hasta que luego se confirman como verdaderas). En el recorrido, muy bien articulado y documentado, no faltan la misoginia omnipresente, los vaivenes del periodismo y las figuras de la política y las sinuosidades de una época.
El mediometraje documental El efecto Martha Mitchell está disponible en Netflix.
2. La casa en llamas, de Ann Beattie. En cada relato pareciera haber un hilo a punto de cortarse. La capacidad de la escritora estadounidense Ann Beattie para capturar esos instantes milimétricos, para atraparlos antes del crujido entre diálogos punzantes y escenas que se suceden como cuchillazos, es deslumbrante. En La casa en llamas (Chai Editora, 2022) están reunidos trece cuentos que la autora fue publicando a lo largo de su carrera en la revista The New Yorker.
Traducidos por la escritora Virginia Higa para la colección de libros de cuentos que dirige Federico Falco, se trata de una selección de historias donde no faltan las torpezas, los vínculos siempre fallidos, los autos que van y que vienen de la gran ciudad a los suburbios, las parejas rotas o recauchutadas, los hijos sobreadaptados (esos “niños de hoy que parecen mayores” como en el cuento El vals de Cenicienta) desde una escritura en apariencia sencilla, por momentos distante en su precisión, pero nunca indolente.
Beattie nació en Washington, en 1947, y es una de las escritoras más destacadas de su generación en los Estados Unidos. Admirada por otras colegas como Lorrie Moore y Margaret Atwood, en la actualidad enseña en la Universidad de Virginia.
Ya que estamos, algo para agendar: este viernes 24 de junio los escritores Rodrigo Fresán y Magalí Etchebarne participarán de un encuentro virtual y gratuito que organizan nuestros amigos de Pez Banana para hablar sobre este libro. Más información, por acá.
La casa en llamas, de Ann Beattie, con traducción de la escritora argentina Virginia Higa, salió por Chai Editora.
En este link se pueden inscribir gratis para participar del encuentro virtual que organiza Pez Banana con Rodrigo Fresán y Magalí Etchebarne, quienes dialogarán sobre este libro.
3. Ocho grandes documentales de la primera mitad del año. Como decíamos arriba, si hay cambios radicales alrededor de la medida del tiempo tal como lo conocemos luego de la cumbre en París, lo sabremos más adelante (o no). Mientras tanto, la pequeña certeza temporal a la que nos aferramos nos indica que ya atravesamos un poco más de la mitad de este 2022 vertiginoso y entonces se me ocurrió hace unos días repasar algunos de los documentales que llegaron a las plataformas en lo que va de este año.
Les dejo por acá los ocho que más me impactaron, con los que más me enganché o los que llamaron por algún motivo llamaron más mi atención. La selección incluye, entre otros, las vidas de grandes deportistas, los delitos más espeluznantes de una figura saliente de la televisión británica, recitales que fueron hitos de la historia de la música y casos policiales resonantes.
Por acá, la selección con ocho grandes documentales de la primera mitad de 2022 para ver por streaming.
4. Banda sonora. Dos cortitas esta vez. Una, por influencia de La casa en llamas: la protagonista de uno de los cuentos escucha el disco For Once In My Life, de Stevie Wonder, y entonces se suma a nuestra lista compartida que se puede escuchar por acá.
Y, por supuesto, también entra Kate Bush con Running Up That Hill. Ya que estamos, les dejo también el video oficial de la canción, que es alucinante.
¡Hasta la próxima!
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