“quiero juntarme para fin de año pero juntarme yo, todos los pedazos que tengo desparramados x el suelo juntarlos un poco”, Carlos Busqued.
“Atado a mi destino, al borde del camino volveré”, Luis Alberto Spinetta.
Uno. Son días de pedacitos, de procurar reunirse, de querer hacerle frente a la dispersión consabida que viene como un adhesivo pegado al último tramo del año. Se multiplican las invitaciones, los compromisos, las ganas, los festejos, el cansancio, alguna euforia más o menos genuina, los balances, las listas y esa tendencia a intentar cumplir con todo, como si hubiera que llenar un álbum de figuritas infinito (con humor y sabiduría, Alexandra Kohan nos advirtió por acá: “Recuerda: se termina el año, no tu neurosis”, y sin embargo, ahí vamos atolondrados una vez más). Por mi parte, no logro concentrarme por mucho tiempo en nada, ni siquiera en este texto que escribo. Para colmo, cada vez que arranco –tres veces lo intenté, por lo menos– el tiempo se enrarece, el viento empieza a soplar fuerte, las nubes van cubriendo el cielo hasta opacar la luz y se larga a llover con todo. Son tormentas aisladas, potentes por momentos, rabiosas; fragmentos de una furia natural, también, que me dejan perpleja mirando por la ventana.
Dos. La lectura también viene dispersa por estas horas. Entre otros libros que leo, intercalo de a ratos fragmentos de El ojo que escribe, un libro de Yuyo Noé con reflexiones del artista plástico alrededor de la mirada que salió hace poquito por Ampersand. En este prender y apagar, me detengo en un capítulo en el que Noé habla del aura de las imágenes y me quedo en un hallazgo, en algo que él subraya del libro El niño de Ingolstadt, de Pascal Quignard. “De una manera muy privilegiada, resulta que la palabra francesa orage (tormenta) proviene de la palabra latina aura. Una brisa muy particular antecede a la tormenta e incluso advierte sobre la transustanciación del cielo que va a perturbarlo y a surgir. Un hedor, una angustia, una excitación, una mezcla de estertor y de murmullo, un vapor visible y petrificante acompañan la nube y la tormenta que crecen. Una febrilidad también la rodea. Una luminosidad extrema y movilizante emana de esa brisa que va a ocupar el cielo antes de que las nubes unan sus diferentes negros, densos, informes, extraordinarios, encima de los hombres. Un sentimiento de origen casi divino, en todo caso inhumano, particularmente silencioso, que proviene del cielo en persona, se extiende poco a poco a las ramas, a los animales, a los arroyos. Todo esto define la atmósfera tormentosa, tempestuosa, inmanente: es decir, el aura donde avanza el arte”, apunta Quignard y concluye Noé: “En el arte, el aura proviene de las obras que son capaces de generar tormentas en aquellos que las reciben como si el tiempo viviese en su esplendor”.
Tres. Desatormentándonos es el título del primer disco de la banda argentina Pescado Rabioso. En sus canciones hay bronca, hay escenas de un país que se va enfureciendo –salió en 1972–, hay tempestades a punto de desatarse y amores segundos antes de estallar en mil pedazos. Lo íntimo y lo colectivo; el Blues de Cris, la misma muchacha y aquellos ojos de papel que ahora Luis Alberto Spinetta quiere empezar a olvidar; la vena de un volcán político en El monstruo de la laguna, convertido después en Algo flota en la laguna. La música como una vía para unir las partes dispersas (“atado a mi destino, al borde del camino volveré”, una remera que diga), para hacer lo posible en medio de lo imposible: desatormentarse.
“La creatividad sería una forma de suprimir el dolor que da despegar, sería una forma de despegar sin pensar que es algo imperativo, sino que el hecho de despegar sea siempre lo presente. Por otra parte, los estados paranoicos, los escritos que hice en Francia, me habían dejado la sensación de que me había marcado rutas tempestuosas dentro de mí y que también había visto profundos abismos. Desatormentándonos implicaba moverse en esas aguas, como si se pudiera sumergir una linterna para observar lo que pasa alrededor, y asumiendo que todo eso forma parte de uno”, observó sobre aquellas canciones el músico a Eduardo Berti en su clásico libro Spinetta: crónica e iluminaciones de 1988.
Cuatro. De fragmentos tormentosos que quedaron afuera de la película Lost in Translation está hecho el videoclip de la canción City Girl, de Kevin Shields (recordatorio, ya que estamos, de otras dos grandes películas con lluvias que amo: por acá hablamos de Los paraguas de Cherburgo y si hacen click en este enlace encuentran unos apuntes sobre el diluvio inolvidable de Alta fidelidad). También dirigido por Sofia Coppola, en sus tres minutos el video muestra a Scarlett Johansson deambular por Tokio con su recordado paraguas transparente (de paso: un objeto que abrió debates, cosechó amores y homenajes como este que le hizo la cantante Rosalía; provocó interpretaciones delirantes y, con los años, se convirtió también en un ícono de la moda). Si la película era una sucesión de postales de dos perdidos y encontrados que intentan juntarse aunque sea un rato de espaldas a la multitud chillona –el deseo es clandestinidad, es escondite: no hay historia de amor que no implique ese gesto de bajarle el volumen al mundo–, el videoclip se concentra en ella y en su modo de moverse por la ciudad con un interrogante a cuestas. Sin entender del todo lo que le pasa, tal vez queriendo unir pedacitos, recuerdos o palabras que nacen del chispazo imprevisto y extraordinario que tiene con el personaje de Bill Murray, ella es pura inquietud. O pura transparencia bajo el agua. Al final de la película, con ese beso indeleble y ese secreto compartido por los protagonistas, a Scarlett la tormenta le termina saliendo por los ojos. En el videoclip, en cambio, aparece un rayo de luz chiquito y tibio que la recorta de la ciudad eufórica, mientras sonríe desatormentada por un instante, sin dejar de caminar.
Empieza una nueva edición de Mil lianas. Paraguas transparente en mano y el eco que insiste, entre rotos, entre dispersos, entre caminantes: a ver cuándo nos juntamos.
1. Risa negra, de Sherwood Anderson. “Calor. El sol saliendo en un cielo color mostaza. Lluvias fuertes que llegaron y se arremolinaron sobre media docena de calles de la ciudad y, en diez minutos, no más señales de humedad. Demasiado calor húmedo para que pudiera importar un poco más de calor húmedo. El sol relamiéndose, bebiendo un trago de esa humedad. Uno puede volverse lúcido en este lugar. ¿Lúcido en cuanto a qué? Bueno, no te apures. Tómate tu tiempo”, se lee en las páginas de Risa negra, de Sherwood Anderson. De ese clima enrarecido, de ese ir y venir, de esa temperatura que puede cambiar en pocos minutos, de esas tormentas interiores y exteriores y de esas preguntas que pinchan está hecha esta historia, que se ubica en los años ‘20 del siglo pasado, apenas terminada la Primera Guerra Mundial.
La novela, que el año que viene cumplirá cien años, tiene en el centro a Bruce Dudley, un periodista desencantado que huye de una vida matrimonial y profesional en Chicago para volver a un pueblo sureño perdido donde transcurrió buena parte de su infancia. Con una identidad falsa y algunos secretos encima, trabajará como obrero de una fábrica, se vinculará con personas muy distintas a él y se aproximará a Aline, una mujer inquietante.
Resonante como una tormenta, diáfana y llena de pequeñas revelaciones, la forma que elige Anderson para narrar esta historia se detiene en las voces –que muchas veces son interiores–, en lo que se querría decir y no se dice, en los murmullos, en la risa que da título al libro y que, en palabras de Mike Wilson, se convierte “en un estertor irónico: un traqueteo disonante entre el pasado de un país, su desasosiego racial y el vértigo implacable de la industrialización”.
Considerado uno de los grandes escritores estadounidenses del siglo XX, maestro de autores como Ernest Hemingway, William Faulkner y Thomas Wolfe, entre otros, Anderson vuelve a las librerías locales con esta novela, que durante muchos años fue inconseguible en español, de la mano del flamante sello argentino Palmeras salvajes. Un interesante trabajo de rescate (para el año que viene prometen más, con títulos de Gertrude Stein y Katherine Anne Porter), con traducción de Márgara Averbach.
Risa negra, de Sherwood Anderson, salió por el sello Palmeras salvajes.
2. Argentina ‘78. Esta semana llegó a la plataforma Disney+ esta serie documental muy completa y producida con testimonios reveladores y muy diversos que cuenta los entretelones del Mundial de Fútbol de 1978 que tuvo lugar en la Argentina durante la última dictadura militar.
Con grandes hallazgos de imágenes de archivo, Argentina ‘78 está narrada en sus cuatro episodios a partir de la voz de los entrevistados. La diversidad de testimonios es notable: entre otros y otras, hablan el entonces entrenador de la selección argentina César Luis Menotti, quien murió en mayo de este año; los futbolistas Mario Kempes y Daniel Passarella; la periodista y sobreviviente de la ESMA Miriam Lewin; el líder de Montoneros Mario Firmenich y el periodista Ezequiel Fernández Moores, tal vez uno de los mejores profesionales del rubro con una capacidad única para cruzar los grandes eventos deportivos con sus contextos políticos e históricos.
La serie, que tiene un trabajo muy delicado con la imagen, está basada en el libro ‘78: Historia Oral de un Mundial (Sudamericana, 2018), del periodista argentino Matías Bauso. Una apuesta rigurosa, atractiva visualmente y completa a la hora de dar cuenta de los cruces entre el horror de las desapariciones y los campos clandestinos de detención, la especulación política y el espectáculo del fútbol, con sus pasiones y sus fantasmas.
La serie documental Argentina ‘78 está disponible en Disney+.
3. Clases por tres. En los últimos meses llegaron a las librerías tres publicaciones notables en las que algunos sellos decidieron recuperar clases magistrales dictadas en distintos ámbitos sobre la obra de Jorge Luis Borges, sobre grandes clásicos del teatro universal y sobre literatura argentina. Por un lado, salió este mes Borges por Piglia (Eterna Cadencia Editora), donde se reúnen las clases televisadas que brindó el escritor y crítico en 2013 alrededor de la figura del autor de El Aleph. Poco antes, había salido Tres clases (Blatt & Ríos), de Alejandro Tantanian, con una serie de exposiciones que el dramaturgo brindó de manera virtual durante la pandemia sobre algunas obras de William Shakespeare, Tennessee Williams y Bertolt Brecht. Ocurrió poco después del lanzamiento de Curso de literatura argentina (Sudamericana), un compilado de una serie de clases que brindó el propio Borges a estudiantes de la Universidad de Michigan, en 1976. Armé una guía con algunos datos de estas tres publicaciones. Pueden leerla en este enlace.
La guía con tres libros para volver a Borges, la literatura argentina y clásicos del teatro universal se puede leer en este enlace.
Banda sonora. Hace unos días Gabriel Plaza, una de las personas que más sabe de música en este país y un periodista al que hay que seguirle los pasos en todo lo que hace, reveló en su cuenta de Twitter una noticia increíble: “Hoy es un día importante para la música argentina porque medio siglo después reaparece un material inédito de la Negra Sosa: un concierto en vivo en Nueva York en 1974. Es uno de los mejores discos que han salido y un registro sonoro de una época de utopías”. Pueden saber más de la trastienda de esta presentación en este hilo que armó Gabriel, quien entre otras cosas cuenta que ese show fue la primera actuación de Mercedes Sosa en esa ciudad. “Fue un concierto con un repertorio social y político fuerte. La Negra reivindicó en el escenario a Víctor Jara y acusó a sus asesinos de la dictadura militar: Nixon en el gobierno había apoyado ese golpe contra Salvador Allende”, contó el periodista.
El recital se puede escuchar completo, incluso con las palabras de Mercedes Sosa entre tema y tema, en las plataformas digitales. Trafiqué algunas de las canciones para la banda sonora de Mil lianas.
En otro orden de cosas, arriba mencioné a Kevin Shields, que es líder de My Bloody Valentine, una banda que admiro. Sin dar muchos detalles, esta semana el grupo irlandés anunció que volverá a los escenarios para dar un show en vivo después de siete años de quietud. Será en Dublin, en noviembre de 2025. Para ir calentando motores, sumé también algunas de sus canciones a nuestra lista compartida. Se escucha, como siempre, por acá.
Bonus track. Un plan para quienes estén en Buenos Aires: esta semana se inauguró en el Museo del Libro y de la Lengua de la Biblioteca Nacional la muestra Fogwill: muchacho punk, dedicada al escritor. Quienes la visiten podrán encontrarse allí con manuscritos, cuadernos personales, correspondencia, fotos, contratos editoriales y libros donados por su familia a la Biblioteca. Pueden leer más sobre esta exposición, por acá.
¡Hasta la próxima!
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