Y pensar qué sería de nuestra vida/Cuando el fabricante de mentiras deje de hablar/Mientras miro las nuevas olas/Yo ya soy parte del mar (Mientras miro las nuevas olas - Serú Girán).
Al principio le causó gracia. Dijo sí, sí, claro. Era un basquetbolista destacado entre los equipos estudiantiles y sus movimientos, su efectividad y su juego lo convertían en una promesa incandescente. Un brillo particular y las mil posibilidades para un talento que varios empezaban a notar. Cuando, impactado por su destreza, el periodista de un pequeño diario le preguntó si lo podían empezar a llamar Magic en las notas, la primera reacción de Earvin Johnson fue el estallido de su risa (una que lo acompañaría toda la vida, por otra parte; una risa con todos los dientes, una reacción de asombro, la invitación a sonreír con él: la suma de todo el carisma, también). Claro, claro, sí, mis amigos nunca me van a llamar Magic, pero dale, pensó.
Con los años, Magic Johnson se convirtió en lo que es: una de las máximas estrellas de la historia del básquet mundial, una leyenda viva, un ídolo popular, un héroe que sirvió como referencia para muchos jóvenes que, como él, nacieron en familias trabajadoras, crecieron en barrios alejados de algún tipo de centro, padecieron la segregación y el racismo en los Estados Unidos.
Ahora sesentón, Magic Johnson decidió que era momento de contar su historia. Siempre me intrigaron las autobiografías, esa decisión de ponerse a revisar y relatar la propia vida, en el rubro que sea. Y me llaman más la atención cuando se trata de este tipo de personajes, que ya vivieron en la boca de todos, que fueron noticia miles de veces, que ya salieron en todos los diarios, que protagonizaron situaciones más o menos conocidas por todos (del día que contó que vivía con VIH a los varios anuncios de retiro, pasando por un insólito late night show que condujo o las empresas que dirigió una vez alejado de las canchas: Johnson atravesó décadas, altibajos, mundos).
En este caso lo hizo en un documental (abajo les cuento más, no se vayan) que tiene como título Me llaman Magic y repasa los acontecimientos más importantes de su carrera y de su vida familiar. Hay una dualidad, diría un tironeo, que él destaca y que recorre todos los capítulos: cómo vivir siendo Earvin y siendo ni más ni menos que Magic –de todos los nombres posibles, ese–. En más de una ocasión él lo explica, en otras lo hacen quienes lo conocen bien: Earvin es lo esperable; Magic una quimera. De Earvin pretenden que sea buen hermano, buen amigo, buen esposo, buen padre, buen hijo; de Magic anhelan la salvación, la gracia, la sorpresa, el yeite inesperado, ese encanto que a último momento tuerce la suerte y consigue un triunfo. En esa tensión, en esa cinchada, un cuerpo.
Tal vez peco de ingenuidad –¡que nunca falte!–, pero me atrajo especialmente ese gesto simple para un tipo con una carrera notable y asumo que millones en el banco: la determinación de releer su pasado, de transitarlo bajo una nueva lupa, de contarlo detrás de esa clave. Ya no se trata del remanido vivir para contar, entonces, sino de un truco más austero, menos épico, narrativo. Permitirse releer lo de antes para ponerse a relatar ahora.
¿Qué cansancios y qué liviandades conoce ese cuerpo? ¿Dónde empezaron a construirse esas letras que ahora salen a la superficie como si hubieran estado ahí desde siempre?
Ese es el pasado. Claro. Está ahí.
Pero en cuanto hay acción se vuelve puro presente: un relato que el presente se hace a sí mismo.
Lo que se está escribiendo corta el aire como una flecha. Aún no se suelta del arco pero ya marca el espacio que atravesará. Tiene toda la potencia del recorrido encerrada en el temblor que la mueve. Ese es el futuro. Está ahí. Guardado en el signo del lenguaje, en esa cadena de sentidos. En esa guirnalda aún plegada está todo lo que va a detonar y no sólo eso: están todos los caminos hipotéticos que podría recorrer. Están ahí como latencia. Pero también eso, en el momento de escribir, es otro relato (más ficcional, más imaginario, más imprevisible) que el presente se hace a sí mismo.
El fragmento pertenece al libro Inundación, de la escritora Eugenia Almeida (más abajo hablamos de ella y su trabajo, si se quedan).
Hace unos días Florencia Angilletta habló sobre su ensayo Zona de promesas (editó Capital Intelectual y por acá salió un adelanto de esa publicación fundamental para pensar discusiones entre los feminismos y la política; les diría que no se lo pierdan) en una sala de la Feria del Libro que se llama Zona Futuro. Con la inteligencia que la caracteriza, la escritora tomó el título de su obra para vincularlo con el nombre del lugar en el que estaba: habló de las promesas –podía estar hablando de los feminismos como de otro montón de cosas– como discusiones vivas, como un tembladeral, un crujido o una apuesta que lejos de renegar del pasado tiene con él una relación radioactiva.
Y citó el título de una obra de teatro de Mariano Pensotti (atención: también hablamos de él más abajo): el pasado es un animal grotesco. Es que en cada posibilidad de volverlo a leer aparecen las promesas; algo de eso anterior se estira, se enrula, muta y hace pensar cada vez. Contra la idea bastante instalada de que todo lo nuevo está por venir (desde Serú Girán Charly García mira las nuevas olas mientras es parte del mar), la posibilidad de un antes revelador, nuevo, mutante. Hace tiempo que vengo pensando que nada cambia tanto como el pasado, dijo Florencia Angilletta y temblamos todos los que estábamos sentados en la Zona Futuro.
Esta edición de Mil lianas se escribe al calor de un ahora que viene de antes, que se expande, que no deja de cambiar en cada relectura.
¡Pasen!
1. Me llaman Magic. La plataforma Apple TV+ acaba de estrenar este documental deslumbrante repartido en cuatro entregas sobre Earvin Magic Johnson, héroe del básquet de los Estados Unidos y uno de los deportistas más importantes de todos los tiempos.
Con entrevistas íntimas realizadas con el protagonista como hilo conductor del relato, la serie repasa sus logros, sus grandes conquistas y también las dificultades que atravesó desde sus inicios como deportista juvenil hasta brillar en la NBA en los '80 y parte de los '90.
Me llaman Magic cuenta, además, con varias entrevistas de personas que suelen no hablar en público (participa toda su familia, incluidos su esposa, sus hijos, su madre, sus hermanas) y también aparecen compañeros de los Lakers, ex presidentes de los Estados Unidos, celebridades fanáticas del basquetbolista y, por supuesto, sus grandes enemigos íntimos, o aquellos jugadores que en algún momento fueron parte de equipos rivales (sí, Michael Jordan por supuesto que está y por supuesto que no se ríe ni un segundo).
Como ocurría en The Last Dance, la serie estrenada en 2020 por Netflix que relata la temporada 1997-98 de los Chicago Bulls con Jordan al frente del equipo, además de recopilar los episodios más salientes de la vida deportiva de su protagonista, Me llaman Magic también propone un retrato de época. Los espectadores entonces, además de revivir grandes jugadas y escenas muy duras de la vida de Johnson –relatadas siempre por él y por los suyos– podrán asistir también a la construcción de un ídolo de masas en un mundo todavía un poco analógico.
Me llaman Magic está disponible en la plataforma de Apple TV+.
2. Desarmadero, de Eugenia Almeida. El imperio de Durruti, un hombre misterioso que se dedica al tráfico de autopartes, empieza a desmoronarse. Ocurre a partir de algunos pasos en falso que dan un par de jóvenes quienes, como las piezas que comercian de manera sigilosa e ilegal, forman parte de un engranaje a punto de estallar. Un polvorín. Un circuito plagado de vínculos turbios, de corrupción y silencios.
La escritora argentina Eugenia Almeida acaba de publicar la novela Desarmadero (Edhasa, 2022), un libro impactante que bucea en ese universo bien particular y deja expuestas las complicidades y también las fracturas de un orden arrasado, tensionado, tambaleante. Un policial que se mete de manera oblicua, que no viene únicamente a presentar un caso sobre desarmaderos de autos sino que expone una atmósfera.
Con un ritmo desenfrenado, que pese a su velocidad da lugar a algunos pliegues del lenguaje, a las pausas poéticas y a una escucha muy atenta del registro oral de los protagonistas, en Desarmadero confluyen varios personajes al borde de distintos abismos. Desde el líder de la banda hasta las altas esferas del poder, pasando por una pareja de clase media, además de chicas y chicos jóvenes perdidos en un mundo que los expulsa todo el tiempo. Nadie parece estar a salvo, en un tiempo que parece venir de antes y que, a la vez, no hace más que producir un futuro incierto.
La novela llega después de la gran repercusión que tuvo el libro anterior de la autora, Inundación (Ediciones Documenta, 2019), un ensayo pequeño y luminoso sobre la escritura y sus derivas que hace unos días se llevó el Premio de la Crítica como mejor libro de 2019. Se trata de una distinción que brinda la Feria del Libro de Buenos Aires después de una votación demorada por la pandemia, en la que tuve el gusto de participar.
Hace unos días entrevisté a la escritora para hablar de Desarmadero, de la escritura, del poder de los relatos y del trabajo de las personas que se dedican a la palabra. Les dejo por acá la nota.
La novela Desarmadero, de Eugenia Almeida, acaba de salir por editorial Edhasa. Por aquí, una entrevista con la autora.
3. Mariano Pensotti por tres. Caras de asombro en la oscuridad, de sorpresa, de esa inquietud que queda cuando terminamos de ver un espectáculo en vivo. Y enseguida el ritual después del ritual, la salida rápida de la sala, prender el teléfono, volver a lo supuestamente conocido. O a lo de siempre, pero un poco zombies todavía, con el regusto –en las retinas, en la cabeza– de lo que acaba de pasar arriba de un escenario.
Así empiezan El público (filmada en Buenos Aires), The Audience (filmada en Atenas) y Le Publique (filmada en Bruselas), las tres películas que va a presentar a partir del 15 de mayo el director teatral argentino Mariano Pensotti por primera vez juntas en la sala del Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (Malba). Pero ese es el comienzo, la premisa. Porque en cada una de ellas, luego de esa función de una performance supuestamente impactante que los espectadores de cine no veremos, se despliegan las historias de aquellas y aquellos que fueron a ver las obras de teatro. Como episodios o más bien desprendimientos, lo que se exhibe en cada largometraje son las 24 horas posteriores a la función de algunas personas del público, lo que viven y lo que recuerdan de eso que vieron.
Pude ver en estos días la película que transcurre en Buenos Aires, y que cuenta, entre otros, con grandes actuaciones de Pilar Gamboa, Susana Pampín, Juan Minujín, Lorena Vega, Agustina Muñoz y Luis Ziembrowski. Y, más allá de las diferentes peripecias de cada uno de sus personajes, me enganchó el registro que hizo Pensotti de una ciudad donde conviven relatos bien diversos, arriba y abajo de los escenarios. También aparece un pasado que vuelve a ser leído –en este caso la obra teatral tiene como protagonista a un imitador de Fernando de la Rúa durante el estallido social de 2001– y la percepción muy diáfana de que esa relectura no deja de producir efectos hoy. Es que, en todo momento, la pregunta que se abre es dónde empieza y dónde termina una obra de ficción y cómo opera eso que llamamos arte sobre eso que llamamos vida.
Los productores insisten en aclarar que cada una de las películas es independiente de la otra y en cada una se desarrollan historias distintas, inspiradas por las ciudades donde transcurren, así que se pueden ver por separado o de un tirón.
Mariano Pensotti es autor y director teatral. En sus obras frecuentemente hay un cruce entre el teatro, la literatura y las artes visuales. Como autor y director, ha llevado a escena más de quince obras en la última década, entre las que se destacan Los años, Diamante, Arde brillante en los bosques de la noche, Cuando vuelva a casa voy a ser otro, Cineastas y El pasado es un animal grotesco.
Los domingos 15, 22 y 29 de mayo se proyectarán en el Malba tres películas con guión y dirección de Mariano Pensotti: El público (filmada en Buenos Aires), The Audience (filmada en Atenas) y Le Public (filmada en Bruselas). Más información, por acá.
4. Banda sonora. Ya saben que Mil lianas se lee y también se puede escuchar por acá. Algo que hago muy seguido y no es novedad: esta semana estuve escuchando la banda sonora de la película Lost in Translation (hablamos de la timidez y de sus protagonistas por acá) y en especial la canción City Girl, de Kevin Shields.
Pero no fue lo único. Como siempre me pasa, buscando una cosa me crucé con otra y llegué a la cantante estadounidense Angel Olsen. No la conocía y, de pronto, se me abrió un mundo. Justo está por lanzar un nuevo disco y empezó a difundir algunas de las canciones. Me enganché una que se llama Big Time, tal vez porque, como decíamos al principio, hace a su manera una relectura de cierto pasado musical de su país, en especial del country. También publicó por estas horas un video del tema, que les dejo acá nomás.
¡Hasta la próxima!
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