Me convenzo de que esta semana voy a escribir sobre Alcarràs, la película de la cineasta catalana Carla Simón que acaba de ganar en el Festival de Berlín y viene acumulando elogios por todos lados. Con un paso módico por algunas salas locales (siempre con una programación fluctuante en esta época del año llena de entregas de premios y con poco espacio, en general, para este tipo de estrenos) desembarcó en Mubi.
Después de mirar con atención la película, voy con un primer intento, un poco lineal, bastante obvio: Alcarràs es el nombre de un pueblo rural catalán donde los Solé se dedican cada verano a cosechar duraznos. Lo hacen en una finca que le fue cedida al abuelo de la familia mediante un acuerdo de palabra durante la Guerra Civil. El préstamo sin papeles de unos propietarios adinerados a sus vecinos, un pacto sin ningún documento ni aval más que el trabajo diario, las máquinas y la costumbre: tres generaciones, desde los más chiquitos hasta el patriarca juntan los frutos, llevan carretillas, riegan, ponen las manos en la tierra de cara al sol. Pero, desde las primeras escenas, se puede intuir que algo está por cambiar para siempre. Que se trata, por motivos que se revelarán más adelante, de un último verano.
No encuentro palabras que me conformen para describir lo que veo ni por qué me atrae tanto (la directora es escueta, no subraya en los planos, no busca la lágrima fácil, no quiere mostrar al campo ni como un territorio a puro bucolismo ni como un lugar lleno de hostilidades o de salvajes). Trato entonces de empezar por las primeras imágenes: después de una presentación breve de ese espacio caluroso y polvoriento, se ve un grupo de niños jugando en un auto abandonado. Un vehículo crujiente y destartalado que para ellos es una nave espacial. Me quedo ahí, en esas rutinas que vienen adosadas a los veranos y a la infancia (no hay verano de chicos sin repetición; un tiempo que es siempre un cúmulo de certezas mínimas: algunos juegos, algunos permisos, algunos escondites, algunas ropas, algunas compañías y varias excepciones que únicamente tienen sentido ahí, en esos días pegoteados).
Me distraigo y hago un primer desvío: alguien me manda esta entrevista maravillosa que le hace la escritora María Malusardi a su colega Gabriela Franco en la revista Caras y Caretas. Sin ponerse asertivas, en una conversación, las dos ofrecen aproximaciones a posibles definiciones de poesía.
“Definir la poesía como género –el poema como unidad específica– exige destreza y densidad. Es cierto que entre poetas y filósofos la repartija es desbalanceada –ganan los poetas, sin duda– pero tenemos unos cuantos pensadores y críticos que han rapiñado del barro de cierto desparpajo para sus arcas esponjosas no sin esmero y rigor. Todo aporta. Aunque el decir de los poetas sobre su oficio siempre desconcierta. Porque –y he aquí lo interesante– ninguna definición cierra, ninguna es definitiva. Incluso, en ocasiones, los axiomas chocan, se oponen. Y así la chispa enciende recorridos. La poesía es todas esas posibilidades. Los rayos de la rueda de una bicicleta. Un conjunto de varas que parten desde lugares distintos del círculo, avanzan en sintonía y convergen en un mismo centro haciendo girar la misma rueda”, propone Malusardi.
Vuelvo a Alcarràs. Pienso que no pasa mucho en la película y que, al mismo tiempo, hay algo magnético en su centelleo que hace que pase de todo. ¿Pero es solo el lirismo lo que convierte a Alcarràs una película particular? ¿Se la puede catalogar como poética en su espesura, en esas secuencias donde más que narrar –a veces se hace difícil intentar seguir algún tipo de información puntual de los protagonistas– la directora deja que ese verano se le escape, que los conflictos de los Solé reluzcan en sus caras más que en sus acciones concretas?
Otro desvío: pienso en La ciénaga de Lucrecia Martel –una de mis películas favoritas– donde también todo pareciera ocurrir por fuera de lo que muestra la pantalla. En eso que no veremos nunca. La vuelvo a mirar un rato (por las dudas aviso: está en Amazon Prime). Hay mucho en común con Alcarràs: una historia familiar y coral, el calor, el agobio, la fiesta popular pese a todo, la tensión, las armas a mano de cualquiera, cierta vuelta religiosa y el pueblo chico con todos que arman una atmósfera crepuscular.
Me distraigo otra vez, no hay caso. Me pongo a revisar una libreta donde anoto escenas y citas de libros a los que siempre quiero volver. Entre las últimas, me cruzo con esto que transcribí de Nada se opone a la noche, de Delphine de Vigan: “Mi familia encarna lo más ruidoso de la alegría, lo más espectacular, el eco infatigable de los muertos, y la sonoridad del desastre”.
Hasta que me acuerdo de mi intención de escribir sobre Alcarràs y a esta altura pienso que se trata de una misión imposible. Busco qué dijeron otros. Leo por acá que alguien define Alcarràs como una película de una belleza aplastante. Tal vez haya algo de eso: una fuerza implacable que late hasta su hora final. Como los colores del atardecer, como las familias, como los juegos en la infancia, como los últimos días del verano. Como la poesía.
Se quedan, si quieren, con una nueva edición de Mil lianas.
1. John Perkins, de Henri Thomas. “Algunas veces, sin embargo, se veían, ella al bajar la escalera de entrada, después de dar de comer a los gatos y a los pájaros, y él que, después de vomitar en el jardín, se sentía muy liviano, muy tranquilo, vertiginosamente asqueado. Sin fuerzas para hablar, para ofender, el deseo persistía junto con el cansancio de una noche sin dormir; él se detenía, se apoyaba sobre el muro de la escalera, mientras ella bajaba y desaparecía”.
Esta escena, entre el silencio y la fuga, podría ser una foto que sintetiza la novela John Perkins, de Henri Thomas, que salió originalmente en 1960 y que Adriana Hidalgo Editora acaba de sacar por primera vez en español. Se trata de una historia breve y contundente como un mazazo: los protagonistas son una pareja suburbana de estadounidenses que se desintegra. Prácticamente no se hablan, apenas si se cruzan, apenas si pueden seguir ese minué de los días con sus rutinas absurdas (ella, Paddy, que trabaja como enfermera, corre carreras de autos y toma Coca Cola sin parar; él, John, que va del trabajo a la casa y de la casa al trabajo, manejando en silencio). Sin embargo siguen: hay una inercia que los mantiene juntos en una casa que se cae a pedazos y que, al mismo tiempo, les recuerda la muerte de Jim, un tercer y misterioso ocupante del hogar.
Contada como si el autor se hubiera posado dentro del pensamiento de estos protagonistas fantasmagóricos, la novela germina y exhibe toda su potencia justamente en los cruces de este matrimonio en crisis. De una cabeza a la otra, se va desplegando una historia mínima de secretos, de recuerdos, de soledades y de pesadillas en un país que fácilmente puede verse reflejado como en un espejo.
John Perkins obtuvo el mismo año de su publicación el prestigioso premio Médicis. Poeta, narrador, traductor y editor, el escritor y académico francés Henri Thomas es casi un desconocido en lengua castellana. “Asiduo de Gide y de Artaud –destacan los editores locales–, y cultor de una peculiar forma de ficción mezclada con recuerdos personales, entre sus títulos se destacan La Nuit de Londres, Le Promontoire o Le Gôut de l’eternel”.
La novela John Perkins, de Henri Thomas, salió por Adriana Hidalgo Editora.
2. La nueva vida de Valdi Bonetti, de Mori Ponsowy. Valdi es un buscavidas. Un hombre carismático y arrollador. Un tipo que, sin conocimientos formales pero con un carisma y una creatividad deslumbrantes, se lució desde muy joven en una agencia de publicidad de Caracas, Venezuela, en los años ‘90. Llegó allí huyendo de sus padres, una pareja de inmigrantes italianos que soñaban con que el mayor de sus hijos fuera a la universidad y tuviera una profesión tradicional. Pero él, lejos de los esquemas, se atrevió a soñar, a buscar otra cosa, a estirar los límites de sus posibilidades. Tanto que, después de sus días de éxito en la publicidad, Valdi se hizo actor y llegó a tener cierta fama por su interpretación de Napoleón en una obra de teatro que representó durante años en su ciudad.
Hasta que tiempo después, en pleno ocaso, Valdi se pone en contacto con la narradora de esta historia, una mujer que lo conoció en sus días de esplendor, que tuvo un romance con él y que, impactada ahora por su deriva y su decadencia siente que no tiene otra opción más que narrar esa vida, llena de sueños, de contradicciones, de amores truncos, de límites difusos entre realidad y ficción, de desdichas y felicidades fugaces. Como un homenaje, como una forma de recordar a un hombre indeleble, ella solamente puede escribir.
Contada con un estilo clásico y muy vertiginoso, la novela La nueva vida de Valdi Bonetti (Alfaguara, 2023), de la escritora Mori Ponsowy, lleva a la profundidad, a los recovecos y también a las miserias de un personaje inolvidable.
La escritora nació en la Argentina, pero de muy pequeña se mudó con su familia a Perú y luego a Venezuela, donde se crió y cursó sus estudios desde la primaria hasta la universidad. Es autora de numerosos libros, entre los que se destacan Abundancia, Busco un amigo y Okãsan. Diario de viaje de una madre, de enorme repercusión y numerosas ediciones. También se dedica a la traducción. Actualmente vive cerca de Buenos Aires.
La novela La nueva vida de Valdi Bonetti, de Mori Ponsowy, salió por Alfaguara.
3. Nuevo cuento de Mariana Enriquez. Lo dijo en las distintas entrevistas que dio por estos días, durante la promoción de un espectáculo que presentará en el Teatro Coliseo de Buenos Aires: la escritora argentina Mariana Enriquez está “ensayando un nuevo libro de cuentos”. Mientras se prepara para ese encuentro con el público local –las entradas están agotadas y por el momento solamente se anunció una única función– por estas horas decidió difundir un relato que podría formar parte de su próxima publicación. Lo hizo en el diario Página/12, donde sigue trabajando como editora del suplemento Radar, y por el momento se llama Metamorfosis.
“La menopausia es una segunda adolescencia: el cuerpo otra vez se rebela y una deja de reconocerlo. Quería escribir sobre eso y sobre nuestros propios rituales de modificar la carne, que ya no tienen límites. La cirugía es el nuevo sexo, decía David Cronenberg en su Crímenes del futuro y es cierto. Y la cirugía es el terreno de la posibilidad, de cortar y pegar como en un texto, de decidir un nuevo primer párrafo y otro final. También, en este cuento, continúo mi gusto por el léxico médico, que es pornografía pura, una forma estilizada de lo explícito, palabras complejas para nombrar el examen de residuos corporales o la búsqueda de masas malignas. El título Metamorfosis es provisorio, sobre todo porque en general las metamorfosis ocurren y en este caso la narradora, que no tiene nombre, la elige”, adelanta la autora sobre su texto.
El cuento Metamorfosis, de Mariana Enriquez, se puede leer por acá.
Banda sonora. Por suerte sigue creciendo nuestra reunión musical con canciones que aparecen de alguna manera en este espacio y cada vez somos más alrededor de este fogón de sonidos diversos.
Aunque no hay una banda de sonido oficial, por acá alguien se encargó de reunir la música que aparece en la comedia División Palermo (si se lo perdieron, la comentamos la semana pasada por acá). Como ya agoté todos los capítulos, me pareció una buena excusa sumar varias de esas canciones a nuestro listado compartido para estirar esa sensación de placidez y risa que me dejó la serie.
Leí por estos días que The Flaming Lips confirmó que durante 2023 hará una gira por Estados Unidos y Europa para celebrar los 20 años de su disco Yoshimi Battles the Pink Robots (parece que van a tocarlo entero en vivo, además de una selección de éxitos de toda su carrera). Recordé que en una época de mi vida –un final de verano, de alguna manera– lo escuché mucho y me encanta. Así que aprovecho la noticia para agregar algunas canciones de este grupo.
Por último, se anunció que vuelve a Buenos Aires The Brian Jonestown Massacre, una banda de rock estadounidense que me enloquece (dejo por acá cerca un show que hicieron a mediados del año pasado en Suiza). Van a presentarse el 18 de abril en el complejo Art Media, en Chacarita. A modo de precalentamiento, va una selección de ellos también.
Bonus track. Algunos apuntes para quienes estén por Buenos Aires. Este sábado 4 de marzo tendrá lugar la edición 2023 de La Noche de las Librerías en el centro porteño. Con una particularidad, esta vez: el encuentro, que reúne lectores, autores y libros estará dedicado a celebrar 40 años de democracia. Así que, además de las más de 40 librerías porteñas que quedarán abiertas hasta la medianoche, la programación incluye mesas, lecturas y debates gratuitos, que se desarrollarán, desde las 18, en seis escenarios dispuestos a lo largo de la avenida Corrientes. Por acá pueden leer un poco más.
El año pasado Jean-Luc Godard decidió ponerle fin a sus días. “El gesto inconformista definitivo que guarda pasmosa coherencia con esa obra que fue también su vida y que amalgamó de una vez y para siempre sus muchas facetas. Crítico, polemista, cineasta, intelectual comprometido, humorista, filósofo, poeta, amante y amado, dueño en cada una de estas caracterizaciones de un arsenal expresivo inagotable porque no giraba sólo sobre sí mismo sino que se espiralaba al infinito, siempre abriendo puertas y caminos a fuerza de interrogaciones”, dicen desde el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (Malba).
“A falta de la eternidad –continúan– Malba Cine dedica a Godard todo el mes de marzo, con la exhibición de quince películas, de distintas épocas, más algunas sorpresas breves intercaladas arbitrariamente en la programación. Once de estas películas se verán en fílmico, muchas veces en copias nuevas. Pierrot el loco y El desprecio se verán en copias digitalizadas recientemente”. Sin más que agregar (o sí: que me voy a armar una especie de carpa en la zona para no perderme ninguna proyección, pueden llevarme provisiones si me cruzan) les dejo a mano la programación de todo el ciclo por acá.
¡Hasta la próxima!
AL
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