En un contexto de crisis económica, caída del ingreso real e inflación fuera de control, un concepto de la literatura anglosajona permea el discurso público local. En artículos, entrevistas y hasta protestas callejeras se dice que la gentrificación está matando a Buenos Aires.
El mes pasado, un grupo de vecinos de San Telmo y Montserrat denunció que el Gobierno de Horacio Rodríguez Larreta está impulsando “una gentrificación residencial y comercial” con su plan para el casco histórico que nivela calzadas y ensancha veredas, alterando así “las dinámicas sociales y económicas del barrio”.
Esta palabra mágica, que en resumidas cuentas describe la llegada de clases altas y sectores de alta calificación a áreas centrales de menor nivel económico, se ha vuelto una suerte de comodín argumentativo muy discutido en el rubro, en especial cuando se aplica a las ciudades de América Latina.
A grandes rasgos, la gentrificación describe un proceso mediante el cual sectores de altos ingresos se instalan en áreas emprobrecidas de la ciudad, generando a un aumento desproporcionado de los alquileres y eventualmente desplazando a los residentes originales. El término fue acuñado por la socióloga Ruth Glass en un estudio sobre la ciudad de Londres y proviene del vocablo inglés gentry, que hace referencia a las familias distinguidas o de origen noble.
Algunos ejemplos ampliamente estudiados en las últimas décadas, como el Meatpacking District de Nueva York, Kreuzberg en Berlín o el barrio de Isola en Milán, muestran un despliegue de lofts y hoteles boutique en barrios “degradados” en paralelo con la llegada de cafeterías de autor, tiendas de cupcakes y restaurantes de lujo. Mediante esta suerte de “aburguesamiento”, los precios se disparan y al cabo de un tiempo la nueva población (universitarios, ejecutivos y profesionales bien pagos) termina desplazando a los habitantes de clase trabajadora.
Pero, ¿es esto lo que está pasando en la capital argentina?
De Barracas a Palermo Dead
“Desde la década del noventa se generó un tipo particular de interrelación entre el Gobierno de la Ciudad y el sector privado, especialmente aquel vinculado a los desarrollos inmobiliarios, que promueve la gentrificación en barrios del sudeste de la ciudad”, escribieron los investigadores Tomás Guevara y Mercedes di Virgilio. “Esta política implica un reacomodamiento de la estructura de rentas del suelo urbano que son apropiadas por el sector privado” mientras se encarece el costo de vida y se produce el desplazamiento de sectores desfavorecidos.
Este proceso -que según los autores tuvo lugar en barrios como La Boca, San Telmo, Barracas y Parque Patricios- fue posible gracias a la existencia de un rent gap, una diferencia entre la renta de entonces en aquellas zonas y la renta potencial que podría obtenerse tras reinvertir en ellas. De esta manera, los desarrolladores inmobiliarios y el Estado se convierten en actores centrales de este fenómeno.
Ricardo Apaolaza es investigador del Instituto de Geografía de la Universidad de Buenos Aires y junto a un geógrafo de Sevilla intentó medir la gentrificación en los barrios de la Ciudad. Tras analizar el aumento del número de universitarios y la caída en los niveles de hacinamiento (que podrían sugerir un mayor peso de las clases medias y una caída en condiciones de habitabilidad de los sectores vulnerables) entre los censos 2001 y 2010, Apaolaza concluyó que existen cuatro grandes zonas de CABA con indicios de gentrificación: San Telmo, el noroeste de Barracas, Palermo Soho y el límite entre Palermo y Chacarita (área a la que, en un posible guiño a los neologismos inmobiliarios, llama “Chacalermo” o bien podría definirse como Palermo Dead).
“Para hablar de gentrificación tiene que haber un cambio tanto en el perfil socioeconómico como en el perfil sociohabitacional. Hablamos de hogares de sectores obreros con población popular que pasan a un perfil de clase media acomodada con un cambio de perfil de vivienda,” explica Apaolaza a elDiarioAR. “Uno no puede decir, por ejemplo, que se gentrificó Belgrano”.
¿Qué indicadores de gentrificación encontró el investigador en la tradicional San Telmo? En 2001, menos del 9% de los habitantes del barrio contaba con estudios universitarios completos (dato que correlaciona con el nivel socioeconómico). Nueve años más tarde la cifra había ascendido al 16%, es decir a un ritmo dos veces mayor que el promedio de la ciudad. Al mismo tiempo, se redujeron los niveles de hacinamiento y se triplicaron los hogares con residentes europeos y norteamericanos.
Esto no quiere decir que lo ocurrido en territorio porteño en las primeras décadas del siglo XXI sea el mismo fenómeno que se observa en Londres y San Francisco. “No toda la gentrificación es comprar una casa vieja, recauchutarla y vendérsela a un artista. De hecho, la que se ve en Buenos Aires ni siquiera es comparable con la de Santiago de Chile o San Pablo, donde se renuevan barrios enteros”, sostiene.
A la espera de los datos detallados del último censo, Apaolaza anticipa que procesos similares -incluyendo el desplazamiento de residentes originarios- están teniendo lugar en zonas del barrio de La Boca y el área de Parque Patricios.
Una cosa es una cosa
No todos creen que esto sea así. Para el urbanista Marcelo Corti, autor de Diez principios para ciudades que funcionen, un fenómeno semejante requiere la existencia de grandes grupos de población con capacidad económica suficiente para desplazar a sectores más pobres mediante mecanismos gentrificadores y este -asegura- no sería el caso de Buenos Aires.
“La apertura de tiendas de diseño, queserías y vinerías puede acompañar los procesos de gentrificación, pero no son su causa. La renovación urbana o lo que antes se llamaba embellecimiento de barrios, la restauración de fachadas, la ampliación de veredas o la apertura de bicisendas puede acompañar o dar indicios de procesos de gentrificación pero no son su causa”, ilustra.
Para Corti, los procesos de gentrificación en ciudades argentinas “se reducen a unos pocos casos, algunas cuadras o edificios aislados en San Telmo o Barracas, Pichincha en Rosario, muy poquito de Güemes en Córdoba”. Existe, sí, la turistización o airnnbización (en referencia a la plataforma de alquileres para turistas, Airbnb, y que puede tener impactos similares sobre los precios de los alquileres o los niveles de renta inmobiliaria), pero no son exactamente lo mismo.
Este concepto “pareciera ser un zapatito que no encuentra su Cenicienta en América Latina”, dice por su parte la socióloga María Eugenia Goicoechea. Para esta investigadora, que analizó el impacto del Distrito Tecnológico en Parque Patricios, en las ciudades latinoamericanas no se puede hablar de tendencias de gentrificación vinculadas al “retorno a los centros urbanos” de los sectores altos y medios ya que -a diferencia de lo ocurrido en Estados Unidos- estos grupos nunca dejaron del todo la ciudad.
El término es objeto de polémicas en otros lugares de la región. En su artículo “¿Gentrificación en Bogotá?”, el economista Samuel Jaramillo estudió el caso del barrio La Candelaria, en el casco colonial de la capital colombiana. Allí analizó la mudanza progresiva por parte de artistas, escritores y docentes a inmuebles de la zona de valor patrimonial pero concluyó que aquel fenómeno difícilmente pueda ser considerado gentrificación.
“En primer lugar hay que subrayar que estos procesos son lentos y paulatinos y, por lo menos en sus etapas iniciales, no han implicado cambios muy notables en los precios inmobiliarios”, dijo Jaramillo. “Esto es congruente con el hecho de que no están protagonizados por grandes promotores o entidades dedicadas sistemáticamente a la especulación, sino más bien por los mismos residentes”. (Sí observó un intento por parte del gobierno por sacar partida del stock inmobiliario pintoresco “para atraer turistas y ocupantes ocasionales” de sectores altos y sus actividades asociadas en hoteles, restaurantes y tiendas de souvenirs).
De regreso en Buenos Aires, Goicoechea se pregunta si es válido pensar los procesos urbanos locales “tomando esta tradición de estudio importada de otro contexto geográfico” o si en los barrios del sur hay procesos más vinculados a una simple renovación urbana, impulsada por desarrolladores privados y alentada desde el Gobierno porteño.
“No hay que olvidar que el término gentrification tiene en su origen un sentido medio irónico, como si dijéramos chetificación,” reconoce Apaolaza, que advierte sobre el mal uso del concepto. “Está claro que una cosa son los procesos de valorización, otra los desalojos, otra un boom inmobiliario. Si todo es gentrificación, termina pasando que nada lo es.”
El debate excede la discusión semántica o académica. Darle a este fenómeno un lugar más acotado ayuda a centrar los esfuerzos (y los reclamos) en desafíos más importantes: un mercado de la vivienda no ajustado a las necesidades de uso, falta de mixtura social en los nuevos proyectos, barrios populares que esperan ser urbanizados, precariedad habitacional… De mínima, se trata de entender que si Buenos Aires tiene problemas graves de exclusión urbana no es culpa del flat white, de un grupo de estudiantes de artes escénicas ni de un bar nuevo con mesitas a la calle.
FP/MG